Capítulo anterior: Un huésped incómodo
«Ay, Borja. ¡Maldita sea! ¡NO! ¡Tarado! Es la cuarta vez que repito lo mismo», pienso luego de escuchar la pregunta ridícula del cuarto estudiante de la lista.
―No, Borja. Por favor concéntrese. Lea bien el problema: Margarita trabajó 22 horas más que Patricia. ¿Bien?― Le respondo al estudiante.
―Bla, bla, bla. ¡Idiota! ―Me habla ese ser extraño.
―Si el tiempo que trabajó Margarita se DI-VI-DE entre el TRI-PLE de las horas laboradas por Patricia―. Repito el encabezado del ejercicio número 58 del taller de la semana pasada, al tiempo que pretendo ignorar a la voz de mi cabeza.
―Sigue ignorándome, como si no supiera todo de ti. ―Me replica la voz.
Otra vez esa maldita voz. Sabe aparecer en los momentos menos propicios, en aquellos donde el estrés me invade, me paraliza y no me deja avanzar. Lleva más de cuatro meses en mi cabeza. Me atormenta, no me deja dormir; luego, desaparece por un tiempo y aparece de nuevo de la nada.
―El cociente es uno… UNOOOOO y el residuo es doce… DO-CEEEE―. Le respondo con mayor enfado a Borja, al tiempo que sigo ignorando a la voz de mi cabeza.
―Pero, es que no entiendo, profe…―. Me refuta Borja.
―Sí, profe, usted explica muy enredado―. Alega Fernández desde el fondo del salón.
―Sííí―. Se une al reclamo otra parte de los mocosos del salón.
―Sí, Martín, ¿qué pasa? Ya no eres el mismo. ¿Algo te atormenta? ―Me dice la molesta voz, mientras siento un zumbido que retumba en mi cabeza―. ¡ja, ja, ja!
―Aléjate de mí. ¡Maldita sea!― Le suplico.
―¡Bueno, ya! Muchachos, por favor, ustedes están en once, por dios. Ya están grandes, para que no tomen con seriedad las cosas―. Expreso en voz alta.
―Profe, pero es que…
―Esa vaina es muy difícil.
―¡Ay, ‘ticher’! Explique otra vez, no sea así.
Hablan todos al tiempo, no puedo distinguir quién dice qué. El bullicio que están formando en este instante me hace perder la paciencia; esa molesta voz que me acompaña, interrumpe mi concentración; el zumbido, ese maldito zumbido, que retumba en mi cabeza de lado a lado, me saca de casillas.
―Y las piernas de Jazmín cuestionan tu supuesta ética, degenerado―. Replica la voz.
―¿Qué? ¡Eso no es cierto!― Niego la afirmación de ese maldito ser.
―¡¡¡SILENCIO!!! ¡CARAJO!― Grito buscando el silencio para continuar con la clase, mientras miro con ira a los estudiantes.
―Sí lo es. No te hagas el marica, que los ojos te saltaron cuando viste que la falda se le recogía mientras cruzaba las piernas―. Afirma.
―¡Sí, ya! Cállense. Respeten―. Dice la lambona de Gloria.
―No sea sapa―, protesta Sergio.
―¡Ja, ja, ja! ―. Se ríe el resto de mocosos.
―No soy, sapa, pero estamos en clase. Respeten que algunos sí venimos a estudiar―. Responde enfadada Gloria.
―Sapa, sapa, sapa―. Prosigue Sergio con el insulto.
―’Rispitín ki alguinis sí vinimis i istidiir.’ ―Insiste Sergio, mientras le hace muecas a Gloria―. Sapa. ¡Gorda y Sapa!
―¡Uashhhh! Sapaaaaaaaa, gorda y sapa. ―Se unen al bullying Diego, Castellanos y Cáceres.
―Es un sapo de grandes proporciones. Ja, ja, ja―. Dice Sergio.
―¡JA, JA, JA! ―Responden a carcajadas los tres imbéciles que siempre se sientan en la parte del fondo.
―Ji, ji, ji ―. Ríe Jazmín de manera tímida y casi silencio, mientras se acomoda el mechón de su pelo.
―Haga algo Felipe, defienda a la gorda―. Dice Borja en voz alta.
―¡Pilas! Que la gorda salta y empieza a temblar―. Continúa uno de los tres imbéciles.
―¡YA NO MÁÁÁS! ―Grito enfadado, mientras le doy un golpe al escritorio―. Saquen una hoja.
―Pero, no….
―¡Pero, nada! ―Interrumpo la protesta que intentan iniciar―. Primer punto, la edad de…
Por fin logro que se callen y logro sentarme. El silencio que se respira en este instante me hace olvidar por un instante ese dolor de cabeza insoportable. Mientras observo sus caras hacia abajo leyendo los tres ejercicios del quiz, tengo la oportunidad de reparar en algunos de ellos. Observo a Gloria, su pelo crespo y algo alborotado hacen que su cabeza se vea mucho más grande. Entre ella y Felipe, se sientan Fernández y Acosta.
Me detengo ahora en Felipe. Es un idiota. He notado que, desde hace unas semanas, tiene una actitud hostil hacía mí. El muy imbécil piensa que no sé que Gloria le hace los talleres. ¡Qué paciencia tiene la melosa! 60 puntos, 180 ejercicios, cada ocho días. ¿A cambio de qué? De cogidas apuradas y eyaculaciones precoces.
―Jazmín se ve rica, ¿cierto? ―. Me pregunta la voz infernal.
Mientras niego lo que me dice ese maldito ser, reparo en lo largas que son las piernas de Jazmín. Su falda es corta. Alcanzo a ver una gran parte de su piel. Imagino que nos quedamos solos en el salón, que se sienta sobre mis piernas mirándome de frente, mientras dejo llevar mis manos debajo de su falda buscando sus caderas.
―Martín…―. Escucho la voz suave de Jazmín.
Poco a poco saco la blusa de su falda y la desabotono hasta dejar al descubierto su brasier blanco, para frotar sus senos por encima de él. Poco a poco busco su boca. La beso con más fuerza, al tiempo que mueve sus caderas sobre mi pene; poco a poco, le quito el saco y lo dejo caer sobre el suelo.
―Martín, Martín… Martín―. Sentir su voz dulce me hace desearla con mayor fuerza.
Me levanto, la alzo entre mis brazos y la siento sobre mi escritorio, mientras le quito la blusa y bajo las tirantas de su brasier hasta la altura de sus pezones rosados e hinchados. La escucho jadear, sus suaves gemidos me excitan mucho más. Me desabrocho el pantalón y busco con mis manos su entrepierna.
―¡PROFEEEE!―. Escucho la voz de Fernández―. Jazmín lleva media hora ahí y usted no le pone cuidado.
―¡JA, JA, jA! ―Ríen todos.
―Es que ya terminé, Martín ¿Puedo salir? ―Me dice mirándome a los ojos y dejando escapar una leve y pícara sonrisa.
―Menos mal estás sentado, Martín. ―Me dice el ser extraño―. Podrían sacarte como lo hicieron del otro colegio.