Por, Edward Alejandro Vargas Perilla
El repiqueteo frenético de la pluma contra el papel, aunado al tic tac incesante del reloj, una respiración furiosa… y el constante tintineo de la taza de café contra la mesa, eran toda la sinfonía de la noche; había despertado de golpe, y un impulso más allá de su comprensión le obligó a sentarse y otear en el horizonte a través de la ventana, una ventana mancillada por el polvo y las salpicaduras de lluvia en aquella antaño brillante superficie, en busca de respuestas, de inspiración y una explicación al desasosiego que en el momento le invadía…
Al principio, eran sólo sus manos las que guiaban la tarea, su cabeza aún estaba algo nublada por el velo de la vigila, aún vaporosa con los fantasmas de aquel último, incoherente e incongruente sueño… pero el despertar llegaba lentamente y sus ojos empezaban a posarse en el papel y a leer, a entender cada una de las palabras que allí se consignaban con ese afán inmisericorde de unas manos dementes gobernadas por algo más que sí mismas…
El tic tac del reloj continuaba su marcha eterna, siendo testigo del ominoso paso del tiempo, siendo testigo del nacimiento de versos silenciosos que a su vez eran la representación de gritos secretos de un alma incomprendida, de una mente revuelta de ideas, de sueños y de esperanza; era el testigo del trasegar de la imaginación de un hombre que a pesar de su encierro, volaba por encima de todo y de todos, volaba surcando la bóveda celeste salpicada de estrellas con las alas de su imaginación.
El rasgueo de la pluma contra el papel sonaba furioso, frenético, desesperado… parecía el incontenible opus de una mente enferma; pero nada más alejado de la realidad, pues las frases y las palabras que se consignaban en aquel papel amarillento y ajado en los bordes… no contenían sino dulzura y anhelo, no reflejaban otra cosa que amor y tibieza.
Al principio fue una cuartilla, luego dos, después una hoja completa y otra y otra más; su mente desbordaba ideas, sus manos, artífices silenciosas y cansadas eran las cómplices creadoras; la pluma gastada y opaca, el cincel de aquel aurífice de versos, con desórdenes de sueño y mirada cansada… de cabellos rizados y marrones que a tan corta edad empezaban a teñirse con el cenizo de las canas prematuras.
La mañana fue colándose por la ventana sin que él pudiese darse cuenta… el café yacía helado en la taza y el cenicero aún humeante no podía contener una colilla más. El despertar del mundo, de aquel mundo intransigente y voraz, ni siquiera podía imaginar lo que, en aquel cuarto en penumbra, iluminado por las débiles llamas de la lámpara de aceite se estaba gestando.
De golpe, se detuvo… contempló las hojas llenas de palabras y palabras, se estiró un poco, cerró los ojos y masajeó sus sienes con la yema de los dedos y respiró profundo, terminando con un resuello muy largo y pausado; tomó las hojas con algo más parecido al rostro de la tragedia que de la frustración y las arrugó con temblores trémulos, de decepción y vacío… para luego dejar caer aquella pelota deforme en los gastados pisos de madera.
Volvió a tomar asiento, encendió otro cigarro y se quedó un largo rato contemplando el papel arrugado, sin comprender exactamente el porqué de aquella acción, pero muy en el fondo el sentido era completo; puesto que, como todo artista, su crítico más duro y cruel, no era otro que sí mismo.
No importaba, ya tomaría nuevamente la pluma y otro trozo de papel y empezaría de nuevo… una y otra vez de ser necesario, no era la primera vez que sucedía ni sería la última; no comprendía totalmente por qué pasaba, su mente no lo comprendía… pero en lo más profundo de su corazón, de su alma… era todo muy claro; no era otra cosa que el círculo eterno de la creación, no era otra cosa que la tormenta a la que se ven sometidos todos aquellos que han sido bendecidos con el don de un arte, con el don de plasmar los sueños y traerlos a un plano tan simple y burdo como éste, para adornar un poco la miseria de la realidad cruda con los desvaídos colores de los sueños transfigurados por medio de esculturas, pinturas, poesías y canciones.
El fondo de su corazón sabía que el ciclo de la frustración, de la autocrítica y el desangelo sólo eran el refinamiento de pensamientos puros y algo de esa certeza, aunque muy poco, llegaba a su mente cansada y desorientada para decirle que todo estaría bien, que rendirse jamás sería una opción y que cada día, cada amanecer… con su luz diáfana y en ocasiones vacua, eran la oportunidad perfecta para reescribir las líneas del destino… de un destino inexistente, de una idea inconcreta, de una obra imperfecta, que al ver por fin la luz de la vida con una enorme sonrisa de aprobación; valdría por fin toda la pena, todo el dolor y toda la espera.
Esa certeza del corazón, llegaba a su mente con una simple palabra cargada de fuerza para continuar… “reescríbelo…”
3 Comentario
El mejor, me encantan sus escritos.
Cuanto talento para escribir uff es excepcional este trabajo !
¡Buenísimo relato! Como siempre, enorme talento el que tienes, Alejandro.