(Tauramena, Casanare, Colombia)
Por, Edward Alejandro Vargas Perilla
—¿Nunca te han entrado ganas de huir? se honesto, dímelo… muchos lo niegan porque piensan que huir es de cobardes, pero no siempre es así; no siempre huyes de tus problemas… pues hay días como hoy, en que más que nada, desearías poder huir de ti mismo… y correr muy lejos, con el viento, para no saber nada… para no sentir. Dime ¿nunca te han entrado ganas de huir?
… Maldita sea, otra vez empiezan los susurros, otra vez las preguntas y otra vez a la misma ignominiosa hora; siempre entre las dos y las tres de la madrugada, cuando todo está en el más profundo silencio, cuando las personas duermen y se pierden en sus sueños vulgares, simples y tranquilos; cuando hasta los perros callejeros buscan refugio bajo los autos aparcados y los gatos vigilan silenciosos el caminar de las estrellas por la bóveda celeste… cuando el ruido desaparece, empiezan a llegar una a una las voces; esas voces ladinas, sibilinas y desagradables que no hacen más que sugerir estupideces o hacer interrogatorios interminables acerca de cuestiones sobredimensionadas, acerca de “soluciones”, acerca del negro y advenedizo futuro… o la esquiva paz que proporcionaría el silencio absoluto del descanso de un sueño sin despertares inoportunos.
—No te quedes callado, es de mala educación… no me has contestado y la verdad no pienso irme ni callarme hasta que me respondas, pero debe ser con sinceridad. ¿Nunca te han entrado ganas de huir? … dime.
¡Esa mugrosa voz! siempre es la primera en llegar y la última en irse, es la peor de todas las que vienen y me susurran; es la peor de todas las que vienen y sugieren, es la peor de todas, aunque esta en particular, nunca me insulta. Es bastante elegante y educada a su modo, pero eso no puede obviar el hecho de lo grasienta, ladina y dulzona que es; eso no oculta el deleite que le da arrastrar las palabras, hablar como un murmullo, con parsimonia y fingido desinterés. Siempre es la misma historia, llegan de una en una, cuando estoy vulnerable, solo, en silencio, a oscuras; siempre es la misma historia, el mismo terror y la sensación de estar en constante peligro. Pero… ¿cómo no iba a estar en peligro o a sentir terror?, cuando mi enemigo puede ser tan letal y sigiloso, ¿cómo no sentir ese asco y ese miedo que hiela la sangre?, cuando ese enemigo, son mis propios pensamientos. Creo que lo mejor que puedo hacer, es lo mismo que las últimas tres noches… sentarme con la espalda apoyada contra la pared, abrazar mis rodillas, fijar mi vista en la nada absoluta, y fingir que no escucho nada ni a nadie… cerrar mi boca como un sepulcro, olvidado en un campo santo devorado por los bosques, por la tierra y los eones.
—Oye, chico. Sí, tú… chico, no hagas como que no estoy aquí, puedes oírme, lo sabes bien y yo también lo sé; me doy cuenta por tu respiración nerviosa y el leve temblor en tu boca. Oye… el que tú no quieras contestar no invalida el hecho de que yo esté aquí, de que yo exista, de que te hable en este instante y que no voy a marcharme.
¡Maldita sea! Ya era de esperarse tal perseverancia y a la vez de admirarse tal determinación a quedarse ahí, de pie a mi lado… o por lo menos así lo visualizo, dado que solo es una voz y no tengo forma de saber exactamente de dónde proviene, aunque sospecho y temo, que la respuesta es demasiado obvia… que esa voz y las otras que danzan sobre mí, debajo de mí, a mi alrededor… vienen del mismo lugar; vienen de los espacios más profundos, cavernosos y olvidados de mi cabeza. Una cabeza que ahora no sé si siempre estuvo enferma, o de alguna manera esas voces llegaron de algún lugar desconocido y decidieron habitarla… pudriendo lentamente mi cordura, demacrando mi cara y llevándome finalmente a estar donde estoy… a estar donde… ¿Dónde estoy? Es difícil saberlo, casi siempre estoy a oscuras, estoy solo, como muy poco, bebo muy poca agua…. Nunca estoy consciente cuando llegan mis alimentos… sé con exactitud si es de día o de noche por los ecos que logran atravesar las paredes, por la cantidad de movimiento que se desarrolla en lo que supongo son pasillos; pero… por lo demás ¿Dónde estoy? Es imposible decirlo con certeza.
—Oye, tú, oye…. Muchacho, joven de la piel cetrina, sí, tú, el de los rizos largos y descuidados… ¿ya te cansaste de jugar a ignorarme? Porque la verdad, yo me estoy cansando de tu silencio, de tus ojos vidriosos de muñeco olvidado en un desván y de ese terrible desdén con que osas a ignorar mis gentiles saludos. Creí que tenías modales… ¿en qué piensas?, ¿has considerado mis consejos, mis ideas? Mmmm esto no es divertido, no así. Aunque no quieras creerme, extraño hablar contigo… ¿te molesta si fumo?
Ahí va de nuevo el muy infeliz… recordándome lo mucho que me gusta el tabaco y como lo extraño… es estúpido pensar que se podría extrañar de tal manera una cosa tan absurda como un cigarrillo, tan vana y tan nefasta para la salud… pero sí, extraño mucho poder fumar en momentos cuando la angustia me invade. Ya no recuerdo cuándo fue la última vez que fumé un cigarrillo, pero supongo que fue hace más de año y medio… hace tanto tiempo y todavía puedo sentir el regusto del humo en mi lengua.
—No, no me molesta que fumes… lo que realmente me molesta es que no puedas compartir unas caladas conmigo; sé que no es real… y aun así puedo sentir como me envuelve el aroma. Te odio por eso, en verdad te odio… y a todas estas, ¿Qué quieres?
—¡Fantástico! Hasta que su dignísima alteza ha decidido dirigir sus palabras al humilde siervo que se acerca a tan magnánima estancia, solo para recibir el candor de su presencia…. Jajajajajajajajaja. Tú ya sabes qué quiero, ya sabes bien qué es lo que espero; es una respuesta, una simple y sincera respuesta; luego de obtenerla… ya veremos. –
Era de esperarse, pero la verdad ya estoy muy cansado y tal vez si le doy gusto por esta ocasión, el muy infeliz se largue y me deje descansar… puede ser arriesgado, estoy agotado mentalmente y no sé si sea buena idea entrar en juegos mentales con esa voz inmunda, pero estoy tan cansado… – de acuerdo, has ganado, así que habré de responderte, y prometo hacerlo con toda sinceridad y honestidad. Mira, sí. Sí he sentido ganas de huir, no solo desde que estoy encerrado aquí; la verdad he sentido ganas de huir de mí mismo desde hace años, desde que era aún muy joven, desde antes de tus intrusivas visitas y las de tus compañeras; he sentido el fastidio en cada fibra de mi cuerpo, el cansancio en cada célula, la soledad y la angustia en cada rincón de mi mente, de mi alma…. En cada pequeño espacio de mi pecho. Esa es mi respuesta… ¿estás satisfecho?
Me quedo esperando la respuesta, con esa voz arrastrada, grasienta; me quedo esperando a que me respondan mientras arrastran las palabras… pero solo obtengo silencio, dos, cuatro, cinco minutos… y lo único que puedo oír es mi propia respiración, mis latidos pausados, mis articulaciones crujiendo.
—¿Oye, estás bien?, ¿estás satisfecho? ¡Oye! No puede ser posible, después de tanto insistir…. ¿ahora te callas? —Sigue respondiéndome nada más que el silencio.
—Bueno, disculpa mi tardía respuesta. Y sí, estoy satisfecho… pero no puedo evitar sentirme mal….
—¿Sentirte mal? Dime, ¿de qué demonios estás hablando? ¡¿Sentirte mal?! Cuando bien sabes que eres tú el que me tortura cada noche con interrogantes imbéciles y con sugerencias estúpidas…
—Pues sí, me he sentido mal… de verte padecer bajo mis largas peroratas que no llevan a ninguna parte, verte contener el llanto, mientras no hago más que presionarte y esperar a ver cómo reaccionas… pero… si estás cansado, si en verdad has sentido tantas ganas de huir… ¿Por qué no lo has hecho?
—Eso es… porque sí lo hice hace dos años, tal vez menos. Estaba pasando por momentos difíciles, en los que mi soledad más que un alivio y un refugio, empezó a convertirse en un peso demasiado grande… que se sumaba a las incontables cargas que ya se habían instalado a vivir sobre mis hombros. Entonces, en una madrugada o un atardecer…. no lo recuerdo, el color del cielo era similar… me dirigí con paso firme, ya sin miedo y sin remordimientos a la azotea del edificio mohoso y miserable en que vivía, o en que me escondía, si prefieres; me detuve frente al barandal oxidado… respiré profundo y tomando impulso me arrojé al vacío. Después de eso, no recuerdo nada, solo sé que desperté en una cama, en un lugar poco iluminado… y tiempo después, empezaste a venir tú, tú y tu séquito de imbéciles.
—Bueno, entonces… ¿qué piensas hacer?, ¿quedarte aquí a lamer tus heridas?, ¿quedarte como un perro viejo y herido atrás de un callejón? Al final, me diste lo que te pedía, fue duro conseguir tu respuesta, pero me la diste. Es claro que estás cansado, que estás enfermo y tú lo sabes mejor que nadie; no hay salida de este lugar… entonces, ¿qué piensas hacer?
—No lo sé, tú dime… ya estoy demasiado cansado, no quiero pensar… ya no quiero comer más… estoy harto de todo. Tú dime, ¿Qué me ofreces?
—Nada malo, eso te lo aseguro; solo quiero ofrecerte algo de paz, un descanso en esta transición de planos… un tiempo fuera, para que pienses y no pienses, un tiempo fuera del tiempo; quiero verte bien y que me veas, quiero compartir ese cigarrillo que tanto me has envidiado. Entonces, ¿Qué piensas hacer?, ¿vas a venir conmigo?
—Sí, iré, estoy harto de todo. ¿Qué debo hacer?, ¿duele?
—No, no duele… solo recuéstate, respira profundo… cierra los ojos y deja que te tome de la mano, vas a empezar a sentir algo de vértigo, de ligereza…. pero es normal, deja que el frío te envuelva completamente y cuando sientas que has atravesado un velo de agua, como una cascada… abre los ojos.
—De acuerdo, estoy listo… confiaré en ti, estoy listo… ya nada puede ser peor que este lugar extraño… ¿crees que será un gran viaje?
—Claro que será un gran viaje, sin destino, sin expectativas. Vamos…
—Ya empiezo a sentir el frío… y el agua… no vayas a soltarme, estoy emocionado y feliz porque no voy a volver a tocar esas malditas paredes acolchadas… no me sueltes, ya me empiezo a sentir mejor. Y así era, me sentía mejor, empezaba a alejarme de todo, podía mover mis brazos con libertad, el color volvía a mi piel cetrina y la luz empezaba a invadirlo todo, la estancia, mi cara, mi interior… así era, por fin abandonaba ese cuarto acolchado y en penumbra, por fin abandonaba ese lugar lleno de personas vestidas de blanco, con semblantes indiferentes. Por fin, terminaba mi estancia y ciclo en este lugar y empezaba un grandioso y maravilloso viaje hacia lo desconocido.
1 Comentario
Excelente. Muy buena capacidad creativa.