Carta abierta a Vanessa de la Torre Sanclemente

Lo más perverso del texto es la manera como usa la historia real de Gustavo Petro como lienzo sobre el que construye de manera magistral su propio personaje

Por, Hugo Villegas

La lectura de su texto titulado «Petro» me despertó mil sentimientos encontrados. Hace tiempo que no leía algo tan brillantemente escrito que fuera a la vez tan profundamente perverso.

La última vez que leí algo tan sobrecogedor con un estilo tan impecable, capaz de capitalizar todos los temores con una narrativa tan cautivadora, fue cuando leí la primera parte de Mein Kampf, de Adolfo Hitler, en la sección titulada «Reflexiones sobre mi vida en Viena», en la que se dirige a la dinastía austriaca de los Habsburgos, culpándolos por la decadencia de su imperio. Y luego el discurso, de talante muy parecido, dirigido al Reichstag en 1939, a propósito de la «amenaza judía» y lo que él llamó la «bolchevización de Europa».

Eran estos textos, así como el suyo, regaños desgarrados llenos de indignación y de dolor patrio, que exacerbaban la culpa en el lector desprevenido, llenando su alma de una peligrosa mezcla de odio y pánico, caldo de cultivo perfecto para el establecimiento del Tercer Reich, en las banderas, en la tierra y en los corazones y mentes del pueblo.

Usted tiene mucho talento para el thriller. El día que se decida a escribir una novela seré el primero en comprar un ejemplar porque sé que será excelente de principio a fin, no solo por su vívida imaginación sino por la excelente factura de sus textos.

Lo más perverso del texto es la manera como usa la historia real de Gustavo Petro como lienzo sobre el que construye de manera magistral su propio personaje, un proyecto de Führer criollo, astuto como ninguno, capaz de contaminar las mentes de los débiles y doblegar la voluntad de los poderosos, todo con tal de llevar a cabo su plan, que a juzgar por el pavor, la impotencia y la congoja que se lee entre líneas, debe ser diabólico, por decir poco.

Este alter-ego Hitleriano que surge de su indudablemente poderosa imaginación «le habla al oído» a los necesitados para usar su indignación, su rabia y su frustración como combustible inagotable para su proyecto personal de nación, mientras ellos, los «eternamente ignorados», estos «excluidos que no han tenido voz o han sido silenciados» son solo mencionados por usted como víctimas inocentes de las supuestas y terribles artimañas de un hábil hechicero, mientras al mismo tiempo su misiva se dirige al corrupto, asesino y abusivo establecimiento colombiano con la misma ternura de una hija amorosa que regaña a su padre cuando se ha equivocado.

Compara a quienes vemos las propuestas de Petro como una alternativa real con la gleba que de manera irracional sorprendió al mundo con el Brexit y la puesta de Trump en la casa blanca aduciendo sus mismas razones y su misma euforia, dando por sentado que una eventual victoria del candidato sería una catástrofe de similares proporciones, pero omitiendo hábilmente una mención expresa de esto.

Y me imagino que al lector desconcentrado se le escapa la traicionera nostalgia que salpica todo el texto, esa que deja entrever la imagen tutelar, casi paternal que usted parece tener de las castas políticas que se han auto-otorgado la dirección, sino la propiedad, de este inmensamente rico territorio que llamamos «Colombia».

Todos aquellos cuya pretendida sangre azul corre por sus venas mestizas como los Lleras, los Pastranas, los Gavirias y Samperes, los Turbay, los Betancur, los Barco y los Santos, y con ellos los levantados como Uribe y otros tantos hijos bastardos de reyes imaginarios, se visualizan a sí mismos como los padres afectuosos de una enorme familia, que a veces pueden equivocarse, o ser muy duros con ella, pero que todo lo hacen «por su bien» y dan a cualquiera que ose desafiar su divina autoridad el nada deseable título de «usurpador», opcionalmente sustituido por expresiones más modernas y efectistas como «dictador» o «populista».

Usted, señora De La Torre, llama «arrogante» a quien le habla de tú a tú a los pretendidos jefes de esta inmensa tribu, megalómanos incurables, sociópatas que decretan salarios de hambre para millones de compatriotas con la misma naturalidad con la que niegan las decenas, los cientos de masacres perpetradas para defender su permanencia en sus respectivas parcelas de poder, evidenciando una lamentable reverencia para con esa ralea inmunda de criminales, esos sí usurpadores, genocidas, traficantes de drogas, de influencias y de conciencias.

Y aunque su excelente diatriba merezca de mi parte quitarme el sombrero por su factura, de la misma manera debo, por respeto a mi propia conciencia, escupir sobre esa evidente oda al sistema de clases, a los prejuicios étnicos, a la barbarie hecha establecimiento.

Porque esas dinastías de sicópatas no son de ninguna manera «instituciones», sino meramente impostores. La única institución verdadera aquí es el pueblo, el que ha puesto el sudor, la sangre y las lágrimas para construir con llagas en sus manos y cicatrices en sus espíritus lo poco que hemos logrado edificar como país, no gracias a esos supuestos líderes sin ninguna legitimidad, sino a pesar de ellos.

Así no le guste que se lo digan, señora De La Torre, lo cierto es que usted y yo, y el presidente Santos, y Gustavo Petro, y Rodrigo Londoño, y Claudia López, y el señor de la panadería, y la señora del aseo, y el profesor de la escuelita en el pueblito de nunca jamás, y Álvaro Uribe, y el raterito callejero y la enfermera y el abogado y el conductor del bus SOMOS TODOS IGUALES.

Ninguno de nosotros, pueblo raso y lleno de callos, le debemos ninguna pleitesía a ninguna corbata, vieja o nueva. Sentimos el mismo frío, el mismo amor, el mismo miedo, el mismo dolor y merecemos el mismo respeto.

Hablarle de tú a tú a usted o al mismísimo presidente de la república no hace «arrogante» a ninguno de nosotros, la chusma, los que venimos del barro con la furia de doscientos años de promesas incumplidas comenzando por la original, la de los próceres de la independencia que le gritaban «¡libertad!» a la indiamenta que lideraban como si alguna vez hubieran pensado cumplir este sagrado juramento.

Estafadores originales, traidores del pueblo que les dio la victoria y luego esclavizaron para su propio beneficio.

Ninguna división social. Todo lo contrario: lo que se busca, y se está logrando, es cohesión con claridad y unidad de propósito.

Estoy seguro de que a cualquier político le va a encantar contratarla para que le escriba sus discursos por su facilidad de palabra y su impecable estilo, y hasta se agradecería, a ver si nos dejan en paz con sus pueriles cantitos de las «farrrr», de Venezuela y el ridículo ‘castrochavismo’.

Le digo la verdad, disfruté mucho leyendo su escrito. Ojalá algún día llegue yo a tener esa habilidad con las letras.

Lástima que sea falso.

Por, Hugo Villegas*

 

*Docente en Escuela de Música y Audio Fernando Sor y Profesor en SAE Institute Bogotá

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