A ese niño

Te recuerdo con aquella dulce sonrisa de infancia eterna que hoy se ve perdida y aun sabiéndolo me mantengo alejado por una simple ironía

Por, Isaac Alvarado

Así como cuando susurro tu nombre cada noche
y abrazo la almohada en sentimiento de añoranza
resquebrajando mi alma en tristes melodías

Porque te recuerdo con aquella dulce sonrisa
de infancia eterna que hoy se ve perdida
y aun sabiéndolo me mantengo alejado
por una simple ironía

En prosa te recuerdo versión joven mía
te extraño y llamo con esta alma herida
bríndame de esa tenacidad que tenía esos días
llenos de júbilo sólo porque vivía

y en silencio me encuentro con esa humilde respuesta
aquella que no se hace rogar y permanece inquieta
«Estoy aquí en la dicha del buen vivir
yo sólo espero que me dejes Salir»

 

Por, Isaac Alvarado

Maracay  (Venezuela)

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“Un dialogo necesario, con el niño que todos llevamos dentro”.

Reseña del Autor

Mi nombre es Isaac Alejandro Alvarado Colman, nací el 20 de diciembre de 1990, en la ciudad de Caracas en el Distrito Capital, Venezuela, soy el hijo mayor de mis padres Ramón Alvarado y Gilied Colman…

Conoce más de Isaac…

Cabeza abajo

¿Sería verdad que algo puede apoderarse de las personas y las cambiarlas, volverlas incapaces de pensar por sí solas?

Por, Andrés Vinueza Sánchez

(Guayaquil, Ecuador)

Todo empezó un día en que algo extraño ocurrió en la ciudad en que vivía, una tormenta eléctrica azotó durante toda la noche y nos quedamos sin energía, sin comunicaciones, sólo había oscuridad, la ansiedad me invadió pero traté de estar calmado, hasta que después de cuatro horas, todo volvió a la normalidad… o eso pensaba.

Llevaba varios días con una extraña sensación, empezaba a analizar los acontecimientos que veía, en mi casa, en el trabajo, en la ciudad, algo invadía mi curiosidad y quise investigar. Veía los noticieros, indagaba en internet tratando de encontrar un motivo, pasaba las noches pensando, analizando, maquinando la manera en que podía encontrar respuestas. Quería entender lo que sucedía, ¿Sería verdad lo que tanto veía en las películas? ¿Sería verdad que algo puede apoderarse de las personas y las cambiarlas, volverlas incapaces de pensar por sí solas? no lo creía, pero el mundo se estaba convirtiendo en un desierto lleno de lo que alguna vez fueron personas “normales”.  Se habían convertido en seres irracionales, deambulando movidos por una fuerza que los consumía, algo más allá de toda comprensión. No era un virus, no era una enfermedad; era algo peor, algo creado por la humanidad. ¡Pero qué equivocado estaba!

Salí de mi casa y empecé a caminar por las calles, veía como todos poco a poco se convertían en “eso”, todos caminaban con la cabeza abajo, con los dedos atrofiados, me acercaba a ellos y les hablaba pero no respondían, no se comunicaban, ¿podía ser cierto? me preguntaba, ¿se habrán convertido en zombis, atrapados en su propia realidad?

Poco a poco más personas empezaban a bajar la cabeza, y se perdían completamente, sus ojos mirando en dirección fija, sus labios apenas hacían gesto, sus manos se convertían en un nudo, y dejaban de hablar.

Los días seguían transcurriendo y me aferraba a la idea de que podía luchar contra eso, de que yo podía ser diferente, pasaba noches en vela encerrado sin salir, luchando contra esa fuerza que me llamaba a ser uno de ellos.

Un día mientras caminaba por la calle algo me invadió y sentí que perdía las fuerzas, tenía que tomar una decisión ¿podía escapar de eso? ¿Podía sobrevivir en este nuevo mundo? Estaba asustado, convertirme en “ellos” parecía una tarea sencilla, y sólo dependía de mí, no podía huir, no lo lograría, no tenía futuro si no me unía a ellos, y así llegó lo inevitable. Me armé de fuerza, el mundo como lo conocía habría de terminar, y entonces, conté hasta diez y lo hice, metí la mano en mi bolsillo, saqué mi celular, lo encendí  y en ese momento, como habían hecho todos, yo también bajé la cabeza.

Por, Andrés Vinueza Sánchez

Guayaquil (Ecuador)

Reseña del autor

Nacido en Quito (Ecuador) 33 años, Ingeniero Comercial de profesión, residente de una hermosa ciudad llamada Guayaquil, desde muy pequeño junto a mis hermanos mi Padre nos inculcó y plantó en nosotros el amor por la lectura. Encuentro en la ciencia ficción mi mayor inspiración, por lo cual escribí “Extinción”, cuento que fue seleccionado en el concurso “A través de las estrellas”.  Mi escritor favorito es Isaac Asimov.

El apoyo de mi esposa y familia me motiva a seguir escribiendo y encontrándome con esa fascinación que pueden formar unas cuantas letras en algo maravilloso como un cuento.

Reseña completa

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“Reconocimiento consciente de la cruda y envolvente realidad actual”

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A lo lejos alguien grita

Por un instante los murmullos cesan y regresan como un zumbido que me perturba hasta alterarme los nervios ¿Qué está pasando? presiento la amenaza de algo que no puedo ver, mi cuerpo se paraliza,  mi corazón se acelera.

Por, Cindy Ramos

La mañana en una casa sin inquilinos.

Recorro con la mirada expectante las tres habitaciones, ¿estarán ahí?  Me pregunto mientras atravieso el corredor con los pies descalzos. La baldosa fría despierta las urgencias matutinas de mi cuerpo. Abro la puerta del baño, piso sin querer charquitos de agua, evidencia de que alguien estuvo ahí.  ¿Dónde estarán? Subo la tapa del inodoro, mi vejiga se vacía, jalo la cadena, y por un instante cierro los ojos y encuentro aquel sonido de cisterna relajante. Me acerco al espejo, observo mi cabello enmarañado, mis ojos de mirada soñolienta. Me miro, me contemplo, giro mi rostro hacia la derecha, luego hacia la izquierda, gesticulo  para espantar la pereza de mi rostro, pero aún tengo sueño. Salgo del baño, atravieso la sala buscando llegar a aquel sofá gris, llego e instantáneamente me rindo ante la fuerza de atracción con la que aquellos grises y suaves cojines atraen mi cuerpo, caigo de espaldas y de inmediato mi mirada se pierde en aquel techo que simula ser un mar de leche, ya no tengo sueño. Siento que algo vibra bajo mi espalda, me volteo y encuentro que es mi celular atrapado en una grieta del sofá, me resisto por un momento a rescatarlo, pero cedo ante la curiosidad que me causa saber si aquella mujer de nombre enigmático que stalkeé anoche ha aceptado mi invitación a salir. Ingreso la contraseña: buda90, al desbloquearlo encuentro que tengo un tráfico de notificaciones de Facebook, y entre ellas sólo una me interesa: mensaje de Aurora.

«¿Quién eres? ¿Te conozco? » Pregunta ella.

«Hola Aurora,  soy el sonido de un viejo reloj de pared, en otras ocasiones puedo llegar a ser una gota de agua que cae del grifo, frecuentemente soy las voces, los pasos agitados de mis vecinos. Hoy soy una mañana de migajas de pan sobre la mesa, seis sillas en desorden, paredes blancas, una baldosa sin barrer, una cama que exhala e inhala pereza. Hoy soy una casa abandonada. Y tú, ¿quién eres? »

«PDT: ¿Puede alguna persona conocer a otra? te propongo reinventar las reglas del te conozco.  Seré tu espejo, tu reflejo, si así lo acordamos» Respondo.

De repente escucho lo que parecen ser murmullos.  Desvío mi mirada del celular para ver hacia la puerta principal, puede ser María, mi vecina, que tiene la costumbre de bajar por las escaleras a golpear mi puerta. Pero al parecer aquellos murmullos no provienen del exterior, sino de alguna habitación. ¿Habrán regresado?, pero si es muy temprano para que algunos de aquellos insípidos universitarios hayan regresado, además ninguno de ellos conversa entre sí.

Por un instante los murmullos cesan y regresan como un zumbido que me perturba hasta alterarme los nervios ¿Qué está pasando? presiento la amenaza de algo que no puedo ver, mi cuerpo se paraliza,  mi corazón se acelera. Siento la necesidad de ir al encuentro de aquellos murmullos, necesito moverme. Abandono el sofá, cruzo la sala, subo las escaleras, me percato de que aquellos murmullos no provienen de la habitación de Luis, ni de José. Con sigilo me acerco a la habitación de Carlos, los murmullos son tan fuertes que la puerta parece vibrar, siento miedo, pero aun así decido abrir,  giro lentamente la perilla, al abrir la puerta rechina, aquel sonido me paraliza, me quedo en el umbral, busco con la mirada entre aquella oscuridad espesa a Carlos, veo una figura que parece ser él,  sentado al costado de su cama. ¿Qué estará murmurando?, de momento calla, así que aprovecho para preguntarle si se encuentra bien. Siento que me mira, no puedo dejar de sentir miedo. Con la voz temblorosa le pregunto nuevamente

— Carlos, ¿estás bien?—

De repente, su rostro desfigurado aparece ante mí

— ¡Cuidado!— grita.

Despierto sobresaltado, busco torpemente desactivar la alarma de mi celular, la desactivo, salgo de prisa de mi cama, me baño, me visto y levanto la maleta del suelo. Salgo de mi cuarto, me encuentro con mis dos compañeros de casa, nos damos un tímido saludo con la mirada. Bajo las escaleras y encuentro que Ximena, la chica dueña de la casa, ya está en el sofá enviando mensajes por su celular. Me pregunto qué mujer estará tratando de seducir.

—Adiós Ximena, nos vemos en la noche— digo tímidamente.

—Adiós Carlos—  Contesta ella con pereza.

Recojo las llaves de la mesita de la entrada, salgo, y al cerrar la puerta recuerdo que debo entregarle el sobre con la renta a Ximena, abro la puerta, saco de mi maleta el sobre y se lo entrego. Por un instante al verla fijamente a los ojos se me eriza la piel, siento miedo. Pestañeo y sacudo sutilmente mi cabeza de un lado a otro.

—un« hola Aurora, ¿cómo estás?» bastaría— le digo

Ximena, cambia su mirada por una de perplejidad. Me despido nuevamente, salgo y cierro la puerta. Bajo las escaleras, veo de un lado a otro la calle, cruzo. Escucho como las llantas de un carro rechinan contra el pavimento.  A lo lejos alguien grita: ¡Cuidado!

 

Por, Cindy Ramos

Bogotá (Colombia)

 

Reseña del Autor

Cindy Liliana Ramos Sánchez (Bogotá, Colombia; 1990) Psicóloga egresada de la universidad Cooperativa de Colombia.

«Ojo con esos días, semanas, meses, años de pensamiento estático. Ojo que a los rebeldes se les puede domesticar las ideas».

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Enigmático e inesperado. Una historia que te deja con ganas de más”.

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Ensayo sobre la tristeza

Nota tras nota deja a su corazón sentir lo que la palabra no le basta para identificar, la forma de su tristeza es un arpegio, y el sentimiento se acomoda en cada sonido

Por, Irving Pacheco Gutiérrez

Un hombre triste escucha a Chopin en casa, las notas salen y mortifican su ánimo. Afuera, no muy lejos de allí, alguien se sorprende de oír esta música en un barrio tan común, como si la forma que toma la melancolía cuando el piano vibra no tuviera sentido en ese lugar. Una pareja pasa y observa curiosa al hombre en el sillón, se ha dejado la ventana abierta. Pequeño monstruo, solo, en un sillón, con los ojos cerrados y un libro sobre sus flacos muslos. La habitación es la sala y está a media luz, una botella de vino vacía le rinde tributo a sus pies.

Lo ven pero él no a ellos. Nota tras nota deja a su corazón sentir lo que la palabra no le basta para identificar, la forma de su tristeza es un arpegio, y el sentimiento se acomoda en cada sonido, Nocturne le da un poco de paz, sólo para dejarlo melancólico en cuanto cesa, y se pregunta si algún día acabará todo esto. Si pudiera hablarnos diría él, que el corazón le sangra a un ritmo soportable, justo ahora, como si lo que lo pone en ese estado fuera más fácil de sobrellevar cuando tiene una métrica cadenciosa. Y se pregunta «¿Dónde acaba este puente?». Por su cabeza pasa a cada momento terminar todo aventándose al abismo que corre por ambos lados del camino, pero es demasiado y aleja estos pensamientos fútiles de suicidio mediante la música, como si éste fuera una nota discordante y no hubiese espacio para ella en esta perfecta aunque muy triste sonata que viene siendo su vida.

Ahora escucha a Franz Liszt y la cadencia de su tristeza mejora un poco, al menos ahora, la entiende como un sentimiento sobre llevable, algo que puede llegar a cargar con el tiempo, como el cuerpo que le creció desde hace mucho, como el prejuicio que nunca tuvo y un día se encontró con que lo tenía ya metido en la cabeza. Piensa que esto es así, y sonríe para sus adentros al pensar lo fuerte que se ha vuelto para cargar todo eso y lo fuerte que tendrá que ser para seguir aumentando el peso que añade indiferente su corazón. «El hombre es una bestia que tiene que hacerse, es un camino al superhombre» Así reza el libro que tiene ahora entre sus manos, y él así lo cree, por tanto sabe que todo esto no es más que una de las cosas que tiene que superar para lograr algún día ser.

Pero no ahora, en el hoy esto no lo ocupa, y por lo tanto se levanta de su asiento y cierra de un golpe las cortinas blancas que ha dejado abiertas y por donde los vecinos han mirado curiosos, la ventana recorre sus rieles y silencia un poco el Sueño de amor que tocaba quedamente en este acomodo de canciones. La tristeza ha pasado ya, pero no quiere decir que nunca vaya a volver, probablemente otro amor perdido la traiga en forma de ilusión sólo para luego extrapolarse en lo contrario. Volverá, sí, en la forma de la cara de un gato que querrá y algún día morirá envenenado por un tipo que odia a los gatos, o le faltará valor para mirar a la cara a la chica que le gusta y le verá casarse mientras aprieta los puños contra sus muslos. Volverá, siempre lo hace, al igual que lo hace la felicidad, pero ese es otro apartado, en esta ocasión se permitió sentir la tristeza, por un amor perdido, por una muerte, y por él mismo.

Ha apagado el sonido ya, y en la oscuridad, sueña con abismos.

 

Por, Irving Pacheco Gutiérrez

Alvarado (Veracruz, México)

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Un viaje a través de los sueños

Un leve escalofrío recorrió su espalda y su corazón se estremeció, pero la curiosidad le hizo volverse. Para su sorpresa la luz ya no era tan brillante, pero ahora se veía mucho más cerca.

Por, Erika Molina Gallego

La hamaca se movía suavemente con el viento, el sonido del mar llenaba sus oídos, la suave brisa llegaba hasta su cara y el sol era apenas un tenue brillo en el horizonte. Aletargado, no sentía más que su lenta  respiración. Una voz suave y delicada, casi imperceptible llegó a sus oídos.

—Jacinto— sintió como la voz lo llamaba, esta vez con más fuerza.

Asustado se lanzó de la hamaca sin pensarlo, aún un poco atontado por el sueño. Allí no había más que unas cuantas palmeras y las olas del mar que llegaban suavemente hasta la playa. Sacudió la cabeza, convencido de que no había sido más que el sonido del viento y se disponía a volver a dormir. De repente cerca de la orilla, una luz brillante llamó su atención.

—Jacinto, hay algo que te gustaría ver—Volvió a escuchar en un suave hilo de voz. Aterrado, tomó su sombrero de paja y caminó despacio hacia la luz, que cada vez brillaba con más fuerza. A medio camino decidió volver; quizá era sólo producto del reflejo del sol que se escondía poco a poco dando paso a la noche. Giró con intención de marcharse a casa, pero la voz silbó de nuevo en su oído.

—Jacinto— esta vez fue clara y contundente.

—No tengas miedo, acércate—

Un leve escalofrío recorrió su espalda y su corazón se estremeció, pero la curiosidad le hizo volverse. Para su sorpresa la luz ya no era tan brillante, pero ahora se veía mucho más cerca. Caminó hacia ella expectante y temeroso y cuando sus ojos descubrieron de qué se trataba, dio un paso atrás y cayó al suelo chapoteando el agua que llegaba hasta la playa.

Se levantó deprisa queriendo comprobar que no estaba soñando y volvió a mirar su descubrimiento. «No puede ser posible» dijo para sí  y se frotó los ojos sin poder creerlo.

— ¿Por qué te sorprendes? ¿Acaso no has pensado siempre que nuestra existencia es real?— preguntó una hermosa sirena que lo miraba fijamente, mientras agitaba su enorme cola plateada y dejaba ver su rostro angelical.

Jacinto sintió que se tragaba la lengua, quería salir corriendo, pero no pudo siquiera ponerse de pie. Ella no dejaba de mirarlo, tenía una sonrisa dulce y misteriosa y su voz era tan cautivante como el danzar de las olas en alta mar.

—Ven conmigo— dijo la sirena, ofreciendo su mano a Jacinto.

Miles de recuerdos llegaron a su mente en aquel momento, mientras seguía petrificado sin poder mover un sólo dedo; los libros que llenaban sus repisas, todas las veces que sus amigos lo habían tildado de loco, las leyendas que desde niño solía escuchar…

— ¿Vienes?— escuchó de nuevo a la sirena.

Al fin, llevado por su curiosidad se armó de valor y preguntó:

— ¿Eres real? ¿Cuál es tu nombre?—

—Mi nombre no importa —respondió ella— puedes llamarme como quieras—. Lo que importa es lo que tengo para ti.

Jacinto sacudió de nuevo su cabeza, miró a todas partes, estaba completamente solo.

—Quiero ir contigo— dijo con voz temblorosa.

En ese instante el mar que segundos antes había estado en calma, rugió embravecido, mientras las olas se levantaban en enormes y oscuras paredes. Tomó la mano de la sirena y se dejó llevar, disfrutando la sensación de incertidumbre y aventura que lo embargaba.

Después de lo que sintió como horas de flotar a la deriva, se encontró en un lugar enigmático y hermoso, había grandes rocas de las cuales caían chorros de agua clara y cientos de sirenas danzaban una melodía que ningún instrumento conocido podría tocar. Había agua por todos lados, pero él seguía respirando. El miedo que había sentido antes ya no estaba, lo único que sentía era una felicidad embriagadora.

— ¿Dónde estamos? ¿Qué hacemos aquí?— preguntó a su compañera de viaje.

—Haces muchas preguntas — respondió ella.

—Estas aquí para hacer realidad tus fantasías, para recordar todo aquello que has olvidado, para que tus sueños vayan más allá de una hamaca, para recorrer tu vida y descubrirte—

La sirena levantó su mano y señaló hacia el frente, allí había una pequeña casita de paja, que Jacinto reconoció enseguida. Entendiendo lo que quería decirle, avanzó hacia allí y al mirar atrás ella ya no estaba, ni el mar, ni las otras sirenas, sólo había una pequeña playa oscura y la choza en la que había vivido toda su niñez. Dudó si entrar, pero allí no había otra salida, así que lo hizo. Lo primero que vio fue a su madre, quien había muerto hace un par de años, de inmediato las lágrimas rodaron por sus mejillas, corrió hacia ella e intentó abrazarla, pero sus manos traspasaron su cuerpo, haciéndolo comprender que aquello no era más que un espejismo. La contempló por un largo rato, deseando que fuera real, hasta que se vio a sí mismo sentado en un rincón de la cocina, perdido entre su libro favorito, uno que precisamente le había regalado su madre. Recordó lo que pensaba en ese momento «algún día seré un gran escritor». La imagen se volvió borrosa, sintió una sacudida y de pronto todo aquello desapareció.

Ahora se encontraba en el mar, pescando con su padre.

—Eso de los libros no es para usted, métaselo en la cabeza— le decía.

Vio su cara de alegría cuando sacó del mar un gran pez.

—Así se hace mijo—dijo acariciando su cabeza con cariño.

La canoa se hundió y repentinamente se encontró nadando en medio de una tormenta, luchaba con las olas, no podía ver nada, pero escuchaba muchas voces a la vez, su madre que le decía:

—Tú puedes Jacinto, no te des por vencido—

Su padre repitiendo que dejara de soñar y la hermosa sirena que decía en su oído:

—Encuentra lo que has venido a buscar—

Luchaba con todas sus fuerzas por alcanzar la orilla, pero el enfurecido mar lo hundía cada vez más y ésta parecía cada vez más lejana, las fuerzas le fallaban y al final se dejó hundir en lo profundo.

Cuando recuperó la consciencia, estaba de nuevo frente a las sirenas que danzaban. Se sentía extrañamente cansado, a pesar de esto sus pies empezaron a moverse hacia éstas que le abrían paso mientras avanzaba. Al final distinguió a aquella que lo había llevado hasta allí. Estaba igual de hermosa, pero había algo extraño en ella; en lugar de su cola, ahora tenía un par de largas piernas y lucía un elegante vestido azul. Se encontraba parada en lo que parecía un teatro y le extendía de nuevo su mano.

Ahora caminaba en medio de un numeroso público que aplaudía con entusiasmo. Siguió caminando sin saber qué era todo aquello y al llegar al estrado se dio cuenta de que llevaba un elegante traje, uno que nada tenía que ver con sus humildes vestiduras y su sombrero de paja. La sirena se apartó y lo dejó frente al público, entregándole un libro que llevaba su nombre.

Los aplausos se desvanecieron lentamente y la oscuridad le cegó de nuevo…

Despertó de golpe en su hamaca, con la cálida brisa en el rostro y la luna asomando su cara. Allí todo estaba igual, este viaje había sido sólo un sueño, uno que le ayudó a comprender cuanto había dejado atrás, un viaje que se convertiría en una gran historia, la historia de su vida, en la cual sería él quien escribiría el final.

 

Por, Erika Molina Gallego

Medellín (Colombia)

 

 

Reseña del Autor

 

Enamorada de las letras y la música, descubriendo mundos a través de los libros, queriendo encontrar el verdadero sentido de la literatura más allá de lo intelectual.

 

 

Revisó: Andrés Angulo Linares

Perdido

Anegado en un intenso mar de lágrimas y tristeza, aguardando por su compañía, manteniendo su fe intacta de que aquella persona con hermosa y radiante sonrisa regresará a iluminar su amarga y decadente vida sumergida en la oscuridad, esa que algún día le hizo soñar con alcanzar su mundo preferido, ese donde podían estar juntos sin temor a nada, donde sus corazones podían volverse uno en el momento que sus labios se rosaban.

De tan lindas promesas hoy solo quedan recuerdos y dolor, en su mente vive siempre la pesarosa pregunta de “¿Por qué?” ¿Por qué se esfumó el amor y tanta alegría se convirtió en aflicción?, ¿cómo esa hermosa rosa podría tener tantas espinas? o ¿acaso no supo cultivar ese amor y a causa de ello se ha quedado solo? no entendía nada, pero a pesar de no comprender lo que había sucedido, la esperaba con una radiante sonrisa que ocultaba perfectamente todas las lágrimas derramadas en aquella interminable espera.

 

Por, Gabriel Henao

Medellín (Colombia)

 

 

Reseña del Autor

 

Gabriel Henao

Yondó – Antioquia

14 de febrero de 1999

Terminé Mis estudios de bachiller a los 15 años, actualmente estoy realizando mis estudios universitarios en Medellín.

 

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Transmite emociones profundas con palabras sencillas, sentimientos que se desprenden de situaciones comunes y que despiertan en el lector entusiasmo y fascinación”

 

Madre Campesina

Cada siete días

El Renault 9 termina su recorrido. Son las tres de la tarde y aún falta una hora de camino, una hora que debe recorrer a pie, pues no hay carro que la lleve hasta allí. Se cambia sus zapatos por unos más cómodos, se cuelga su bolso y de nuevo, su hombro derecho recibe el peso del sustento de su familia.

Por, Erika Molina Gallego

Una mujer sola, en un granero, cuenta los billetes que tiene en la mano, separa lo del pasaje y lo guarda en su bolso. Ya ha comprado las verduras que llevará a su casa, hace cuentas, el dinero que sobra debe alcanzarle para lo que falta, los granos, el pan y la carne que tanto le gusta a su niña pequeña. Piensa en sus hijas y sonríe al pensar que por fin las verá, después de una larga semana de trabajo.

Ya tiene todo. Con algunas monedas que le quedan compra un paquete de colombinas, no puede llegar con las manos vacías. Empaca todo en un costal y sola, con sus fuertes brazos, carga en el hombro derecho todo el peso de su responsabilidad.

El viaje es largo, pero con cada kilómetro que recorre, ella siente un gran alivio. El sábado es el día de la felicidad. Ella nunca sale, hace mucho no sabe qué es una fiesta, un paseo, ni mucho menos lo que es ponerse una blusa nueva, o comprar un par de zapatos. Pero sus hijas siempre están bonitas, vestidas a juego cual gemelas, inocentes del sacrificio por el que son vestidas.

El Renault 9 termina su recorrido. Son las tres de la tarde y aún falta una hora de camino, una hora que debe recorrer a pie, pues no hay carro que la lleve hasta allí. Se cambia sus zapatos por unos más cómodos, se cuelga su bolso y de nuevo, su hombro derecho recibe el peso del sustento de su familia.

Camina con paso firme, erguida, con la fuerza del sol brillando en su mirada. Ni el cansancio, ni el calor merman su alegría. Sólo quiere llegar y poder abrazarlas, dormir con ellas aunque sea dos días. El lunes volverá al encierro del trabajo.

Mientras tanto, en una casa grande sus hijas la esperan con grandes sonrisas. Anhelan sus brazos, más que la comida o las colombinas.
Su madre es el cielo, y se aferran a él todo lo que pueden cada siete días.

 

Por, Erika Molina Gallego

Medellín (Colombia)

 

 

Reseña del Autor

Enamorada de las letras y la música, descubriendo mundos a través de los libros, queriendo encontrar el verdadero sentido de la literatura más allá de lo intelectual.

 

Revisó: Andrés Angulo Linares

«Un relato conmovedor que sensibiliza, sobre la lucha que toda madre tiene por sacar sus hijos adelante»

 

Pintura original

Madre Campesina
David Alfaro Siqueiros. Madre Campesina. 1929. Óleo sobre arpillera. 249 x 180 cm. Museo de Arte Moderno, México, México.

Mi motivo

Sirenas, ladridos, pitos, ruido por todas partes. Miles de voces que me hablan al mismo tiempo.

Por, Andrés Angulo Linares

Sirenas, pitos, gritos, gente hablando en voz alta por celular, el vendedor, el rapero, el motor de la buseta y la música del conductor.

Motos, gente en los andenes marchando confundida. Izquierda, derecha, chocan entre sí, no se miran a los ojos, se odian. Ciudad envenenada.

— ¿Qué hora es? —

— ¿Cómo llego a esta dirección? —

— ¡Ay, qué trancón! —

La señora que sentó a mi lado no para de parlotear. Intento ser amable.

—Las ocho, no sé—

A su observación sobre el tráfico no respondo nada y me pongo los auriculares esperando que me saquen de nuevo del ruido. No sonrío, más de una vez me he preguntado si es que estoy muerto.

No me gusta la gente, no hablo con desconocidos y a cada pregunta que un extraño me hace imagino su muerte. Los he empujado a la avenida, a otros les he estrellado la cabeza contra el pavimento; sesos por aquí, por allá, Sangre. Otros, simplemente han recibido la descarga de tiros de mi revolver sin compasión.

—Me disculpan si he venido a interrumpir su momento de meditación o su conversación—

Otro, otro que se sube con su historia, en veinte minutos se han subido cuatro sujetos, tres vendiendo productos que no me interesan comprar, uno improvisando rimas, dizque para robar una sonrisa. ¡Mierda! Quiero enloquecer.

Sirenas, pitos, gritos, gente hablando en voz alta por celular, el vendedor, el rapero, el motor de la buseta y la música del conductor.

Sólo falta que la señora del puesto contiguo quiera contarme su vida o, ¡peor aún!, que quiera mostrarme el camino del Señor.

Si quisiera comprar me bajaría e iría a una tienda, si quisiera escuchar música en vivo no la buscaría en un bus a las ocho de la mañana, si quisiera escuchar la palabra del Señor, sería amigo de ese tipo de sotana que a mi mamá le encanta oír.

Abro WhatsApp

— ¿A qué hora llega, mano? —

— ¿Cuándo me va a pagar? —

— ¿Qué hace? —

Sólo conversaciones vacías y un puto meme que he visto mil veces. Ella aún no escribe.

¿A qué hora llegó, pendejo? A la hora que el Arca de Noé me lleve en la jaula de los monos.

¿Pagar? Tenía lo del bus, si tuviera dinero no estaría acá sentado viendo como la barba me crece detenido en el tráfico.

¿Qué hago? La pregunta del día. No, huevón, acá disfrutando de Bogotá.

—Usted (pobre arrancado) no tiene saldo para esta llamada (No sea chichipato) —

Lo que me faltaba, no tengo forma de llamar.

Abro Facebook. Pendejada por aquí, Pendejada por allá. Leo noticias: Petro puede ser candidato. Vargas será presidente. 10 cosas que no sabías del orgasmo femenino.

¡Oh! ¡Qué revelador! Este texto de seguro cambiará mi vida para siempre.

Samuel, Victoria, Daniela y Doris te están saludando. ¡Qué feliz me siento! Cuatro desocupados me envían sus estúpidos saludos.

— ¿Qué trancón, cierto? —

¡Ay, no! “Señora ¿usted sigue viva?” La miro con desprecio al tiempo que trato de decirle que se joda, que si quiere ser mi amiga tendrá que enviarme una solicitud de amistad en Facebook, como otros 2.353 pendejos  lo han hecho, que no hago excepciones.

¡Maldita sea! nueve de la mañana.

Además de la tripofobia y la gente, el encierro es lo que más temor me causa; siento que las ventanas del bus pierden su forma y se vienen hacia mí, que todos los pasajeros me hablan al oído y sus murmullos ahogan la música -mi único escape-. Sirenas, ladridos, pitos, ruido por todas partes. Miles de voces que me hablan al mismo tiempo.

Miro el celular. Sonrío. Las voces se esfumaron y la canción que se reproduce en mi teléfono se escucha diáfana. Las ventanas regresan a su lugar y ya veo mi destino a dos cuadras. No he dejado de sonreír desde que vi su mensaje: “Qué tengas un buen día, no olvides que eres mío”. Es hora de bajarme.

—Señora, por favor me da permiso—

Le digo de manera cordial mientras esbozo una sonrisa.

—Ah, y el trancón ya pasó, que tenga un lindo día, siempre habrá un motivo para sonreír —.

 

Por, Andrés Angulo Linares

Bogotá (Colombia)

 

Reseña del Autor

De mí no tengo mucho por decir, sólo que busco desgarrarme con cada experiencia y que en la escritura encuentro paz. Es un ejercicio liberador, definitivamente.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“como siempre, cotidiano, mordaz, autentico y real”

Diabla

Me pierdo así  en el infinito placer de su apasionante tentación hacia el pecado

Por, Gabriel Henao

Esos ojos, esa sonrisa, esos labios dulces como la miel que hacen querer quedarse atrapado en sus besos.

Su piel suave y tersa que me incita a desnudarla, a ser el esclavo de sus caricias, el que se jacte de placer en su excitante cuerpo, quien explore cada rincón de este, haciendo un recorrido de besos y suaves mordidas.

Cintura que provoca a dejarse envolver en su sensual movimiento, incitando a perderse en lo más profundo del triángulo de su entre pierna, mientras su mirada en llamas pide a gritos que la devore por completo, mientras quedo envuelto en sus torneadas y suaves piernas.

Me pierdo así  en el infinito placer de su apasionante tentación hacia el pecado,  consumo la manzana de lo prohibido, experimento la sensación de ser adicto al deleite que ofrece su hermosa figura.

 

Por, Gabriel Henao

Medellín (Colombia)

 

Reseña del Autor

Gabriel Henao

Yondó – Antioquia

14/02/1999

Terminé Mis estudios de bachiller a los 15 años, actualmente estoy realizando mis estudios universitarios en Medellín.

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Tentacion, lujuria, seducción”.