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Lenguaje y glamour

«Políticos y líderes sociales que mostraron pomposamente su ignorancia e ineptitud, con las naturales consecuencias en la sociedad»

(Tecomán, Colima, México)

Por, Gabriel Valdovinos Vázquez

Recién iniciado el año dos mil veinte, cuando los amantes de la moda esperaban ansiosos el inicio de la temporada Primavera Verano, las principales “mecas” del glamour invadieron los espacios en redes sociales y todos los medios masivos de comunicación para mostrar las inéditas y estrambóticas tendencias que marcarían una histórica y abundante pasarela de novedades.

Sorprendentemente, empezó a sonar con fuerza como protagonista de esta temporada, el gigante asiático del lejano oriente, quien rara vez ha aportado algo interesante al argot de este mundillo.

Su propuesta fue contundente y se propagó rápidamente por todas partes, como es su actual “modus operandi”.

En un abrir y cerrar de ojos, la realeza inglesa, la rancia sociedad ibérica y hasta las aún herméticas y conservadoras urbes del otrora reino de los zares se vieron invadidas por los fuertes rasgos de este invasivo estilo.

La fuerza de propagación era evidente. Nueva York y las cosmopolitas ciudades del nuevo continente pronto se sumaron al revuelo que producía esta rara moda.

Los que presenciamos esta pasarela mundial desde el olvidado palco de las economías emergentes, también vimos que en nuestro cercano entorno se empezaba a difundir con insistencia este novedoso género.

En unas cuantas semanas, de manera casi inconsciente se empezaron a acuñar e incorporar a nuestras cotidianas conversaciones términos y conceptos antes inexistentes para la mayoría, los cuales manejamos y argumentamos como si tuviéramos todo el conocimiento y la verdad absoluta, de un tema hasta hace unos días desconocido.

La información descendió de los medios virtuales y empezó a circular a raudales entre personas de todos los segmentos sociales y entre todos los miembros de las familias.

Escuchamos a científicos confundidos que hoy decían una cosa y mañana defendían otra totalmente diferente; políticos y líderes sociales que mostraron pomposamente su ignorancia e ineptitud, con las naturales consecuencias en la sociedad.

Salieron a relucir sectas ideológicas cuyos fanáticos, promotores y seguidores nombran culpables y descubren conspiraciones de dominación universal con apocalípticos futuros, pero no aportan el más mínimo recurso práctico y lógico para una emergencia que, independientemente de su origen y finalidad, está causando estragos en todos los ámbitos de la vida actual.

Los charlatanes hacen su fiesta a costa de la desorientación y pánico de todos, vendiendo pócimas, menjurjes y talismanes “curalotodo”.

Poderosas corporaciones científicas y económicas elevan a niveles estratosféricos sus fortunas mediante el siempre lucrativo negocio del altruismo y el convenenciero estribillo de “empresa socialmente responsable”.

Las estructuras económicas, sociales y políticas evidencian sus ineficiencias y las víctimas se empiezan a contar por miles.

La irresponsabilidad personal se convierte en un arma mortífera que está aniquilando a la humanidad en el más impune fratricidio.

El chicharronero del tianguis de mi pueblo habla con absoluto dominio de conceptos como comorbilidad, vectores asintomáticos, e inmunidad de rebaño.

La enfermera confundida y angustiada recomienda practicar en casa los remedios de la Tía Chonita y terapias alternativas y no acercarse a centros hospitalarios.

El vendedor ambulante de tuba y golosinas predice con maestría que la recesión económica y la hipérbola de mitigación será contundente para los mercados bursátiles internacionales.

Los empleados y trabajadores han tenido que replantear drásticamente sus presupuestos, ante la sensible reducción del poder adquisitivo actual.

Los padres de familia, por primera vez se ven obligados a compartir su tiempo con quienes menos lo hacían, sus hijos; y a tratar con solemnidad y resignación temas de “home office”.

Los hijos se encuentran al borde de la neurosis al tener que adaptarse a la cercanía y presencia de unos padres intransigentes e inexpertos en estos quehaceres. Y tolerar temas por demás aterradores como el “home schooling”.

Todos hablan de nueva normalidad, reactivación escalonada, semáforos epidemiológicos con más tonalidades que la bandera de la inclusión, estrategias sanitarias y epidemiológicas, saturación hospitalaria, brechas tecnológicas, violencia estructural, intubación endotraqueal, ventilación mecánica asistida, oxímetros, porcentaje de saturación, confinamiento social, contagio comunitario, y un infinito etcétera.

Se está viviendo como nunca antes una campaña contra el beso y el apapacho; y nosotros, los hijos del vecindario del quinto patio, no podemos hacer otra cosa más que adoptar en lo posible, con responsabilidad y disciplina las medidas lógicas para nuestra propia protección y de nuestra familia.

Y mantener firme la esperanza, que al igual que muchos desechan sus “trapitos” a cada cambio de temporada, al llegar el “fashion” otoño invierno, sean estos términos y fatales vivencias temas de un melancólico recuerdo y podamos lucir el “outfit” de la ilusión para que podamos resurgir de esta calamidad siendo mejores personas.

Descenso Depresión Postludio

Descenso, depresión y postludio

«Dos figuras sentadas a la mesa, difusas, acunadas por la penumbra del cuarto. Uno es muy joven, un niño de no más de doce años y el otro es un hombre muy mayor, tal vez de unos setenta y cinco años»

(Tauramena, Casanare, Colombia)

Por, Edward Alejandro Vargas Perilla

Una imagen, eso era todo cuanto había ante mis ojos, mis tenis rojos, con los cordones deshilachados; un cielo limpio, de un color azul imposible… una corriente de viento helado y bajo mis zapatos, rozando la punta, algo duro y de color gris; bien podía ser una cornisa, un alféizar o el borde de una azotea, no lo sé.

Una imagen extraña, una sensación de bienestar y de inquietud al mismo tiempo, sólo eso, una sensación. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Buscaba algo acaso? No lo sabía, no tenía muchos recuerdos de las últimas horas, tal vez ni de los últimos días o meses; sólo había un torbellino de imágenes difusas en mi cabeza y un sabor acre en mi boca. Posiblemente había estado fumando demasiado otra vez, posiblemente no había bebido una gota de agua pura en mucho tiempo y el olor a café y cenizas exhalado por mi boca era muy fuerte.

Mis ojos permanecían fijos en las nubes, esas hermosas nubes blancas y algo coloreadas de oro y plata, posiblemente púrpura también. No tenía idea de si el sol salía o se ponía. Un temblor frenético en mis manos era muestra clara de un nerviosismo intenso.

Giré lentamente para mirar un poco a mi alrededor, para hacerme una idea de dónde me encontraba, estaba tan confundido… ¿había terminado de escribir? No lo sabía, recordaba vagamente haber dejado una hoja puesta en mi vieja máquina de escribir; la vieja y fiel Remington, con su sonido y timbre eterno, la compañera de desvelos y baluarte de mis sueños y secretos más puros, más sinceros.

Vuelvo a mirar atrás, sólo un poco más, trato de recordar, me fuerzo a recordar, a saber, ¿por qué estoy tan confundido?… ¿es nieve y humo lo que veo a mi alrededor? ¿Por qué nieve y humo? Todo es confuso, quiero creer que tengo una razón para estar aquí, donde sea que esté. ¿Hay un bulto en mi bolsillo? ¿Serán mis cigarrillos acaso?… ¡Cuántas ganas tengo de un cigarrillo!, fumar siempre me ha tranquilizado, hasta donde sé, es lo que mejor me ha funcionado. Ya no puedo recordar cuándo empecé con el hábito, pero se hizo parte del ritual de escribir. Escribir, eso es… ¿soy escritor? No lo sé, supongo que lo soy, lo era o trataba de serlo.

El cielo se hace más claro, parece que sí está amaneciendo después de todo. El viento me envuelve con su helado abrazo, pero no siento frío y estoy temblando, sigo nervioso y no recuerdo porqué. Algo anda mal conmigo, escucho aplausos, pero parece no haber gente cerca… ¿es música lo que escucho? Sí, creo distinguir un saxofón, tal vez un piano y un acorde menor.

Una imagen, una imagen nueva en mi cabeza; unas manos con una pluma muy maltratada garabateando algo en un trozo de papel amarillento, arrancado de mala manera de algún folio más grande y usado. Estiro mis brazos hacia al frente, chocan con algo; es un barandal, está algo oxidado y gastado. Pongo mis manos y me aferro con fuerza… ¿Quién soy? Quisiera saber mi nombre, ¿tengo un nombre? No lo sé, la misma respuesta vacía y estúpida que me he estado dando a mí mismo todo el tiempo que he estado aquí. Todo el tiempo que he estado aquí… ¿Cuánto tiempo ha pasado exactamente? El sol parece negarse a salir por el horizonte, mi reloj de bolsillo se detuvo hace mucho, pero, ¿Quién soy y qué hago aquí?

Recuerdo a dos personas, dos figuras sentadas a la mesa, difusas, acunadas por la penumbra del cuarto. Uno es muy joven, un niño de no más de doce años y el otro es un hombre muy mayor, tal vez de unos setenta y cinco años. No puedo verlos bien, pero los ojos del hombre mayor brillan con cierto desamparo.

No, debo dejar de pensar en esa escena, no me aporta nada y no trae respuestas… lo único que trae son más preguntas, más dudas.

Estoy muy cansado, quiero sentarme, estoy hambriento, tengo sed, quiero un cigarrillo ¡cielos! Voy a rebuscar en mi bolsillo, a lo mejor aún queda uno o dos de esos horribles cigarros Winston; tan baratos y tan accesibles a cualquiera incapaz de proveerse de mejor tabaco.

¿Qué es esto?, ¿una mesa? Sí, eso es, una mesa de madera muy gastada, llena de papeles, con un jarrón y algunas flores mustias y resecas… estoy sentado a la mesa, ¿pero a qué hora me senté?, ¿en qué momento preparé el café? Hay una taza humeante frente a mí.

Me arden los ojos, eso es, me arden mucho y tengo el cuello dolorido; puedo empezar a sentirlo, estoy despertando… ¿estaba dormido? Supongo que sí, el hambre y el agotamiento pueden desmayar a cualquiera.

Empiezo a beber el líquido amargo, un sorbo a la vez y prendo un cigarrillo de esos que hay regados por la mesa. El reloj de pared marca las once en punto y a través de la ventana abierta, una luna pálida e indolente me da las buenas noches. Es una casa pobre en la que vivo, miserable más que pobre. Lo recuerdo todo, está volviendo de golpe a mi cabeza.

Una imagen, mis zapatos, un temblor en mis manos, un amanecer y un bulto en mi bolsillo… ¿un alféizar? No, no creo que lo fuera… ¿una azotea? … es lo más probable, pero ahora, el bulto. Meto mi mano en el bolsillo y saco lo que hay ahí; es un trozo de papel arrugado, ahora puedo ver y saber lo que hay garabateado en él: «FUE UN GRAN VIAJE ¿NO LO CREES?».

Que estúpido infeliz, más preguntas… pero ahora con todas las respuestas, o eso creo. Esa mañana, particularmente fría para ser verano, desperté sobresaltado, con las brumas de sueños lejanos y de preocupaciones mundanas. Esa mañana me vestí parsimoniosamente con lo primero que encontré tirado junto a mi cama, aunque la verdad jamás tuve mucha ropa… así que no había mucho que escoger.

Esa mañana, me senté a la mesa y desayuné una taza de café amargo acompañado por alguna melodía de esas que ya nadie recuerda, sonando algo distorsionada en el viejo televisor a blanco y negro que llenaba un rincón de la estancia; encendí un cigarrillo y me quedé mirando a las dos sillas frente a mí. En una, estaba agazapado el recuerdo del niño que un día fui; lleno de sueños, lleno de vida y con la ambición más pura de comerse el mundo, lleno con las ansias de tocar la luna y conseguirlo todo, como sólo los niños pueden hacerlo.

A su lado, un hombre muy mayor, con la mirada penetrante y desamparada; la figura del hombre que jamás llegaría a ser, la silueta distorsionada de una vejez que jamás vería un amanecer o los recuerdos amados de una familia que nunca existiría.

Lo sabía, ahora lo sabía; esa mañana, sin dudas y sin remordimientos subí la escalera del edificio destartalado y mohoso en el que vivía y me dirigí hacia la azotea; ahora lo veo bien, era una azotea. Me paré en el borde, miré mis zapatos por un momento, luego al cielo, saqué el trozo de papel de mi bolsillo y leí lo que había escrito la noche anterior: «FUE UN GRAN VIAJE ¿NO LO CREES?». En ese momento tenía la respuesta; y sí, había sido un gran viaje… vivir había sido un viaje maravilloso, turbulento, insatisfactorio en algunos aspectos… pero había sido un gran viaje.

Lo sabía, esa mañana, luego de contestarme a mí mismo la pregunta hecha con una lasciva y ladina delicia de amante cómplice, me lancé al vacío y decidí seguir adelante… a otro plano, a otra vida, a un purgatorio quizá; pero decidí seguir adelante.

Nunca terminé de aprender cómo diablos funcionaba el mundo, nunca estuve satisfecho con nada; el sentido de la vida se había perdido hacía varios lustros en medio de páginas de libros vetustos de olvidadas ciencias y saberes.

Fue un gran viaje, pero ahora iniciaba uno nuevo, ¿o iniciaba el mismo viaje una y otra vez?… ¿a quién le importaba eso? Sólo suposiciones, pero al final hice lo que siempre hacía… con todas las fuerzas que le quedaban a mi corazón, un paso hacia adelante, un salto de fe y una sonrisa demente; una sonrisa para acompañar la última gran pregunta que hice o que haría alguna vez.

Fue un gran viaje ¿no lo crees?