«El miedo que le perseguía y que vivía en su mente, creciendo como un parasito… era el miedo a su pasado»
(Tauramena, Casanare, Colombia)
Por, Edward Alejandro Vargas Perilla
Caminaba en la noche silenciosa, por calles vacías y mal iluminadas, caminaba a paso lento, dejando que sus pies le guiaran… ¿A dónde? No lo sabía, ¿llegaría pronto? No había indicios de ello; de lo único que existía una certeza total, era del dolor que oprimía su pecho, de las grandes lágrimas que caían sobre sus mejillas.
Caminaba y el eco de sus pasos se amplificaba de forma sobrenatural contra los muros fríos de los edificios imponentes y oscuros, con sus ventanas polvorientas, como ojos velados… como si estuvieran en un letargo absurdo; como si simplemente esperaran el momento ideal para dirigir sus ojos terribles y luego con voz cavernosa recitar juramentos venidos de más allá del tiempo y las esferas.
Caminaba en la noche silenciosa, mirando hacia los dos lados del camino, sin buscar nada realmente, mirando a izquierda y derecha… pero nunca atrás. Jamás miraba hacia atrás, no por el miedo fantástico a que seres venidos de otros tiempos o lugares remotos pudieran hacerse con él y cebar su hambre enferma con su carne y su alma, no; el miedo que le perseguía y que vivía en su mente, creciendo como un parasito… era el miedo a su pasado, el miedo a sepultar los recuerdos de aquella vida anterior, el miedo… de soltar y dejar ir.
Pero mucho tiempo atrás, antes de esta noche ignominiosa en la que solo el eco de sus pasos y el sonido pesado de su respiración acompañaban su marcha infinita…. Fue un hombre feliz; feliz en medio de todas las privaciones de que pueda ser presa un hombre común.
No sabía a dónde iba, no sabía qué hora era, no sabía cuánto tiempo duraría esta noche…
… lo único realmente cierto, era la molestia que le producían los cuchicheos de aquellos hombres de blanco, que bajo una luna gibosa vestida con nubes de color plata… inspeccionaban su cadáver y tomaban nota de lo curioso que se veía aquel hombre pálido… con la cabeza contra el pecho… y los restos de un cigarro quemado, apretado contras sus dedos como garras.
No sabía a donde iría ahora, pero continuaría caminando.