«Pero, te digo adiós para toda la vida… aunque toda la vida siga pensando en ti»
‘Las horas’ (William Barz)
Por: Olugna
Es la única que se sostiene en posición vertical. El rostro del felino salvaje que sobresale en su centro sugiere que está allí con un propósito que va más allá del azar. Su estética, aunque conserva algunos rasgos de las demás fichas, la separa del resto: destaca, vigila, se impone. A su costado izquierdo, dos cartas —las más altas de sus respectivos palos— completan una composición en la que un juego está por comenzar o por terminar; no lo sabemos.
El as de picas impone su presencia sobre su par de corazones. Nada sobra: aunque la simbología parezca inclinarse hacia lo emocional, aquí la razón se planta primero. Sin embargo, la vida —vista como un juego de apuestas, malicias y estrategias— siempre encuentra la manera de subvertir cualquier cálculo.

La portada es sugerente, pero no ofrece respuestas. Su concepto, armado a partir de elementos que evocan la adrenalina del azar y la tensión nocturna, despierta preguntas más que certezas. Esa parece ser su intención: invitarnos a jugar, a destapar las cartas que propone William Barz en su álbum ‘Mr. Barz’ y descubrir qué se arriesga realmente en esta apuesta artística.
Para mantenernos fieles a esa estética de azar, evitamos recurrir a criterios personales o intuiciones guiadas por los títulos. Dejamos que la lógica del juego decidiera: barajamos un naipe sencillo y permitimos que tres cartas cayeran sin intención sobre la mesa. Los números que quedaron expuestos —4, 7 y 8— marcaron el rumbo. Esas serán las pistas que leeremos, las “cartas” que el azar nos entrega para entrar en la apuesta artística de William Barz.

Un escarabajo aparece interpretando una trompeta en ‘Solo’, cuarta canción del disco y la primera que destapamos. Sus quince segundos de gloria terminan cuando el protagonista —encarnado por William Barz— lo pisotea: un inicio inesperado para una canción que retrata la cotidianidad de la soledad que queda después de una ruptura amorosa: «Con mi soledad, el pecado me lleva a ti. Diablos me va a matar».
El video expone la ausencia que rodea al personaje; la letra, en cambio, deja ver un relato donde el dolor no logra imponerse sobre el orgullo —y la terquedad— de negar la separación: «Y aunque tú digas que no, yo sé que mientes, amor. Tú mueres por verme».
Sobre una base marcada por influencias del soul, la canción incorpora rapeos y texturas cercanas a los géneros urbanos, combinaciones que sostienen una atmósfera en la que ‘Solo’ transita con naturalidad entre distintas expresiones musicales.
«Te digo adiós, si acaso te quiero todavía» es la frase con la que nos recibe William Barz en la segunda carta que destapamos, ‘Las Horas’; una canción romántica que, desde el inicio, expone la sensibilidad con la que fue escrita: «otra canción triste para vos. Maldición», confiesa una de sus rimas. A diferencia de lo que ocurre en ‘Solo’, aquí el protagonista reconoce su vulnerabilidad y admite que la soledad lo desborda.
El video, grabado de noche y desarrollado en exteriores, amplifica esa sensación de ruptura. La iluminación tenue y la ausencia de movimiento cotidiano reflejan la interrupción de una rutina que alguna vez sostuvo la relación. Los beats y otros recursos técnicos ganan terreno en la mezcla y retratan la angustia que provoca el paso del tiempo cuando un duelo permanece sin cerrar: «Pero, te digo adiós para toda la vida… aunque toda la vida siga pensando en ti».
‘Poker Face’ nos priva de una pieza audiovisual que continúe la historia que William Barz ha venido narrando en forma de capítulos; sin embargo, ante la ausencia de imagen, es la música —un funk moderno— la encargada de sostener la historia que propone la lírica: una crónica nocturna, de atmósferas despreocupadas, que resalta el valor del factor sorpresa y la adrenalina que acompaña toda apuesta, incluso la del amor.
En esta reseña, donde elegimos tres cartas de ‘Mr. Barz’, las apuestas han quedado cerradas. El resto de la baraja —y de la historia— queda en manos de quien quiera explorar la vida, la noche, el amor y la sensualidad bajo el riesgo del azar.
Sobre Olugna
Cada crónica es un ritual. Quizás suene demasiado romántico, pero así es. Así soy yo, complejo y trascendental; sensitivo y melancólico, pero entregado a una labor que, después de algunos años, me ha abierto la posibilidad de vivir de mis dos grandes pasiones: la escritura y la música. A la primera me acerqué como creador, a la segunda –con un talento negado para ejecutarla– como espectador.

