ARTBO 2014

 

No vengo a hablar aquí de lo que fue ARTBO, usted o bien sacó  –con dolor, quizá– los $ 25.000 para la boleta o lo escuchó hasta el cansancio en los medios de comunicación entre el 24 y el 27 de octubre. Le puedo contar que este año tuvo cerca de 30 mil asistentes (5 mil más que en ARTBO 2013), que las redes sociales cumplieron un papel especialmente importante en la difusión del evento y que yo, como en Rock al Parque, andaba de primípara en la feria de arte más importante de la capital.

 

A ARTBO entré con ansiedad, primero porque, confieso, mis bases de arte, estética y apreciación son de nivel promedio, es decir, entiendo uno que otro concepto, a veces dejo escapar un “¡qué chévere” o un “¡qué bonito!” y me detengo con interés ante lo que comprendo, a lo demás le dedico apenas un par de miradas; y segundo, porque mi escaso 1,67 de estatura, mis jeans y mi caminar despreocupado desentonaban en una ola de rostros bonitos, encajados en cuerpos esbeltos y altos que, por alguna extraña razón, se conocían entre ellos y hablaban cantidad de cosas, que no dejaban de ser interesantes, sobre las obras orgullosamente expuestas en cada uno de los stands.

 

ARTBO no se puede definir con palabras, porque las artes plásticas tienen una forma de comunicación propia e indomable. No está escrito, ni lo estará jamás, el significado de una esfera de dientes, periódicos con grabados, una pared de cucharas, militares en materas, ollas-reloj, dos vasos de agua, un venado patas arriba y un millar de lentejuelas hechas calavera. 

 

 

 

 

 

 

 

Aunque parece que el arte está escrito en términos financieros. ¡Bienaventurados aquellos que pueden vivir de la pintura, la escultura, el dibujo, la fotografía y la creación!

 

 

 

El arte no se puede escribir porque su forma se escapa a una descripción parca de un par de párrafos, porque los significados son infinitos –y para colmo uno no alcanza ni los más básicos–, porque haría falta preguntarle al artista el sentido, la razón, la técnica y la pasión impresos en cada trabajo y porque, de hacerlo, estaría rehaciendo la obra en palabras y estaría ignorando lo que había expuesto en la mesa o en la pared.

 

Entonces, en vista de que, por un lado, poco entendía de lo que sucedía en los pasillos del pabellón de Corferias y, por otro, no podría escribir jamás algo sincero y fiel a todo lo que es ARTBO, me dediqué a caminar una y otra vez alrededor de la feria, tomé fotografías y observé. Fue en ese ritual de curiosidad y búsqueda de inspiración que dí con dos fenómenos dignos de escribir y de fotografiar.

 

Ana Puentes
anapuentes@rugidosdisidentes.co

 

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EL ARTE A TRAVÉS DE LA PANTALLA

‘SELFIELANDIA’

 

 

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