… el radicalismo es la panacea por estos días
Una pregunta tan estúpida como ¿cuál es tu color favorito? Me hace escribir esta columna. Me lo han preguntado para matar el tiempo o para saber más de mí y mi respuesta develó parte de una lenta construcción de mí hasta ahora.
Respondí: ‘ninguno’. Es que es la verdad. Me gustan los colores pero no tengo ninguno favorito o por lo menos no conscientemente, pero a pesar de la cuestión lentamente encontré un trasfondo sobre eso. A diario nos preguntan qué preferimos si el negro o el blanco, si este equipo de futbol o el otro, si preferimos un artista musical por encima del otro y la verdad es que optamos por elegir solo porque una pregunta conducida nos orienta a ello, resultado de esto nuestro fanatismo se vuelve el contenido del que estamos hechos.
Lo digo porque apenas unos años me encontré debatiendo de forma brutal sobre un político y mi fanatismo llevó al desespero de no ser comprendida; buscaba entonces una aceptación, ganar el debate y al final mi gastritis sería pan de cada día, tratando de convencer a la humanidad de cuál es el camino correcto. Como si el gran grupo de coincidencia fuera el que tuviese la verdad y lejos de eso, se trata del peor indicador, las masas también se equivocan y cuando lo hacen sucede masivamente.
A lo que me refiero, no es precisamente a dejar de lado la lucha por los ideales, cuando uno cree ciegamente en algo basta con disfrutarlo de forma tan intensa para uno mismo. Es decir, con el pasar del tiempo el goce que determinada acción provoque, la felicidad que uno emane de convivir con sus ideales ira recogiendo adeptos a su mundo y no necesariamente habría que captarlos, por la condición del ser humano a permanecer dentro de un grupo, pero de no lograrlo uno podría sostenerse solo si es que es un verdadero apasionado por algo.
Tengo varios ejemplos sobre esto, por ejemplo, antes me irritaba mucho que las personas no comprendieran el valor de la literatura en la vida, bastó con concentrarme en la alegría que producía realizar mis lecturas, para que lentamente personas se sumen a mi amor por lo que hago, en el camino quedan personas a las que no les interesa para nada los libros y no por esto dejan de ser importantes, finalmente a mí no me gusta bailar y ellos también lo comprenden.
Ese puede ser un caso de muchos, me gusta el futbol pero no me parece que tenga que rasgarme las vestiduras por ninguna camiseta. Sin embargo, no dejaré de hablarle a mi buen amigo que tiene la colección de camisetas del Real Madrid porque sí.
Soy abiertamente gay pero no significa que tenga que ser celebrada por ello, lejos de la discriminación existe gente que nunca lo comprenderá y vivirán con eso, pero no los hace mejores, ni peores que yo. De hecho yo nunca podré entender el amor por el vallenato pero tampoco haré un escándalo de eso.
A lo que quiero llegar, y espero no haber sido extensa sin necesidad, es que el radicalismo es la panacea por estos días. Tenemos que elegir todo el tiempo, si preferimos el carro o la bicicleta, si odiamos esta ciudad o no y la verdad es que nada puede estar más fuera de foco. No somos adversarios solo porque no estemos de acuerdo.