(Bogotá D.C., Colombia)
Por, Olugna
María Sánchez, una mujer de 90 años, recuerda con la dificultad propia que tiene una memoria golpeada por los avatares de la vida, uno de los episodios más dolorosos de los que ha sido testigo.
Quizás sea la escena más fiel a la realidad que su cabeza guarda y como ella misma afirma, “parece que hubiese sido ayer”, cuando sentada en cualquier mesa de un restaurante en el sector de Las Aguas, se anunciaba en la radio la fatal noticia: “Atención, atención pueblo colombiano ¡Acaban de asesinar al gran caudillo de la democracia colombiana!, doctor Jorge Eliécer Gaitán”. Su rostro se transforma y mientras repite de nuevo el titular, guarda silencio y por su semblante es probable que a su mente no solo lleguen las palabras que oyó en el transistor, sino también la tristeza que estas le causaron.
Ese día la muerte inundó Bogotá y, escondida tras la confusión provocada por el asesinato del candidato, cobraba miles de vidas de hombres y mujeres que sin norte ni conciencia de lo que allí pasaba, se golpeaban y se mataban entre ellos.
Esa tarde hubo robos, incendios, saqueos a tiendas. —Violaron a niños, a monjas. Mataron a sacerdotes —recuerda doña María, mientras se toma un respiro, bebe un poco de agua y retoma la conversación— Yo lo vi. Se acercaba un perrito… lo mataban… se acercaba un gamín, lo mataban.
Ese día Colombia, especialmente Bogotá, estalló en ira. La animadversión hecha violencia se extendió a cada uno de los extremos de para ese entonces una pequeña ciudad.
Los archivos fotográficos de ese 9 de abril retratan una frágil urbe desbastada, arrasada por el odio que ese día se apoderó de cada uno de sus habitantes sin importar su origen político. Gaitanistas o no, cayeron muchos, algunos jamás despertaron.
Muchas crónicas describen al centro de la capital como un campo de guerra; locales destruidos, tranvías, automóviles y grandes edificios consumidos por el fuego. Una asonada que se extendió por más de 20 horas, hasta que el ejército con violencia, por supuesto, logró poco a poco tomar el control de la ciudad. Aunque en algunos sectores, tres días después, la desgracia seguía recorriendo las calles.
—Se escaseó la comida… un señor caminaba por la calle con sus brazos arriba y gritaba “Dios mío, Dios mío”… Yo no he visto, y nadie verá, desgracia más grande como la de ese día —relata doña María.
Jorge Eliecer Gaitán cayó víctima de los disparos que supuestamente le propinó Juan Roa Sierra, un hombre hasta ese entonces desconocido, que sin saberlo, pasaría a la inmortalidad ese 9 de abril de 1948 a la 1:05 de la tarde. En la historia, su nombre quedaría registrado como el presunto responsable del asesinato.
Se comenta que Roa fue convencido para asesinar al caudillo, para luego ser ofrecido a la turba indignada para que hiciera “justicia” por su propia mano. De esta manera el anonimato de quien dio la orden de disparar era seguro.
—Doble crimen… manchar la sangre del pobre indio. Él, tal vez, por mucha plata que le pusieron en la mano, mató al doctor —agrega.
La vida para doña María, como para tantos contemporáneos suyos, no fue sencilla. Gaitán era algo más que una vaga promesa de cambio, representaba la esperanza de una clase, en su mayoría campesina, sencilla y trabajadora, que procuraba con mucha dificultad, labrar un mejor futuro para ellos y sus familias, mientras impotente veía como otros disfrutaban de los privilegios que ofrecía el pertenecer a esa escasa minoría dueña del poder político y económico.
—Él fue un hombre criado humildemente, no era de la alta alcurnia, no era de la alta sociedad— señala con vehemencia.
Él representaba la honestidad y los valores morales de aquella generación, era la voz del pueblo, era pasión. La fuerza de su discurso en la plaza pública cautivaba a quienes se agolpaban a escucharlo. Su mano empuñada, bien podía ser el llamado a las clases sociales, simbolizaba la esperanza y la reivindicación de los oprimidos y marginados. Fue amado, pero también odiado.
Lo primero que recuerda Doña María del dirigente liberal es su origen humilde, su infancia, a sus padres Manuela Ayala de Gaitán y Eliécer Gaitán Otálora; también evoca la inteligencia del caudillo y las dificultades propias que debe superar una persona de escasos recursos cuando sus deseos de culminar sus estudios y buscar un mejor futuro son mayores a la adversidad.
—Como él recordaba su niñez, no quería que la niñez de ese tiempo fuera como la que tuvo que vivir —asegura.
Tampoco duda la nonagenaria mujer en afirmar que por el Partido Liberal profesa un amor efervescente, un amor que inculcó su padre y que ha sido heredado por las generaciones venideras en su familia y que, por supuesto, esa pasión se afirmó con la aparición de Gaitán en el escenario político nacional. Él recogió el clamor de un pueblo y representaba los intereses de aquellos campesinos, trabajadores y desempleados. En fin, todo lo que se conoce como el sector popular del país.
Los hechos posteriores al asesinato de Gaitán fueron tan aterradores como su misma muerte. El rostro de doña María, que bien podría ser el rostro de los sobrevivientes y testigos de El Bogotazo, se transforma y su memoria cansada, poco a poco, despierta ante el horror sufrido ese 9 de abril.
Esa tarde de 1948, para muchos expertos, el horror se instauró en Colombia y la violencia nació como opción política y como alternativa silenciadora de las voces disidentes. No obstante, la violencia y el odio ya se habían regado por el territorio nacional mucho tiempo atrás; algunas veces, motivada por el abandono estatal y la desigualdad entre clases sociales; otras, instigada por los partidos tradicionales.
Lo cierto es que a partir de ese día, la historia de Colombia se partió en dos y, tristemente, nunca se sabrá con exactitud quién ordenó el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, mucho menos el futuro que le esperaba al país si el caudillo del pueblo hubiese sido presidente.
Quizás por eso doña María al recordar a Juan Roa Sierra, no lo culpa, no lo juzga. Lo compadece.
En homenaje a la memoria de María Sánchez, fallecida el 13 de octubre de 2019.
Imagen diseñada por Iván René León (Galerei)