Cuando fui Skin: el trayecto de la muerte a la vida

La increíble historia de un sacerdote en deuda con su violento pasado

 

 

 

Cuanto mejor expliquemos a las generaciones futuras que casi todos llevamos dentro a un potencial y pequeño nazi hijo de puta, mejor que mejor, pues será la mejor forma en que podamos conocernos a nosotros mismos para así combatir de raíz nuestros propios demonios»

Allí estaba, en un anaquel de madera, en las filas inferiores, rodeado por muchos otros libros. Su pasta negra, las letras doradas de su lomo y la historia que imaginé detrás de su título no solo me llamaron la atención, me afirmaron que la mayoría de las veces el libro es el que busca a su lector. Mi recorrido por unas de las secciones que más disfruto en la Feria Internacional del Libro de Bogotá – FILBo, tenía, como ya es costumbre año tras año, un final feliz. Completaba mi compra con Cuando fui Skin de Asís Arana, el último libro que adquiría ese día y que en la noche, junto con Crisis de Robin Cook y Los Olvidados de Tim Tzouliadis habrían de ser los nuevos huéspedes de mi modesta biblioteca.

Tres meses después lo sacaba por primera vez de su empaque, lo hojeé un par de minutos y lo deje sin mayor interés de nuevo en la biblioteca, creí que era este el final de la interacción entre él -el sacerdote skin- y yo. No obstante, un par de semanas más tarde, comprobé, precisamente, que muchas veces no somos nosotros quienes decidimos que leer, sino que son los libros, quienes eligen los destinatarios de las historias que en su interior guardan.

Su historia es envolvente, la vida del personaje conmueve y la interacción de este con el autor inquieta al lector de tal manera, que es él mismo -Asís Arana- quien debe responder a estas inquietudes. Él, desde España, accedió a conversar con Rugidos Disidentes vía correo electrónico, y de manera generosa respondío a las preguntas generadas a partir de su obra: Cuando fui Skin.

 

Rugidos Disidentes – RD: ¿Qué razón lo llevó a insistir con la historia, dadas las dificultades que tuvo primero para contactar a Pablo y luego para convencerlo de contarla?

 

Asís Arana – AA: Bueno, lo que me había contado el amigo por quien supe de él era ya más que suficiente para entrever que la historia tenía que ser apasionante. De todos modos, creo que es el propio libro el que debería responder a eso. No sé hasta qué punto habré logrado extraer de la historia todo su potencial, pero si por lo que fuera un lector llegara a considerar que mi interés y perseverancia no estaban plenamente justificados, una de dos, o soy más torpe y necio que el peor de los escritores posibles (posibilidad que no descarto del todo), o el lector es alguien tan opuesto a mí que podríamos pasar por seres procedentes de galaxias distintas.

 

RD: ¿Qué tan difíciles fueron las sesiones que tuvo con Pablo?

AA: No fueron difíciles porque creo que la razón fundamental por la que me contó su historia fue que hubo desde el principio bastante química personal (de hecho ahora lo considero, antes que nada, como un buen amigo). No obstante, sí que hubo unos cuantos momentos tensos o especialmente duros y emocionantes dado que, como puedes intuir, para él no fue nada fácil rememorar con pelos y señales episodios tan tremendos y dolorosos como los que vivió en el pasado.

 

RD: Es una historia conmovedora, ¿Qué tan conmovedora resultó para usted?

AA: Pues es inevitable que me conmoviera enormemente, dado que en caso contrario no habría tratado de contarla. Pero la cuestión no es tanto cuánto conmueve, sino los resortes que le toca a cada uno, puesto que lleva a que nos cuestionemos asuntos para los que no hay una respuesta clara. Eso es lo que me gustó tanto de la historia, que plantea muchas preguntas y conflictos morales de muy difícil resolución. De hecho, ahora mismo, y en referencia al tema de la película, algunos productores y directores me preguntan de qué creo que va la historia, y yo les respondo que eso es algo que tienen que resolver por sí mismos. Sobre todo porque en caso contrario dudo mucho que pudieran exprimir  todo el potencial de la historia… cada persona ha de mirar dentro de sí para interpretar o tratar de entender semejante vida. Y es que lo único que está claro, es que esta historia no va en realidad ni de skinheads ni de curas, sino de amor, perdón, culpa, soledad, redención y esperanza, cuestiones todas ellas más que universales. Lo que pasa es que esos colectivos tienen un peso tan grande como iconos culturales e históricos, que hay muchas personas cortas de miras que son incapaces de salirse un solo instante de su prejuicioso esquema mental.

Te pondré un ejemplo. En un determinado medio de distribución, aparecieron juntas dos críticas al libro. En una de ellas una mujer decía que era el libro más maravilloso y conmovedor que había leído en toda su vida (lo agradezco enormemente, pero eso es síntoma de que esa persona no había leído demasiado). Pues bien, seguidamente otra persona calificaba el libro de “apestoso”, literalmente, diciendo incluso que estaba pésimamente redactado. Y ese libro puede ser muchas cosas, pero te aseguro que no está mal redactado. Sobre todo porque eso, más que conmigo, tiene que ver con los correctores de la propia editorial, que en este caso era Planeta. Pero ya me entiendes, para muchas personas de este país, y seguramente del mundo entero, un sacerdote católico no deja de ser un nazi con otro tipo de uniforme.

Pero bueno, que cada uno piense lo que quiera. Es más, si todo el mundo hubiera estado de acuerdo con el libro, yo mismo habría pensado que lo había hecho rematadamente mal, o que en el fondo la historia no merecía la pena ser contada (…)

 

RD: Puede ser bastante difícil no llegar a juzgar comportamientos como los de Pablo, ¿Cómo escritor y narrador de su historia se mezclaron en usted sentimientos… de odio, compasión, rabia…?

AA: Por supuesto. Yo no puedo dejar de ser alguien que, desde que conozco a Pablo personalmente, pierdo parte de mi supuesta objetividad, lo cual no quita para que intentara no tomar partido a la hora de contar su historia. Pero no soy yo quien ha de juzgar si lo conseguí o no… Con esto pasa como con cualquier conflicto; la perspectiva de cada persona es indisoluble a su experiencia con respecto al mismo, de modo que entiendo perfectamente que muchas personas puedan tener sentimientos de mucha rabia con respecto a la historia de Pablo. Son ellas precisamente las personas a las que, estoy convencido, a él le encantaría conocer al día de hoy.

 

¿Cuál es la frontera entre el perdón, el rencor y la justicia? ¿No es el rencor la justicia llevada al plano personal y doméstico de las relaciones humanas?»

 

RD: ¿Hay formas de liberarse de ese tipo de sentimientos para poder transmitir de manera “objetiva” una historia de vida?

AA: No creo en la objetividad pura y dura, creo únicamente en el intento de ser objetivo. Por poner un ejemplo extremo; si yo de niño hubiera sido maltratado brutalmente por mis padres, jamás podría ver cualquier tipo de paternidad de un modo objetivo. De forma análoga, y en mayor o menor medida, en este país la Iglesia Católica ha tenido un peso sociocultural e histórico de tal calibre que, si nos ponemos escrupulosos, no hay una sola persona que, aunque sea mínimamente, no tire hacia uno u otro lado. Y te lo dice alguien agnóstico que tiene amigos tanto del Opus Dei, así como otros ateos y anticlericales hasta niveles tan extremos como furibundos. Curiosamente, y por lo menos hasta donde yo sé, ninguno de esos dos extremos ha quedado muy satisfecho con el posicionamiento del libro, lo cual me alegra bastante puesto que en ese sentido yo soy la única persona a quien debo verdadera fidelidad. Por encima incluso del propio sacerdote. Y aquí no hablo lógicamente en términos de pericia o calidad literaria, sino de honestidad crítica, emocional e ideológica.

 

RD: ¿Qué tanta fuerza tienen en España los movimientos Nacional Socialistas?

AA: A decir verdad eso es algo que me interesa más bien poco y sobre lo que no tengo demasiada información. Supongo que todavía tienen su vigencia, si bien en términos históricamente comparativos me parece que los posicionamientos radicales han perdido mucha fuerza, considerándoseles generalmente como a una panda de borregos fanáticos. No obstante, tengo también muy claro que pueden aflorar con mucha fuerza en cualquier momento. Todo es cuestión de sembrar el terreno con la circunstancia adecuada (…).

Es más, aunque sin llegar a tanto, con esta última gran crisis económica ya se ha visto claramente cómo nos las gastamos. De hecho, ayer vi una película fantástica que habla un poco sobre este tema. Lo hace además de una forma muy bonita, sencilla e intuitiva. Se llama «Dos días, una noche», y trata del modo en que se tratan las personas normales en el ámbito del trabajo, de cómo el día a día hace que las grandes ideas de justicia social queden del todo olvidadas cuando de lo que se trata es de sobrevivir. De hecho yo conozco a bastante gente que siempre vota a la izquierda, pero que en absoluto “es” de izquierdas porque vive de un modo bastante más egoísta e insolidario que incluso muchos acérrimos votantes de derechas. Creo que ése es uno de los graves problemas de hoy en día, que muchas veces vivimos de cara a la galería, que buscamos posicionarnos para ser considerados de una u otra forma por una simple cuestión de estatus social… muchos ciudadanos viven la política como mera propaganda y distracción mediática, como parafernalia sectaria, como una especie de ruido de fondo bajo el que no hay ninguna convicción personal verdaderamente sustancial.

Creo por ejemplo que no habría un acto más político que ir a un kiosco para comprar una revista del “corazón” y, al ver a un indigente en la calle, no hacerlo en aras de gastar ese dinero en un bocadillo para esa persona. Mucha gente puede ver esto como un simple acto de generosidad o caridad social, pero para mí, por muy pequeño o insignificante que parezca, eso es un acto político de primer orden. Sobre todo por ser real y tangible, por tener consecuencias palpables, por ser una forma de restar una gota de poder económico a determinados grupos de opinión en favor de lo que uno considera moralmente justo. Puedo parecer muy ingenuo al decir esto, pero creo  únicamente en ese tipo de personas porque, actuando así, unos cuanto miles de ellas sí que pienso que podrían mejorar un poco las cosas. Lo demás, lo de meter la papeleta en la urna cada cuatro años para luego olvidarse de todo, es para mí pura pose colectiva, parafernalia de plató, hipocresía disfrazada a veces de conciencia humana y social. De hecho, si todas y cada una de las personas fuéramos con nuestros semejantes más próximos como queremos que los políticos se comporten con nosotros, no necesitaríamos centrar tanto en éstos nuestra atención. Es decir, siempre apuntamos con el dedo al de al lado, y casi nunca nos miramos a nosotros mismos (de hecho, sólo tendemos a hacerlo para lo que nos vuelve más lerdos y narcisistas). Pero bueno, ya lo dijo Sartre mucho mejor que yo: el infierno son los otros.

 

RD: ¿Llegan todavía estos movimientos a cautivar a jóvenes como en el caso de Pablo?

AA: No tengo ni idea, espero que mucho menos, aunque supongo que habrá bastantes chavales que todavía sigan cayendo. Aquí todo se trata de educación y comunicación, de perseverar en la prevención, porque está claro que un chaval que se mete en toda esa mierda lo hace por motivos que nada tienen que ver con lo político. Es una obviedad que, en general, un chaval de once o doce años no sabe todavía ni lo quiere ni lo que puede, sólo sabe lo que le seduce para poder reafirmarse ante sí mismo, para lo cual necesita previamente reafirmarse ante su más estrecho círculo de amigos y allegados. Por eso lo importante es conseguir que esos medios de reafirmación personal sean algo tan positivo para ellos como para la sociedad en la que viven.

 

RD: ¿Hay alguna explicación medianamente lógica, por la que estos movimientos aún se manifiesten?

AA: Por supuesto. Es más, que sea repugnante no significa que no pueda ser también tan perfecta como apabullantemente lógica. Lo que pasó en Alemania de Hitler es el mejor ejemplo. El ascenso de Hitler al poder es facilísimamente explicable, y es un episodio de la Historia que se debería enseñar y debatir en las aulas de un modo especialmente práctico y participativo. Y creo que actualmente no se hace muy bien, no se les explica a los más jóvenes que, de haber nacido en esa época y circunstancia, ellos mismos habrían sido seguramente seguidores de Hitler. El ganador del Nobel Gunter Grass, fallecido recientemente, escribió muy valiente y controvertidamente sobre esto a pesar de que, como era de esperar, le cayeron piedras y críticas por todos lados. Pero en mi opinión es importante decirlo todo abiertamente para así poder ser autocríticos. Es decir, cuanto mejor expliquemos a las generaciones futuras que casi todos llevamos dentro a un potencial y pequeño nazi hijo de puta, mejor que mejor, pues será la mejor forma en que podamos conocernos a nosotros mismos para así combatir de raíz nuestros propios demonios.

 

RD: Los elementos ficticios que habría de tener la historia, supusieron diferencias entre el escritor y el protagonista, ¿Qué tanta ficción decidió usted dejar en la historia?

AA: Hay ficción desde el punto de vista de cómo se estructuran y casan algunos elementos y episodios en el tiempo, porque la realidad es mucho más nebulosa y caótica que la estructura narrativa de una novela de este tipo. Pero con esta salvedad, pasó prácticamente todo lo que se cuenta de Pablo y el resto de personajes.

 

RD: ¿Se mantiene aún en contacto con Pablo?

AA: Sí, claro, de hecho hace poco estuvo en Bilbao celebrando la boda de unas personas bastante cercanas a mi entorno. Lamentablemente, y aunque hablamos, no pudimos vernos porque yo estaba en Madrid por trabajo.

 

RD: ¿Y con Alba?

AA: No, ni siquiera llegué a conocerla personalmente. A Cristina en cambio sí que me la presentó Pablo un día de pasada, pero nada más. Lo que no me consta es si ella sabía el motivo por el que yo estaba con  él.

 

RD: ¿Podría decir si a Pablo, de alguna manera, lo transformó la historia contada por usted?

AA: No lo sé con certeza, pero lo dudo mucho. Fue más bien al revés. De todas formas es algo curioso, nunca he hablado con él del libro una vez éste se publicó. Simplemente le llevé un ejemplar y se lo firmé. Lo único que me consta es que lo ha leído, pero Pablo es bastante reservado a este respecto. Sí le he pasado alguna vez el guion que, basado en el libro, coescribí con Alejandro Hernández, un guionista cubano muy bueno. De hecho, todo este asunto es un poco tácito y esquivo al mismo tiempo. En parte lo digo también porque, en su día, el sacerdote podía haberme hecho firmar algo antes de contarme nada, en virtud de lo cual yo no pudiera publicar nada que él no hubiera aprobado previamente. Pero no lo hizo, ni siquiera mencionó el tema. Confió de alguna forma en que yo no pervertiría su historia ni faltaría a su verdad de fondo, por mucho que en el cine, por cuestión de metraje y coherencia narrativa, sí que íbamos a tener que quitar o matizar algunas partes. No obstante, no me gustaría que la película estuviera dirigida a un determinado nicho de público. Es decir, ni mucho menos creo que el objeto primordial de esta historia sea que determinadas personas creyentes apuntalen su fe. Lo que me gustaría es que llegara a públicos de creencias incluso antagónicas, para que cada uno sintonizara a su modo con el conflicto del personaje. Pero sé que esto es complicado, ya que en este país hay muchas personas, y más en el ámbito del cine español, que si ven una sotana consideran que la historia sólo será veraz si trata por ejemplo sobre la pederastia. Pero ojo, igual de absurdo me parece pensar que un cura haya de ser siempre una persona necesariamente buena.

 

RD: Respecto a su relación con Dios y específicamente con la religión ¿Logró el libro alguna transformación en usted?

AA: Sí y no. Lógicamente yo hable muchísimo sobre este tema con Pablo, al final incluso en clave personal. Él es muy feliz viviendo su fe y vocación y, como es natural, trató como buen amigo (de hecho sigue haciéndolo de vez en cuando) de que yo me acercara a un Dios que dudo bastante que exista. Todavía no hemos progresado demasiado a este respecto, pero bueno, aunque en mi caso lo veo complicado nunca se sabe. Me considero una especie de escéptico permeable, valga la contradicción. De hecho, cada vez tengo más miedo de las personas que no dudan absolutamente de nada. Son quienes en mi opinión han llevado a la Humanidad a los peores desastres. Yo, por dudar, dudo hasta de la misma duda, y lo único que tengo claro es que hay tantas posibles verdades como seres humanos, lo cual ni mucho menos significa que haga del relativismo radical una especie de escudo bajo el que quiera guarecerme. Digo tan solo que las simplificaciones maniqueas no llevan a ningún lado, por mucho que les sirvan a algunos para atemperar sus propias conciencias o buscar un sucedáneo barato de paz personal.

 

La palabra “rencor” tiene unas connotaciones indeciblemente peores que “justicia”… si me pillan robando un coche y luego el juez me mete en cárcel, la sociedad estaría siendo muy “rencorosa” conmigo por no querer olvidar mi delito, ¿no? Sin embargo a casi todo el mundo le parecerá justo mi castigo»

 

RD: ¿Creen en verdad si Alba logrará perdonar a Pablo?

AA: No lo sé, habría que hablar con ella y no sé dónde está. Tampoco sé si lo sabe Pablo, ni quiero preguntárselo. De todas formas, creo que el tema del perdón es muy complicado. Tiene muchas aristas y recovecos. De entrada porque pienso que cada persona tiene una definición de perdón algo particular. Hay gente que dice mucho eso de “perdono, pero no olvido”. Para mí eso no es perdonar. De entrada porque olvidar determinados hechos, como por ejemplo los que cuenta la novela, es simplemente imposible. Y después porque el perdón para mí tiene que ver con los actos de las personas, no con sus palabras. Yo puedo decirle a alguien que le perdono pero no volver a hablarle en mi vida y, por el contrario, también puedo decirle que jamás le perdonaré y sin embargo seguir tratándole afectuosamente durante el resto de su vida. Para mí el perdón es algo misterioso, una pulsión íntima e intransferible, y consiste en no olvidar el daño sufrido pero actuar con esa persona como si hubieras olvidado la afrenta a todos los efectos. Es decir, sin albergar un solo poso de rencor. Y eso, por lo menos para mí, y si hablamos de perjuicios graves –y aquí hago un ejercicio de autocrítica–, es bastante complicado. Además, ¿cuál es la frontera entre el perdón, el rencor y la justicia? ¿No es el rencor la justicia llevada al plano personal y doméstico de las relaciones humanas?  No obstante, la palabra “rencor” tiene unas connotaciones indeciblemente peores que “justicia” si bien, puestos a estirar la cuerda, si me pillan robando un coche y luego el juez me mete en cárcel, la sociedad estaría siendo muy “rencorosa” conmigo por no querer olvidar mi delito, ¿no? Sin embargo a casi todo el mundo le parecerá justo mi castigo, que no es sino una especie de rencor social. No sé, es cuando menos un tema bastante complicado.

 

RD: De los muchos mensajes que deja la historia al lector ¿Cuál destacaría?

AA: No es un libro de mensaje –o desde luego es algo que no haya buscado conscientemente–, sino que me gustaría que cada lector tuviera su propia interpretación de lo que cuenta. A pesar de ello, no puedo dejar de pensar en la palabra “esperanza” al rememorar la historia. Porque creo que todos, cada uno en nuestra medida y circunstancia, nos hemos sentido muy hundidos alguna vez, y la historia no deja de ser una muestra de que las cosas siempre pueden cambiar si uno no se rinde. Me consta que suena a tópico, pero me da igual porque también creo que los tópicos no han llegado a serlo sólo por casualidad.

 

RD: ¿Algo más que nos quiera contar?

AA: Sí, que si después de todo este tostón hay algún lector que ha llegado hasta aquí, darle mi enhorabuena y decirle que queda exento de tener que leer cualquier libro mío… ja, ja, ja

 

Por, Andrés Angulo Linares

andresangulo@rugidosdisidentes.co

 

Imágenes del autor tomadas de su sitio web: http://asisarana.com/

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