«Se crea cuando se lee el texto viejo y se imagina el texto inexistente” – Isaías Peña
Hay un mito alrededor de quienes leen un poco más que los demás: al parecer escriben bien. Dicen que su pluma se desliza con fluidez y gracia, que nada les cuesta escribir un cuento, un ensayo o un poema pasajero; pero es todo lo contrario, nadie más que ellos sufre con una hoja en blanco.
He tenido la oportunidad de escuchar a escritores de trayectoria, de compartir con otros que apenas inician ese camino y de sufrir en carne y mente propia, como ellos, la grata tortura de escribir. La causa es tan misteriosa y mortificante como el acto en sí mismo. Sospecharía que una es haber leído demasiado, después de conocer a Kafka, Hemingway, Poe, Cortázar, Dante, Shakespeare, Dostoievski, Rulfo, Saramago, García Márquez, Caicedo y otra infinidad de maestros, no quedan ganas de nada sino de seguir leyéndolos y morirse de ganas, no de escribir como ellos –porque ese no es el punto–, sino de inspirarse y trabajar como ellos. Hay, entonces, una lucha por definir un estilo propio, por innovar, por contar lo que nadie ha contado, por pegar el último grito –o trazo– de la literatura, pero cada nueva producción es una bofetada a la autoestima. En la inauguración de un taller de creación literaria me sorprendió comprobar que todos sufrían (sufríamos) de una ansiedad e intensidad cada vez que escribíamos, lo dábamos todo en una producción, derramábamos esfuerzo y sentimiento en cada párrafo y al final, nos sentíamos satisfechos… pero un par de días después arrugábamos la hoja y la mandábamos al olvido con odio y vergüenza.
Lo complicado del asunto es que no es complicado. Porque escribir no tiene un método, eso no se enseña, sino que se perfecciona y se alimenta. No hay un manual que te diga cómo escribir un cuento que te haga feliz y orgulloso, no hay pasos ni reglas, ni una pista que te diga si vas por buen camino porque no lo hay. Entonces, uno mismo se encarga de complicarse. Tanta lectura hace al escritor perfeccionista y casi paranoico. El primer sufrimiento está en encontrar la historia, el segundo en escribirla y el tercero, quizá el más duro, en leerla y que le guste a los demás y a uno mismo. García Márquez optó por dejarlo a la suerte: “Nunca releo mis libros, porque me da miedo”.
Y, creería que ese pánico ante la hoja en blanco y ante la hoja ya escrita nunca se pierde. Confío en que los grandes y los hoy “pequeños” de las letras sigan retando al demonio de la creación literaria y lo dejen plasmado en cada escrito que hagan para que, en el momento y en el lugar correcto, el demonio se incorpore de la hoja e invada la mente de otro pobre nuevo escritor. Hay una teoría alrededor de quienes leen un poco más que los demás: no escriben bien, pero se toman toda la vida para intentarlo.
Por, Ana Puentes
anapuentes@rugidosdisidentes.co
Imagen tomada de Internet: www.circulodescritoresvenezuela.org