Carmelita es una mujer de cuarenta años de la comunidad Embera Chamí y desplazada por las Farc; llegó el 6 de mayo de 2007 a Bogotá y desde entonces no ha dejado de luchar ni un solo día
Crónica tomada del libro De la tierra al olvido y otras historias de mujeres en medio del conflicto
La más dura época de Carmelita no termina ahí, hace unos días se le acercaron a preguntarle cuánto costaba un collar, ella lo que hizo fue responder pero estaba tan distraída con su bebé que cuando se dio cuenta ya era muy tarde, ya le habían robado un collar. Uno de tantos que ella con tanto esfuerzo y dedicación elaboró se lo habían robado en menos de diez segundos; para ella vender un collar al día le significaba comida y resguardo.»
La perseverancia a veces cansa…
¿Sabes lo que es vivir un mes sin saber tu nombre? El hijo de Carmelita sí lo sabe, pero ignora que es uno de los derechos que le han sido quebrantados.
Aunque no es el más grave ni urgente problema por solucionar en la vida de ella, dentro de pocos días ese tema se habrá resuelto, pero ¿qué pasará con los otros derechos que le han sido vulnerados? El derecho de tener seguridad social, el de disfrutar de alimentación, vivienda y servicio médico, o el de ser el primero en recibir atención médica en situaciones de emergencia.
Carmelita es una mujer de cuarenta años de la comunidad Embera Chamí y desplazada por las Farc; llegó el 6 de mayo de 2007 a Bogotá y desde entonces no ha dejado de luchar ni un solo día y menos ahora que tiene una nueva razón por la cual debe continuar su batalla.
Mujer doblemente desplazada, primero en Belén de Umbría, donde duró siete años, luego en Mistrató, su ubicación principal. De la finca a Risaralda son cuatro horas caminando y dos horas en carro. Lleva tres años en Bogotá, su esposo vende dulces, se alojan en una pieza en el centro de Bogotá que les cuesta nueve mil pesos la noche y se gastan diez mil pesos al día en comida.
Ella llegó con su familia a Bogotá, sin conocer a nadie, en un bus donde venían nueve personas desplazadas del mismo lugar. Mataron a toda su familia: padres, hermana y sobrinos, pero ella prefiere no recordar los hechos que sucedieron en Mistrató, Risaralda, el día que fueron desplazados.
Ella dice que los enviaron desde la gobernación y al llegar a Bogotá les dieron veinte mil pesos, con los que compró chaquiras y nailon para hacer collares indígenas para empezar a venderlos como hacía en su tierra y como le había enseñado su madre desde pequeña. Solo que ahora los vendería en las calles de Bogotá, de lunes a sábado y los domingos y festivos se desplaza a Usaquén.
Aproximadamente sus collares son de diez mil, quince mil y hasta cuarenta mil pesos, hay días que vende, otros no, pero para poderse mantener tiene que vender por lo menos cinco collares de diez mil pesos. Al igual que su esposo, que vende dulces en los buses, a ella le da pena pedir limosna ya que le da miedo que la rechacen o simplemente no le colaboren, así que prefiere hacer las manualidades que le enseñó su madre. No terminó el colegio, quedó en segundo de primaria porque no tuvo recursos para seguir pagando, además su colegio era muy lejos de su casa, pues en la vereda que vivía no había ninguno y el único quedaba en el pueblo; su recorrido era salir a las 5:30 a. m. y llegar al colegio a la 1:00 p. m., su jornada era de 1:00 p. m. a 5:00 p. m., afortunadamente este era un internado, entonces estudiaba de lunes a viernes y el fin de semana se iba a su casa. Así que el recorrido solo era frecuente los lunes y viernes. Su colegio era grande, no tenían uniforme, dormían en un salón gigante: el dormitorio.
Y es que ese es el horizonte cotidiano de Carmelita, todos los días se levanta para continuar una batalla. Vive en el centro de la ciudad con sus cinco hijos: Anderson, Derner, Alejader y Carlos, Sicama y su esposo; sus hijos estudian en un colegio distrital, el San Agustiniato Caballero, y su hijo de jardín en uno llamado Paolita, están situados en el centro de la ciudad, no tiene ningún costo ya que ella pasó unos papeles y, por ser desplazada, el distrito la ayuda y la favorece: tres de sus hijos en el colegio, uno en jardín y un bebé de un mes de nacido. A la fecha, Carmelita lleva cinco días sin comer medianamente bien, puesto que su bebé de un mes, que aún no tiene nombre, se enfermó y por esta razón le quedó imposible salir a trabajar.
Sin embargo, esto no ha sido un impedimento para volver a las calles a vender sus artesanías en la carrera 13 con 37. Así, con el estómago vacío y con la ilusión de vender en el día al menos los veinte mil pesos que le cobran por noche en la piecita donde se hospeda.
La más dura época de Carmelita no termina ahí, hace unos días se le acercaron a preguntarle cuánto costaba un collar, ella lo que hizo fue responder pero estaba tan distraída con su bebé que cuando se dio cuenta ya era muy tarde, ya le habían robado un collar. Uno de tantos que ella con tanto esfuerzo y dedicación elaboró se lo habían robado en menos de diez segundos; para ella vender un collar al día le significaba comida y resguardo.
La cultura Embera Chamí comparte la historia prehispánica y colonial de los embera, caracterizada por su continua resistencia a las incursiones conquistadoras hasta el siglo XVII, cuando la mayoría de los pueblos huyeron hacia las selvas. En el proceso de asentamiento en su actual territorio han estado en permanente contacto con poblaciones mestizas y afrocolombianas con las que comparten su área de ocupación, así como con otros actores de la sociedad mayoritaria que han configurado la dinámica social y económica de sus asentamientos.
Durante las últimas décadas han enfrentado el problema de la reducción considerable de sus territorios debido a la expansión de la frontera agrícola, así como el deterioro de sus suelos; estos fenómenos han propiciado transformaciones en su patrón de residencia y explotación del medio ambiente.
La vivienda de este grupo se destaca por la dispersión de sus asentamientos ubicados sobre las cuencas de los ríos, en donde han desarrollado por cientos de años una cultura adaptada a los ecosistemas de selva húmeda tropical. Habitan en tambos rectangulares construidos en guadua, separados entre sí y ocupados por varias generaciones de una familia extensa. Actualmente, los planes de vivienda impulsados por las entidades gubernamentales y religiosas han propiciado la nucleación de sus asentamientos.
Hoy en día son comunes las veredas conformadas por varias viviendas, una casa comunal –donde está el cepo– y una escuela.
La organización sociopolítica de esta comunidad es la parentela, base de la organización social, está integrada por el padre, la madre, los hijos de la pareja y sus respectivas familias. La autoridad la ejerce el jefe de familia, generalmente una persona mayor. Su organización política recae en el cabildo, figura que, a pesar de ser esencial para las relaciones externas de la comunidad, no ha desplazado el poder de las autoridades tradicionales para establecer formas de control social.
Al igual que para los demás grupos embera, el jaibaná, hombre o mujer, tiene una función de gran importancia en el manejo de la vida mágico-religiosa del grupo.
Las comunidades chamí del departamento de Risaralda se encuentran organizadas alrededor del Consejo Regional Indígena de Risaralda (CRIR), con cabildos mayores y cabildos locales. En el Valle del Cauca, los chamí han conformado sus cabildos bajo la coordinación de la Organización Indígena del Valle (ORIVAC).
La economía embera y el sistema de producción se basa en la agricultura de selva tropical, en parcelas donde cultivan café, cacao, chontaduro, maíz, fríjol y caña de azúcar, entre otros productos. Además, practican la caza, la pesca, la recolección y en menor medida, la extracción de madera y oro.
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Crónica tomada del libro De la tierra al olvido y otras historias de mujeres en medio del conflicto que presenta 18 de las cientos de historias, que lograron reunir en dos años de trabajo un grupo de periodistas en formación. En éstas se hace un acercamiento a las voces de aquellas mujeres que en carne propia vieron como un conflicto, del que no tienen responsabilidad, las hizo protagonistas de una tragedia.
La compilación fue realizada Proyecto Ceis – Colectivo de Estudios e Investigación Social. La edición estuvo a cargo del Centro de Memoria Paz y Reconciliación, y contaron con el apoyo de la Alcaldía Mayor de Bogotá (Bogotá Humana) y la Alta Consejería para los Derechos de las Víctimas, la Paz y la Reconciliación (Dignificar).
Imagen tomada de internet: identidadesymemorias.wordpress.com