Lágrimas de felicidad

«Un beso en la frente despertó a Felipe en esa casa antigua y desconocida, nada de lo vivido había sido un sueño»

(Mosquera, Cundinamarca, Colombia)

Por,Wilmar Montoya

Una gran carpa con miles de escenarios y artistas le aguardaban. Era su primer día, su primera actuación. El frío de Bogotá a la altitud de ciudad Bolívar le pegaba en los huesos y lo despertaba. No se quejaba del frío, su madre le había explicado que para poder ver todas las luces de la ciudad antes de dormir, tendría que soportar en las mañanas el frío al que vencía con un agua de panela que tomaba viendo cómo por arte de magia, todas las luces de la noche se habían sumado una tras otra para dar paso a una gran luz que le calentaba los cachetes y le secaba los mocos que por el frío le escurrían. El viento que silbaba con los árboles no quería quedarse solo y para acompañar su melodía, hacia resonar cuanto objeto suelto encontraba a su paso. Felipe se había acostumbrado a esa orquesta y la había vuelto la banda sonora de sus mañanas. Una serie de crujidos, chillidos, zumbidos y tintineos daban el ritmo al alistamiento que su madre llevaba a cabo.

Una vez listos, Felipe, se encaminó con su mamá hacia la casa del director de la obra, que, aunque nunca lo vería actuar, sí le daría el libreto que al pie de la letra debería ejecutar. Las empinadas y serpenteantes calles bogotanas, que a esa hora se inundaban de personas que a la mayor prisa buscaban llegar a sus destinos, se le presentaban desconocidas. A los seis años no tenía presente muchas calles ni muchas casas, pero estaba seguro de que nunca había visto casas tan antiguas y bonitas. Se habían acabado las subidas y bajadas de calles, también la vista se limitaba, Felipe sólo se preguntaba si en la noche volvería a ver las luces que todas las noches lo acompañaban. Leidy, mientras apresuraba el paso, le contaba a su pequeño Pipe por qué las lágrimas que se le escapaban eran de felicidad, y aunque su hijo no entendía por qué en el rostro de su mamá no había ni una sola sonrisa, esperaba llegar pronto a donde el señor que lo convertiría en un pequeño actor, del cual su mamá insistía se sentiría muy orgullosa.

A los seis años no hay mucha expectativa de cómo pueden ser las cosas, las personas o los lugares, así que Felipe no pudo sorprenderse de la casa, ni del lugar. Había otro par de actores, unos más grandes, otros más pequeños. Lo más probable es que con ninguno compartiera escenario, pero sí libreto. Algunos actuarían con sus madres como Felipe, otros interpretarían un monólogo y algunos más serían solo actores de reparto en un libreto un poco más pensado a la interacción forzada con el público. Felipe veía con asombro las lágrimas de felicidad en casi todas las madres de sus colegas de actuación, sin que ninguna fuera capaz en ningún momento se esbozar la más mínima sonrisa.

Una voz gruesa y profunda los llamaba, en la puerta un señor grande y gordo les daba el paso. Leidy se le acercó.

―Don Jairo me está esperando―. Dijo Leidy, mientras se secaba su última lágrima.

―Arnulfo, dejé pasar a Leidy―. El malencarado lava perros abrió la puerta con su brazo plenamente estirado.

Leidy solo pudo pensar que seguro ese grajo era una arma muy eficaz.

Leidy se agachó y besó en la frente a Felipe. Antes de entrar, miró con recelo a Arnulfo y le mandó un beso a su pequeño Pipe, la vieja puerta crujió y se cerró.

Un beso en la frente despertó a Felipe en esa casa antigua y desconocida, nada de lo vivido había sido un sueño, ese era el día en que saltaría a la gran carpa. Leidy, con más lágrimas de felicidad que en la mañana, llevó a su pequeño a un parque aledaño y allí le explicó cuál sería su papel. En medio del movimiento de los columpios le dijo que no tendría líneas, no habría que decir nada y cuando se subieran al escenario no podría reír, ni hablar con nadie del público, pues eso dañaría su actuación y no tendrían la aceptación que esperaban.

Al final del discurso de su madre, Felipe, procedió a llevar a cabo la única tarea que le había sido encargada y cobró el valor de la entrada, que solo pagaron los espectadores atentos. Finalizada la actuación, Leidy se fundió en un abrazo con su Pipe, ambos dejaban escapar lágrimas de felicidad sin sonrisa como las habían llamado, esperaban el siguiente escenario. El próximo bus.

La tercera parte de la trilogía fue incluida en el libro ‘Senderos Inmarcesibles’, puedes adquirirlo aquí

(Cuento publicado por primera vez el 23 de septiembre de 2015 en rugidosdisidentes.co)

Sobre Wilmar

Soy Wilmar Montoya y transito la edad media creyendo siempre superarla. Considero demasiado pretensioso escribir algo nuevo en el mundo en el que ya todo está escrito y por las mejores plumas. Un completo sinsentido, como esta sociedad.

Por eso, por medio de las letras, intento encontrar un espacio que habitar, un lugar para no ser en un tiempo que no llegará. La transición continua me impide describirme. En este mundo de vértigo donde todo cambia para quedar igual, hay una sensación de completo desconcierto.

Que las letras que escribo sirvan entender cómo veo el mundo y así, de pronto, encontrarme en él. Ya no soy lo que era ayer, hoy no me reconozco y para mañana falta mucho tiempo.

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