Dafne
De la mano brota el movimiento, y tras él el sonido. Sale inmóvil y blasfemo, como un recién nacido, y los muros del silencio, que también es un sonido, se derrumban sin permiso, después del primer acorde.
Abrazado, sujetando al cello sin movimiento. Apretando la madera, contrariándola, que se ciñen las huellas sobre la tabla desierta. El ajuste de las cuerdas que amarradas se resisten, no se dejan, son rebeldes a entregar el sonido, y la mano del artífice que las golpea con fuerza, las penetra frenéticamente con el arco, mas las cuerdas como la carne se abren frente al cuchillo, lanzando gritos de dolor que son el eco de la pieza, el trasfondo del sonido.
Instrumento y músico se unen al calor del movimiento, y los contornos de mujer que se delinean por el árbol, por el tronco despojado para construir el Cello. Esa sombra de mujer que vivió como planta, que retiene esencias místicas del bosque ultrajado. El grosor de las cuerdas del llanto, el sonido de las almas, el tacto de la tristeza.
Carne, uña, cuero, tendón, piel y hueso balanceándose sobre materia inerte. Nace un pensamiento, se fusiona con sangre, incita seducción y termina con un Fa #. Huye luego hacia un Re Mayor y termina su periplo en un Si, y tiene que ser menor porque la noche aún es oscura, porque no hay amor en el brazo que alienta el movimiento.
Aún esperando que del cello salgan brazos, que cruja la madera y se destapen los contornos, se abran las heridas. Que la sangre del roble por fin pueda descansar en la tierra, y las lágrimas del intérprete cesen de rodar por el arco hacia las cuerdas. Que las barreras se rompan, las cuerdas dejen de aullar y revelen la verdadera voz oculta. Quebrada la madera, sangrantes las heridas, cubierta de sabia y aserrín salga al fin la criatura del sonido aquel, la de la voz grave y el llanto agudo.
Surge tras el cascarón del deteriorado instrumento el motivo del control del envoltorio, obra del Lutier. Una mujer inhala, con escarcha en los contornos, los ojos cerrados y la cabeza agachada. Con su senos y cadera envueltos en dorada escarcha. La criatura respira por vez primera desde que se hallaba atrapada en su árbol, flores amargas, pero de olor fuerte, salen sin permiso ni ayuda alguna de sus cabellos.
El músico aún sostiene a lo que era su Cello. Siente por primera vez la piel, la palpa. La babaza de la sabia permea todo su cuerpo, y el olor de la vida lo deja inerte. La mujer se mantiene aún estoica, aprovecha la quietud de su maestro para tomar el arco entre sus manos, no se detiene a observarlo, solo actúa con natural instinto.
El músico sin darse cuenta ya se halla cubierto de la espesa sabia, del líquido sanguíneo, de la antigua esencia. La criatura, de rodillas aún por la pesada postura del Cello, se levanta y se da vuelta, enviando su mirada ciega hacia el maestro. El observa los parpados cerrados, siente la respiración calmada, el arco que se inclina hacia su estómago, y la ninfa ahora busca con el tanteo de su mano el ombligo de su amante, usa el tacto del filo del arco para centrar su punto, y el maestro confundido no refleja más que una ofusca mirada.
Solo un pequeño soplido, un insignificante respiro que se oyó en todos los rincones, fue la respuesta a la intromisión del arco en la piel acuosa del músico. No hubo sangre ni vísceras tras la cruel puñalada, tan solo un líquido sin forma, una luz lechosa, un caudal dorado de increíble beldad, que bajó despacio desde el ombligo del músico, haciendo contacto con la tierra y brotando de ella flores, lirios y cigarras.
La homicida sonreía, despojada de toda culpa, y su cuerpo brillaba con total armonía, bajo los cantos de las cigarras que brotaron de la tierra, que con su canto, oído como cítara, daban luz a una nueva pieza. –Oh Dafne, mi querida Dafne, más de un milenio para encontrarte, más de mil notas para dejarte libre, y ¿te atreves a herirme con la llave de tu encierro? -Son tiempos distintos mi desgraciado Apolo, y del hastió que nace ahora que vuelvo a verte, prefiero mil años más de encierro como instrumento. Ser la mensajera de las ondas de Euterpe, ser el instrumento de su noble causa.
-Pobre de mí que no pudo contenerte, ni en la simplicidad de la carne, ni en la exaltación de la música, he de partir ahora con la herida aún más abierta, con el deseo intacto, con el recuerdo de tu natural fantasma. El músico acercó su mano para tocar a la mujer, y al momento del roce con la piel empapada en sabia, se desmoronó en miles de partículas dejando caer el arco desde la profundidad, ahora inexistente de su vientre.
Las cigarras callaron, la yerba del suelo encontró rápido la muerte, y aquella dama, criatura, bestia, mujer, envuelta tras su armadura de sangre de roble y alada por los laurales que nacieron en su cabello, bajó del escenario, donde acompañada además del extinto maestro, se encontraban músicos, en completo espanto.
La audiencia calló mientras la dama con cabellera de laureles, caminaba por la mitad de los asientos del teatro. El público aristocrático mordió labios, cerró los ojos, no podían soportar la iridiscencia de la musa. Pero aún muchos quisieron arrojársele a los pies, besar las manos pegajosas, los ojos sellados, pero ninguno pudo probar el contacto de su carne, pues ya todo había sido prohibido para aquellos falsos adoradores, solo fue merecedor de su abrazo, un personaje cualquiera que se ocultaba de la lluvia a las afueras del teatro, con cartones como paredes y periódicos cubriendo sus brazos, donde la mujer se dejó llevar y compartir su misterio, siempre buscando la sencillez del humilde a la soberbia de la deidad, propia de la estirpe humana.
Dynamic Duo – Cello And Scroll
Reseña del autor
Jorge Alejandro Llanos
Estudiante de periodismo e historia del arte.