No imaginé que un recorrido de 4 pisos, por las escaleras, sería un viaje eterno. Del piso dos al sexto, mi mente se convirtió en un collage de recuerdos.
No imaginé que un recorrido de 4 pisos, por las escaleras, sería un viaje eterno. Del piso dos al sexto, mi mente se convirtió en un collage de recuerdos.
Pasamos el tercer piso, mi jefe no se detuvo, yo tampoco. Continuamos con nuestro ascenso. Mi suerte está jugada, hoy, lunes 20 de junio, la moneda cayó por el lado contrario. Ráfagas de imágenes pasan en frente mío: la entrevista inicial, mis primeras labores, el primer conflicto y la convicción de que en ese instante habría de iniciar una película – que justo hoy- en un sexto piso, grabaría su escena final.
Recuerdo también esos sueños que llevé siempre conmigo, convencido que en una oficina, al frente de un computador, habrían de encontrar la plataforma en los que por fin algún día saltarían a la realidad.
Nunca he sido de muchos amigos, aun así aprendí a conocer a mis compañeros; sus expectativas, sus contradicciones, sus miedos y su sello personal. Algunos de ellos fueron más que un individuo con el que compartía labores y de vez en cuando un café, un cigarrillo o una cerveza.
Piso quinto, el rostro de mi jefe no expresa emoción alguna. Entiendo en ese instante que la emotividad es una condición ajena en aquel que tiene el poder. Su boca niega la posibilidad de una conversación, tampoco hace falta, pero ¡Mierda! Cuánto ayudaría un: «¿Cómo va todo, bien?”, a hacer más ligero el recorrido.
Ocho años de mi vida veo pasar frente a mí. Recuerdo a aquellos, que como yo, hicieron también ese mismo recorrido. Recuerdo, además, que no he acabado la labor del día, ya es muy tarde, mañana será tarea de otro. Mi estómago está hecho trizas. ¿Qué sería de mi vida fuera de ese edificio? Tengo más de 30 y para la sociedad ya no soy joven.
Estoy sudando, mis extremidades tiemblan. Tengo nervios, la ansiedad se apodera de los posibles argumentos que he de expresar si tengo la oportunidad. Supongo que así debe sentirse un hombre que camina hacia la horca, al lado de su verdugo.
Recuerdo la máquina de café, refugio y escape a la vez, sala de reunión subversiva cuando en los cierres, a las tres de la mañana, las cosas no marchaban bien. El tiempo aquí fue más una experiencia de vida que una acumulación de conocimientos técnicos. No soy el mismo sujeto que ocho años atrás no tenía un plan de vida, hoy estoy más cargado de sueños e ilusiones que en ese entonces.
¡Hijueputa! Necesitaré una caja para vaciar mi escritorio y un camión de mudanzas para cargar tanto recuerdo.
Mientras subía confirmé el valor y la fuerza que puede brindar una amistad, y como ésta, no requiere de un mismo espacio para trascender en el tiempo y superar la distancia. Definitivamente, los años acá fueron más soportables gracias a ella.
¡Por fin! llegamos al sexto piso y por un instante quise que el recorrido hubiese sido más largo de lo que fue. No era para menos, el código 10523 ubicado en el puesto 3C-023 ha concluido su historia aquí. Recuerdo la frase de una canción: «… El mundo está por estallar y los demás en la oficina por nada» y respiro profundo.
El silencioso recorrido finalizó, frente a mí una puerta de vidrio. Portal místico que dará la bienvenida a una nueva vida, que de hecho, espero sea grandiosa. Cruzo la puerta de vidrio, reparo que no hubo tiempo para un café. Hoy, recuerdo que muchas veces imaginé cuáles serían mis palabras para este instante final.
Por, Andrés Angulo Linares
@olugnaelgato