Poeta Austral
Es una mañana cualquiera y al despertar con los primeros rayos de luz en su rostro, comienza su batalla diaria por sobrevivir, toma su mochilón y guarda sus pertenencias, un diccionario de filosofía, varios cuadernos, algunos lápices y su infaltable abrigo gris de paño envejecido por la mugre, el tiempo y algunas lanillas de paja.
Al descender de la alta barriada del El Rocío, sector ubicado entre las faldas de los cerros Guadalupe y la Peña, lo que hace que sus calles se conviertan en verdaderos laberintos, pasa sus noches en un improvisado refugio cubierto de plásticos, cartones y uno que otro tinto que le sirven de amparo para que el frio penetrante de la noche no le consuma sus huesos.
Así comienza un día en la vida de Juan Erasmo, poeta de la esperanza y la pobreza, en su profesión lleva escribiendo toda la vida, una parte en su patria y otra en Colombia. Comenzó sus estudios en la Provincia de Coquimbo (Chile), lugar de nacimiento y luego se trasladó a Santiago donde terminó sus estudios profesionales de literatura.
Estuvo algunos años en la docencia universitaria, pero no le gustó ser empleado y tampoco permanecer en un solo lugar, entonces inició su propia aventura, viajar por Sudamérica. En 1987 llegó a Cali con unos músicos y artesanos que venían desde el Perú. Allí permaneció cerca de cinco meses y posteriormente se trasladó a Medellín, donde de pueblo en pueblo se ganaba la vida tejiendo búhos en cabuya de fique y algodón.
Desde que llegó a Bogotá se acostumbró al centro de la ciudad en especial al barrio Las Aguas, su zona de trabajo es el Eje Ambiental o la Avenida Jiménez, el lugar de inspiración es la plazoleta de Nuestra Señora de Las Aguas, allí escribe lo que piensa y se imagina, también realiza uno que otro búho que le encargan los jóvenes alumnos.
Sus poemas han acompañado a varias generaciones de estudiantes, especialmente porque son los clientes número uno de sus creaciones. Está radicado en Bogotá desde hace 25 años, aprendió junto a sus compañeros de viaje a interpretar la quena (flauta indígena de los Andes) y a realizar tejidos en fibras, pero en sus aventuras también inició su viaje por las drogas y el alcohol.
El rebusque
Sobre las 8:30 de la mañana pasa por el nacimiento del rio San Francisco, rumbo al Eje Ambiental en busca de algunas monedas que le alcancen para un café y pan. Luego se dedica a escribir algunos pensamientos.
A eso de las diez de la mañana se acerca por los restaurantes del sector, a descargar el mercado que llega de las plazas cercanas, inmediatamente Juan está listo para comenzar a bajar los bultos de alimentos y repartirlos rápido, pues esta es la forma como se gana el almuerzo y el permiso de los propietarios de los negocios para vender sus poemas, aunque él no los ofrece.
Luego de medio día se sienta a hablar con algunos de sus amigos, en la estatua de La Pola, son estudiantes de Antropología, Ciencia Política o Historia, jóvenes con poco que decir pero con mucho que escuchar.
Cerca de las tres de la tarde pasa por su almuerzo y luego a sacar la basura que ha quedado del día de trabajo en los comederos. En la noche dará una conferencia en la Universidad Externado, ya que algunas personas que lo conocen lo invitaron allí para que declame sus poemas y de paso se gane algunos pesos.
Cuenta que la plata que gana en el día es para pagar la dormida y comprarse media botella de Brandy o si fue un buen día una botella de vino chileno, ojalá que sea tinto, que es el que lo ayuda a dormir, también para comprarse unas madejas de cabuya para los búhos y cuadernos para escribir sus versos vagabundos.
Sus días pasan siempre igual, aunque a veces la policía y los vigilantes molestan, ya que desprecian a los indigentes. En más de una ocasión a estado encanado por escándalo en la vía pública. En las noches de los viernes se dirige a los bares del centro de La Candelaria a vender sus creaciones y casi siempre lo logra, aunque su vestuario no le ayuda, por lo general está sucio y mal oliente, pero su acento extranjero es un arma perfecta.
El recuerdo
De vez en cuando se acuerda de su familia, en especial de su señora madre Rosario y de su padre Joaquín, ellos, campesinos dedicados a sus hijos y ahora a sus nietos. Cuenta que tiene tres hermanos uno de ellos es médico rural, el otro profesor y su hermana menor Alicia quien es arquitecta y con quien no habla hace más de siete años.
La última vez que conversó con su madre fue hace como un año y medio, que estuvo por la embajada donde le prestaban asistencia médica y le tratan de ayudar en su adicción al alcohol, cuenta que hace un tiempo le daban dinero para los gastos y alguna que otra cosa que su familia le enviaba. Pero que ese auxilio ya no existe y lo único con lo que le colaboran es con una llamada al semestre y “eso si el Cónsul está de buen genio”.
Sus ojos se llenan de lágrimas y nostalgia al hablar de su familia y de su pasado, pero toma un nuevo aire, respira profundo y agradece estar vivo para poder escribir, leer y beber que es lo que más le gusta hacer en la vida.
Insinúa que ha compartido su existencia con varias mujeres que le han robado el corazón, pero a pesar de andar solo, es un enamorado de las “chicas…(risas…) donde algunas mujeres han compartido mi humilde lecho”. Su compañía permanente son sus poemas y aunque los vende por todo lado, por cualquier moneda o sobrado de comida, nunca ha olvidado su origen, florece de repente en su rostro una mirada melancólica, ya que desearía recitarle algunos de sus más sentidos poemas a su madre doña Rosario.
Fabio Rave Contreras
fravess@gmail.com
Mauricio Salinas Rozo
Fotografía