«Hablé con él. Le dije que era muy valiente, pero que podía descansar si quería. Me fui a trabajar»
(Colombia)
Por, Carlos Arturo García Bonilla
Golpearon a Sol, mi gato, el fin de semana pasado. Pensé que había sido una pelea (una con un perro muy grande, tal vez), pero el veterinario me confirmó que fue golpeado. Perdió un colmillo, sangró terriblemente, tenía la cabeza inflamada, tal vez deformada. La sangre se le había coagulado en un lado de la cara. Lo primero que entendí, después de pasear por toda la ciudad, es que, si eres un gato, solo puedes resultar herido en días hábiles y horario de oficina. Conseguí, por fin, el número personal de una veterinaria y me dijo que nadie atendía fines de semana, pero que con mucho gusto le daría una cita a Sol el lunes a las 9:30 (más temprano era imposible).
Pasé el fin de semana vigilando a Sol cada hora a ver si seguía vivo, pensando en la sórdida alegría de la o las personas que le hicieron esto. Probablemente fue alguien que se siente débil y de esta forma se siente poderoso, porque eso nos han enseñado y nos siguen enseñando: los poderosos son aquellos que pueden hacer daño sin temer consecuencias, son aquellos que pueden abusar de otros, son aquellos que tienen garantizada la impunidad.
El lunes llevé a Sol a donde un señor que no le prestó atención porque estaba ocupado haciendo bromas. Le hizo una curación superficial y dijo que no era necesario hospitalizarlo a pesar de mi insistencia. Dejé a Sol en casa y me fui a trabajar con más enojo que alivio. Fui a casa a mediodía, seguía vivo. En la noche terminé de limpiar, con una gasa húmeda y mucha paciencia, la sangre en su rostro. Luego lo dejé descansar.
Pensé en salir a buscar a quien había hecho esto, en golpearlo, en enseñarle que la violencia no puede quedar impune, en demostrarle que no es tan poderoso. Creo que yo también quería sentirme poderoso. Era mi forma de enfrentar la impotencia que me producía ver a mi gato así. Soy un tipo grande, físicamente fuerte. No sería difícil encontrar a quien alardeara de lo que hizo con los vecinos y luego darle una paliza (porque los violentos siempre alardean). Quería ser una fuerza aplastante. Quería perder el control. El cine, la literatura, la política nos enseñan que poderoso es aquel a quién nadie puede controlar. Eso era lo que quería. Luego entendí que es todo lo contrario. El poder está en el control. ¿Qué poder podemos tener si ni siquiera nos dominamos a nosotros mismos? La respuesta es simple, la falsa sensación de poder que da el abusar de aquellos que no pueden defenderse de nosotros.
El martes descubrí que Sol había quedado ciego. Ya se levantaba a caminar. Chocaba con las paredes. Tenía las pupilas completamente dilatadas y los ojos vidriosos. Probé con una linterna y no había reacción a la luz. Sin embargo, ya caminaba un poco y no se quejaba. Tal vez era transitorio, y si no lo era, podría aprender a vivir así. Me fui a trabajar más tranquilo. Al mediodía regresé y lo encontré convulsionando. Lo limpié y lo acaricié hasta que se tranquilizó. Hablé con él. Le dije que era muy valiente, pero que podía descansar si quería. Me fui a trabajar.
Ese día, enterré a Sol en el ocaso.