(Bosa, Bogotá D.C., Colombia)
Por, Olugna
Sobre su suelo, Gonzalo Jiménez de Quesada firmaría con él un acuerdo de paz; sin embargo, ese gesto ―aparentemente noble― sería inspirado por la promesa de recibir a cambio riquezas que terminarían de engordar las arcas de la corona española. La promesa no fue cumplida y el conquistador saciaría su venganza con la vida de Sigapa, cacique chibcha. Allí, en el parque principal de Bosa, en 1538, una horca esperaría por el gobernante indígena.
416 años después, en 1954, un decreto de Gustavo Rojas Pinilla decidiría que Bosa (”cercado del que guarda y defiende las mieses» en lengua muisca), pasaría a formar parte de Bogotá. En 1972 fue declarada como la séptima localidad de la ciudad. Sin embargo, su esencia conserva la herencia de haber sido uno de los territorios más importantes durante la época precolombina. Allí, sobre su suelo, la cultura ha sido un eje transversal en su inmensa historia; el rock, por su parte, se ha encargado de escribir, desde hace 26 años, su propio capítulo.
Ubicada en el suroccidente de la ciudad, Bosa ha sido testigo de una transformación acelerada en las últimas dos décadas: el asfalto se ha encargado de cubrir lo que otrora fuera campo, sus calles pavimentadas se han encargado de borrar las huellas que sus pobladores dejaron sobre los caminos de herraduras, los grandes comercios compiten con los pequeños locales y vendedores ambulantes por la atención de los transeúntes, el tráfico de sus calles principales hace que un recorrido de 10 minutos pueda extenderse por más de media hora. Es un territorio que ha visto cómo la modernidad se ha volcado sobre él, sin que aún haya solucionado sus decenas de diálogos sociales pendientes.
No obstante, sus pobladores han encontrado la forma de adaptarse a las dinámicas que han cambiado la estética de su localidad, de afrontar sus diversas problemáticas sociales y de hacer de su propio potencial el arma más eficaz en contra de la displicencia institucional. Colectivos culturales, organizaciones sociales, festivales musicales, entre otras iniciativas, han logrado realizar procesos de largo aliento que reciben con respeto a las personas que desean sumarse a ellas. Sus habitantes saben que ―más allá de las creencias, ideologías o identidades de géneros― los atraviesa un mismo sentir. Saben que, en últimas, todos somos hijos de una misma herencia, hijos de una misma raza.
Es una casa humilde, de esas que han sido levantadas con el esfuerzo de sus dueños, de esas que llenan de colores los barrios populares. Adentro se respira un aire acogedor, ese que permite que un muro de ladrillo sea un hogar. Sus paredes están rodeadas de libros e instrumentos musicales; en el fondo, un tablero con frases de despedida. Nosotros estamos ubicados en el comedor, la comida ―símbolo de unión comunitario― nos permite coincidir en una conversación que acompaña nuestro almuerzo y nos prepara para la entrevista. Sobre mis piernas, el ronroneo de ‘Topes’ ―felino que fue acogido como uno más de la manada de sabuesos años atrás― me hace sentir bienvenido.
Giovanny Patiño Vega tiene 47 años; su hija, Daniela, tiene 22. Él realizaría el primer festival Bosa – La Escena de Rock, el cual, después de 26 ediciones consecutivas, está en proceso de convertirse en patrimonio de la localidad y del que se desprende Funvirock – Bosa, La Esencia Viva del Metal. Ella, por su parte, en compañía de sus compañeros de colegio, daría vida en 2012 a Perros Sin Raza, proyecto que toma como punto de partida la inquietud por aprender música y que se apoyaría en el conocimiento de su papá ―músico y gestor cultural― desde Funvirock.
―Más que una herencia, lo que se está dando aquí es un relevo generacional enmarcado en una causa que nos convoca y nos gusta, que es el trabajo comunitario―, explica Giovanny, licenciado en educación popular con énfasis en derechos humanos de la Universidad Pedagógica.
Perros Sin Raza, desde su nombre, inspirado en las familias que no se ajustan al molde tradicional, encierra un concepto en el que todos ―sin excepción― cabemos más allá de nuestras diferencias individuales. El proyecto, inicialmente planteado como agrupación musical, no tardaría en convertirse en un proceso comunitario en el que el arte es la excusa y el desarrollo social un horizonte.
En el segundo piso de la casa se ubica un salón de música, el cual está equipado con batería, bajo, guitarras, entre otros instrumentos; también, con un equipo de grabación y producción. Al igual que en la primera planta, cuenta con una biblioteca que ha sido armada con los libros que la comunidad ha proporcionado. Mientras nosotros continuamos con nuestra conversación, Daniela imparte clases a los alumnos que para esa hora aún se encuentran a puerta cerrada ensayando.
―La música es el detonante de otro tipo de acciones que trabajamos desde Perros Sin Raza que van más allá y están enfocadas hacia los derechos humanos y en los derechos sexuales y reproductivos―. Agrega Giovanny.
Esta premisa se encuentra implícita en la razón de ser de la fundación, como lo afirma Giovanny, «la idea es que, más allá de un aprendizaje, los chicos se lleven una cotidianidad». En su sede, se desarrollan actividades de formación a niños y adolescentes divididos en diferentes categorías, de acuerdo con sus edades: ‘Cachorritititos’, los más pequeños hasta los 7 años; ‘Cachorros’, ’Prejuveniles’ hasta los 15, ‘Semillero de Jóvenes’ y un pequeño grupo compuesto por adultos mayores.
La iniciativa de Perros Sin Raza, que tomaría como punto de partidas las redes sociales, poco a poco, se consolidaría en un proceso sólido que integra a los integrantes más jóvenes de la comunidad alrededor de la música, la literatura y otras expresiones artísticas, para abarcar otras líneas de formación, correspondientes a la identidad bajo la cual fue concebida la fundación.
Fruto del proceso realizado a lo largo de estos diez años, la organización se constituyó legalmente como Fundación Para el Desarrollo Social Perros Sin Raza, cuya casa está ubicada en el Diagonal 73 B Sur #82 F – 34, en el barrio el Progreso de la localidad séptima y su página web, desarrollada por Rugidos Disidentes, se encuentra en la dirección https://perrossinrazacolombia.org/.
―Se ha fortalecido, también, en diversas áreas comunicativas y culturales como producción audiovisual y musical; eventos en vivo como conciertos, festivales y ejecución de otro tipo de proyectos que han extendido los alcances de la organización en la comunidad―, señala Perros Sin Raza.
40 minutos de conversación son suficientes para entender la razón de ser de la Fundación y contagiarse del espíritu cultural que proyecta la casa cultural; pero, resultan escasos para recoger una historia que comenzaría con Giovanny hace más 26 años con Funvirock y que ha logrado extenderse hasta la actualidad en cabeza de Daniela, bajo el nombre de Perros Sin Raza.
Son cerca de las 8 de la noche. Aún permanecen allí algunos alumnos de la fundación, están despidiendo a una de sus compañeras, a quien dejaron emotivos mensajes en el tablero; sin embargo, tanto ella como yo, sabemos que solo es un “hasta pronto”.
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