'Perdón por no pedir perdón' - Antonio Montenegro

‘Perdón por no pedir perdón’ de Antonio Montenegro: la metáfora precisa sobre el amor propio

Por: Olugna

Es un abrazo largo, de esos que saben decir adiós, pero que se resisten a la despedida. Es un instante que busca prolongarse, porque al igual que sus protagonistas, se niega a quedar reducido a un recuerdo. Son seres opuestos que encontraron la manera de caminar juntos. Se aman y por ello mismo se separan. Él viste de azul, ella de amarillo: la metáfora del equilibrio, el retrato descarnado de una dualidad que no puede continuar.

El lugar para la despedida no pudo ser más adecuado: las montañas áridas que protegen al gran embalse de color turquesa. Es una escena que logra representar en 17 segundos qué tan eterno puede hacerse un instante que no quiere terminar, qué tanto dolor se desprende de dos criaturas que hasta aquí han caminado juntas. Aquí no hay espacio para el odio. Es un final agradecido recreado en cámara lenta; un homenaje a la finitud del amor.


Es una pieza visual profunda, en la que los opuestos se encuentran y dibujan la metáfora precisa: un hombre de traje azul y una mujer de vestido amarillo que rompen con la sobriedad de la montaña. El símbolo de cada escena con la crudeza del mensaje que busca entregar la canción: la tristeza de un adiós que da gracias. La última línea de una historia que no señala un final: el comienzo de dos relatos que, a partir de este momento, serán paralelos.


‘Perdón por no pedir perdón’, composición que presenta Antonio Montenegro, nos es mostrada en tres lenguajes que permanecen unidos por la solemnidad de una despedida inevitable, pero necesaria. En la pieza que entrega el cantautor chileno, el dolor es evidente y el amor una necesidad que no permanece en silencio, que busca expresarse en todos los elementos que envuelven el concepto desarrollado en el video, música y letra.


El videoclip, grabado en el paisaje imponente del Embalse El Yeso, a 2.500 metros de altura sobre la Cordillera de los Andes, ha quedado atrás para darle paso a la composición musical: una balada delicada que se desplaza con la suavidad de una guitarra que habla con cada acorde y se desahoga en un solo que da respiro a la canción.

‘Perdón por no pedir perdón’ confronta dos sensaciones aparentemente esquivas para aquella poesía que solo acepta verdades únicas. Antonio Montenegro va más allá: la tristeza es obvia, pero se enfrenta a una promesa optimista. De esta manera llegamos a la letra de la canción, un diálogo sereno que da su lugar al amor propio.

El contraste, ese ingrediente sobresaliente en el video, se hace mucho más explicito en la letra de la canción; mientras que la metáfora ocupa un lugar más tímido, menos relevante. ‘Perdón por no pedir perdón’ evita a propósito las estructuras rígidas, para dejarse ir naturalmente por los sentimientos del protagonista ―el hombre de traje azul― que, simplemente, está siendo sincero con la mujer que vimos vestida de amarillo en el video.


El diálogo que propone Antonio Montenegro no es lineal, no se esconde en justificaciones adornadas y evita descargar la culpa en su pareja. Él no es el héroe que lo dio todo, pero tampoco el villano que hizo pedazos una historia de amor. Solamente es un hombre que mantiene su frialdad intacta y así lo reconoce en sus frases: «sé que a veces me falta delicadeza en lo que siento por ti» o en sus verdades directas: «no sé bien qué fue lo que en mí erosionó este pecho de piedra que mi padre forjó».


‘Perdón por no pedir perdón’ no finge. Es una canción cruda inspirada en la vida; que bien sabemos, está muy lejos de ser color rosa. El hombre que nos habla allí no es una ficción, es el inconsciente de muchos de nosotros hablándonos al oído para despertarnos y exigirnos que es momento de ir por nuestros sueños, de trabajar para hacerlos realidad y de vivir ―o morir si es preciso― por ellos.


«Nunca fui muy bueno tocando la guitarra, sólo supe hacerle devolver cuentos hechos con lo que mi mente amarra. Si no canto voy a retroceder».

Antonio Montenegro en entornos digitales


Sobre Olugna

Cada crónica es un ritual. Quizás suene demasiado romántico, pero así es. Así soy yo, complejo y trascendental; sensitivo y melancólico, pero entregado a una labor que, después de algunos años, me ha abierto la posibilidad de vivir de mi dos grandes pasiones: la escritura y la música. A la primera me acerqué como creador, a la segunda –con un talento negado para ejecutarla– como espectador.


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