Crónica de una Primípara en Rock al Parque
Cuando crucé la entrada no pude creer que fuera tan fácil. Ni una requisa, cero advertencias, cero policías, cero represión. Entré en medio una ola de personas que no superaban el 1,70 de estatura, supongo que, o el Rock, como efecto secundario, frena el crecimiento, o todos los bajitos tenemos un gusto en común.
Terminé en Rock al Parque por casualidad, estaba a 3 cuadras del Simón Bolívar, oí las últimas pruebas de sonido y me dije ¿Por qué no? Llegué en medio del asombro por la ausencia de policía y mirando una que otra pinta particular. Empecé por recorrer los escenarios, en Plazame recibió Superlitio, en Eco, Colombia Blues Society y en Bio, la poderosa voz de Ágora. Todo me gustaba, era sonoro y enérgico. Olía a cerveza, aguardiente, marihuana y a tierra, una mezcla que no le es ajena a ningún bogotano, nada del otro mundo.
Pero insisto, mi mayor sorpresa fue ese voto de confianza que depositó la Capital en cada uno de los asistentes: durante la primera parte de la tarde las requisas fueron mínimas (en una ciudad donde le persiguen a uno los bolsillos y la maleta hasta en zonas públicas) y se permitió por primera vez en la historia de Rock al Parque el consumo de cerveza (no en todo el sentido de la palabra, tenía menos de 0.4% de alcohol, pero se abona el primer paso). Mejor aún fue notar que la propuesta fue asumida responsablemente por la mayoría de los asistentes y que se vivió un evento sano y sin mayores contratiempos.
De las bandas ni hablar; calidad y poder musical fue la constante en los tres escenarios. Opté por quedarme en Plaza y matar tres pájaros de un solo tiro (Por fin vería a Krápula, a Molotov y a Aterciopelados). No te va gustar relajó el ambiente y permitió a la masa de cabellos largos y botas militares prepararse para el fin de Rock al Parque- 20 Años. Continuó Doctor Krápula con los clásicos y su último álbum Ama-zonas, un proyecto del Colectivo Jaguar en el que participaron varios artistas latinoamericanos. A la banda colombiana se unieron las voces de Rubén Albarrán de Café Tacvba, Gustavo Cordera de Bersuit Vergarabat y Brancciari de No te va a gustar, todos cantándole a la vida, a la tierra y a la paz. Luego, el glorioso regreso de Molotov que, con su irreverencia, sus ritmos mexicanos y su conexión inmortal con el público abrió las puertas para saltar, pedir Puto a grito herido y vociferar sus particulares letras y, por supuesto, dio paso a los primeros pogos de la noche (que venían reprimidos desde las baladas de No te va gustar y los cantos pacifistas de Doctor Krápula). Un amigo elogiaba el poder del pogo, le encantaba ver cómo se levantaba el polvo, cómo se abría un torbellino en medio del público, primero tímido, luego atrevido y al final, completamente arrollador; insistía en que era esta la única situación en que un desconocido te “muele a pata”, tu le respondes, se miran, se ríen y no pasa nada más, algo así como una violencia con cariño. El ambiente terminó de cargarse justo a tiempo para la salida de Andrea Echeverri y Aterciopelados, la banda de rock más querida por todas las generaciones; no hubo canción que nadie se supiera, todos sabían qué era una Florecita Rockera, qué escondía El Estuche, de qué se llenaba El álbum, a quién dedicarle ese Bolero Falaz y qué pensar de la Baracunata. Desafortunadamente, tuve que salir antes de Anthrax. Un paquete de copias, bastante generoso, de Teorías Audiovisuales me esperaba sobre el escritorio desde hace una semana. En efecto, vi muy poco o nada de Rock al Parque, pero queda la expectativa y compromiso de regresar el próximo año.
Que si me dolieron las piernas, para nada: vivo de pie a toda hora. Que si me molestaron las drogas, mucho menos: es más, me entretuve viendo la pasarela de distribuidores de todo lo que se puedan imaginar, aunque de calidad ligeramente sospechosa–Sería hasta por eso que no pasó nada, tanto cannabis los mantuvo a todos risueños y tranquilos–. Que si me intimidó la gente, tonterías: o perdí el sentido de la prevención o en verdad no había nada de qué preocuparse. ¿Que qué pienso?: que es mejor de lo que había imaginado. El ambiente pesado y agresivo es un mito, el pogo es hasta divertido de ver (de lejos, por supuesto, para los primíparos rockeros como yo), los cantantes eran más que cantantes, estaban dentro y fuera del público, estaban en tarima y en la última fila de espectadores, estaban en las pantallas de las torres y en las de los celulares, eran voces infinitas y de todos los matices. ¿Que qué me quedó? Me quedó el olor de la marihuana impregnado en el cuerpo por los siguientes tres días, el capricho cumplido de ver a Molotov, Krápula y Aterciopelados, la oportunidad de desahogo de los deberes académicos y personales, un rato de locura, la tarea cumplida–por fin había ido a Rock al Parque– y una historia que contar.
Ana Puentes
anapuentes@rugidosdisidentes.co