Algo le molestaba a Yheison David

«Esto era mejor cuando el país estaba jodido», se permitió pensar Yheison, mientras se ponía su traje

(Bogotá D.C., Colombia)

Por, Freddy Vargas

Si algo le molestaba a Yheison David era afeitarse.

La noche anterior a su último día de trabajo, Yheison tomó unas pequeñas tijeras y se recortó su desordenada barba. Estaba tan concentrado en su labor que no notó que ya era la hora de dormir.

La mañana siguiente a las seis en punto se encendió automáticamente el televisor del dormitorio de Yheison con la monótona voz del presentador de noticias, igual a todas las mañanas de días laborales de los últimos diez años. En el noticiero reportaban los cada vez más alentadores resultados de las nuevas políticas de Estado que se habían implementado recientemente.

«Esto era mejor cuando el país estaba jodido», se permitió pensar Yheison, mientras se ponía su traje. Tomó su desayuno sin muchas ganas, se cercioró de tener el carné laboral en uno de sus bolsillos y se despidió de su madre.

Yheison esperó en la misma esquina en la que había esperado los últimos diez años, hasta que la pequeña camioneta de la empresa lo recogió. Ignoró, como siempre, al conductor, el cual ya estaba acostumbrado, y se sentó en uno de los pocos puestos que quedaban libres. Le gustaba sentarse solo y mirar por la ventana las pequeñas gotas que el rocío de la mañana había formado y que empezaban a desaparecer, «como mis ilusiones», intentó pensar Yheison, pero le pareció muy cursi y con un sacudido de cabeza borró esa idea.

Rosa se sentó a su lado. Yheison detestaba a Rosa. Bueno, no la detestaba. Simplemente sentía que el mundo sería un mejor lugar si ella no existiera. Yheison trataba de hacérselo entender, pero Rosa hacía gala de una ausencia de comprensión lo suficientemente grande como para darse por aludida.

―Hola, Yheison. ¿Cómo vas? 

―¿Yo? Pues que te digo, yo la verd…

―Yo estoy más cansada ―se apresuró a decir Rosa, sin esperar a que Yheison completara la frase―. Creo que no dormí bien. ¿Te puedo hacer una pregunta?

Frases como esa eran las que hacían que a Yheison no le agradara su compañera de puesto. Hubiera querido tener la suficiente personalidad como para comentarle que preguntar eso era una trampa, que preguntar si puede hacer una pregunta sólo es propio de personas pasivo agresivas, que odiaba esa clase de encierro y que deseaba no hablar hasta que la ruta llegara a su destino, y mucho más después de eso. Pero Yheison no tenía la suficiente personalidad.

―¿Qué quieres saber?

―¿Si oíste que nos van a echar a todos por una de esas nuevas máquinas? ―susurró Rosa― como las que implementaron en el Ministerio del Bienestar el mes pasado.

Si algo le molestaba a Yheison, era la desinformación. No, no iban a echar a nadie, las nuevas máquinas agilizan procesos, pero no reemplazan empleados. Ya habían tenido las suficientes socializaciones como para saberlo. Y cada dos por tres, el correo institucional se encargaba de recordarlo. Y por si aún existía alguna persona que no se daba por enterada a través de la información que estaba en los fondos de escritorio de los computadores, los salvapantallas, las pantallas informativas de los pasillos, o los volantes que el personal de Talento Humano entregaba junto al reloj de marcado de tarjetas en la entrada principal, la alocución semanal del director de la CATDE se los reafirmaba: las máquinas agilizadoras son aliadas, no enemigas.

Pero Rosa parecía ajena a tanto exceso de información, así que Yheison prefirió evitar una conversación con un escueto “No, ni idea”, fingiendo dormir el resto del trayecto.

Una hora después, los pasajeros de la ruta descendían del vehículo y se unían a otros pasajeros de otras rutas similares, y entre todos se adentraron en el gran edificio que parecía tragárselos. Letras talladas en lo que parecía bronce anunciaban que estaba el CATDE y, como en un tardío ataque aclarador, en un afiche impreso y pegado justo debajo, se detallaba que se trataba del Centro de Atención al Desempleado.

Yheison ubicó su huella en los lectores de la entrada mientras trataba de ponerse el carné con su mano libre. En la pequeña pantalla apareció un mensaje: YHEISON DAVID CARTAGENA FARROVAR, Atención al Público. Le producía una sensación extraña ver su nombre completo, como si perteneciera a alguien más importante que él. Ignoró esa sensación y se dirigió a su puesto de trabajo. A medida que llegaba, notó conversaciones agitadas y nerviosas que adivinó pertenecían al mismo tema que no quiso tocar con Rosa en el bus.

Pensó que si llegaba a su puesto sin hacer contacto visual podría sortear la paranoia prelaboral. Casi lo logra, si no fuera por Botero, un hombre mayor que trabajaba en la ventanilla justo al lado de Yheison. Por suerte Yheison trabajaba en la última ventanilla, así que se encontraba entre Botero y la pared.

―¿Si le llegó el audio por WhatsApp? Nos van a echar a todos.

―Claro que no ―suspiró Yheison resignado― lo más probable es que el tedio nos haga renunciar mucho antes.

Aunque odiaba admitirlo, Yheison también temía quedar sin trabajo, pero no por la implementación de los nuevos agilizadores, sino por algo que había notado desde hacía muchos años atrás, y era la paulatina disminución de usuarios del Centro de Atención al Desempleado. El estado de bienestar que atravesaba el país había disminuido tan drásticamente el nivel de desempleo, que la oficina de Yheison representaba una carga económica para el Estado. Aunque sus compañeros celebraban el tiempo libre y habían aprendido a pasar horas en la cafetería del edificio, Yheison adivinaba que esa tranquilidad era un mal presagio. Una compañera los saludó y encendió el televisor de la sala de espera. Nuevamente el presentador de noticias anunciaba las mínimas cifras de desempleo. Los trabajadores intercambiaron una mirada de preocupación.

―Buenos días ―dijo un usuario tan pronto entró, despertando a todos de su letargo― tengo el turno 0001.

Yheison hizo una seña para indicarle al hombre que se acercara.

―Buenos días, bienvenido al CATDE. ¿En qué le puedo ayudar?

―Buenos días, hoy conseguí empleo y necesito darme de baja del listado de desempleados―, dijo emocionado el sujeto.

―Claro, entiendo ―dijo sin emoción Yheison―. Por favor, regáleme la fecha de expedición de su documento.

Yheison anticipaba encontrarse con la escena habitual: un usuario haciendo cara de «no entiendo», luego buscando en todos sus bolsillos el documento de identidad y dándole vueltas hasta encontrar la fecha solicitada. Pero, para su sorpresa, el hombre, de manera mecánica, le suministró la información solicitada sin el menor titubeo.

«Increíble», pensó, «cuando uno se sabe la fecha de expedición de su cédula de memoria es porque ha hecho muchos trámites en su vida»

Realizó la actualización en la base de datos, le dio la obligatoria enhorabuena al usuario 0001 y continuó mirando el noticiero, aunque tal acción le obligara a contorsionarse hasta casi voltear su cabeza.

No pasó mucho hasta cerca de las once de la mañana. A esa hora, en la que todos contaban los minutos de la última hora antes de almorzar, un camión muy grande frenó ruidosamente frente al CATDE. Un grupo de empleados se agolpó en la entrada impidiendo que los sujetos que bajaron del camión pudieran entrar. Luego de un rato de incómodas miradas, los sujetos entraron directamente a la oficina del coordinador del área. Luego de unos interminables minutos, y ante la mirada de terror de los funcionarios, salieron apresuradamente y volvieron con el personal de bodega. Tres robustos hombres descargaron una notoriamente pesada caja de tamaño humano en la entrada del área. Otro sujeto se encargó de ir paso a paso buscando una toma eléctrica. Amablemente e ignorando la agitación de Rosa, los operarios de bodega retiraron sus pertenencias de su lugar de trabajo y acercaron la caja. El funcionario encorbatado que parecía tener más autoridad se acercó a Rosa y le dijo algo al oído. Sorprendida, se encerró en la oficina del jefe. Tras un breve momento, abandonó rápidamente el área y el edificio.

Nada de esto me gusta, se permitió pensar Yheison, mientras veía cómo desempacaban una maquina similar en todo a un cajero electrónico, salvo en el color negro mate uniforme en toda su superficie. Un destacado letrero labrado en su parte superior rezaba: Agilizador HRN-5000.

Si quedara algo de trabajo, los quince empleados del Área de Atención al Usuario del CATDE hubieran ignorado la peligrosa máquina, pero sólo pudieron fingir que trabajaban unos pocos minutos, los mismos que se tardaron en instalar el nuevo agilizador. Apenas estaban limpiando los restos de material en el que venía empacado, cuando el burócrata mayor se dirigió a los expectantes funcionarios:

―Señoras y señores servidores públicos, buenos días ―dijo con voz monótona, y continuó sin esperar respuesta―, el Ministerio del Bienestar, en su constante proceso de mejoramiento, y buscando siempre brindar al ciudadano un mejor servicio, según resolución 273 del 23 de abril del 2024, procede a poner en funcionamiento el nuevo sistema de agilización de trámites que consiste en un único módulo HRN-5000.

El burócrata señaló el agilizador. Algún distraído inició un aplauso que nunca concluyó. Desde algún lugar apareció un fotógrafo registrando el importante evento.

―tal avance en los procesos de cara al usuario, busca eliminar demoras innecesarias y depurar nuestra fuerza laboral.

En este punto se escucharon murmullos en la sala, que el burócrata acalló con una pequeña elevación en el tono de voz.

―por lo que se sobreentiende que, a partir de la fecha, los contratos |correspondientes al personal de Atención al Usuario de la presente sala quedan automáticamente finalizados. Muchas gracias.

Los nuevos desempleados no daban crédito a sus oídos. Tal vez el menos sorprendido fue Yheison, quien se limitó a encender un cigarrillo junto al letrero de “prohibido fumar”. Los quince ex-funcionarios fueron poco a poco recogiendo sus pertenencias, entre la incertidumbre, el enojo y la tristeza. Hasta hubo una persona que se dirigió furiosa a la oficina del jefe, pero este había aprovechado el discurso para huir.

Ya que era la hora del almuerzo, todo el grupo salió de manera autónoma al restaurante más cercano. Un par de señoras calentaron su almuerzo y se unieron al grupo grande. Hasta Yheison, que solía comer cualquier cosa en la terraza del edificio en vez de integrarse, sintió un poco de empatía hacía la masa, y decidió almorzar con sus excompañeros.

Cuando retornaron a su ahora ex-oficina, ya resignados a su suerte, se encontraron de frente con su enemigo electrónico. Ninguno se atrevía a acercársele y, por algún extraño pacto interno, parecía que todos habían elegido a Yheison como su vocero. Si algo le molestaba a Yheison David era la presión de grupo. Con algo de prevención, se acercó al agilizador.

―Buenas tardes, bienvenido al Centro de Atención al Usuario del CATDE ―dijo una voz robótica al interior del agilizador― ¿En qué le puedo ayudar?

―Eh, sí, este… ―titubeó Yheison― es que yo trabajaba aquí…

―Por favor, seleccione si su condición actual es empleado o desempleado

―Pues yo trabajo acá.

―Por favor, seleccione su tipo de vinculación laboral. Si es funcionario o contratista―. Insistió el agilizador.

―Bueno, pero es que nos cancelaron los contratos esta mañan…

―Por favor, seleccione si su condición actual es empleado o desempleado.

Yheison empezó a sentir que la actitud del burócrata tradicional era preferible a la falta de razonamiento de la máquina. Se dio por vencido.

―Soy desempleado.

―Indique desde qué fecha está en condición de desempleo.

―Unas dos horas.

―Por favor, digite su número de identificación y tome su turno.

Los compañeros de Yheison empezaron a rodearlo y a mostrar su descontento. No se sabía si con Yheison David o con el agilizador.

―¿Turno? Si soy el único, no entiendo cuál turno.

―Por favor, digite su número de identificación y tome su turno.

―¡Apúrate! ―le gritó Rosa, un poco afanada; Yheison empezó a perder la calma―. ¡Espérese un segundo!

―Confirmado ―anunció el agilizador HRN-5000―. su turno es el segundo.

―No, no, no ―exclamó Yheison― es que me volví un ocho.

―Confirmado, su turno es el ocho.

―¡Buena, Yheison!― Le gritó Botero.

―Ya va, ya va, un mome… ―intentó mediar Yheison― Venga, agilizador, ¿Ayúdeme, sí? Hágame ese catorce.

―Confirmado, su turno es el catorce.

―¡Ahhhh! ―Gritó Yheison desesperado.

Sus compañeros se contagiaron y se unieron a él. Trataron de destruir la máquina, pero, salvo desprenderle el letrero, no le ocasionaron mayor destrozo. Cansados y resignados, esperaron pacientemente a que llegara el turno catorce.

―Soy yo, soy yo ―se anunció emocionado Yheison, tan pronto escuchó su número a través de la voz robótica ―Sí, buenas tardes, vengo a hacer un trámite.

―Por favor mencione cuál es su trámite.

Yheison respiró hondo, tratando de disimular el nerviosismo.

―Vengo a enviar un elemento a la Oficina de Objetos Perdidos.

―¡¿Qué?! ―Gritó un compañero―. ¡Este pendejo no sabe ni donde está parado!

Yheison lo ignoró y alzó la voz.

―Se trata de un objeto nuevo.

―Por favor, diga la referencia del elemento que desea enviar a la Oficina de Objetos Perdidos.

―Sí ―carraspeó Yheison― se trata del agilizador HRN-500 del Área de Atención al Usuario.

Un aire de esperanza empezó a circular entre los que presenciaron la escena. Alguno hasta se permitió una pequeña sonrisa.

―Entendido ―dijo el agilizador―. ¿En qué momento desea enviar el elemento mencionado?

―Ahora mismo, gracias.

―Con gusto. ¿Algo más en lo que pueda ayudarle?

―No ―dijo Yheison con una sonrisa―. Con eso ya nos ayuda bastante.

―Ha sido un gusto atenderlo, señor turno catorce. Recuerde que le atendió el agilizador HRN-5000. Que tenga un buen día.

―Lo tendré―, respondió Yheison frente a los vítores de sus compañeros.

Nunca en la historia del Área de Atención al Usuario del CATDE se había visto que los empleados se ubicaran tan rápido en sus puestos, y nunca se había presenciado semejante nivel de alegría en una entidad del Estado. Rosa bromeaba a gusto y Botero reía a mandíbula batiente. Hasta Yheison, por primera vez en diez años, se mostró completamente feliz en la oficina.

Y sin que la felicidad del grupo permitiera notarlo, el agilizador HRN-5000 procedió a desconectarse y, con la batería de emergencia, se dispuso a alejarse por el pasillo hasta su nueva ubicación, donde esperaría por años que alguien se dignara a reclamarlo.


Sobre Freddy Vargas

Dentro del grupo de personas nacidas en Bogotá, Colombia a finales del siglo XX, podemos decir sin lugar a dudas que ::::VARGAS:::: es una de ellas.

Nacido a muy temprana edad, desde siempre mostró interés por cultivar actividades que le permitieran un crecimiento personal tales como comer y dormir. Conocido por su poco ortodoxo y a veces criticado estilo para cumplir sus objetivos, fue capaz de tener un árbol, sembrar un libro y escribir “un hijo”.

Actualmente se desempeña como humorista gráfico y se empeña en vivir del diseño.

Si quiere leer más de él, visite:


«Yheison David vive un día que habría de romper con la rutina propia de una oficina; también, pondría a prueba su propio ingenio»

Equipo Narraciones Transeúntes

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