(Boca de Ceniza, Barranquilla, Atlántico)
Por, Jorge del Río
D
uele cada rincón de Colombia, ahí, donde habita el olvido.
En este lugar es imposible escapar del dolor, de las llenuras de tristezas que habitan en las miradas de los pescadores, arrugándose y ensombreciendo sus pieles de tanto aguantar el sol imperdonable. Con los sueños vacíos de tanto esperar que la piedad llegue en la barca que navega de noche. Guardianes de los secretos que se agazapan entre las revoltosas aguas impregnadas de tragedias incesantes.
Monté en mi bicicleta, y marché rumbo a un lugar en el cual su entrada está habitada por las flores. Me vi en un camino abandonado y ardiente, con piedras como muelas de dinosaurios, manglares que evocan desviarse a lo incierto. Un tren en el que galopan muchos turistas, sobre unos rieles que se desgastan al paso de la mirada. Empiezan a aparecer las primeras casas hechas con los residuos del alma, estas parecieran desboronarse por el salitre y el abandono. Había llegado a Bocas de Ceniza, un lugar que flota en medio del mar y el río.
Arriba el sol inclemente, abajo la sombra que cobijo, a mi derecha el grito del río Magdalena, a mi izquierda el abismo cubierto por el mar Atlántico, al frente la disolvencia incierta y atrás; a lo lejos, el estallido de una ciudad que se rompe a gritos. En lo alto, una virgen blanca, de espaldas dando la bienvenida, como un símbolo de las madres de miradas firmes, con el deseo de algún día poder ver al menos, la sombra de su carne arrancada del pecho. Estoy donde habita la realidad absurda, donde las miradas son sordas y las mentiras adornan el discurso político ya embadurnado y repleto de moscas. He llegado al portal donde todas las almas desaparecidas y viajeras, llegan a descansar en las saladas aguas que ellos confunden con las lágrimas de sus progenitoras. La violencia del mar atlántico no se compara con las tragedias del Magdalena.
En Bocas de Ceniza, el paisaje gris no deja de sorprender. Las aguas dulces y amargas penetran como un puñal entre la marea; todo esto contrasta con la arenisca y las rocas coralinas de tonalidades naranjas y ocres. Y en medio de lo indomable, se hallan los pescadores, con sus manos cortadas por los hilos de nylon que soportan la fuerza del viento, atajado por unas cometas hexagonales, hechas en plástico negro y una cola como de diez metros, parecieran que estuviesen domando dragones. Todo esto hace parte de una técnica de pesca, originaria de China, y que por décadas se practica en este rincón inexistente de Colombia.
Jordan es un joven pescador, quien debe a su padre este oficio; la pesca le otorga el sustento diario. Desde la oscuridad del mar, extrae peces como el sábalo, chivo, jurel, lisa, róbalo, pargo y mero. Vivir en el abandono y vestirse de alegría, es la característica de los habitantes de este viejo tajamar. Atravesando el horizonte del río, aparece imponente un buque de carga, abriendo el camino entre las aguas cenicientas del Magdalena, para luego perderse de vista en la inmensidad del mar.
Después de dejarme seducir de la belleza y la tristeza, y de recargar energías con el viento y el mar, tomo mi bicicleta y doy vuelta atrás, inhalando con aprecio las bocanadas de aire, me di paso a esa brecha entre tanta agua teñida, dispuesto a recorrer de nuevo los quince kilómetros de este estrecho del caribe. Era inevitable detenerse y mirar hacia atrás, con el temor de no volver, pero guardé la nostalgia para cuando escribiera. De regreso me topé con dos hombres que halaban en el terreno casi inaccesible, una carreta artesanal con enormes costales que envolvían elementos de plásticos recogidos de las orillas de esta zona, eran residuos vomitados por el río y el mar, estos recicladores, quienes hacen un trabajo heroico. Son de nacionalidad venezolana, se trata de Harold y Anthony, dos amigos que vieron en este oficio, una oportunidad para sobrevivir en la absurda realidad de un país hermano, pero a la vez tan ajeno. A pocos kilómetros me detengo a conocer el trabajo de un anciano solitario, de sonrisa dulce y mirada salada, este artesano vende conchas de caracoles y diferentes especies de cangrejos disecados, que él mismo ha armado con cuidado y los soporta con pegante instantáneo.
- Otros lugares de Colombia, intrepretados a través de la mirada de Jorge del Río
Vuelvo a la ciudad, como si despertase de un sueño, y entendí, que el tiempo es precisamente la vida misma, en constante desgaste.
Recorre Bocas de Ceniza a través de la imagen: