Tercera edición

La amistad entre él y yo

 

 

Aún recuerdo ese momento en que mis ojos despertaron ante su encanto. No preciso fecha ni hora exacta, tampoco las situaciones previas a su aparición, solo sé que desperté y estaba allí; en la sala, inmóvil, quizás aguardando mi llegada. De su aspecto recuerdo los rasgos básicos; una caja rectangular que descansaba sobre cuatro patas de madera, una pantalla de cristal curvilínea en sus esquinas, en la parte frontal izquierda podía ver sus botones de mando organizados en filas y columnas como si se tratase de una nave espacial y en cierta forma lo era, una perilla redonda encima de estos y en la parte inferior el botón que daba paso a la magia. No sé por qué, pero me resultó amigable y desde allí él y yo, durante muchos años, fuimos los mejores amigos.

Oprimí el botón de encendido, un pequeño brillo en el centro de la pantalla apareció y creció con los segundos, no sé cuánto tardó, pero el tiempo de espera aumentó mi expectativa y mi ansiedad. ¡Por fin! Ante mis ojos: un perro corriendo detrás de un gato que perseguía un ratón, todos ellos erguidos, en dos patas ejecutaban sus movimientos, era una danza divertida en la que muy poco diálogo había, solo efectos sonoros y mucha música, esa fue mi primera aventura, luego me dejé sorprender con Los Magníficos, ALF, Cuentos de los hermanos Grimm, por supuesto El chavo del 8 y otros tantos que despertaron mi imaginación y me invitaron a entrar a nuevos e increíbles mundos. Es cierto, este nuevo amigo llegó con miles de sorpresas y me alejó de esos otros amigos mágicos que tenía: los libros, aunque entiendo que su intención no era, ni ha sido esa.

Durante nuestra amistad el televisor me habló, me contó en cientos de historias las vidas de otros adolescentes con problemáticas parecidas a las mías: Sabor a limón, Conjunto cerrado, De pies a cabeza, Francisco el matemático. Jamás me escuchó, pero sí interactuó conmigo, intentó educarme, como no recordar a 1, 2, 3 Matemáticas Nico y Tap, Niños en crecimiento, Cosmos de Carl Sagan y muchos más. También me acercó al fútbol, a la música y pude viajar a través de sus pantallas a lugares lejanos, a tiempos recónditos y a otras galaxias.

Años después también me mostró una parte de Colombia; un país en conflicto, con desigualdades y con una clase política compleja de entender. No obstante, no comprendía por qué me ocultaba parte de esa historia, por qué me contaba solo una versión, la versión aceptada, una políticamente correcta. Comprendí que no era culpa suya, que tan solo era él un instrumento, prueba de ello es que en ocasiones me hizo reflexionar y lo consiguió a través de El siguiente programa, Quac el noticero y zoociedad de Jaime Garzón.

Reconozco que su amistad fue compleja, que me acompañó fielmente durante muchos años y que me divertí muchísimo al frente de su pantalla, también, que sí me alejó un tiempo largo de los libros y que estuve protegido y aislado, en esa cápsula que el brillo de su pantalla construyó, de la realidad de un país que cada vez necesita más de sus jóvenes. Debo admitir además, que no sé en qué momento exacto me alejé también de él; de sus seriados, de sus telenovelas, de sus realities, de lo poco de Colombia que me mostraba.

Al día de hoy el televisor y yo nos convertimos en compañeros de habitación que coincidimos en ciertas ocasiones, compartimos agradables momentos con The Simpsons, El Chavo, alguna que otra película y algunas comedias extranjeras. Ahora él me habla y yo le ignoro, cambio de canal, recorro sus noventa opciones, ya muy poco de su charla me atrae, ya no logra captar mi atención por completo y pese a todo, no soy capaz de alejarlo de mi habitación ni de sacarlo de mi vida, tampoco vale la pena, ni tiene objeto alguno hacerlo, ahora él, en ciertas ocasiones, calla mientras yo converso con un libro.

 

Rugidos Disidentes
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60 apuntes para 60 años

Omar Rincón, asociado y Director del Ceper. Ensayista, periodista y analista de las relaciones entre medios, cultura, política y tecnología y Crítico de Televisión de El Tiempo, compartió con Rugidos Disidentes unas breves notas sobre los 60 años de la televisión en Colombia.

 

 

La televisión colombiana es Géminis porque nació un 13 de junio.  Su tarot afirma: “Su energía es transformadora y mueve las montañas. Con su fe y su ánimo positivo logrará alcanzar lo que se proponga. Sus alianzas profesionales y amorosas son positivas” confirma Wicca. Y eso ha sido la televisión colombiana en estos 60 años. He aquí por cada año que cumple nuestra televisión, un apunte sobre su historia.

 

1] Las telenovelas y series son nuestro mejor y más potente producto cultural de exportación: historias regionales caribeñas y alegres con Caballo Viejo y Escalona, luego el tránsito del campo a la ciudad y al mundo con Café, Pedro el escamoso y Yo soy Betty la fea, y ahora la vuelta a lo propio de las narco novelas llamadas Sin tetas no hay paraíso, El Cartel y Pablo Escobar, el patrón del mal.

2] La televisión colombiana es de autor. Y los autores han sido los libretistas: Bernardo Romero Pereiro, Julio Jiménez, Martha Bossio, Pepe Sánchez, Carlos Duplat, Jorge Ali Triana, Julio Jiménez, Fernando Gaitán, Dago García, Felipe Salamanca, Mauricio Navas, Mónica Agudelo, Mauricio Miranda, Gustavo Bolívar, Juana Uribe, Adriana Suárez, Juan Carlos Pérez, Juan Manuel Cáceres…  

3] La televisión colombiana es de mujeres potentes y guerreras. Judy Henriquez, Teresa Gutiérrez, Vicky Hernández, Ma. Eugenia Dávila, Raquel Ércole, Alejandra Borrero, Margarita Rosa de Francisco, Ana María Orozco y miles más que pueden ser protagonistas únicas…

4] La televisión colombiana es de hombres feos pero chistocitos: Pacheco, Jorge Barón, Jota Mario, Jaime Garzón, Pirry… feitos pero con gracia.

5] Las mejores en noticias han sido las teresitas de don Arturo Abella, Judith Sarmiento y Yolanda Ruíz… y en la actualidad son Silvia Corzo, Inés Ma. Zabarain, Mabel Lara…

6] La dama de la televisión es doña Gloria Valencia de Castaño: ella le puso dignidad y cultura a la pantalla.

7] Los mejores actores por el amor popular son Robinson Díaz y Manolo Cardona. No se puede olvidar a Carlos Muñoz, Pepe Sánchez, Víctor Mallarino, Marlon Moreno…

8]  En los informativos el mejor de la historia  es el Noticiero Suramericana que fue elegido el mejor de Latinoamérica, Telediario de don Arturo Abella, 24 horas con Mauricio Gómez, AM/PM, CM& y Noticias Uno.

9] La llegada del hombre a la luna y el incendio del edificio Avianca fueron noticias en vivo y en directo: la odisea USA y la tragedia Colombia, estas son las dos noticias de siempre.

10] El 5-0 de Colombia a la Argentina y James en el mundial 2014 son las epopeyas de dignidad que nos han hecho sonreír detrás de un balón y una identidad.

11] Lucho Herrera y Nairo ganando en Europa nos recuerdan que en esta tierra cada uno se hace a pulso y gana el futuro con el sudor de su cuerpo.

12] El minuto de dios. Nace en enero de 1955 y sigue campante y rezando hasta hoy: un dios eterno.

13] El boletín del consumidor: uno de los peores desperdicios de la pantalla, solo sirve para celebrarle el ego a don Ariel Armel y de los consumidores: nada.

14] Educadores de Hombres Nuevos y toda la televisión educativa: aburrida y jurásica.

15] Padres e Hijos. Por cerca de 15 años nos acompañó los almuerzos: una mala costumbre nacional.

16] Enviado Especial de Germán Castro Caicedo fue el mejor programa periodístico de la televisión colombiana: reportajes con denuncia.   

17] Pero sigo siendo el rey, Gallito Ramírez,El divino, San Tropel inauguraron en los años 80 lo mejor de nuestra ficción: descubrir lo regional con humor y dignidad.

18] Julio Jiménez quien nos emocionaba con el odio desde La abuela, El caballero de Rauzán y El ángel de piedra hasta Pasión de Gavilanes.

19] Café con aroma de mujer de Fernando Gaitán que nos llevó del campo a la ciudad y nos contó en nuestra mejor identidad.

20] Yo soy Betty la fea de Fernando Gaitán que celebró el humor para criticar la apariencia y es la marca Colombia en todo el mundo.

21] Pedro el escamoso de Dago García y Felipe Salamanca que representó la verdad del hombre colombiano: machito, feito, agraciadito y amiguero.

22] Cuando la televisión era muy inteligente y nos contaba desde la literatura para hacernos mejores ciudadanos con obras como La mala hora y Tiempo de Morir de García Márquez, El gallo de oro de Juan Rulfo, Mi alma se la dejo al diablo de Germán Castro Caicedo, Los pecados de Inés de Hinojosa de Próspero Morales, La tía Julia y escribidor de Vargas Llosa…

23] Revivamos nuestra historiade Carlos José Reyes y Jorge Alí Triana porque nos puso a pensarnos como nación y a cuestionar las verdades escolares.

24] Caballo Viejo y Escalona de don Bernardo Romero porque nos contó como en Colombia somos Caribe.

25] La casa de las dos palmas que no dejó ver nuestra herencia de hacha y machete, nuestra valentía paisa.

26] Azúcar nos mostró nuestra otra identidad: esa afro, sabrosa y excluida.

27] Amar y vivir y Los victorinos de Carlos Duplat nos llevaron hacia lo popular, hacia ese auténtico que somos los de abajo: los que sobreviven creando país.

28] Señora Isabel de Romero Pereiro y Mónica Agudelo que nos llevó a pensar que las mujeres tienen otros derechos más allá de  los deberes impuestos por los machos.

29] El Cuento del domingo y La historia de Tita de Pepe Sánchez que nos hicieron ver a la pantalla como un reflejo crítico de cómo venimos siendo.

30] OkTv, La alternativa del escorpión y La mujer del presidente de Mauricio Navas y Mauricio Rodríguez que nos trasladaron por las in-modernidades que nos constituyen como colombianos: injusticia, corrupción, inequidad.

31] Hombres y La Madre de Mónica Agudelo que nos hicieron reír y llorar, y nos recordaron el machismo tonto y el heroísmo de las madres cabeza de hogar.

32] Décimo grado, De pies a cabeza, Francisco el matemático por atreverse a pensar que la educación es una cosa muy importante: la más significativa para salir de la pobreza.

33] La pola y El Fiscal de Juan Carlos Pérez por intentar unas versiones trágicas de nuestra historia nacional: siempre perdemos (lo del pueblo).

34] El último matrimonio feliz y Allá te espero de Adriana Suárez que nos preguntan por el cómo venimos siendo en estas sociedades donde seguimos ultrajando mujeres y vendiendo pobres a la esclavitud en los países desarrollados.

35] Sin tetas no hay paraíso, El Cartel, Rosario Tijeras o esos retratos de cómo venimos siendo heroicos desde la silicona, el billete y el matar: la nueva moral nacional.

36] Escóbar el patrón del mal, Los 3 caínes, El mexicano porque cuando un país no puede construir héroes desde lo legal, celebra lo mafioso: tres testimonios de nuestros modos de triunfar a la colombiana.

37] Los reyes y A Corazón abierto que ejemplifican cuando se acabaron las ideas propias y debemos comprar historias de afuera y hacer las adaptaciones: buena reinvenciones colombianas.

38] Rafael Orozco,  La ronca de oro,  La hija del mariachi, Nadie es eterno… porque Colombia es música y más música: nuestros reyes y reinas del deseo son los que triunfan cantando.

39] Sábados Felices: más de 40 años convirtiendo a los cuenta-chistes en parte de la identidad nacional: mas que humor los colombianos hacemos bullying, supuestamente chistoso.

40] Don Chinche y Romeo y Buseta de Pepe Sánchez que hacia un homenaje a los modos creativos de sobrevivencia popular: esa que se toma la vida con dignidad… y humor.

41] Dejémonos de vainas de Bernardo Romero que puso en evidencia los modos de aparentar y sobrevivir de una clase media bogotana: retrato cachaco.

42]  La tele y El siguiente programa de Moure y De Francisco que le quitaron la solemnidad a la pantalla y buscaron desde la irreverencia ponernos a pensar… o a reír… o a ironizar.

43]  Zoociedad y Quac el Noticero de Jaime Garzón o cuando el humor molesta al poder, y es que eso es el humor: molestar, picar, joder al poder; lo demás es chistocismo grotesco.

44] Vuelo Secreto y Germán es el man de Juan Manuel Cáceres o cuando la comedia de situaciones logra reconocer esos modos de convivir en la ciudad.

45] El show de Jimmy, El show de las estrellas, Espectaculares JES… y es que antes la música habitaba las pantallas, ya que en ella se cantaba, bailaba y gozaba.

46] Yuruparí y Talentos que era televisión cultural de la buena: una mirando hacia la identidad de los hermanos mayores (los indígenas) y otras encontrando a los héroes que hacen nuestro tiempo desde el anonimato.

47] Señal Infantil es el mejor hallazgo de la televisión pública colombiana para crear programas de calidad como “La lleva” y ganar conciencia que podemos encontrar visiones propias para encantar a los niños.

48] Los criollos y Profesor Súper O son dos programas de culto en lo cultural: y todo porque tienen cultura, humor, ironía y verdad a la colombiana. Otras formas de pensarnos en público.

49] La televisión siempre al servicio del poder: nació para celebrar el primer año de gobierno de Rojas Pinilla, Lleras Restrepo mandó a dormir por televisión ante el fraude de las elecciones del 70 y Turbay Ayala pagaba los favores con programas y noticieros de televisión.

50] La información es de los políticos: antes se le daba un noticiero a cada casa de poder (López, Gómez, Pastrana, Turbay…), hoy RCN asume la causa uribista y Caracol la santista: ¡Oh gloria inmarcesible a los políticos!

51] Consejos comunitarios de Uribe es un gran invento: gobernar por televisión y no hacer nada en la realidad: por 8 años Colombia devino un programa de televisión.

52] La chica silicona es toda la televisión, silicona mata cabeza, las ideas se perdieron, solo nos quedó el plástico.

53] Los realities como el mejor formato que hay en la televisión después de las series. Sobre todo los musicales: nos encantan cantar y ver cantar.

54] Caracol y RCN producen televisión homogénea y para el olvido: telenovelas, periodismo carroña y de farándula, concursos de canto, baile y resistencia física.

55] Los canales regionales se dedican a la entrevista al infinito y a hacerle propaganda al gobernante de turno. Mala televisión, mala política.

56] Señal Colombia hace buenos programas culturales, tiene buenas ideas, pero nunca ha podido ser un canal que queramos ver: tal vez es muy elitista.

57] Estado falla porque las autoridades de televisión son ineptas o se dedican a hacer politiquería costosísima (bien sea en INRAVISIÓN, la CNTV o en la ANTV).

58] Los olvidos de los canales privados que convirtieron a la comedia en telenovela, no hacen tevé infantil, no les interesa el documental ni lo periodístico de investigación, se olvidaron de los musicales: les importa cero el país.

59] El periodismo carroña que convierte a un accidente de tránsito o una drama intrafamiliar o al bullying de político en noticia nacional y se olvidan de investigar la corrupción y los grandes problemas de la nación.

60] Todo lo que he olvidado: la televisión se hizo para el olvido… y para relajarse.

omar rincón
Profesor asociado Universidad de los Andes
crítico de tv de El Tiempo
orincon61@hotmail.com

 

Imagen tomada de internet: http://archief.rnw.nl/espanol/article/omar-rinc%C3%B3n-el-derecho-a-contarse-como-uno-quiera-contarse

 

Fahrenheit 451: Ray Bradbury

 

Cómo el hombre mató los libros y luego, yació junto a su TV

 

Cuando se hace un balance entre el impacto de la televisión y el de los libros en la actualidad, se llega, desafortunadamente, a un panorama no muy alentador: cantidades infinitas de imágenes proyectadas en pantallas enormes y ultradelgadas en HD– y ahora en UHD (Ultra High Definition)– han arrollado a cantidades infinitas de páginas encuadernadas en pastas ligeras–otras más afortunadas, en pastas rústicas–. Ambas opciones tienen su encanto y buen contenido, sin embargo, en la era de la inmediatez, de lo breve y del atesorado tiempo, es inminente el triunfo de los medios audiovisuales sobre los escritos; de programas de 20 minutos sobre libros que duraban una agradable eternidad. Podría seguir enunciando aspectos el inquietante fenómeno, pero alguien ya lo hizo con más estilo y contundencia y, mejor aún, en 1953.

 

Ray Bradbury, el popular escritor norteamericano de ciencia ficción, escribió en 1953 Fahrenheit 451; una novela que ilustra una sociedad en la que los libros son quemados por orden del gobierno y la gente pasa la mayor parte de su tiempo en habitaciones cubiertas por televisores. Montag, el protagonista, es parte de la brigada de bomberos encargada de quemar libros. Como todos sus compañeros, siente un placer especial por su trabajo, sin embargo, cuando conoce a Clarisse–una particular joven llena de preguntas, dudas y reflexiones sobre el sistema actual–empieza a ver el mundo de una forma distinta. De repente, su trabajo y su vida se vuelven una carga para él, quemar libros y denunciar a sus propietarios lo perturba de sobremanera, su esposa fanática de la televisión empieza a incomodarle y comprende que está a punto de enfrentarse con un mundo que encontró la felicidad y la igualdad al eliminar los libros y refugiarse ante enormes pantallas de televisión.

 

La genialidad de esta obra radica en que, con apenas unos años de la existencia de la televisión y el principio de los medios masivos de comunicación, Bradbury ya preveía lo que sucedería con el público. Mucho antes de que los expertos y estudiosos contemporáneos  hablaran del poder de los medios, de la simplificación de la información, de la virtualización de la vida y la lenta caída de los libros, en las páginas de Fahrenheit 451 ya estaba consignado esto y mucho más.

 

Se habla de los libros convertidos en resumen y la formación educativa:

 

“Los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después, vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en diez o doce líneas en un diccionario […] Ahora, podrá leer por fin todos los clásicos. Manténgase al mismo nivel que sus vecinos”.

 

De la simplificación e inmediatez de las noticias:

 

“Acelera la proyección, Montag, aprisa, ¿Clic? ¿Película? Mira, Ojo, Ahora, Adelante, Aquí, Allí, Aprisa, Ritmo, Arriba, Abajo, Dentro, Fuera, Por qué, Cómo, Quién, Qué, Dónde, ¿Eh?, ¡Oh ¡Bang!, ¡Zas!, Golpe, Bing, Bong, ¡Bum! Selecciones de selecciones. ¿Política? ¡Una columna, dos frases, un titular! Luego, en pleno aire, todo desaparece. La mente del hombre gira tan aprisa a impulsos de los editores, explotadores, locutores, que la fuerza centrífuga elimina todo pensamiento innecesario, origen de una pérdida de tiempo”

De cómo murió la literatura:

“No era una imposición del Gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno”

De la definición del hombre y la sociedad:

“La palabra «intelectual», claro está, se convirtió en el insulto que merecía ser.”

“Hemos de ser todos iguales.[…] Entonces todos son felices, porque no pueden establecerse diferencias ni comparaciones desfavorables. ¡Ea! Un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo. Quita el proyectil del arma, domina la mente del hombre. ¿Quién sabe cuál podría ser el objetivo del hombre que leyese mucho? ¿Yo? No los resistiría ni un minuto.”

De situaciones que suenan aterradoramente familiares:

“Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno o, mejor aún, no le des ninguno. […] Tranquilidad, Montag. Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado, o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos «hechos» que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan”

De por qué la televisión es tan atractiva:

“El televisor es «real». Es inmediato, tiene dimensión. Te dice lo que debes pensar y te lo dice a gritos. Ha de tener razón. Parece tenerla. Te hostiga tan apremiantemente para que aceptes tus propias conclusiones, que tu mente no tiene tiempo para protestar, para gritar: «¡Qué tontería!»”

“Uno puede cerrarlos [los libros], decir «Aguarda un momento.» Uno actúa como un Dios. Pero, ¿quién se ha arrancado alguna vez de la garra que le sujeta una vez se ha instalado en un salón con televisor? ¡Le da a uno la forma que desea! Es medio ambiente tan auténtico como el mundo. Se convierte y es la verdad. Los libros pueden ser combatidos con motivo pero, con todos mis conocimientos y escepticismo, nunca he sido capaz de discutir con una orquesta sinfónica de un centenar de instrumentos, a todo color, en tres dimensiones, y formando parte, al mismo tiempo, de esos increíbles salones.

 

Si bien la humanidad no ha llegado a instancias apocalípticas como en Fahrenheit, aún hay razones para preocuparnos. Estamos ante una generación de jóvenes–y también adultos– ingenua, indiferente y poco curiosa, que se atraganta de información e imágenes pero pocas veces emite una respuesta o una reacción constructiva. Como dice Bradbury, alejar nuestra vista de las pantallas se ha vuelto imposible, están en todos lados, nos atraen, nos entretienen, nos envuelven en la tendencia del momento: hoy la novela, el mes siguiente el mundial, se acerca el reality…”quédese en”, “a continuación”, “ya viene”, “estreno esta noche”, y quedamos encantados con un mundo en HD visto desde la comodidad del sofá. Y la literatura, la prensa escrita, el ensayo y la investigación quedan cada vez más en el olvido; la realidad humana es demasiado abrumadora, ni qué decir del debate  y la opinión del otro ¡mejor páseme el control remoto!

Sin embargo, tampoco se trata de irnos hacia el otro extremo: esto no significa que creemos un escuadrón de bomberos para incinerar toda pantalla posible. Va más por el lado de equilibrar las cosas. Prenda su TV, vea Los Simpson un rato, vea noticias, infórmese y ríase un poco, también hace falta. Luego, apague su TV, coja un libro y piense, reflexione, subraye ideas, coméntelo y ríase de nuevo, esos rectángulos de papel también son divertidos, se lo prometo. Empiece, por ejemplo, por Fahrenheit 451. 

 

Ana Puentes

anapuentes@rugidosdisidentes.co

 

 

Una habitación sin televisor

 

No fue una decisión fácil, lo acepto. Me costó meses de intranquilidad. Adquirir un hábito representa dificultad, mucho más, cuando se realiza de manera consciente. La meta: sacar el televisor de mi habitación.

 

Darse cuenta

 

La primera vez que sentí la necesidad de deshacerme de la ‘caja mágica’ (que con el tiempo ha dejado de serlo para convertirse en una suerte de tabla) sucedió una tarde cuando me vi sometida a un acto de humillación. Llegué al apartamento, me quité la chaqueta, los zapatos, y automáticamente me dispuse a encender el televisor que siempre me acompañó. Por desgracia, el control no aparecía y, la verdad, levantarme hasta el modo manual no representaba dificultad sino pereza.

 

El silencio se había instalado en casa. Sin comerciales, sin noticias de última hora, sin el innecesario ‘zapping’, sin la novela mexicana desgastando el castellano, sin el eterno comercial. Bastaron un par de minutos para que el silencio se apoderara de todo.

 

El resultado: me aburrí. No lo soporté. Tuve que someterme a buscar el control en ‘cuatro patas’ por toda la habitación. En un acto de fe, lo encontré debajo de la almohada. No demoré en entender la conciencia de una dependencia tan vana.

 

Tomar la decisión

 

Fueron varias las causas que me llevaron a hacerlo. Una de ellas, ver a la gente sedienta del control, verlos con el afán de que ese aparato les diga algo que muchas veces no se entiende bien, moralejas que se hacen borrosas por los filtros mercantiles que hay en cada emisión. También darme cuenta de que el susurro de un dispositivo que se habla a sí mismo y se responde sobre ‘prepagos’, masacres o noticias increíbles era la única forma de quedarse entre dormida. No era sano. No descansaba bien.

 

Trasnochaba por ver el seguimiento de novelas eternas, escenas bullosas, imágenes que lo dicen todo a la hora en que no debería decirse nada. A mi edad me había fastidiado de perder el tiempo tan descaradamente.

 

No voy a hablar de gustos porque es precisamente de eso de lo que no se trata este artículo. No todo puede ser aburrido. Es una de las tres funciones que tiene la televisión: entretener. Las otras, educar e informar. Usted verá en qué orden las prefiere. Ese tipo de decisiones las toma cada uno.

 

Un día me cansé y como un ritual, un acto de desprendimiento, lo expulsé de mi habitación, lo puse en la sala como un castigo merecido, en un lugar de la casa que no tenía valor, le dejé tirado en un rincón. Me hice el propósito de no encenderlo por un acto de amor conmigo misma. No conectarlo era el primer paso. Desconectarme también a mí, tomar la información noticiosa que me interesara solo por radio o prensa. Si lo lograba descansaría más, aumentaría mis horas creativas.

 

Resultado de la operación: tres días después estaba recogiendo el televisor del suelo. Otra humillación y un golpe seco en el estómago.

 

Una derrota

 

¿Dónde estaban mi fuerza de voluntad, mi disciplina, mi sensatez, mi manera de tomar las decisiones firmes?

 

-Recaí, como lo hace un drogadicto.

 

Sin embargo, seguí dando vueltas al asunto. Me preguntaba por qué la televisión se había metido en mi intimidad, casi entre las sabanas. Esa luz estaba siempre encendida y no daba espacio a la oscuridad, la reflexión, la calma simple de recostarse en la cama y detenerse un momento a mirar el techo para encontrar figuritas, en cambio, sí estaba para vivir al ritmo de los comerciales con los jingles grabados en la memoria. Sentí que necesitaba desacelerarme, paradójicamente, de manera rápida.

 

Tomé la decisión otra vez. De nuevo el televisor a la sala. Otra vez la intención de tener una vida alejada de contenidos que no sentía me colaboraran en nada, algo que solo veía por la rutina de que llegara la hora de ver la pantalla. Esas horas desgastadas del Prime Time.

 

No quería suprimirla del todo, porque me encanta el cine y otras cosas, lo que quería era dejar de verla de manera excesiva. Lo que realmente quería era elegir qué ver, no ser automática y no trasnochar por el arrullo de las actrices famosas o ‘a punta de bala’.

 

Cinco días después…

 

Cinco días después el televisor seguía en la sala. Me ocupé en otras tareas. Gané tiempo cada noche, dejé de seguir series. Le quité el castigo al televisor, lo puse en la sala de la casa. Me volví selectiva, si quería ver algún programa buscaba el horario por Internet, me ponía una cita con el sillón y el televisor, la cumplía y me iba. Reduje mis horas de quietud, dejé de ver la vida en pantalla chica, a sentirla en la calle, en las conversaciones con las personas, a buscarla en los libros, a escribirla también.

 

Empecé a ver las cosas distintas. Me di cuenta de algo que puede ser trivial pero resulta sumamente importante. El televisor estaba en la mayoría de lugares que frecuentaba, en los centros comerciales, la universidad, las cafeterías, los bancos, los restaurantes, las salas de espera, algunas aulas de clase, etc. Se salvaban los parques, las bibliotecas, las iglesias y una que otra calle.

 

Sí, en todas partes, así que solo quedaba preguntarme ¿para qué diablos quería que estuviera en mi habitación, en la intimidad de cada mañana? Era irracional.

 

El televisor nunca ha vuelto a entrar, lo recuerdo siempre como un acto de resistencia, de amor conmigo, una mínima revolución que me hace feliz. Ahora, cuando las personas que visitan mi apartamento se acercan a mi habitación o cuando comento con un par de amigos, sobre lo que para mí fue un proceso de emancipación, se extrañan. Les parece increíble que no tenga televisor en mi habitación, no logran comprender el raro silencio que hay en ella para ir a dormir. Y muchos, casi la mayoría, se asombran diciendo: “yo sin televisión no podría vivir, mucho menos dormir” cuando lo cierto es que sí.

 

No se trata de exterminarla, de lo que se trata es de erradicarla como una necesidad de compañía. 

 

Yulieth Mora
yuliethmora@rugidosdisidentes.co
todasmisdeclaraciones.wordpress.com 

 

 

Segunda edición

Nuestro anhelo más grande como nación

 

Lo mejor de Colombia es su gente, de eso no existe la menor duda, un pueblo que a pesar de sus propias dificultades ha logrado no solo sobrevivir, sino que se ha destacado en diversas actividades que han fortalecido ese orgullo que por una nación puedan sentir sus hijos. Pueblo trabajador, un pueblo que no ha perdido su fe, ni su entusiasmo, que celebra como propios los triunfos conseguidos por sus coterráneos en el exterior. Un pueblo que aprendió a sonreír entre la adversidad y que aún no deja que sus sueños se ahoguen en un desván.

Sumidos en nuestra realidad, pero ajenos a una verdadera revolución que hubiese permitido pensar en un cambio de rumbo del país, Colombia completa más de 50 años de una violencia que pasó de ser bipartidista para convertirse en una subversiva. Una confrontación armada entre unas guerrillas liberales y comunistas contra un régimen. Estas disidencias, aunque con pretensiones ideológicas en sus inicios, a través de los años su lucha armada perdió legitimidad y su carácter político credibilidad, pues su paso no solo ha dejado caídos en combate de las fuerzas enfrentadas, ha victimizado además a una cifra escandalosa de personas que han sufrido en carne propia otras formas de violencia.

La paz, por supuesto, es el anhelo más urgente de Colombia,se puede pensar en ella como el punto de partida para alcanzar una nación igualitaria fundada en un Estado de Derecho, pero también ha de pensarse como el fruto de un país que mira a sus nacionales de una manera distinta,no obstante y tristemente, la paz se ha convertido en una treta política con fines particulares,así fue, irónicamente, un estandarte de guerra entre los candidatos a la Presidencia de Colombia en las pasadas elecciones. La manera simplista en la que fue utilizada en los discursos de ambos aspirantes a presidente polarizó al país y de manera inmediata sin dar lugar a mayores discusiones ni una defensa debida de argumentos, ubicó a los adeptos a Santos como amigos de la paz, a los seguidores de Zuluaga como guerreristas y a quienes pensaban en voto en blanco como opción los convirtió en ’cómplices’ de este último, luego, en el contexto electoral que se vivió, simpatizantes también de la guerra.

La paz abarcó la agenda del candidato – Presidente que alcanzó una votación de 7.784.916, de los cuales una porción lo eligieron por temor a vivir otros cuatro años en una guerra, que a medida que avanza el tiempo ya parece eterna. Fue una elección entre una paz negociada o un conflicto interminable, mucho más desalmado y con miles de muertos más de los que hasta el momento nos ha dejado desde su comienzo en 1958 y su trascurrir en nuestra historia ha sido vergonzoso y desalentador.

La responsabilidad y los compromisos que se deben asumir no solo corresponde a un gobierno que más allá de su corriente ideológica, debe proponer diversas alternativas que permitan la terminación no solo del conflicto, justicia y reparación para las miles de víctimas del mismo, debe, entre otros temas, procurar plantear y ejecutar sus políticas públicas en torno a la igualdad, educación, vivienda, empleo digno, un sistema de salud que respete el derecho a la vida, que en verdad busque un cubrimiento igualitario y un tratamiento decente de los recursos públicos. Por otra parte, está la responsabilidad que nos atañe como sociedad y como individuos conscientes de una ciudadanía que no debe permitir que aquellos que ostentan la autoridad y el poder sean los únicos que labren nuestro propio futuro como país, no podemos, ni debemos mostrarnos ajenos a la responsabilidad que exige un ejercicio digno de una ciudadanía, libre, pensada y madura que asuma también compromisos y que más allá del discurso, pase a acciones simples pero concretas que contribuyan de manera directa a alcanzar nuestros ideales como sociedad, en este caso la paz.

Cada año el deporte entrega grandes honores a Colombia a nivel internacional, es importante mencionar a la ciclista medallista olímpica Mariana Pajón, al pesista Óscar Figueroa, Moisés Fuentes medallista paralímpico, Rigoberto Urán, Julián Arredondo y Nairo Quintan grandes exponentes del ciclismo, a la atleta Caterine Ibargüen,  la selección de fútbol femenino y después de 16 años sin aparecer en un Mundial la Selección Colombia de fútbol de mayores, todos ellos nos han brindado hasta el momento las mayores alegrías que como país podemos sentir. El papel destacado de Colombia en Brasil 2014 permitió que todo un país se pusiera la camiseta y acompañara de corazón al equipo que nos representó en el evento más importante de la FIFA. Eso está bien, de eso se trata, no permitamos entonces, que eventos ocurridos tras la victoria de Colombia sobre el onceno Griego en la que murieron 9 personas luego de la celebración, o lo ocurrido tres días despuésde elecciones en los cumpleaños del Club Deportivo Los Millonarios, cuya celebración aglutinó más de 40.000 hinchas y que según cifras de El Tiempo se presentaron más de 42 heridos y 200 detenidos, algunos de ellos acusados por secuestro a uno de los buses articulados, se repitan.

Estos dos episodios, aunque cuyas cifras no sean representativas no son excepciones, ni corresponden a eventos aislados. Irónicamente en nuestro país es común que las celebraciones colectivas dejen consigo riñas, heridos y personas fallecidas, estos hechos lamentables contradicen nuestro aspiración de paz; esta es nuestro anhelo como nación, no tanto así como individuos.

La oportunidad que nos brindó el fútbol es precisa, para que todo el apoyo que de corazón le dimos a nuestros deportistas en el Mundial y la unidad que tuvimos como nación, la utilicemos en pro de la construcción de un mejor país. No perdamos de vista las políticas de Estado, no nos mostremos ajenos a los asuntos públicos, ni permitamos que nuestros representantes elegidos con nuestros votos nos irrespeten y hagan de sus promesas electorales un girasol, que con el tiempo se deshoja para luego ser tirado a la basura.

La paz no solo es punto de partida, ni el cenit único de una sociedad. Es una construcción diaria, a la cual se aporta con pequeñas acciones, cada uno de nosotros más allá de nuestra ideología política y creencias religiosas, más allá de nuestras tendencias culturales, deportivas y sexuales tenemos un compromiso con el país. La paz no está a la vuelta de la esquina, pero fácilmente puede encontrarse en las puertas de nuestros hogares.

 

Rugidos Disidentes
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Resistencia Cultural: La voz de las víctimas

Sobreviviendo desde la identidad

 

 

Javier Osuna es comunicador social y periodista de la Universidad de La Sabana, director de la Fundación Fahrenheit 451, Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 2009 con el reportaje “La Prensa Silenciada” y Premio Nacional de Periodismo Círculo de Periodistas de Bogotá. Trabajó para el portal “Verdad Abierta” de la Revista Semana cubriendo el conflicto armado en Colombia durante los años de la Ley 975. Actualmente, su vida gira en torno a sus dos grandes pasiones “la Comunicación para el Desarrollo con la Fundación Fahrenheit, liderando procesos de transformación desde la literatura, y el Periodismo con un enfoque de Derechos Humanos y ligado al universo de las víctimas”.

Su conocimiento y experiencia en materia de conflicto armado, Derechos Humanos, procesos culturales y dinámicas víctima-victimario lo convierten en el personaje elegido por Rugidos Disidentes para hablar del fenómeno de Resistencia Cultural y, por supuesto, para escuchar su rugido frente al Proceso de Paz en Colombia.

 

Rugidos Disidente–RD: ¿Qué es la Resistencia Cultural?

Javier Osuna–JO:El concepto depende de lo que se entienda por cultura. Creo que la cultura es ese conjunto de prácticas que permiten llevar la vida adelante. Cuando hablamos de Resistencia Cultural se trata de una comunidad que, en medio de un entorno de guerra, trata de resistir desde sus manifestaciones autóctonas, desde un fortalecimiento de la identidad.

 

RD: ¿Cómo actúa en individuos o comunidades víctimas de la violencia?

JO: Lo interesante de la Resistencia es que no necesita de una institucionalidad ni de un esquema que lo soporte. El principal problema con el trabajo con víctimas es que se intentan abrir espacios desde la política, desde algo configurado y creo que es un error, hay una promesa que está rota: nadie puede hablar por ellos. Es un uno que es plural. Cuando estos procesos culturales no están atados a la institucionalidad indican que no están hechos para sentirse mejor o algo parecido, son genuinos y espontáneos. La resistencia no se puede poner en un frasco, no tiene normas. Quienes resisten desde lo cultural lo hacen desde su identidad y no lo hacen para sentirse mejor, lo hacen porque es una manera de mantenerse vivos.

 

RD: ¿Hay algún efecto considerable  de la resistencia cultural en el momento de generar y ejecutar políticas públicas?

JO: No. Yo diría que es imposible conciliar los intereses de la Resistencia Cultural con los intereses de las políticas públicas. Es un error asumir que esas manifestaciones van juntas en un paquete, que todos los intereses de la comunidad queden consignados en uno. Los espacios genuinos de debate se juegan en la resistencia, no en la política. Es obligación del Estado propender por el bienestar, pero es un problema cuando queremos representar ese singular-plural (cada individuo dentro de una comunidad). No le tengo fe a la política para tajar esta clase de necesidades de comunidades que son autónomas, que promueven procesos por sí mismas. Reconozco que la financiación y el acompañamiento institucional a estas manifestaciones es un apoyo valioso, pero insisto en que la Resistencia siempre se mantendrá viva por encima de ese soporte. Lo que sucede en que con este acompañamiento se viene homogeneizando y estandarizando las manifestaciones de Resistencia. Me causa tristeza ver que las víctimas, además de tener que luchar por una reparación, tienen que aprender a hacerlo con modales, con formularios y protocolos.

 

RD: ¿Qué papel cumplen los medios de comunicación en las manifestaciones de resistencia cultural? ¿Qué tanta difusión y apoyo reciben por parte de los medios?

JO: Tenemos un problema, que radica en que eternizamos a los sujetos en torno a sus acciones. Por ejemplo, no entendemos la dinámica víctima-victimario, juzgamos el mal con mucha ligereza y somos extremadamente solidarios con el bien. Y ¿quiénes hablan en los medios? Los poderosos. El drama de las víctimas no tiene importancia. Colombia ha crecido sobre los testimonios solitarios de cientos de víctimas que señalan lo que sucede pero nadie les pone atención. Hay que profundizar en el concepto de víctima y de victimario y de ahí saldría un mejor trabajo periodístico. Creo que a los periodistas les encanta tomar a la víctima llorando y al victimario diciendo que es un asesino, y es algo que hay que replantear definitivamente.

 

RD: ¿En Colombia la resistencia cultural puede pensarse desde la izquierda? ¿O no puede clasificarse?

JO: ¿Pues quién necesita resistir? Rancière habla del paria, del que se resiste a ser nombrado. Yo creo que el que se resiste es el que no se deja nombrar. Resiste el que se ve agobiado y, en Colombia, no está agobiada precisamente la derecha. La Resistencia no es de izquierda ni de derecha, pero en este país hay una veta clara en contra de aquellos sectores que se oponen al establecimiento… y desde hace un largo tiempo, la derecha está en el poder.

 

RD: ¿Qué ejemplos concretos de resistencia cultural hay en Colombia?

JO: Hay iniciativas interesantes: el Rap en las comunas de Medellín y en Bogotá el Periódico Riel, el Teatro de la Resistencia y el Teatro de Los Oprimidos. En Montes de María se trabaja con radios comunitarias, una organización muy bonita. Hay infinidad de manifestaciones, depende de donde se quiera poner el ojo. La misma Fundación Fahrenheit es resistencia cultural a través de la literatura.

 

RD: Cerrando con el tema de Resistencia Cultural y entrando en materia de actualidad: ¿Qué imagen y proyección tiene usted de las actuales Negociaciones de Paz en la Habana y con el ELN? ¿Cuál será el papel de Juan Manuel Santos?

 

JO: Como colombiano me emociono. Este país merece que el conflicto con las guerrillas cese, pero es difícil. Infortunadamente, creo que los acuerdos que surjan de La Habana tendrán que llegar a un punto en el que Santos deberá tomar la determinación de cambiar drásticamente su forma de gobierno para darle cumplimiento a los acuerdos que lleven al menos a una paz negociada. El referendo es una de las cosas que más me preocupa, el 15 de Junio vimos a un país dividido. Me da miedo el momento de la materialización de las transformaciones: lo militar, una política de restitución de tierras real, una reforma agraria a fondo.

 

RD: ¿Qué sucedió en la segunda vuelta de elección presidencial?

JO: Lo que le permite a Santos ser presidente son los departamentos fronterizos y Bogotá como una especie de isla. Santos recibe un segundo mandato comprometido, lleno de oposición y con una veeduría ciudadana muy grande que, apostó por un único argumento: la paz. Y, de hecho, la paz no fue una promesa de su gobierno, fue una promesa que se encontró en el desarrollo de un mal periodo de mandato.

 

RD: ¿SiZuluaga hubiese sido Presidente, qué habría sucedido?

JO: Indudablemente, las negociaciones se hubieran caído. Creo que la cola de la ley 975–la liberación de comandantes paramilitares– habría sumido al país en una época oscura. El voto se guio por la esperanza y por el miedo. Por donde se mire, la situación es grave. Santos también es responsable de acciones muy serias. Las políticas de fondo de Álvaro Uribe–porque era Uribe y no Zuluaga en las elecciones– y Juan Manuel Santos no se diferencian mucho.

 

Ana Puentes

anapuentes@rugidosdisidentes.co

 

 

Hastío

 

Llevo semanas pensando en una palabra. Pensando tanto en ella y tan profundo hasta agotar sus imágenes y fulminar su significado. Lo he hecho por gusto y como experimento para escribir esta columna. La palabra es PAZ.

La he repetido mientras realizo mis cotidianidades. Retumba en mi cabeza como un mantra que pierde sentido. Me he contaminado bruscamente y a propósito para perder todas las representaciones concebidas y darle un nuevo sentido. La misión es crear mi propia versión de lo que es la paz. A mi modo. Lidiar con el proceso adentro mío.

*

Despierto a tiempo. Intento llegar a tiempo, calculo mal y el trancón más largo del mundo aparece con vehemencia, cierro los ojos y digo: “paz”. El hombre que maneja el autobús grita fuerte para que su pasajero, que está colgado de la puerta envíe el dinero que corresponde por transportarlo. Grita, grita fuerte, frena, frena fuerte, arranca, arranca fuerte, frunce el ceño, sigue manejando y digo: “paz”.

Intermitentemente el televisor aparece en ciertos puntos de la historia citadina (esta experimental de repeticiones) y en temporada mundialista es más frecuente su encendido, pantallitas gritando gol, pantallitas escupiendo las noticias… la bomba del CAI, las manifestaciones en Brasil, el mordisco de Suárez, la muerte por celebrar el triunfo de Colombia, el estadio lleno, la calle sucia luego del gol, las vuvuzelas en unísono, el corazón vivo y la mano en el bolsillo del celular. Luego, la palabra: “paz”.

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He dicho paz mientras me baño, cuando bajo las escaleras, cuando subo por el ascensor, mientras ceno con mis amigos, cuando escucho la canción que más me gusta, mientras camino, tomo cerveza, las veces que escribo, durante las reuniones aburridas, en las conversaciones más triviales, durante los partidos más emocionantes, mientras doy besos en mejillas y bocas, en mis clases, mientras pago, cuando espero, en los momentos más aterradores, en las madrugadas escandalosas, las noches apacibles, las lecturas increíbles, los momentos más calmados y en la ira más incontrolable.

Puedo decir con toda fe que la palabra paz, hoy me hastía, como esa vez en que desayuné lo mismo por un mes, aquella vez que escuché esa canción todos los días por semanas enteras, igual que el fastidio por ese sabor de helado que comí hasta hacer repugnante su olor.

Me hastía como la persona que durante 23 años ha hecho lo mismo en su trabajo, ha recorrido las mismas calles y ha aguantado la presión de repetirse a diario. Como el encarcelado que odia su celda y el secuestrado que marca sus días de cautiverio en un trozo de madera. Insoportable escuchar esa palabra adentro mío, repetir el sonido que tiene en todas las emisoras y sentir el mismo movimiento de labios, verlo y comprender la repugnancia de alguien que repite sin la más mínima idea de lo que habla.

***

No ha sido un experimento entrañable, pero ha sido una versión intima de lo que sucede en esta masa amorfa que llamamos pueblo, sentimos todos quizá el agotamiento de un inalcanzable, la verdad de un imposible que parece lejano y esa palabra ya no nos da sensaciones de esperanza, sino de hastío, de tanto hablar de ella ha sido manoseada.

Cualquiera puede usarla y acomodarla a su forma, aprovecharse e incriminar con ella, botarla al suelo, recogerla como un símbolo de alianza. La paloma herida, las manos ensangrentadas, las imágenes comunes, las muertes lentas, esa agonía de esperar algo que viene de adentro y que es mejor no pronunciar sino ir haciendo desde la calma de la habitación, hasta la lucha en esta selva de cemento.

 
Yulieth Mora
yuliethmora@rugidosdisidentes.co
todasmisdeclaraciones.wordpress.com

 

 

 

 

 

 

 

Primera edición

Del mundo de las ideas a una realidad posible

 

Los sueños suelen dibujarse en la mente de los seres humanos, difusos, increíbles, indescifrables e inalcanzables. De cuando en vez enseñan su verdadero rostro y atrevidos saltan a la realidad esperando que no los dejemos morir en el pesimismo.

Ellos adquieren diversas formas en sus primeros acercamientos con ese mundo que llamamos real, una vez allí, podemos conocerlos un poco más, nos dejan ver de manera más precisa sus debilidades y fortalezas, sus exigencias y desafíos, sus motivaciones y sus miedos. Este sueño que se atreve abandonar su imaginario magnifico, requiere que le podamos brindar un destino posible.

Lo que hace unos meses arrancó como una idea, cuya intención básica era el rescate de manifestaciones musicales y culturales en torno a un evento histórico, mutó a un proyecto que pretendía recoger tanta gama de experiencias culturales como le fuera posible y convertirse al cabo del tiempo, en un medio de comunicación alternativo cultural incluyente y reivindicatorio, que además abriera las puertas a los amantes de la escritura, la literatura, el video, la investigación y el periodismo, al fin al cabo, este último es un oficio que se nutre de la calle, de la realidad que acompaña diariamente a millones de transeúntes anónimos, que se emociona, que se conmueve con cada historia y que registra en un producto comunicativo un trozo de la historia.

En cada alma habita un león; en algunos casos duerme, en otros con fiereza lucha por salir a esa jungla, como en el caso de las grandes urbes como Bogotá, es de cemento. Una vez despierto, la fuerza de su rugido se puede escuchar a cientos de kilómetros de distancia, impactando positivamente a quienes se dejan sorprender por la contundencia de su mensaje, de forma negativa para otros que no prestan atención a las expresiones más profundas del alma y despertando a otros miles de leones que han de encontrar también su propio rugido.

Así es Rugidos Disidentes, un león que despertó gracias al esfuerzo de un equipo de trabajo que reúne su esfuerzo y talento para ofrecerles a ustedes, mujeres y hombres, el mejor contenido cultural en sus diversas tendencias mes a mes. Esa es nuestra misión, sorprenderlos en cada edición, invitarlos al debate y motivarlos para que ustedes también nos hagan participes de sus rugidos, de sus disidencias.

Por nuestra parte podemos ofrecerles honestidad en lo que hacemos, investigación rigurosa  y distintos puntos de vista para que ustedes, lectores y amigos, lleguen a sus propias conclusiones y compartan con nosotros sus experiencias y, por qué no, sus desacuerdos.

Deseamos que cada uno de ustedes nos deje descubrir su rugido disidente.

Rugidos Disidentes
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