El cubrimiento mediático fue el mismo; el micrófono en función de la institucionalidad en cabeza de la ministra Patricia Gutiérrez y de la Fuerza Pública
Por, Laura Cala Mejía
Cauca: De la Cacica Gaitana, Quintín Lame y Benjamín Dindicué, el pueblo Nasa continúa la resistencia
“El 15 de septiembre de 2004, cerca de 70.000 indígenas, campesinos y afrocolombianos marcharon en dirección norte por la carretera Panamericana, camino a Cali, para protestar, entre otras cosas, por las negociaciones bilaterales con Estados Unidos en torno al Tratado de Libre y Comercio. Se convirtió en la punta de lanza de lo que terminaría siendo una movilización nacional de amplia base popular, que clama por un cambio en las prioridades del gobierno, en lo que concierne a las políticas de seguridad y desarrollo. Los medios hegemónicos por lo general presentan dichas situaciones como actos criminales enfatizando su tendencia a actuar por fuera de la ley – bloquear las carreteras, ocupar tierras de manera “ilegal” etc., para manifestar sus quejas y agravios.” Tomado del texto Un tejido de comunicación: medios comunitarios y planes de vida en el norte del Cauca, Mario Alfonso Murillo.
Así como en el 2004, los indígenas y afros salieron en el 2019 a la vía Panamericana que conecta el centro con el suroccidente del país a protestar por el incumplimiento de los Acuerdos de Paz, las constantes amenazas por parte de grupos armados, el asesinato de líderes y lideresas sociales que continúa en aumento, entre otras razones. También una vez más, el cubrimiento mediático fue el mismo; el micrófono en función de la institucionalidad en cabeza de la ministra Patricia Gutiérrez y de la Fuerza Pública, estigmatizando a los marchantes argumentando que la protesta estaba infiltrada por disidencias de las FARC, que “existía un tinte político en la protesta”, reduciendo la mirada de la audiencia a las pérdidas económicas producidas por la minga, desconociendo el recrudecimiento de la violencia que están viviendo muchos territorios del país.
Mi querido César me dijo una tarde: “Laurita, el pueblo nasa es un pueblo berraco, que la lucha y la suda, siempre está en pie”. Retumbaron en mi cabeza las palabras del compadre Astiano, ese indio patirrajado y flaco de cabello negro que participó en una “minga de corte” por tres semanas, “aquí se volea machete parejo, cortar esa caña alta es bravo, comadre, ahí vamos dándole sin descanso”. Esa labor es llevada a cabo en la Hacienda La Emperatriz, o ‘La Empera’, como la llaman coloquialmente.
Decidí ir al Cauca por convicción. En la tarde de aquel diciembre pisé su suelo y me encontré con la sonrisa arrolladora de Isa, lideresa nasa, madre de dos hijos, con una mirada fuerte y decidida. A su lado, estaban Julián y “Neco”, un payanés y un huilense, que dedican su vida a ilustrar y pintar.
“Inmensas legiones de esclavos vinieron de África para proporcionar, al rey azúcar, la fuerza de trabajo numerosa y gratuita que exigía: combustible humano para quemar. Las tierras fueron devastadas por esta planta egoísta que invadió el Nuevo Mundo arrasando los bosques, malgastando la fertilidad natural y extinguiendo el humus acumulado en los suelos”. Este relato de Eduardo Galeano en su libro Las Venas Abiertas de América Latina refleja la situación actual del norte del Cauca.
Antes de llegar a este territorio encontramos miles de hectáreas de monocultivo de caña de azúcar que se extienden por los municipios vallecaucanos de Tuluá, Buga, Palmira y El Cerrito, pertenecientes a las familias adineradas de la región como Ardila Lulle y monopolios de la industria azucarera de larga tradición. Se requieren grandes cantidades de agua para su mantenimiento, el glifosato y otros agroquímicos, se irrigan por estos cultivos, afectando notablemente el suelo y las parcelas cercanas. Los camiones y máquinas trabajan día y noche al servicio de la industria azucarera y de los biocombustibles.
El norte del Cauca no ha escapado de la imposición de este modelo agroindustrial que se posicionó en la región. Este territorio habitado por campesinos, campesinas, indígenas y afros, evidencia un cambio del paisaje, debido a que los cultivos de cacao, maíz, yuca, entre otros, han sido reemplazados por miles de hectáreas de caña de azúcar, custodiadas por la Fuerza Pública y grupos paramilitares, tal como lo han denunciado las comunidades indígenas y afros, ante la comunidad nacional e internacional: “dos días después del asesinato de JAVIER OTECA, indígena del resguardo de Corinto ocurrido el día miércoles 22 de Marzo de 2017, por grupo armado al servicio del ingenio Incauca, reaparece en la zona una nueva amenaza paramilitar de las Águilas Negras. Recordamos a la opinión pública y a los órganos de justicia del Estado colombiano, que son ya 6 los panfletos amenazantes en este año que circulan y que alrededor de estos se han dado, seguimientos, atentados y asesinatos contra comuneros indígenas afros y campesinos”.
- Lee la denuncia completa aquí: Amenazas de grupos paramilitares en el Norte del Cauca, dos día después del asesinado de Javier Oteca
Ante la violación de derechos humanos, el incumplimiento de una sentencia de restitución de tierras tras la masacre del Naya, donde miembros del pueblo nasa murieron a manos de grupos paramilitares y narcotraficantes, una serie de incumplimientos por parte del gobierno nacional y la distribución inequitativa de la tierra; los hombres y las mujeres nasas se han organizado para defender la Madre Tierra, como ellos y ellas la reconocen, “ella les da el agua, la tierra para trabajarla y tener sus propios alimentos del territorio”, así lo han expresado de manera oficial, pero solo se puede lograr cortando la caña de azúcar, limpiando esa tierra contaminada por agroquímicos, para sembrar la comida, que será dada a sus hijos y las futuras generaciones.
“Hoy nos movemos entre sueños y esperanzas, crisis y conflictos. Somos pueblos que continuamos en resistencia. Hemos atravesado un largo camino y acumulamos siglos de lucha que nos han permitido defender el territorio. Pero aún estamos sometidos por la arrogancia, el egoísmo, la ignorancia y el irrespeto disfrazado de distintas maneras. Han caído sobre nosotros con mentiras y engaños, con el poder de las armas, con normas y leyes que nos traen miseria, explotación, dolor, sometimiento y muerte. Por eso debemos echar mano de nuestras raíces y sabiduría colectiva ancestral, para realizar nuestros compromisos de sembrar, proteger y abrir caminos de vida digna.” Fragmento de la Liberación de la Madre Tierra.
En diciembre de 2017, se llevó a cabo un encuentro de tres días llamado Desalambrándonos, organizado por los mismos liberadores y liberadoras de la Madre Tierra. En estos encuentros predomina la autogestión de la mano de los procesos organizativos de varios territorios del país y gracias al voz a voz, personas de Argentina, Francia, País Vasco también se han acercado al proceso.
Desde las cuatro de la mañana la guardia indígena despierta a los asistentes con el sonido de la tecnocumbia, un género musical alegre y animoso, que mezcla el sonido de teclados, guitarras y sus letras evocan el arraigo, el amor y el territorio. Las y los asistentes ayudan en la preparación de los alimentos como la carne, el zapallo, la yuca, la papa y el plátano, nadie olvida las masitas hechas por las indígenas nasas, son crocantes y de gran tamaño, acompañadas con agua de panela.
Todos los asistentes participaron del proceso de armonización, un ritual en el cual se ‘mambea’ la hoja de coca y se busca equilibrar la energía, se dispone el alma y el cuerpo para escuchar y aprender. Posteriormente inició la conversación que busca desalambrar la palabra, fortalecer el tejido, pensar con el corazón, contar con sonidos, dibujar lo vivido y relatárselo al país y al mundo.
Hay elementos en común para reunirse, como la amenaza del modelo minero-energético sobre los ecosistemas que habitan las comunidades, los monocultivos de caña de azúcar y palma aceitera, las semillas certificadas, la privatización del agua, el asesinato de compañeros y compañeras por parte de actores armados y la violación de derechos humanos. Surgen propuestas como la transición hacia energías renovables, la soberanía y autonomía alimentaria, productos comunicativos que surgen al finalizar cada jornada de este encuentro, como galerías fotográficas, programas radiales, vídeos y relatorías, también disfrutamos las puestas en escena organizadas por los jóvenes, niñas y niños nasa guiados por Maíalalinda y Vivilú, mujeres con el corazón y pensamiento puesto en el norte del Cauca.
Reconociendo que el proceso de la liberación de la Madre Tierra no puede ser cooptado por la institucionalidad, la comunicación propia y la unión entre procesos, son factores que garantizarán a la pervivencia de las comunidades en el territorio colombiano.
Uno de los momentos más significativos fue sembrar en territorio libre de caña. A Astiano y a Dalila, una mujer nasa que siempre lleva una jigra de color café y beige y un chumbe (tejido de colores hecho por las mujeres), los unía el trabajo de la tierra para cosechar la vida. Margarita y Sole, dos mujeres citadinas provenientes de Bogotá, limpiaban con rastrillo, mientras unos se encargaban de marcar el espiral, esa forma tradicional de sembrar para los indígenas nasa. Las semillas de maíz, zapallo y frijoles, se sembraron con alegría y la esperanza de verlas crecer.
Al final de este encuentro se divirtieron en un bailoteo, una gran fiesta con tecnocumbia, el tradicional chirrincho, acompañados de la chicha caucana que amenizó la alegría del reencontrarse. Su trabajo terminará “hasta que se apague el sol”, como lo afirman las organizaciones indígenas. Nos despedimos entre abrazos, besos y miradas para un próximo encuentro y en la consola de radio escuchábamos: “De Quintín a Benjamín, de Benjamín pa´delante, todos haciendo parte de un ejército sin fin”.