«Quiero que ellas se graben tus ojos, tus cejas, tu nariz y tus labios, por si algún día se borran de mi memoria, mis manos sean capaces de recordar nuestra historia»
(Huamantla, Tlaxcala, México)
Por, Mónica Romero
Permites que esta noche te llame amor y me declare tuya, mientras se roza tu piel con la mía y colocas tus manos sobre mi cintura. Te confieso que yo también te amé, mucho más de lo que imaginé.
Vienes hacia mí y dejas que me recueste sobre tu pecho mientras escribo sobre él, los que son nuestros sueños y te pido que imagines que, si logramos vivir juntos, lejos de aquí y lejos de todos, que seremos tan perfectos como siempre lo hemos creído y que viviremos felices y tranquilos hasta nuestros cuarenta y cinco.
Dejas que mis pies se conserven tibios juntos a los tuyos mientras juegas con la sábana y me robas alguna sonrisa. De repente, rueda una lágrima sobre mi mejilla y pienso: «no te preocupes, mi amor. Es motivo de nuestra despedida».
- Puedo interesarte: El día de la desgracia
Me miras extrañado. No sabes por qué estoy llorando. Te digo que todo está bien, pero te pido que me dejes reflejarme en tus ojos, por una última vez. Te observo detenidamente y toco tu rostro con mis manos, quiero que ellas se graben tus ojos, tus cejas, tu nariz y tus labios, por si algún día se borran de mi memoria, mis manos sean capaces de recordar nuestra historia.
Tomas mi rostro y secas mis lágrimas, dices que me amas y que vamos a salir de esta. No dudo de tus palabras y asiento para hacerte sentir bien, pero si soy honesta conmigo, sé que no será así y para mis adentros te digo que vas a estar bien.
Te doy un beso largo que parece infinito, ojalá los minutos dentro de esta habitación no tuvieran fin. Me gustaría quedarme por siempre, como alguna vez lo dije, pero las horas pasan y cada vez me siento más lejana a ti, así que empiezo a extender mis alas para alcanzar el fin.
Me escapo de entre tus brazos, tú me sostienes fuerte. Quiero que ese momento dure para siempre. Jugueteamos, pero logro escabullirme. Me dirijo al baño, siento cómo mi corazón se acelera, me falta la respiración y las lágrimas se me escapan. No logras darte cuenta, por lo que unos minutos logro estar a salvo.
Respiro, respiro y respiro muy profundo. Logro tranquilizarme, no quiero arruinar esta noche, porque tú fuiste la parte más bonita de mi vida miserable; pero, hay muchos porqués que jamás comprenderé, por ello tengo que irme antes de que las cosas no terminen bien.
Salgo, te busco en la habitación, pero no estás. Te llamo por tu nombre ‒de cuatro letras tan sencillas, pero que en mí causan una revolución divina‒, sales de tu escondite y me tomas por sorpresa, me abrazas y me besas. Danzamos hasta llegar a la cama. Me declaro nuevamente tuya una, otra y otra vez. Te pido que grites que me amas, quiero escucharte para aferrarme a lo poco que fuimos alguna vez.
Tumbados sobre la cama miramos el techo, hablamos de la cosa más sencilla hasta la más compleja. Bromeas y reímos. No sabes cuánto amé hacer esto contigo. Te tomo de la mano y entrelazo nuestros dedos y te externo: «¿Sabes que el final siempre es la oportunidad de iniciar algo nuevo?».
Giras y me miras. Te miro y te acercas. Me dices que me quieres por el resto de tus días. Me acerco más a ti y te doy la espalda, me abrazas, me pides poner una canción y la cantas para mí. Empiezo a perder la conciencia mientras tu voz me acompaña a un profundo sueño.
Despierto y son las cuatro de la madrugada. Escucho tu respiración profunda y tus brazos rodean completamente mi cintura. Giro con mucho cuidado, no quiero despertarte. Te observo detenidamente, titubeo en mi decisión, quiero que seas mi “para siempre”, pero ya no sé de que forma quedarme en tu vida. Me lleno de valor y te doy un pequeño beso en los labios y luego otro en la frente. Deslizo mi dedo medio, desde tu frente hasta tu nariz. Te susurro un te amo.
Con mucho cuidado logro escapar de tus brazos, de aquellos brazos que me sostuvieron cuando mi vida caía a pedazos. Me alisto para irme, recojo mi ropa y mis cosas. Me dirijo hacia la puerta y me giro hacia ti, respiro con mucha profundidad y ya no sé si irme o continuar en esta lucha tan absurda.
Desde la penumbra sigo observándote, ya he perdido la noción del tiempo y pienso: «si no es ahora, no será nunca». Logro recordar la vez que quise escapar y te grité eso a la cara y que tú me convenciste con una tonta frase diciendo: «que sea nunca y quédate por siempre aquí». Sonrío.
Me permito observarte un poco más, tal vez ya llevo más de quince minutos acá, no importa porque en mi cabeza se proyecta nuestra película:
El día que te conocí, nuestra primera plática, nuestro primer beso, las fugas a nuestro escondite secreto y todo aquello que solo tú y yo sabemos. Mis ojos están totalmente húmedos y las lágrimas trazan diferentes caminos sobre mis mejillas. Jamás imagine que hubiese una despedida.
Sin más que pensar, recojo lo poco que queda de mí, abro la puerta sigilosamente y salgo para siempre, no solo de esa habitación sino también de tu vida.