10:00 p.m., fue un día duro. Recorrer las calles de Bogotá cada vez se hace más difícil. Taciturnas son las tardes como tormentosos los sueños.
«Todo tiempo pasado fue mejor», escucha decir a un locutor de la radio. Para él no es así. Su tiempo pasado ha sido igual que su presente –quizás– igual que su futuro. Día a día termina siendo vencido por sus propios demonios. Nada ha cambiado.
«La muerte sería la única capaz de romper la rutina» piensa cada mañana, una vez despierta.
Se persigna, reza un Padre Nuestro, tres Ave Marías y un Gloria al Padre. Dispone los cartones como colchón, se tapa con una vieja y arrastrada manta que encontró hace mucho en una caneca.
—Solo espero que hoy no llueva— y cierra los ojos un domingo cualquier en la misma esquina del 7 de Agosto.