Por, Enrique Gaviria
Existen personas que de entradita no gustan, eso pasaba con el señor Arenas. No era solo su físico, ni su rebeldía sin causa y menos su agresividad: “yo no le cómo cuento a nadie”, me decía. Su vestimenta, con los bluyines rotos de tanto andar (canción de Fercho Reyes), su camiseta estampada por él mismo, con algún grupo de rock, sus botas metaleras y sus greñas recién lavadas, delataba su actitud de rockero puro y duro, porque de eso vivía, de su pasión por el rock’n’roll.
Logró dignamente, de esta manera, establecer su nombre en los anales del rock Colombiano, así no les guste a muchos.
Pasé los umbrales de ese ser tosco y rudo, encontrándome con una persona buena, amplia y cariñosa. Nunca se me olvidará el orgullo con el que me presentó a su nieto el día que nos vimos a los meses de ese acontecimiento.
Cuando me tocaba ir al centro aprovechaba para visitarlo en su negocio ‘La Rockola’. Gustavo fue pionero en establecer un almacén dedicado al mundo del rock y su parafernalia.
Si tenía tiempo y alguien que le atendiera el “negocio”, subíamos a un apartamento donde tenía su colección de discos, videos y un buen equipo para verlos y escucharlos a buen volumen.
Allí ambos podíamos darle cuerda suelta a lo que más nos gustaba, sentarnos a ver un concierto mientras nos fumábamos un buen ‘bareto’. Gustavo tenía buena música y sobre todo VHS en estéreo, que eran novedad. Armados y con buena música, acompañados de un kumis de frasco y de un ‘negro’ de la pastelería Cyrano, podíamos pasar horas discutiendo, riéndonos y recordando tantos momentos inolvidables que pasamos juntos.
Analizamos Quadrophenia y estábamos más locos que el Mod Jimmy, quien buscaba grandeza e importancia en Bristol, nosotros en Bogotá. Nos reíamos de la sociedad. Llegamos a la conclusión que llevamos nuestro mod por dentro, nacimos por aquellas épocas y con ese disco The Who, nos lo revivía.
Gustavo Arenas era un profesional de las comunicaciones, el último proyecto que tuvimos juntos surgió cuando le sugerí que debería normalizar su estatus profesional.
Empezamos a divagar sobre su vida y milagros. Programas de radio, escritos en prensa y revistas, sus esfuerzos y colaboraciones dentro del rock nacional y otros aportes, hicieron un dossier lo suficientemente importante, como para presentarlo en la universidad Jorge Tadeo Lozano en un programa especial para profesionales de los medios que habían hecho su carrera empíricamente y querían normalizar su profesión obteniendo el título de Comunicador Social, siempre y cuando asistiera durante dos años y medio a clases los sábados y domingos. Ambos nos matriculamos en el programa y ambos terminamos las clases como estaba programado.
La presentación de su tesis se le fue diluyendo en los quehaceres diarios de la supervivencia en esa jungla de cemento que es el centro de Bogotá. La Universidad hizo que nos conociéramos todavía más, ya que compartíamos las clases todos los fines de semana y algunas veces hacíamos juntos las tareas. Esto ocurrió durante el 98 y 99, a finales del siglo pasado.
Por alguna de esas casualidades que tiene la vida, fue a través de esa misma universidad, Jorge Tadeo Lozano que conocí a Gustavo Arenas.
Era 1973, cursaba el tercer semestre de comunicación social, en la clase de radio pedí al profesor que me sacará de las prácticas que estaba haciendo en Radio Sutatenza y me consiguiera dónde hacer un programa de rock, que era lo que a mí me gustaba.
Pensé que el profesor no me iba a parar bolas, pero sí, me mandó a una emisora, Horizonte se llamaba, que pasaba música para ascensor, pero de 5 a 6 de la tarde tenía un programa que se llamaba “El valeroso mundo joven”, producido por Édgar Restrepo y Gustavo Arenas.
Cuando el director de la emisora llamó a Édgar para informarle que yo era un estudiante que asistiría a la producción de su programa –aunque no podía decir que no–, su actitud fue de disgusto, tal vez por mi vestimenta, en las tardes vendía pasajes, por lo que me tocaba visitar empresas vestido de corbata.
La actitud de Gustavo fue todavía peor, de una puso a prueba mis conocimientos sobre rock. Cuando pregunté qué iban a poner y me dijeron que Hendrix y Cream, les respondí: “irónico, eso era rock de muertos”.
Esa tarde me senté a escribir el primer libreto con lo que se debería decir y no improvisar, de manera que pudiéramos tener un hilo conductor a lo largo de la hora del programa. Desde ese día nos convertimos en buenos compañeros de trabajo y continué haciendo el programa con ellos, a pesar de que ya no lo necesitaba para la universidad.
Para pre- producir el programa nos reuníamos con Édgar y Gustavo para programar los discos que usaríamos durante la semana. Lo hacíamos los sábados en una finca en las afueras de Bogotá donde ensayaba el grupo Génesis. Édgar era su baterista.
Allí retomé mi amistad adolescente con Miguel Muñoz y Guillermo Guzmán, guitarra y bajo de esa agrupación. Gustavo Arenas los promocionaba a través de los medios.
Así conocí a Armando Plata, quien contrataba a Génesis y empezaba a producir y dirigir un programa de televisión en vivo, todos los días, con dos horas de duración, de rock y sketches locos: Tú y la Música.
Pase a ser el asistente de dirección de ese programa hasta que terminé la universidad y me fui a estudiar ingeniería de sonido.
Con el paso de los años veía esporádicamente a Gustavo, casi siempre en la casa de Mario García, promotor y bajista del grupo Tribu 3. Al tener consola profesional, monitores, grabadoras y equipos de video, tenía trabajo durante los ensayos: grabarlos y filmarlos. En algunos de estos Gustavo colaboró.
Creo que fue en 1986 cuando un día, inesperadamente, recibí una llamada. Era Gustavo para invitarme a ver un grupo que se llamaba Darkness. Quería hacer un disco con ellos, una producción que distribuiría en su almacén. Acepté a ayudarlo. Produciría y también haría la ingeniería de sonido a la banda.
Nos encerramos una Semana Santa en un estudio casero y sacamos la producción adelante. Fue una ardua labor, pero el entusiasmo y las ganas que tenía el grupo de hacer su disco, fueron el motor para hacerlo realidad. Todo esto gracias a Gustavo Arenas, quién fue el productor ejecutivo y dueño del sello de discos que lo manufacturó.
No me acuerdo exactamente en qué año fue, Armando Plata había terminado de montar las instalaciones para la nueva emisora Radio Activa, con un formato novedoso: solo las 40 canciones éxito de la semana, rotando todo el día a excepción de tres programas especiales por la noche.
Me invitó a conocer la sede, pero sobre todo las consolas que eran diferentes, mucho más modernas que las que existían en el medio para ese momento. Había algo también novedoso en la manera de producir los programas, el locutor tenía que manejar la consola, por lo que al comienzo estuve cerca de ellos para asistirlos en el manejo de las mismas y no hubiese problemas en la transmisión.
Cuando Armando Plata me pidió candidatos que pudieran hacer programas de Rock interesantes, le sugerí a tres. Los tres resultaron elegidos y uno de ellos era Gustavo Arenas.
Hablando con Armando, me dijo que no estaba seguro del enfoque que él quería que se diera al programa de Gustavo. Le comenté que el problema que tenía era que se creía el doctor del rock, el que más sabía. Inmediatamente Armando reaccionó: “¡Eso! El programa del Doctor Rock. Donde puede decir lo que quiera, porque es el doctor, y le pueden preguntar lo que quieran, porque es el doctor.” ¡Así nació el enigmático doctor Rock!
Al poco tiempo le pedí una consulta al Dr. Rock, que me recetara 40 Cd’s, porque me iba de viaje por dos años; quería recopilaciones y cosas nuevas. La consulta y las recetas se las pagaría con una motico estilo Vespa que le dejaría.
Entre las recopilaciones venia Zepellin, Floyd, ELP, Metallica, J. Beck y entre los nuevos, para mí, Dream T. y Satriani, el resto son joyas de la historia del rock que todavía conservo.
Cuando volví, el mod de Quadrophenia volvía a estar patente, el sistema lo oprimía y la competencia lo ahogaba. Lo convencí de entrar a la universidad y formalizar su profesión, para poder ejercer en condición. Trató hasta el final y bastante le sirvió.
Él trato con muchas personas de diferentes edades y “backgrounds” que nos ayudaron. Estudiar y aprender siempre sirve.
Poco sé de nadie, hace 20 años no vivo en Colombia, hace como 10 nos vimos por última vez en Miami.
La empresa para la que yo trabajaba diseñaba un estudio de grabación. Éramos proponentes para la desmantelación del estudio de los Bee Gees y la adecuación del nuevo. El Dr. Rock me acompañó a llevar la propuesta y tuvimos la suerte de saludar a destacadas estrellas del rock.
Esa noche me acompañó a ver a Tomas Dolby, un artista al que admiro y un viejo amigo, era el ingeniero de sonido de esa gira. Tuvimos asientos preferenciales al lado de la consola.
Nunca más volví a verlos, ni a mi amigo ingeniero, ni al Dr. Rock. Hace poco supe que ambos habían muerto por la misma causa: el cáncer.
Esta es mi historia con el enigmático Dr. Rock, a quien conocí hace más de 45 años y de quien nunca me olvidaré.
Tremendo personaje del rock nacional. ¡Así no les guste a muchos!