Una gran parte de los opositores que odian a Petro se aferran a lo primero que encuentran en internet que coincida con su pensamiento
Por, Olugna
Que un hombre como Gustavo Petro –demoníaco para unos, mesiánico para otros– tenga en la actualidad opciones reales para quedarse con la Presidencia de la República, corresponde a ese desgaste que ha sometido un sistema enfermo a una sociedad igualmente enferma, no por una conspiración internacional o fruto de la reacción de unos vagos asquerosos que no quieren trabajar. No podemos ser tan ingenuos.
Gustavo Francisco Petro Urrego –borracho sinvergüenza para unos, ebrio de conocimiento para otros– no empezó a hacer política ayer, no lo hizo cuando fue alcalde de Bogotá; tampoco, en su paso por el Congreso. Lleva más de 40 años en un ejercicio en el que ha logrado notoriedad, con el cual ha asumido una causa política y –así a muchos les retuerza los oídos– se ha convertido en la voz de la indignación popular.
Hablar del progreso que ha logrado Colombia –ese mismo que Iván Duque afirma que nos tiene ad portas de ser el Silicon Valley de Latinoamérica– desde la “comodidad” que otorgan los supuestos privilegios de contar con una conexión de internet, de haber accedido a un cupo en alguna universidad pública o a un crédito para estudiar en una privada, de tener cómo transportarse para ir al trabajito a recibir un sueldo con el que se puede suplir algunas necesidades básicas, no solo es una reacción conformista y arrodillada, es una afrenta directa a los territorios que han pasado desapercibidos por el Estado.
Una gran parte de los opositores que odian a Petro se aferran a lo primero que encuentran en internet que coincida con su pensamiento, para replicarlo de manera autómata sin importar el origen del meme, frase, video, informe o discurso que encontraron mientras navegaban por Facebook. Por supuesto, los fanáticos del ahora candidato, tampoco se destacan por ser los más avispados, pero eso es otra historia.
Otra parte de las voces opositoras, esas sí mucho más críticas, profundas y documentadas, permiten entender que detrás de su posición política, hay conocimiento y argumentos que vale la pena tener en cuenta dentro del debate para la construcción de una democracia. Sin embargo, son incapaces de responder a preguntas básicas sobre una lista bastante extensa de los flagelos que han enfrentado, en su mayoría, los territorios más abandonados. Al final, una gran parte de esos opositores –al igual que los fanáticos más ciegos– terminan reduciendo a Petro a una enfermedad mucho más nociva que la que actualmente enfrenta la sociedad colombiana.
El sistema político colombiano se las ha arreglado para permanecer en el poder décadas enteras ejerciendo las mismas prácticas que favorecen intereses particulares e individuales, sin importar que estas afecten a una gran parte de la población; ha sabido –ahí sí– expropiar los recursos del erario para abultar sus chequeras; ha comprendido que como sociedad somos tan ingenuos y básicos que ya no necesita esforzarse para irrigar el veneno de su discurso entre las masas. Básicamente, sabe que somos torpes y gracias a ello, hoy sus candidatos presumen que son capaces de gobernar a favor de los más favorecidos y de atender a los territorios –insisto– más abandonados por el Estado, como si esto fuera un tema de hace ochos día y no uno que ha crecido desde muchas de décadas atrás.
Niños en zonas rurales que tienen que desplazarse durante horas para llegar a sus paupérrimas escuelas, túneles que se demoran décadas enteras en ser terminados y cuando lo hacen ya están obsoletos; poblaciones devastadas por la guerrilla, campesinos asesinados por paramilitares, 6.413 jóvenes asesinados por el Ejército Nacional y pasados como guerrilleros; millones y millones y millones de dinero público que simplemente se evaporaron y un sinfín de sucesos reales y comprobados que demuestran la negligencia de los gobiernos, sus omisiones o lo que es peor, su participación directa en los mismos, dan cuenta del efecto de las desgracias que continúan inundado titulares de prensa, indignando a las víctimas y viéndole la cara a esa parte de la sociedad que no aguanta más.
Sin embargo, para ellos –los de siempre– o son temas menores, mentiras de esos izquierdosos asquerosos o, simplemente, falacias del discurso de un Petro incendiario que está armando un ejército comunista conformado por vagos que quieren todo regalado y por facinerosos mal olientes dispuestos a romperlo todo.
En conclusión, si los gobiernos que ha tenido el país, principalmente los de las dos últimas décadas, no querían que un hombre como Gustavo Petro se convirtiera en una opción para la Presidencia de la República ¿por qué han hecho todo su esfuerzo para alimentar ese discurso que para ellos y sus seguidores resulta incendiario? O es que en verdad son tan torpes para no prever que algún día una buena parte de la sociedad se iba a hastiar de su manera vergonzante de dirigir a Colombia.
Gustavo Petro –’El Cacas’ para unos, ‘Mi Presidente’ para otros–, es la respuesta a ese odio que ellos –los mismos de siempre– se dedicaron a sembrar en esa parte de la sociedad que con descaro se atreven a definir ahora como «resentida social».
No seamos ingenuos: el odio acá no lo sembró Petro