La quinta sesión de ‘Artesanos de la Palabra Escrita’, recorrió el Jardín Botánico José Celestino Mutis; una expedición guiada por los bosques que atraviesan el país.
(Barrios Unidos, Bogotá D.C., Colombia)
Por, Olugna
Ha pasado un poco más de hora y media de recorrido desde Bosa El Recreo hasta el Jardín Botánico José Celestino Mutis. Los once kilómetros de distancia que separan a ambos puntos, hoy sábado, parecen una travesía interminable. Afuera del carro, a través de la ventana, se visualiza el paisaje agreste de una ciudad que está muy lejos del futuro utópico que tanto le han prometido y que permanece atada a los vejámenes de aquellos que juraron gobernarla con integridad.
Buses azules, taxis amarillos, automóviles y motocicletas de diversos colores, intentan abrirse espacio entre un tráfico espeso que, por largos instantes, permanece detenido sobre el asfalto; un retrato irónico y burlesco de modernidad. La sensación térmica, contradice la definición de “nevera” que le han dado a Bogotá; consecuencia lógica de haberle arrebatado el bosque, para vestirlo del gris ―áspero, vacío y triste― del progreso.
El Jardín Botánico está cerca. En sus más de 195.000 metros cuadrados, la ciudad, respira y se viste de verde. Llegar ―por fin― al punto de encuentro, es reconfortante para los estudiantes y profes de Colectivo Origami, que hoy ―2 de marzo― realizarán una excursión por uno de los espacios más representativos de Bogotá. La sesión que les espera, rompe la dinámica de las anteriores y les dará la oportunidad de recorrer la diversidad natural de Colombia, de tocar las hojas de las plantas que desean retratar ―a través de la ilustración y la palabra―, de escapar algunas horas de la contaminación que ha cambiado el ecosistema de la ciudad.


Sentados en el prado, al interior del Jardín Botánico, los estudiantes exponen los dibujos y textos que, en algunas semanas, darán forma al libro ilustrado sobre plantas y animales patrimoniales que están creando colectivamente. Es una sesión sensible. Alejados de los salones en los que han estado hasta el momento, dejan en libertad su conexión con la especie de flora o fauna que eligieron para retratar a través de los trazos o de la palabra.

Es un grupo unido. Así lo han comprobado a lo largo de cuatro sábados; hoy, no es la excepción. Entre risas, reflexiones ―e incluso― lágrimas, presentan sus creaciones aún en proceso. Ha pasado un poco más de dos horas, la primera actividad de la jornada, pronto finalizará y dará lugar al recorrido guiado por Andrés Meneses, docente e investigador del Jardín Botánico, que sacó de su tiempo de descanso, un momento para acompañar a los estudiantes de Origami en una excursión por ese campo extenso, que comparado con la diversidad natural de Colombia ―la que ha perdido y la que ha podido proteger―, es solo un minúsculo espacio.

Andrés, alejado de los términos técnicos de la academia, conecta con los estudiantes de una manera espontánea. A medida que recorre, en compañía de sus nuevos alumnos, las diferentes instalaciones del jardín, profundiza en las diferentes especies de plantas que son protegidas en este pulmón de la ciudad; extiende, además, el aprendizaje que el grupo ha adquirido durante las diferentes sesiones.
Conversar con él, permite comprender que hablar de botánica en Colombia, también, es una discusión social, cultural y política. No se trata de aprender de la taxonomía de cada especie, sino de comprender e interpretar esa relación intrínseca entre ella, la comunidad y el territorio. Con lupa en mano, los integrantes de Colectivo Origami, tienen la oportunidad de acercarse a las texturas de cada planta y contemplar aquellos detalles que no son percibidos a simple vista.


Es una caminata a campo abierto por los ecosistemas reunidos en el Jardín Botánico, como si se tratara de un diorama a gran escala de los diferentes bosques que atraviesan el país de sur a norte, de oriente a occidente. Guiados por Andrés, los estudiantes, recorren también, la historia que antecede a este templo natural; recogen los pasos de José Celestino Mutis, durante su expedición de 33 años en el siglo XVIII y persiguen el rastro de las huellas del sacerdote jesuita que hizo posible su construcción en 1955: Enrique Pérez Arbeláez, cuyo busto, ubicado en una de las plazoletas, rinde tributo a su obra.
Las frases de Andrés son punzantes. En ellas, hay un objetivo claro: sembrar en cada uno, la semilla de la reflexión y la inquietud por empezar a devolverle al bosque lo que la humanidad le ha arrebatado. Sus palabras, llevan consigo, la sabiduría ancestral que logró convivir en armonía con la naturaleza, antes de la llegada de aquello que ―algunos textos escolares― han definido como civilización.

La travesía aún no termina. Los estudiantes y el profe Andrés, se preparan para atravesar los ecosistemas de Colombia que han sido recreados en las seis cúpulas de cristal que dan forman al Tropicario, un circuito de invernaderos dispuestos para simular las condiciones climáticas de cada bosque; 2.721 metros cuadrados que encierran la inmensidad de un país que ―sí o sí― debe encontrar el camino que lo lleve de regreso a sus bosques, que necesita reivindicarse a sí mismo, por el deterioro causado a ese obsequio que la naturaleza le ha dado y no ha sabido cuidar.

Cada cúpula, es la reproducción a escala de un bosque de Colombia. Desde la cúspide del Superpáramo a los 4.000 metros de altura, hasta descender a las tierras más bajas del Bosque Húmedo Tropical, los seis domos, son una expedición por los territorios del país; una oportunidad de acercarse, así sea por unos cuantos minutos, a esas especies que resultan desconocidas para los habitantes de las grandes ciudades; un crudo llamado de atención, porque en medio del afán del progreso, el cemento, está ocupando el lugar que siempre le ha pertenecido a la Pachamama y a sus hijos.
El recorrido por el domo que recrea el Bosque Húmedo Tropical del Chocó y el Amazonas, es inquietante. No es para menos, su suelo, es el hogar de la mayor cantidad de plantas de poder del mundo. Andrés, profundiza en la esencia de aquellas especies que han sido estigmatizadas a lo largo de la historia violenta de Colombia; reflexiona sobre el impacto negativo, cuando son usadas con fines de entretenimiento y no se les brinda el respeto que merecen.

«Cortar un árbol amazónico, es acabar con la vida de 700 especies (entre animales y plantas)», explica Andrés a los estudiantes.
El Yagé, el Yarumo, el Tabaco, la Coca, entre otras especies, son analizadas por el investigador. Sus palabras, refuerzan el aprendizaje que ha impartido Origami a sus estudiantes en cada sesión; reafirma la necesidad de reivindicarse con las plantas, con los animales, con la tierra, con el agua. Sus explicaciones, confirman el impacto de la oralidad a la hora de transmitir el conocimiento a las futuras generaciones.
«Al mezclar las cenizas de los Yarumos, ellos (los pueblos originarios), encontraron que se potencia el efecto energizante», agrega el investigador.

El recorrido ha finalizado. La sesión del día de hoy, ha sido una experiencia definitiva para los integrantes de Colectivo Origami. El algunas semanas, el resultado de las enseñanzas recibidas, se verán reflejadas en su creación literaria: ‘Herbario de Poder Animalario de Transformación’, libro necesario y ―si se quiere― urgente, para tomar la mano de los ancestros, acercarse al campesino, acariciar la tierra e intentar ―así sea de manera simbólica― echar raíces de nuevo.
«Con la misma cantidad de Coca con la que hoy se prepara la cocaína, se podría acabar con el hambre en el mundo». Finaliza.

Colectivo Origami | Redes Sociales
- Facebook: https://www.facebook.com/colectivorigami
- Instagram: https://www.instagram.com/colectivorigami