La virtud del descaro

La virtud del descaro

Los fanáticos se hacen cada vez más fanáticos por la necesidad de sostener su convicción en contra de la evidencia.

Por, Carlos Arturo García Bonilla

“Mido 1,85” me decía un señor irrefutablemente bajito mientras tomaba sus datos. Yo opté por ponerme de pie, acercarme a él, mirarlo desde arriba y decirle “Qué raro. Yo solo mido 1,80”. Consideré que eso sería más efectivo que entrar en debates inútiles. ¿Cómo uno debate contra la evidencia empírica? Con descaro, claro. El señor, desde abajo, me sostuvo la mirada y me dijo “Pero yo mido 1,85”.

Dudé. Así de maleables son las opiniones. Esa es la virtud del descaro. Si alguien hace una afirmación categórica lo suficientemente absurda, uno termina creyendo que debe tener razón de alguna forma.

Vino en mi auxilio el sistema métrico y un flexómetro que usé para medir al señor. Medía 1,70. Aún, frente a la tangible e innegable realidad, el señor se resistía. “Ese metro está mal. Yo mido 1,85”.

Casi me desespero. ¿Cómo es posible debatir con alguien que insiste en negar la realidad porque no se ajusta a su opinión? No es posible. Terminé, por cansancio, negociando con el señor para concederle 5 centímetros de más. Quedamos en 1,75.

Me equivoqué, por supuesto. La realidad no es negociable. El hecho es que el señor medía 1,70. Sin embargo, la perspectiva del desgaste que tendría que pasar para mostrarle lo evidente, me inclinó a negociar la realidad. No debería hacerlo, pero lo hice, pero lo hacemos. Todos los días nos dejamos convencer un poquito de admitir lo inadmisible en virtud del descaro de quien lo sostiene sin argumentos, pero con vehemencia.

“No tengo nada que ver con el paramilitarismo”, “No recibí sobornos”, “Soy un candidato independiente”, “Soy inocente”, “Es una campaña de desprestigio”, “No tengo vínculos con el narcotráfico”, “Me gané este cargo por méritos”, son el tipo de afirmaciones que nos topamos todos los días. A pesar de las toneladas de evidencias que en muchas ocasiones demuestran lo contrario, cuando alguien dice las cosas con total descaro, no falta quien le crea. Nuestra mente rechaza la disonancia cognitiva y tendemos a creer que si alguien afirma algo categóricamente, así sea absurdo, probablemente es cierto.

El problema es cómo sostener esa convicción. Ya que no es posible sostenerla mediante argumentos y evidencias (que comprueban lo contrario), solo es posible sostener ese tipo de afirmaciones mediante el fanatismo. Cuando alguien se convence de lo insostenible, se apropia de ello. Una creencia irracional, por definición, no puede refutarse racionalmente. Toda prueba en contra se considera un insulto.

Los caudillos no quieren que la gente piense, por ello no presentan argumentos. Lanzan consignas y paparruchas sin el menor rubor. Solo tienen la virtud del descaro. Se contradicen, se equivocan, se ponen en evidencia con sus actos. A nadie le importa porque su descaro no genera seguidores sino fanáticos, y para un fanático su caudillo es infalible por definición y hace lo que le manden y vota por el que le digan.

Así se hace la política.

Add a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *