Un acusado de terrorismo convertido en estatua viviente, un licenciado en ciencias tocando como tamborero, una chelista de sinfónica, con su gran instrumento buscando el sustento diario, son apenas algunos de los muchos venezolanos que recurriendo a su talento cultural se están ganando la vida en una ciudad que los acogió, pero que les exige, para permanecer en ella, el coraje que muy pocos ostentan.
Por, Winifer Padrón Vargas
De la calle 19 a la 24, en la carrera séptima de Bogotá, se agrupan diversos artistas callejeros con dos objetivos en común: el primero, entretener a los peatones y de segundo, el más importante: obtener algo de dinero. En todas estas cuadras, cercanas al centro de la ciudad, se pueden encontrar entre otros, músicos, estatuas vivientes, bailarines, un universo único de personajes entre los cuales hay muchos venezolanos.
Tal es el caso de una de las víctimas que afirma haber sido perseguida por el gobierno venezolano, Ramón Barragán, conocido como “El romancero del estado Lara”, cantante de música llanera. Llegó el 30 de agosto pasado a raíz de ser acusado de terrorismo por pertenecer al grupo de la Resistencia de la ciudad de Barquisimeto, está en libertad porque tuvo la suerte de que al momento de asistir a su juicio, el abogado acusador nunca se presentó, entonces no lo pensó dos veces y emigró hacia Colombia días después.
Barragán era docente de educación musical en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador “UPEL” y de “Romancero del Estado de Aragua” pasó a desempeñarse como una estatua viviente “El pescador de Oro”, en el centro de Bogotá. Se ha dedicado a este arte urbano de permanecer inmóvil y moverse tan sólo si algún transeúnte le lanza una moneda, teniendo varios temas de disfraz entre los que destaca un aviador y una estatua viviente que se toma fotos con los peatones.
Su drama político dice él, aún continúa. Cuenta que desde que llegó a Colombia han allanado su casa en Venezuela alrededor de siete u ocho veces, ha pedido refugio y asilo político a las autoridades colombianas pero no ha recibido ninguna respuesta. Dejó cinco hijos y manifiesta que “a veces me dan esos sentimientos de que me quiero ir, pero sé que no puedo pisar territorio venezolano… es difícil dejar todo… no porque uno se viene, si no por el que queda con todos los problemas allá y eso duele mucho”.
Melodías para escuchar
A lo largo de la gran metrópoli, venezolanos como Rosa María Romagosa Arias, que llegó en mayo del presente año desde su país, luego de una travesía de 24 horas en una flota de transporte, trabaja tocando su instrumento musical, el Chelo. “es fuerte el viaje dentro de un bus”, afirmó por el cansancio que la consumió y más si a eso se le suma la sorpresa por la que pasan muchos de sus compatriotas que en frontera, en las casas de cambio, les dan la triste noticia de que 100 dólares que compró en Venezuela eran totalmente falsos.
Romagosa al no poseer ni un solo centavo le tocó permanecer cinco días en Cúcuta en los cuales le tocó dormir con desconocidos. “La persona que me había vendido los dólares me consiguió 65 y con esos pude llegar hasta Bogotá”. En su rebusque le tocó trabajar en una peluquería donde se topó con gente buena y tiene la fortuna de contar con el alojamiento que le brindan algunos amigos. Rosa está sola en Colombia pero con planes de traer a su familia, ya cumple tres semanas trabajando en la carrera séptima y su chelo, además de brindarles bellas melodías a los visitantes, a Rosa se le convirtió en su principal generador de recursos para mantenerse.
Tambores para bailar
Uno de los principales tamboreros que se encuentra en la carrera séptima es Orlando Muñoz Vargas, venezolano del estado Yaracuy. Él tiene un mes en Bogotá y contó que según lo vivido lo han tratado muy bien, sin embargo asevera que junto a su compañero se “han enfocado en sacar lo bueno de las personas” y agradece a los cachacos que los han recibido con una gran sonrisa.
Orlando fue uno de los muchos venezolanos que viajó por tierra “es el viaje más largo que he hecho en mi vida”, el traslado duró dos días desde la región en la que vivía. Sin embargo piensa regresar a su país “mi familia lo es todo ante cualquier posición económica”, dijo que está en Colombia para trabajar y generar un sustento económico para poder llevárselo a sus seres queridos para tener la ansiada estabilidad monetaria que no ofrece Venezuela.
Jesús Gregorio Montesinos Martínez, compañero de Orlando, llegó en un grupo de tres amigos que vinieron decididos a trabajar. Se iba a regresar a visitar a su familia pero decidió quedarse y enviarles el dinero que iba a gastar en el pasaje, para que subsistieran.
Jesús fue obrero educacional y Orlando era licenciado en ciencias del deporte pero a ninguno de los dos el sueldo le alcanzaba, por ello decidieron salir del país a conseguir mejores oportunidades y un trabajo con el cual poder ayudar a sus seres queridos.
El Ministerio del Trabajo de Colombia, a través del Servicio Público de Empleo (SPE), aprobó que los venezolanos que llegaron al país tengan los mismos derechos laborales que los nacionales al aplicar a vacantes disponibles y al portafolio de servicios de esta entidad. Sin embargo, a Jesús y Orlando no les dieron oportunidad de empleo, entonces improvisaron con una propuesta cultural venezolana, comenzaron a dar un show de títeres que no brindó buenos resultados, cambiaron la estrategia e iniciaron a tocar los tambores “el pueblo colombiano de vez en cuando nos echa su monedita, a veces nos traen ropa, comida” algunos los incentivan y les dicen “fuerza, su país va a cambiar”, frases que, en medio del resonar de los tambores, alimentan sus almas de espiritualidad.
La resistencia venezolana
Vladimir Cortés, proviene del estado Barinas, era técnico auxiliar en redes pero el sueldo mínimo que ganaba “no me alcanzaba para nada”, afirma, siempre se dedicó al arte callejero, tiene dos años en Colombia. En las protestas de 2014 estaba en la primera línea de ataque hacia la represión que desenfundaban los cuerpos de seguridad y desde allí junto a un grupo de compañeros, que hoy día están privados de la libertad, empezó a ser perseguido. Actualmente es una estatua viviente de la resistencia venezolana en la carrera Séptima.
Cuenta que “nos buscaban en nuestras casas, puesto que éramos los que más nos veíamos en videos y fotografías al estar en la primera línea durante las manifestaciones”, fueron considerados terroristas por el Gobierno: “lo que hacíamos era manifestar y expresarnos, hasta que me tocó salir definitivamente del país […] Dejé una hija a cargo de mi mamá a la cual no le falta nada ¡Gracias a Dios! Porque me levanto mis pesitos y les envió dinero” expresó.
Cortés tiene dos meses en Bogotá, siempre estuvo en la costa norte colombiana y desde que llegó a la capital le ha ido muy bien con el arte callejero pero su meta es llegar a Chile donde ven con mejores ojos la actividad que realiza.
Entre danzas y clases de baile
Ester Andreina Ortiz, bailarina y dueña de una academia de baile en Maracaibo, actualmente se gana la vida moviendo sus caderas al ritmo de la danza árabe en el centro de Bogotá. Afirma que no olvida su país y que aparte de recibir algunos pesos durante el día, brinda clases de baile los viernes.
A pesar de toda la situación que vive su nación, ella señala que lo negativo “nos impulsa a buscar otros horizontes y a salir de lo nuestro, de lo mismo”, y es de esos venezolanos a los que se les ha presentado el percance de que la policía colombiana en frontera le cobró 30 mil pesos para poder colocarle el sello a su pasaporte y entrar al país.
“Al llegar a Bogotá vi mucha gente arrimada en el piso, durmiendo en la calle, muchas personas de acá les brindaron trabajo, ropa, comida. Vine con una propuesta de trabajo pero estoy aquí hace tres meses trabajando en la Séptima”. Exalta que a pesar de haber encontrado muchas personas agradables y educadas, ha notado un poco de recelo de parte de algunos colombianos respecto al trabajo.
“Tomé la decisión de venirme porque ya no había medicamentos en Venezuela, ni alimentos, no tenía libertad de expresión, podía tener cuatro academias pero los alquileres subían mucho y no era rentable”. Enfatizó que existían muchas protestas cerca de su residencia y fue tanto el trauma que le produjo que al llegar a Colombia mantenía pesadillas donde los guardias nacionales la perseguían con bombas lacrimógenas.
Así como ellos muchos venezolanos diariamente se la ingenian en diversos países para obtener algo de dinero que enviar a su país y ayudar a sus familias.
El pasado mes de octubre Migración Colombia presentó un balance con el número de ciudadanos venezolanos que hay actualmente en el país, son 470 mil personas, los que están de forma regular e irregular en el territorio, la entidad también aseguró que 39% ha solicitado el PEP (Permiso Especial de Permanencia) se encuentran en Bogotá, aunque a pesar de ello son muy pocos los que han podido gozar de un empleo fijo, ya que está presente la xenofobia y la falta de oportunidades.
La Canciller María Ángela Holguín Cuéllar en una rueda de prensa en los EE. UU, acerca de la situación de los venezolanos hizo una recomendación: “ellos fueron muy generosos cuando Colombia atravesaba por un mal momento, no podemos no serlo ahora y entrar en la xenofobia. Hay que ser grandes y ayudar”.
Crónica: Winifer Padrón Vargas
(@Winifervzla)
Fotografía: Yordan Hernández
(@Fotoyordanh)