Hoy que podríamos poner a la banca y las grandes corporaciones de rodillas, elegimos arrodillarnos ante ellos; agachar la cabeza y lo único que se nos ocurre es seguir programando marchas y protestas indignadas en redes sociales. Hoy que tenemos acceso a una inagotable fuente de libros y documentales de sociedades que nos dan ejemplo de emancipación moderna, seguimos leyendo y escuchando a los mismos que fracasaron décadas atrás.
Sí, probablemente soy un antiacadémico; reconozco que me aburre la estrechez esquemática de quien siempre busca ser aprobado, refrendado, certificado por alguien. En un mundo de software libre, de tantas oportunidades, me aburre tener que escribir bajo el yugo de las normas APA, me aburre estudiar para que me den un título, me harta de sobremanera no expresar lo que me venga en gana sin que me exijan citar una frase que también se me ocurrió a mí.
Todos quieren ser reconocidos, aceptados, aprobados; “oye ven, apruébame, certifícame, dile a mi patrón que ya estoy preparado, que me estoy preparando”. La academia no sólo es aburrida y obsoleta sino anacrónica. En un mundo donde si quieres un micrófono para expresarte al mundo, ahí lo tienes; si quieres escribir, ahí lo tienes; quieres cantar, ahí lo tienes, quieres inventar, crear…. El cielo es el límite. Pero no, vayamos a que nos certifiquen, a que nos den permiso para pensar, para expresarnos. Alimentemos la mafia del sistema “educativo”; Es increíble por ejemplo, que quienes quieran aprender cualquier idioma aún crean genuinamente que necesitan de una institución (quieren ser certificados); que aún crean que para aprender LO QUE SEA necesitan matricularse en algún sitio. La sobreoferta de estos sitios deberían ser un indicador claro pero pues…
Me aburren también esas discusiones informales donde empiezan a citar filósofos, psicólogos, científicos para justificar sus propias creencias. Porque pues, si Sócrates lo dijo, entonces es verdad… Qué autoestima tan famélica, todavía necesitando la aprobación de un profesor, de un cura, de un pastor, de un filósofo para pensar. El sistema escolar ha hecho su tarea: Crear criaturitas llenas de miedo y culpa, condicionadas para consumir, consumir y consumir; consumir ideas y patrones de izquierda y de derecha. La única diferencia en esta programación es… No, de hecho no hay; los unos han sido programados para combatir, agredir y acabar con los otros, sus hermanos.
La mayor virtud de los intelectualoides de salón es su capacidad para memorizar fechas, nombres de libros, frases “profundas”, películas del cine independiente, como todo nerdo del salón. Se comprometen con todo lo que vaya “en contra del sistema” ignorando que son parte exponencial del Status Quo; hablar mal del país, de los políticos es considerado como señal de refinamiento y sofisticación. Enarbolan libros y frases de cajón como banderas de sus postulados pero nunca producen nada por sí mismos, no se arriesgan a equivocarse y a ser disidentes dentro de sus pequeñas y engreídas comunidades de “filósofos rebeldes”. Qué aburrido encontrarse con estos pequeños burgueses-anti-burgueses. También quieren, buscan desesperadamente encajar dentro de sus pequeñas y aburridas colonias de apóstatas de la libertad.
El mundo, todo cambió; vivimos en la era de las más grandes oportunidades de expansión mental, espiritual, tecnológica, económica que se ha conocido jamás en la historia de la humanidad. Pero, elegimos vivir aún bajo el yugo colonizador de nuestros aprobadores. Hoy más que nunca, que tenemos acceso a la hiperbólica carretera de la información privilegiada, donde el límite se diluye entre lo legal y lo ilegal, nos comprometemos con lo más seguro, con lo mismos lugares comunes del pasado. Hoy que podríamos poner a la banca y las grandes corporaciones de rodillas, elegimos arrodillarnos ante ellos; agachar la cabeza y lo único que se nos ocurre es seguir programando marchas y protestas indignadas en redes sociales. Hoy que tenemos acceso a una inagotable fuente de libros y documentales de sociedades que nos dan ejemplo de emancipación moderna, seguimos leyendo y escuchando a los mismos que fracasaron décadas atrás. Hoy que podemos coordinar acciones de cambios verdaderos, elegimos la acción irrelevante y superficial. Es imperdonable porque la élite ya no puede ocultar esa información, pero como los perros de Pavlov, sólo reaccionamos cuando Ellos chasquean sus delicados dedos y reaccionamos como ellos esperan que lo hagamos.
Por eso y por mucho más me aburre la academia y el mal llamado “sistema educativo”, que no es otra cosa que el máximo reconocimiento a los principales defensores del Status Quo, el botón a mostrar: La Clase Intelectual. Miden la inteligencia con diplomas y diplomas, expedidos por las entidades que después los alimentan; porque si de pensar se tratara, no sería ningún reto intelectual particularmente difícil, darse cuenta de que los amos de la industria de la “educación”, son los mismos dueños de los medios masivos de “comunicación”, y los mismos dueños de la Banca en donde inexorablemente van a ir a vender su alma después. Pero están ocupados estudiando y aprendiendo a duplicar el sistema como para pensar por sí mismos.
Amén.
By, Zê Valdo*
Seudónimo: Zê Valdo
Licenciado en Lenguas Modernas, Psicólogo (No graduado, por supuesto)
Columnas de Opinión relacionadas:
La política en escena: melodrama y actuación en la Opinión Pública mediatizada
Muy interesante realmente. Y estoy empezando a pensar que el estudiar tanto tiempo es otra treta del sistema para mantenernos ocupados como peones y consumidores de sus productos intelectuales. Digo, cuánto de lo que aprendemos es realmente útil o aplicable en este siglo. Al menos en mi campo. Entonces creo que hay errores en el sistema educativo. Yo lo idearía de otra manera.