(Colombia)
Por, Carlos Arturo García Bonilla
Decía el maestro Rodolfo Aicardi que, mande el que mande, en el mundo siempre habrá buena gente, mala gente, el que niega, el creyente, sabio, necio, indiferente y (lo más importante) tabaco y ron. No sé a ustedes, pero para mí es una de las más profundas declaraciones sociológicas, antropológicas y políticas jamás enunciadas. Esa, y la frase del maestro Enrique Santos Discepolo, quien anunciaba sin sorpresa que el mundo fue y será una porquería, son los fundamentos de la naturaleza humana.
A mí me hacen gracia los debates que pretenden dilucidar cuál es el peor sistema político. Que si a tal país lo quebró el comunismo, que si a tal comunidad se la llevó el capitalismo, que el socialismo del siglo 21 acabó con el papel higiénico y que el neoliberalismo está matando indígenas en la selva. Paja, cuento, entelequia y bribonadas. La codicia, el poder, la corrupción campante a sus anchas en todas las formas son las que mandan a las sociedades al caño.
Me atrevo a afirmar que todos los sistemas políticos son igual de absurdos. Todos, en potencia, podrían llegar a construir una sociedad equilibrada. Todos, en potencia, podrían hacer del mundo un infierno. Es así porque todos sirven de herramientas a intereses humanos. Y lo que decide el uso de esas herramientas, son los humanos que las empuñan. Normalmente, quien empuña el poder es corrupto por definición. El simple hecho de lograr hacerse con el poder implica corrupción. El simple hecho de desear el poder, es corrupción.
¿No hay salida entonces?
Alguna vez tuve la oportunidad de estudiar la historia de Chequia. Ha sido capitalista, comunista, nazi, y todo lo que puedan imaginar. Lo interesante es que bajo todo gobierno, ha funcionado de maravilla. Si uno mira un poco lo que pasó, entiende que los gobiernos han sido meros eventos accidentales que devienen en el marco de la cultura checa, apenas anécdotas desde una perspectiva histórica más profunda. Este pueblo ha mantenido su cultura (amplia y muy rica cultura) y sus costumbres casi intactas en todas esas coyunturas. Sin importarles los imaginarios de los gobernantes, la gente simple seguía saliendo a sembrar, a cazar, a componer bella música, a escribir maravillosos libros, a discutir el mundo detrás de una cerveza.
No son los gobiernos, ni los sistemas, ni los mesías los que funcionan (ninguno funciona). Es la gente cotidiana, la gente real la que hace del mundo lo que es. Yo creo que si a la gente se la deja en paz, se le da la oportunidad de estudiar, de leer, de bailar, de crecer y compartir, no le importará qué nombre tenga la ideología de los que juegan a gobernar. Creo que, mande el que mande, la gente será feliz si se puede mandar a sí misma. Creo que el mundo fue y será una porquería, pero si la gente tiene la oportunidad de entenderlo y reírse de eso, podemos ser un poco más felices antes del final.