En alianza con el Emergencia SurOccidenteFest
(Bogotá D.C, Colombia)
Por, Olugna
Majestuosa, atraviesa cuatro departamentos; mágica, recibe las aguas de tres caudalosos ríos que la inundan a lo largo de ocho meses; exuberante, se extiende sobre tres millones de hectáreas; longeva, ha permanecido allí, entre Bolívar, Sucre, Córdoba y Antioquia, siendo testigo del paso del tiempo mucho antes del primer vestigio de la humanidad; fértil, ha hecho de su suelo un hogar para distintas especies de flora y fauna; generosa, a su alrededor ha visto surgir las expresiones más sensibles del folclor colombiano.
Esquiva a lo que alguien llamó progreso, ha buscado la forma de resistir ante la contaminación, el desequilibrio climático y la ambición de la industria. Su condición geográfica permite que sea reconocida como una de las cuencas hidrográficas más ricas del planeta. Orgullosa ―aunque poco conocida―, la Depresión Momposina es un obsequio que la naturaleza ha dado a Colombia.
A ella, a la Depresión Momposina, a su significado, a su impacto en la diversidad geográfica del país y a su trascendencia, también, en la tradición cultural y ancestral, un colectivo artístico decidió rendirle culto un 20 de julio ―fecha que no pasa desapercibida en la historia de Colombia―, a través de la danza y la música, de la poesía de sus letras y de la interpretación de los ritmos folclóricos que identifican a las regiones que la rodean, bajo el nombre de Oricoral Tambora.
―Representa la hibridación entre las expresiones culturales de tambora que se dan en la Depresión Momposina y su interpretación desde el interior del país. ―Explica Wendy Guzmán, integrante del colectivo, y agrega―. Haciendo evidente la conexión que existe entre ambos territorios a través del río.
Conformada en 2019 en la ciudad de Bogotá, Oricoral Tambora recoge las influencias de los 13 integrantes que la conforman, jóvenes nacidos en diferentes regiones del país que coincidieron en la capital y cuya herencia cultural ha permanecido intacta con ellos. Inspirado en dos elementos que identifican al territorio que es atravesado por la cuenca hidrográfica, el nombre del colectivo artístico, rinde homenaje al río Magdalena, a la flor de Coral y a ese instrumento de madera cubierto con cuero de chivo.
―Rocío Galán es oriunda de San Martín de Loba, allí conoció la tambora. Al llegar a Bogotá, en el grupo institucional de gaitas y tambores de la Universidad Nacional, dirigido en ese momento por Gabriel Torregrosa, volvió a interpretar el ritmo―. Menciona Wendy acerca de la historia de una de sus compañeras en la agrupación.
Diego Huelfa y Andrés Benavides, por su parte, nacidos en la parte central de Colombia, una vez se acercaron al ritmo de la tambora sintieron una conexión que los llevó a entregarse a ella y a los ritmos tradicionales de la Depresión Momposina de manera más decidida. Así, uno a uno de los demás integrantes: Andrés Buitrago, Kristhel Tovar, Daniela Guauque, Jorge Martínez, Diana Álvarez, Leonardo Simarra, Natalia Villalba, Diorlín Sánchez y Daniel Roa, sin importar sus orígenes, permanecen unidos por esa esencia ancestral que ―en medio de la ráfaga de sonidos modernos― ha resistido en el tiempo.
Inspiradas en la realidad colombiana y en esa cotidianidad, repleta de experiencias sencillas, pero significativas, las letras de Oricoral Tambora hacen uso de términos propios del territorio que son atravesados por la Depresión Momposina y encuentran en los instrumentos y ritmos folclóricos, una manera de conectar con el público.
En tarima, sus músicos logran proyectar la esencia bajo la cual fue concebido el proyecto. Cada uno de ellos forman parte de un perfomance en el que indumentaria, danza, puesta en escena e interpretación musical transportan en el tiempo, rinden culto a la tradición y a la memoria, al tiempo que desarrollan un concepto que transciende y permanece en la memoria del espectador.
Sin importar el género musical de cada quien, la música de Oricoral Tambora se las arregla para transmitir la inmensidad de una herencia cultural ―en ocasiones desapercibida para las grandes ciudades―, que además identifica a una gran extensión del territorio colombiano ―muchas veces tenido en cuenta solo cuando es golpeado por la tragedia― y que reivindica la dignidad de sus pobladores, mismos que portan con orgullo el legado ancestral que los atraviesa.
Así lo demostró Oricoral Tambora en el cierre de la primera versión del Emergencia SurOccidente Fest, evento organizado en la localidad octava de Bogotá y en el que el colectivo obtuvo el primer puesto entre doce agrupaciones participantes ―en su mayoría exponentes del rock y géneros alternativos― y cuya energía se transformó en una fiesta en la que participaron los asistentes, sin importar si eran rockeros, metaleros, raperos o habitantes del sector donde se llevó a cabo el evento el 9 de abril de 2022.
Como reconocimiento a la labor realizada por Oricoral Tambora durante las audiciones del festival, la organización entregó la producción fonográfica de una de sus canciones, ‘Oye, Rafael’, composición que retrata de manera sencilla, a través de la alegría de su ritmo, una problemática social que, lamentablemente, ha sido normalizada en Latinoamérica y que ha encontrado en la propuesta de la agrupación otra manera ser denunciada.
Escrita por Diego Andrés Huelfa, ‘Oye, Rafael’ es un llamado de atención a los hombres que no asumen la inmensa responsabilidad de ser padres. Compuesta por un pregón, nueve estrofas y tres coros, es una canción que conserva la estructura de las piezas musicales tradicionales.
Sin ser ajena a las dificultades que exigen al máximo la tenacidad de las agrupaciones emergentes e independientes, Oricoral Tambora, está dejando sus primeras huellas en un camino transitado en su mayoría por expresiones contemporáneas, pero en el que la memoria y la tradición tienen un espacio que no será borrado por el tiempo ni la superficialidad del streaming.
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