La noche

Sangre, hedores, gritos, voces, lamentos, llantos, rostros dentro de la penumbra, ojos al acecho. El ladrido insistente de un perro; cerca, después lejos, todos al unísono.

Por, Gabriel Cedillo López

La noche era extraña, de aquellas donde cualquier ruido parece provenir de algo amenazante o de alguien que implora por auxilio. La oscuridad. Aquella donde de cualquier rincón sumergido en la negrura pareciera emerger un horror inenarrable, una danza de espectros, criaturas inimaginables, perturbadoras de sueños y realidades concebidas únicamente en las entrañas más perturbadas de la mente.

Sangre, hedores, gritos, voces, lamentos, llantos, rostros dentro de la penumbra, ojos al acecho. El ladrido insistente de un perro; cerca, después lejos, todos al unísono. Un ladrido gutural que se apaga de la nada. Silencio. No se oye nada más, ni a kilómetros. Todo se desvanece. Tranquilidad, sueño. Párpados que pesan, se cierran en la penumbra y entonces ya no existe nada. Pero la mente es traicionera, una vil embustera que ama los juegos. Todo adentro se nubla, se cubre de niebla espesa, el cerebro se desconecta.

Tú.  Un lugar que reconoces en medio de todo lo desconocido. Alguien te sigue. O tú lo sigues a él. Espera, es ella. Se quita la capucha en cuanto hacen contacto visual. Te reconoce, de una vida pasada tal vez. No existe en tu presente, ni en tu realidad. Se acerca a ti y te sonríe, los ojos han desaparecido, no están en su sitio. De los agujeros brota un líquido escarlata. Tú estás de pie observando. Mientras tu cuerpo tiene espasmos (el perteneciente a la realidad), ella golpea tu pecho y caes al vacío. Tu cuerpo se sobresalta.

Ella, la criatura, te espera abajo de nuevo, recostada justo al lado de tu cuerpo. Tranquilidad. Escuchas su respiración pausada un par de segundos. Te giras y tomas su garganta entre tus manos. Fue un micro segundo pero lo escuchas, o al menos crees haberlo escuchado, un gemido de placer o de dolor, no lo sabes pero tampoco le das importancia. Continúas y aprietas con más fuerza y los ojos de ella se inyectan en sangre, no es tan difícil. La polla se te pone dura. El cuerpo se relaja y no vuelve a moverse. Muerte. Caes agotado encima del cuero inerte. Tu mente está relajada, despejada de la neblina y tu cuerpo de nuevo te pertenece. La realidad está distorsionada. ¿Estás aquí? Menos mal que fue todo un sueño. Pero ¿lo fue?

Tu cuerpo está, pero tu mente no. Y ella, ¿sigue allí? Sin embargo, no te atreves a mirar, por si está. Tu mente sigue afuera. Sueño. Realidad. Sueño. Realidad. Pero aun así, duermes.

Por, Gabriel Cedillo López

(México)

 

Reseña del Autor

Gabriel Cedillo López, (19 de Septiembre de 1996) Mexicano. Nacido en la ciudad de Papantla Veracruz. Estudiante de Derecho en la Universidad del Golfo de México…

Conoce más de Gabriel

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Sueños, pesadillas, placer, dolor, muerte… ¿Cuál es la realidad?”

Cabeza abajo

¿Sería verdad que algo puede apoderarse de las personas y las cambiarlas, volverlas incapaces de pensar por sí solas?

Por, Andrés Vinueza Sánchez

(Guayaquil, Ecuador)

Todo empezó un día en que algo extraño ocurrió en la ciudad en que vivía, una tormenta eléctrica azotó durante toda la noche y nos quedamos sin energía, sin comunicaciones, sólo había oscuridad, la ansiedad me invadió pero traté de estar calmado, hasta que después de cuatro horas, todo volvió a la normalidad… o eso pensaba.

Llevaba varios días con una extraña sensación, empezaba a analizar los acontecimientos que veía, en mi casa, en el trabajo, en la ciudad, algo invadía mi curiosidad y quise investigar. Veía los noticieros, indagaba en internet tratando de encontrar un motivo, pasaba las noches pensando, analizando, maquinando la manera en que podía encontrar respuestas. Quería entender lo que sucedía, ¿Sería verdad lo que tanto veía en las películas? ¿Sería verdad que algo puede apoderarse de las personas y las cambiarlas, volverlas incapaces de pensar por sí solas? no lo creía, pero el mundo se estaba convirtiendo en un desierto lleno de lo que alguna vez fueron personas “normales”.  Se habían convertido en seres irracionales, deambulando movidos por una fuerza que los consumía, algo más allá de toda comprensión. No era un virus, no era una enfermedad; era algo peor, algo creado por la humanidad. ¡Pero qué equivocado estaba!

Salí de mi casa y empecé a caminar por las calles, veía como todos poco a poco se convertían en “eso”, todos caminaban con la cabeza abajo, con los dedos atrofiados, me acercaba a ellos y les hablaba pero no respondían, no se comunicaban, ¿podía ser cierto? me preguntaba, ¿se habrán convertido en zombis, atrapados en su propia realidad?

Poco a poco más personas empezaban a bajar la cabeza, y se perdían completamente, sus ojos mirando en dirección fija, sus labios apenas hacían gesto, sus manos se convertían en un nudo, y dejaban de hablar.

Los días seguían transcurriendo y me aferraba a la idea de que podía luchar contra eso, de que yo podía ser diferente, pasaba noches en vela encerrado sin salir, luchando contra esa fuerza que me llamaba a ser uno de ellos.

Un día mientras caminaba por la calle algo me invadió y sentí que perdía las fuerzas, tenía que tomar una decisión ¿podía escapar de eso? ¿Podía sobrevivir en este nuevo mundo? Estaba asustado, convertirme en “ellos” parecía una tarea sencilla, y sólo dependía de mí, no podía huir, no lo lograría, no tenía futuro si no me unía a ellos, y así llegó lo inevitable. Me armé de fuerza, el mundo como lo conocía habría de terminar, y entonces, conté hasta diez y lo hice, metí la mano en mi bolsillo, saqué mi celular, lo encendí  y en ese momento, como habían hecho todos, yo también bajé la cabeza.

Por, Andrés Vinueza Sánchez

Guayaquil (Ecuador)

Reseña del autor

Nacido en Quito (Ecuador) 33 años, Ingeniero Comercial de profesión, residente de una hermosa ciudad llamada Guayaquil, desde muy pequeño junto a mis hermanos mi Padre nos inculcó y plantó en nosotros el amor por la lectura. Encuentro en la ciencia ficción mi mayor inspiración, por lo cual escribí “Extinción”, cuento que fue seleccionado en el concurso “A través de las estrellas”.  Mi escritor favorito es Isaac Asimov.

El apoyo de mi esposa y familia me motiva a seguir escribiendo y encontrándome con esa fascinación que pueden formar unas cuantas letras en algo maravilloso como un cuento.

Reseña completa

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“Reconocimiento consciente de la cruda y envolvente realidad actual”

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Un viaje a través de los sueños

Un leve escalofrío recorrió su espalda y su corazón se estremeció, pero la curiosidad le hizo volverse. Para su sorpresa la luz ya no era tan brillante, pero ahora se veía mucho más cerca.

Por, Erika Molina Gallego

La hamaca se movía suavemente con el viento, el sonido del mar llenaba sus oídos, la suave brisa llegaba hasta su cara y el sol era apenas un tenue brillo en el horizonte. Aletargado, no sentía más que su lenta  respiración. Una voz suave y delicada, casi imperceptible llegó a sus oídos.

—Jacinto— sintió como la voz lo llamaba, esta vez con más fuerza.

Asustado se lanzó de la hamaca sin pensarlo, aún un poco atontado por el sueño. Allí no había más que unas cuantas palmeras y las olas del mar que llegaban suavemente hasta la playa. Sacudió la cabeza, convencido de que no había sido más que el sonido del viento y se disponía a volver a dormir. De repente cerca de la orilla, una luz brillante llamó su atención.

—Jacinto, hay algo que te gustaría ver—Volvió a escuchar en un suave hilo de voz. Aterrado, tomó su sombrero de paja y caminó despacio hacia la luz, que cada vez brillaba con más fuerza. A medio camino decidió volver; quizá era sólo producto del reflejo del sol que se escondía poco a poco dando paso a la noche. Giró con intención de marcharse a casa, pero la voz silbó de nuevo en su oído.

—Jacinto— esta vez fue clara y contundente.

—No tengas miedo, acércate—

Un leve escalofrío recorrió su espalda y su corazón se estremeció, pero la curiosidad le hizo volverse. Para su sorpresa la luz ya no era tan brillante, pero ahora se veía mucho más cerca. Caminó hacia ella expectante y temeroso y cuando sus ojos descubrieron de qué se trataba, dio un paso atrás y cayó al suelo chapoteando el agua que llegaba hasta la playa.

Se levantó deprisa queriendo comprobar que no estaba soñando y volvió a mirar su descubrimiento. «No puede ser posible» dijo para sí  y se frotó los ojos sin poder creerlo.

— ¿Por qué te sorprendes? ¿Acaso no has pensado siempre que nuestra existencia es real?— preguntó una hermosa sirena que lo miraba fijamente, mientras agitaba su enorme cola plateada y dejaba ver su rostro angelical.

Jacinto sintió que se tragaba la lengua, quería salir corriendo, pero no pudo siquiera ponerse de pie. Ella no dejaba de mirarlo, tenía una sonrisa dulce y misteriosa y su voz era tan cautivante como el danzar de las olas en alta mar.

—Ven conmigo— dijo la sirena, ofreciendo su mano a Jacinto.

Miles de recuerdos llegaron a su mente en aquel momento, mientras seguía petrificado sin poder mover un sólo dedo; los libros que llenaban sus repisas, todas las veces que sus amigos lo habían tildado de loco, las leyendas que desde niño solía escuchar…

— ¿Vienes?— escuchó de nuevo a la sirena.

Al fin, llevado por su curiosidad se armó de valor y preguntó:

— ¿Eres real? ¿Cuál es tu nombre?—

—Mi nombre no importa —respondió ella— puedes llamarme como quieras—. Lo que importa es lo que tengo para ti.

Jacinto sacudió de nuevo su cabeza, miró a todas partes, estaba completamente solo.

—Quiero ir contigo— dijo con voz temblorosa.

En ese instante el mar que segundos antes había estado en calma, rugió embravecido, mientras las olas se levantaban en enormes y oscuras paredes. Tomó la mano de la sirena y se dejó llevar, disfrutando la sensación de incertidumbre y aventura que lo embargaba.

Después de lo que sintió como horas de flotar a la deriva, se encontró en un lugar enigmático y hermoso, había grandes rocas de las cuales caían chorros de agua clara y cientos de sirenas danzaban una melodía que ningún instrumento conocido podría tocar. Había agua por todos lados, pero él seguía respirando. El miedo que había sentido antes ya no estaba, lo único que sentía era una felicidad embriagadora.

— ¿Dónde estamos? ¿Qué hacemos aquí?— preguntó a su compañera de viaje.

—Haces muchas preguntas — respondió ella.

—Estas aquí para hacer realidad tus fantasías, para recordar todo aquello que has olvidado, para que tus sueños vayan más allá de una hamaca, para recorrer tu vida y descubrirte—

La sirena levantó su mano y señaló hacia el frente, allí había una pequeña casita de paja, que Jacinto reconoció enseguida. Entendiendo lo que quería decirle, avanzó hacia allí y al mirar atrás ella ya no estaba, ni el mar, ni las otras sirenas, sólo había una pequeña playa oscura y la choza en la que había vivido toda su niñez. Dudó si entrar, pero allí no había otra salida, así que lo hizo. Lo primero que vio fue a su madre, quien había muerto hace un par de años, de inmediato las lágrimas rodaron por sus mejillas, corrió hacia ella e intentó abrazarla, pero sus manos traspasaron su cuerpo, haciéndolo comprender que aquello no era más que un espejismo. La contempló por un largo rato, deseando que fuera real, hasta que se vio a sí mismo sentado en un rincón de la cocina, perdido entre su libro favorito, uno que precisamente le había regalado su madre. Recordó lo que pensaba en ese momento «algún día seré un gran escritor». La imagen se volvió borrosa, sintió una sacudida y de pronto todo aquello desapareció.

Ahora se encontraba en el mar, pescando con su padre.

—Eso de los libros no es para usted, métaselo en la cabeza— le decía.

Vio su cara de alegría cuando sacó del mar un gran pez.

—Así se hace mijo—dijo acariciando su cabeza con cariño.

La canoa se hundió y repentinamente se encontró nadando en medio de una tormenta, luchaba con las olas, no podía ver nada, pero escuchaba muchas voces a la vez, su madre que le decía:

—Tú puedes Jacinto, no te des por vencido—

Su padre repitiendo que dejara de soñar y la hermosa sirena que decía en su oído:

—Encuentra lo que has venido a buscar—

Luchaba con todas sus fuerzas por alcanzar la orilla, pero el enfurecido mar lo hundía cada vez más y ésta parecía cada vez más lejana, las fuerzas le fallaban y al final se dejó hundir en lo profundo.

Cuando recuperó la consciencia, estaba de nuevo frente a las sirenas que danzaban. Se sentía extrañamente cansado, a pesar de esto sus pies empezaron a moverse hacia éstas que le abrían paso mientras avanzaba. Al final distinguió a aquella que lo había llevado hasta allí. Estaba igual de hermosa, pero había algo extraño en ella; en lugar de su cola, ahora tenía un par de largas piernas y lucía un elegante vestido azul. Se encontraba parada en lo que parecía un teatro y le extendía de nuevo su mano.

Ahora caminaba en medio de un numeroso público que aplaudía con entusiasmo. Siguió caminando sin saber qué era todo aquello y al llegar al estrado se dio cuenta de que llevaba un elegante traje, uno que nada tenía que ver con sus humildes vestiduras y su sombrero de paja. La sirena se apartó y lo dejó frente al público, entregándole un libro que llevaba su nombre.

Los aplausos se desvanecieron lentamente y la oscuridad le cegó de nuevo…

Despertó de golpe en su hamaca, con la cálida brisa en el rostro y la luna asomando su cara. Allí todo estaba igual, este viaje había sido sólo un sueño, uno que le ayudó a comprender cuanto había dejado atrás, un viaje que se convertiría en una gran historia, la historia de su vida, en la cual sería él quien escribiría el final.

 

Por, Erika Molina Gallego

Medellín (Colombia)

 

 

Reseña del Autor

 

Enamorada de las letras y la música, descubriendo mundos a través de los libros, queriendo encontrar el verdadero sentido de la literatura más allá de lo intelectual.

 

 

Revisó: Andrés Angulo Linares

Perdido

Anegado en un intenso mar de lágrimas y tristeza, aguardando por su compañía, manteniendo su fe intacta de que aquella persona con hermosa y radiante sonrisa regresará a iluminar su amarga y decadente vida sumergida en la oscuridad, esa que algún día le hizo soñar con alcanzar su mundo preferido, ese donde podían estar juntos sin temor a nada, donde sus corazones podían volverse uno en el momento que sus labios se rosaban.

De tan lindas promesas hoy solo quedan recuerdos y dolor, en su mente vive siempre la pesarosa pregunta de “¿Por qué?” ¿Por qué se esfumó el amor y tanta alegría se convirtió en aflicción?, ¿cómo esa hermosa rosa podría tener tantas espinas? o ¿acaso no supo cultivar ese amor y a causa de ello se ha quedado solo? no entendía nada, pero a pesar de no comprender lo que había sucedido, la esperaba con una radiante sonrisa que ocultaba perfectamente todas las lágrimas derramadas en aquella interminable espera.

 

Por, Gabriel Henao

Medellín (Colombia)

 

 

Reseña del Autor

 

Gabriel Henao

Yondó – Antioquia

14 de febrero de 1999

Terminé Mis estudios de bachiller a los 15 años, actualmente estoy realizando mis estudios universitarios en Medellín.

 

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Transmite emociones profundas con palabras sencillas, sentimientos que se desprenden de situaciones comunes y que despiertan en el lector entusiasmo y fascinación”

 

Mi motivo

Sirenas, ladridos, pitos, ruido por todas partes. Miles de voces que me hablan al mismo tiempo.

Por, Andrés Angulo Linares

Sirenas, pitos, gritos, gente hablando en voz alta por celular, el vendedor, el rapero, el motor de la buseta y la música del conductor.

Motos, gente en los andenes marchando confundida. Izquierda, derecha, chocan entre sí, no se miran a los ojos, se odian. Ciudad envenenada.

— ¿Qué hora es? —

— ¿Cómo llego a esta dirección? —

— ¡Ay, qué trancón! —

La señora que sentó a mi lado no para de parlotear. Intento ser amable.

—Las ocho, no sé—

A su observación sobre el tráfico no respondo nada y me pongo los auriculares esperando que me saquen de nuevo del ruido. No sonrío, más de una vez me he preguntado si es que estoy muerto.

No me gusta la gente, no hablo con desconocidos y a cada pregunta que un extraño me hace imagino su muerte. Los he empujado a la avenida, a otros les he estrellado la cabeza contra el pavimento; sesos por aquí, por allá, Sangre. Otros, simplemente han recibido la descarga de tiros de mi revolver sin compasión.

—Me disculpan si he venido a interrumpir su momento de meditación o su conversación—

Otro, otro que se sube con su historia, en veinte minutos se han subido cuatro sujetos, tres vendiendo productos que no me interesan comprar, uno improvisando rimas, dizque para robar una sonrisa. ¡Mierda! Quiero enloquecer.

Sirenas, pitos, gritos, gente hablando en voz alta por celular, el vendedor, el rapero, el motor de la buseta y la música del conductor.

Sólo falta que la señora del puesto contiguo quiera contarme su vida o, ¡peor aún!, que quiera mostrarme el camino del Señor.

Si quisiera comprar me bajaría e iría a una tienda, si quisiera escuchar música en vivo no la buscaría en un bus a las ocho de la mañana, si quisiera escuchar la palabra del Señor, sería amigo de ese tipo de sotana que a mi mamá le encanta oír.

Abro WhatsApp

— ¿A qué hora llega, mano? —

— ¿Cuándo me va a pagar? —

— ¿Qué hace? —

Sólo conversaciones vacías y un puto meme que he visto mil veces. Ella aún no escribe.

¿A qué hora llegó, pendejo? A la hora que el Arca de Noé me lleve en la jaula de los monos.

¿Pagar? Tenía lo del bus, si tuviera dinero no estaría acá sentado viendo como la barba me crece detenido en el tráfico.

¿Qué hago? La pregunta del día. No, huevón, acá disfrutando de Bogotá.

—Usted (pobre arrancado) no tiene saldo para esta llamada (No sea chichipato) —

Lo que me faltaba, no tengo forma de llamar.

Abro Facebook. Pendejada por aquí, Pendejada por allá. Leo noticias: Petro puede ser candidato. Vargas será presidente. 10 cosas que no sabías del orgasmo femenino.

¡Oh! ¡Qué revelador! Este texto de seguro cambiará mi vida para siempre.

Samuel, Victoria, Daniela y Doris te están saludando. ¡Qué feliz me siento! Cuatro desocupados me envían sus estúpidos saludos.

— ¿Qué trancón, cierto? —

¡Ay, no! “Señora ¿usted sigue viva?” La miro con desprecio al tiempo que trato de decirle que se joda, que si quiere ser mi amiga tendrá que enviarme una solicitud de amistad en Facebook, como otros 2.353 pendejos  lo han hecho, que no hago excepciones.

¡Maldita sea! nueve de la mañana.

Además de la tripofobia y la gente, el encierro es lo que más temor me causa; siento que las ventanas del bus pierden su forma y se vienen hacia mí, que todos los pasajeros me hablan al oído y sus murmullos ahogan la música -mi único escape-. Sirenas, ladridos, pitos, ruido por todas partes. Miles de voces que me hablan al mismo tiempo.

Miro el celular. Sonrío. Las voces se esfumaron y la canción que se reproduce en mi teléfono se escucha diáfana. Las ventanas regresan a su lugar y ya veo mi destino a dos cuadras. No he dejado de sonreír desde que vi su mensaje: “Qué tengas un buen día, no olvides que eres mío”. Es hora de bajarme.

—Señora, por favor me da permiso—

Le digo de manera cordial mientras esbozo una sonrisa.

—Ah, y el trancón ya pasó, que tenga un lindo día, siempre habrá un motivo para sonreír —.

 

Por, Andrés Angulo Linares

Bogotá (Colombia)

 

Reseña del Autor

De mí no tengo mucho por decir, sólo que busco desgarrarme con cada experiencia y que en la escritura encuentro paz. Es un ejercicio liberador, definitivamente.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“como siempre, cotidiano, mordaz, autentico y real”

Un Mundo Indiferente

No conocía La palabra paz desde que tenía memoria, existieron miles de verdugos a su alrededor, cada uno dejando una huella en el lapso de tiempo que estuvo en su vida, aunque hubo más testigos mudos de todos  los acontecimientos.

Por, Yajaira Rodríguez

Cada noche lloraba sus desgracias, su almohada era el único testigo de las heridas que dejaban en su corazón aquel rechazo y palabras hirientes de personas que ni conocía, peor aún las acciones de aquellos a quienes tanto amaba. Miradas de burla y asco, risas que atormentaban sus momentos de soledad. No conocía La palabra paz desde que tenía memoria, existieron miles de verdugos a su alrededor, cada uno dejando una huella en el lapso de tiempo que estuvo en su vida, aunque hubo más testigos mudos de todos  los acontecimientos. Un mundo cegado por la indiferencia  atestiguó  cómo poco a poco se terminaba con la vida y el amor de un ser inocente, que aún no entendía que la realidad puede ser bastante cruel y aterradora. Se moría de miedo cada vez que alguien se acercaba, pues su cuerpo e inconsciente ya guardaban una historia  que relataba todo su horror.

Año tras año fue pasando, en cada uno de ellos se quedaba una parte de su alma, hasta llegar al punto de quedarse totalmente vacío, era un zombi que caminaba por las calles, en este ser que un día fue todo amor y esperanza, quedó congelado todo  sentimiento o emoción, convirtiendo en un gran trozo de hielo su corazón.

Gritó cada día por auxilio, lo demostraba en sus palabras, en sus acciones, en aquellos ojos tristes y esa sonrisa inexistente, cada persona a la que rogó por ayuda sólo miró con lástima la situación, pero en cuestión de segundos volteaba la cara y seguía su camino. Muchos otros le culparon asegurando que sólo era su imaginación, lograron hacer dudar a su mente, creyó ser responsable del dolor.

Aborreciendo su existencia creó una razón para seguir, destruir por completo lo que quedaba de su persona. Ya no era mucho, sólo aquel cuerpo que mantenía su vida. Así, con una decisión clara, se enfundó en una gran armadura de hierro, dejando los espacios necesarios para su  tortura. Se despreció y maldijo, castigándose de toda manera posible como pago por  todos sus errores, entre ellos el principal fue su existencia.

Un día sintiéndose sin fuerza alguna para buscar más maneras de torturarse y viendo que la armadura se había esfumado, con una gran tristeza en su corazón, tomó una última decisión, no sentía merecer el aire, ni los rayos de luz del sol, no quería estorbar más, prefería dejar de ser una carga para el mundo, sufría porque sabía que lo había intentado con toda su fuerza, hizo lo que pudo, pero jamás nada funcionó.

Cerrando sus ojos a la claridad, el llanto retenido oprimiendo su garganta, sintiendo como el aire ya no entraba bien a sus pulmones, en sus pensamientos la frase “se acabó”.  Dejando así su último suspiro, erradicó lo único que quedaba de su existencia en este mundo, su cuerpo.

Sus seres queridos lloraron y lamentaron su partida, no entendían su decisión, pero eso era algo hipócrita, pues estos fueron verdugos en su vida, y a la vez  se volvieron testigos silenciosos de su dolor, sólo obviaron su existencia, convirtiendo a una persona necesitada de ayuda en invisible, confirmando así que esa era la mejor decisión.

Esa alma dolida con aquellos que no supieron reconocer su valor, ya descansa de todos sus tormentos, encontrando  la paz que jamás tuvo, se fue sin ningún rencor, sólo la culpa de no haberlo hecho mejor, esperando que si existe otra vida, en esta pueda ser feliz.

 

A estas alturas de la vida no alcanzamos todavía a entender que nuestras acciones y palabras pueden llegar a cobrar vidas, en ocasiones no es nuestra intención lastimar, pero no sabemos que carga estamos poniendo en la espalda de los otros, no cuesta nada ser amable, brindemos nuestros brazos a aquellas personas necesitadas de consuelo, demos un rayo de luz y esperanza a aquellos en tinieblas, no hay nada más hermoso y gratificante que ver a una flor muerta renacer, como una flor de loto…

 

                                                                                               Por, Yajaira Rodríguez.

Jalisco (México).

 

 

Reseña del Autor

Mi Nombre es Eréndira Yajaira Figueroa Rodríguez,  tengo 23 años, soy mexicana, estudié derecho, pero mi pasión es la psicología. En realidad no tengo mucho que contar de mí, no quiero que me conozcan, mi intención es hacer que un mensaje llegue.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Un texto que nos invita a la reflexión, la situación de miles de personas que, tal vez, sólo necesitan una sonrisa”.

Una vuelta de tuerca

Sheppard corría, después de haber robado ese almacén, tenía que hacerlo; llevaba esmeraldas, amatistas y un caro y precioso diamante en una pequeña bolsa.

Por, Irving Pacheco Gutiérrez

Capítulo 1. El escritor

“Bien, aquí vamos de nuevo, supongo que iré por marihuana mientras escribo, mejor alcohol, mejor ambos”.

 

15 minutos después…

 

Sheppard corría, después de haber robado ese almacén, tenía que hacerlo; llevaba esmeraldas, amatistas y un caro y precioso diamante en una pequeña bolsa. Un botín pequeño pero cuantioso, que logró sacar antes de que sonara una alarma. Sheppard quería sombras que lo ocultaran y sólo encontraba haces de luz hechos círculos. Unos matones, dueños de la luz buscaban a alguien con ella, querían ver, hallar algo, hallar al ladrón, a él.

Al final del bloque de bodegas  del que huía, tropezó con la visión de un bote amarrado al ( ______ ) a orillas del puerto, la noche lo cubría bien, pues las farolas no servían en esa zona, subió al bote y respiró con gran esfuerzo, tuvo un minuto de paz antes de que uno de sus cazadores lo enfocara con la lámpara.

— ¡Ahí está! — gritó uno. Dispararon.

“Creo no sirve, de cualquier modo, ni siquiera encuentro la palabra para la cosa con la que amarran los botes en el puerto, y ¿quién usa la palabra matones? Eso es demasiado de los setenta, pfff mala idea. Mejor empiezo de nuevo”.

Esta es la historia de un ladrón; por ahora, nos interesa la situación: está corriendo, robó gemas y se equivocó de víctima, media docena de mafiosos lo persigue por un bloque de bodegas cerca de un río, respira con dificultad y busca evitar las lámparas que con mucho ahínco lo buscan, sus dueños lo quieren, el botín es valioso y no dejarían que un ladronzuelo se los quitara con tan sólo el esfuerzo de sus piernas.

Por radio les anuncian que ha doblado hacia “la zona” un lugar donde salir río abajo para deshacerse de los cuerpos y que misteriosamente siempre tiene las farolas descompuestas, los impuestos no sirven en esa parte de la ciudad, al parecer. Ya lo tienen, sólo disparan.

“Mejor, pararé un rato e iré por cerveza”.

— ¿Entonces se muere? —

—Pero como sabré yo eso pelotudo, que escriba lo que quiera y que por mí termine la historia como le plazca—

¡Mierda! esto no es lo que yo quiero. Necesito decirle a Sheppard.

 

Capítulo 2. El aviso

— ¡Agáchate! — Gritó una voz.

Sheppard reaccionó por instinto y más que agacharse se tiró de bruces al río, “¿Qué está pasando?” Retumbaba su cabeza y una voz le alentaba, ¡Vamos! ¡Vamos!. Aún agitado, nadaba pegado al muro lleno de musgo, había una especie de flashes y sonidos sordos que interpretó primero como cañones y luego como silbidos  ya dentro del agua, “disparos” pensó con miedo y la adrenalina al mil por ciento.

—Escucha chico: quiere matarte—

— ¿Quién eres? —

— Quiere matarte, búscalo, tiene tu historia—

— ¿Qué? —

— ¿Pero de qué hablas? ¿Dónde estás?—

—Búscalo, calle Hawkins N° 31—

La voz desapareció, Sheppard se desmayaba, los perseguidores habían desaparecido por alguna extraña razón. “Tiene tu historia” se repetía en su cabeza.

Continuará…

 

Por, Irving Pacheco Gutiérrez

Alvarado (Veracruz, México)

 

 

Reseña del Autor

Irving Pacheco Gutiérrez  31 de Julio 1991. , Nace en Alvarado,  México  viviendo la mayor parte de su vida en Lerdo de Tejada, donde desarrolla el oficio de Auxiliar contable, nihilista y escritor de ocasión a raíz de una infancia interesada en libros y estudio por cuenta propia.

Autores favoritos: VIctor Hugo, Jhon Katzenbach, Italo Calvino, Anne Rice, Isaac Asimov, Thomas Mann entre otros.

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“Tiene una enorme capacidad para transportar  al lector al  interior de la historia, y de hacer sentir eso, que en algún momento, todo escritor experimenta”.

Almas Cautivas

Era una chica alegre y traviesa, un poco rebelde para su tiempo y con muchas ganas de volar. Su nombre era Mary y los acontecimientos de esa tranquila mañana cambiarían el rumbo de su vida para siempre.

Cuando las letras escapan por tus poros y mueven tus dedos casi instintivamente, hasta la sangre sirve de tinta, hasta la piel sirve de papel – Eri Molina

 

Era una chica alegre y traviesa, un poco rebelde para su tiempo y con muchas ganas de volar. Su nombre era Mary y los acontecimientos de esa tranquila mañana cambiarían el rumbo de su vida para siempre.

Una mañana soleada de junio, Mary se levantó con entusiasmo al sentir el sol en su cara, abrió la ventana de par en par, era un día precioso y deseaba olvidar la horrible discusión que había tenido con su padre la noche anterior; no podía creer que pudiera llegar a ser tan frío y testarudo. Miró al cielo y al bajar la mirada sintió que le faltaba el aire, desde allí podía ver a los esclavos que desde temprano llevaban a cabo sus labores en las plantaciones de algodón; negros, aquellos con los cuales, según su madre no podía cruzar una sola palabra a menos de que fuera estrictamente necesario, por razones que a ella le parecían totalmente absurdas. ¿Cuál puede ser la diferencia entre ellos y yo? Siempre se preguntaba lo mismo. Recordó con dolor un episodio de su niñez, un momento que nunca olvidaría; su madre le había regalado una hermosa muñeca rubia, con ojos profundamente azules, parecían reales. Estaba feliz y en cuanto su madre estuvo ocupada en sus costuras y sus telas, ella corrió a la cocina; quería enseñarle su nueva muñeca a Carmen, la hija de la cocinera. Entró corriendo a la cocina y encontró a Carmen junto a su madre limpiando la encimera.

¿Quieres jugar conmigo?

Preguntó Mary amablemente a la niña negra, Carmen sonrío, miró a su madre buscando aprobación, pero antes de que ésta pudiera hablar  Mary la tomó de la mano y corrió con ella y con su muñeca hacia la entrada principal de la casa, estaban a punto de salir al exterior cuando chocaron repentinamente con su padre… Carmen y su madre durmieron a la intemperie durante una semana y la rubia muñeca de Mary fue quemada en la chimenea esa misma tarde, mientras ella lloraba desesperadamente sin entender qué había hecho mal.

Suspiró tratando de sacar de su mente ese triste momento, buscó a su gato con la mirada por toda la habitación y empezó a llamarlo por su nombre hasta que al fin se dio por vencida. ¡Debe haber salido a pasear sin mi… es un traidor! Pensó con una sonrisa. Ramsés era un hermoso gato Maine Coon que recibió de su tío Alan cuando cumplió 10 años, sus ojos eran enormes y cuando Mary leía él parecía escucharla atentamente. Su madre le había ayudado a elegir su nombre una tarde mientras ordenaban sus libros, después de casi una semana en la cual se había resignado a llamarlo simplemente gato, ya que ninguno le parecía lo suficientemente elegante, fuerte y digno para él.

Ramsés era un compañero amoroso, pero también era arrogante y voluntarioso.

A veces te pareces tanto a mi padre solía decirle Mary mientras lo acariciaba y lo llenaba de besos, algo que a Ramsés realmente le molestaba, tal vez por eso, esta mañana había desaparecido antes  de que ella lo aplastara con su avalancha de besos y apapachos.

Encontró sobre el gran sillón de su habitación el vestido azul oscuro que tanto le gustaba, acarició la suave tela y se lo probó frente al espejo. Le gustaba como se veía, resaltaba su cabello y sus ojos brillaban, aunque tal vez, esto último no se debía tanto al vestido. Se miró al espejo con curiosidad, ya no era la misma niña que corría por la casa tratando de atrapar a su gato. Terminó de arreglarse sin mucho más que una flor que adornaba su pelo y los guantes blancos que siempre debía llevar. Las joyas no eran lo suyo, la hacían sentir terriblemente mal en un ambiente de hambre, látigos y dolor.

Después de desayunar, Mary se dispuso a salir de paseo por el campo, como lo hacía cada mañana, hoy además necesitaba buscar a su gato, quien ya se había tardado mucho en aparecer. Su padre casi nunca estaba en la casa y su madre insistió como siempre en que una de sus criadas la acompañase, algo que sabía era completamente inútil, pues a Mary le gustaba caminar sola por las plantaciones y los campos, cosa que a su madre le disgustaba muchísimo.

—No hables con nadie—  Le advirtió  como de costumbre.

—No te preocupes, madre— Respondió Mary  y salió de la casa con un libro en la mano, dispuesta a disfrutar de su paseo matutino.

La propiedad de su familia era bastante grande, además de las plantaciones, contaba con una parte del rio, una larga franja de árboles se fundía con la inmensidad del bosque surcando el campo abierto y los establos estaban llenos de caballos. La casa estaba rodeada de un precioso jardín y en la parte trasera, más allá de los establos se podían ver las chozas donde dormían los negros, eran increíblemente pequeñas y miserables, al lado de su casa, parecían de juguete. Mary sólo se había acercado allí un par de veces, escabulléndose entre las sombras y en ambas había salido llorando, indignada y avergonzada de haber nacido con su blanca piel.

Después de caminar un rato y llamar a su gato como loca sin obtener ningún resultado, Mary decidió sentarse a leer bajo un gran árbol situado a unos cien metros de una de las plantaciones. Era un árbol especial, lleno de recuerdos y de risas, allí su tío Alan le había enseñado a leer y había imitado cientos de veces con tono jocoso la voz de su padre diciendo: “ya sabes Mary, no debes hablar con los negros, no son iguales a nosotros, sólo están aquí para trabajar”. Su tío era tan diferente, la vida era injusta, todo sería más fácil si hubiera sido su padre o si al menos viviera con ella, pero Alan era un alma libre, indomable, que andaba de aquí para allá, sin esposa, sin hijos y sin oficio, la oveja negra de la familia.

si fuera por tu tío ya no tendríamos tierras, ni esclavos, ni nada, ¿Qué sería de nosotros sin tu padre? Debes aprender mucho de él, algún día serás quien se ocupe de todo.

 Le repetía su madre continuamente.

Mary se sentó tranquilamente bajo el árbol, notó con tristeza que el campo abierto cada vez era más reducido y había sido reemplazado casi en su totalidad por las plantaciones de algodón, que ahora llegaban casi hasta los límites del bosque. Su padre cada vez quería más, ahora no era sólo el algodón, había empezado a comerciar con esclavos, al parecer el negocio dejaba buenos dividendos y no era muy complicado, iba a las subastas que organizaban algunos de sus amigos o viajaba hasta otros estados en busca de esclavos más baratos, los entrenaba por unos días en el trabajo del campo o de la casa y los vendía a buen precio. Eso era algo que a Mary le parecía completamente inaceptable  y aunque para su padre los negros eran menos que animales salvajes a ella le aterraba la sola idea de que algún día todo esto fuera a ser su responsabilidad. Debía hacer algo al respecto, pensaba en eso todos los días, tal vez podría pedir ayuda a su tío. Las discusiones con su padre se hacían cada vez más insoportables y sabía que él nunca la entendería.

Sin ganas de pensar más en ese tema, se disponía a abrir su libro, cuando de pronto se fijó que uno de los esclavos dejaba sutilmente su sitio de trabajo para adentrarse en el bosque, teniendo cuidado de que ninguno de los vigilantes lo notara. Trató de distinguir quién era y cuando vio que se trataba de él se llevó una mano a la boca, aterrada. Era José, Un joven negro de más o menos su edad que había crecido allí con su familia. Su padre era un hombre enorme, con una amplia sonrisa blanca, tan blanca como el algodón, su madre cantaba todo el tiempo canciones que Mary nunca pudo comprender y le sonreía siempre que la veía jugando en el patio. Era una mujer hermosa y Mary nunca podría olvidar su mirada, estaba llena de amor y de alegría, ¿Cómo podía ser esto posible en alguien que sólo recibía malos tratos? José también tenía un hermano, pero éste fue a vivir con familiares lejanos que cuidarían mejor de él, en realidad, el muchacho fue vendido a los 14 años en una de las subastas organizadas cada año en una plantación vecina.

Los padres de José habían muerto ya. Su padre olvidó reportar algunos sacos de algodón y al día siguiente encontraron su cuerpo en el rio, medio desfigurado. Su madre murió días después de tuberculosis, agravada por la pena que le produjo la pérdida de su marido y fue enterrada por su hijo en un pequeño claro cerca del bosque. José estaba completamente solo y a pesar de las advertencias de su madre, Mary había hablado más de un par de veces con él. Era simpático y cordial y quería aprender a leer. Desde hacía más o menos dos años ella le llevaba alguno de sus libros y lo dejaba caer cerca del campo, o simplemente lo dejaba olvidado bajo su árbol. José había aprendido bastante y en cuanto pudo escribir, empezó a devolverle sus libros con una hoja de más al final de cada uno, contándole sus sueños  y dándole las gracias por enseñarle a volar.

Ella también había aprendido de él, aprendió del dolor que llevaba en sus ojos y de la fuerza que ni su diario martirio lograba doblegar. De José aprendió que los negros tenían alma, contrario a lo que decían sus padres y gracias a él, ahora tenía el valor de luchar.

Mary lo observó hasta que entró en el bosque y se apresuró a seguirlo, rodeó el campo hasta el borde del bosque y se disponía a tomar el camino cuando vio que un guardia ya había ido tras él. Su corazón se aceleró, esto no era bueno, como mínimo José se ganaría una buena paliza por tratar de escapar, si es que era eso lo que intentaba. Pensó qué hacer, tal vez llamar la atención del guardia e intentar distraerlo, pero sabía que sería inútil, sólo lograría empeorar las cosas, así que decidió callar y seguirlos.

Después de asegurarse de que nadie la observaba, se dirigió al bosque, a pocos metros del guardia, necesitaba saber que estaba sucediendo y no permitiría que nada le pasara a José, aunque ella tuviera que asumir las consecuencias. Su largo vestido no le permitía avanzar tan rápido como hubiera querido, así que los perdió de vista por un momento, Caminó lo más rápido que pudo por el difícil terreno del bosque recogiendo su larga falda, hasta que escuchó voces, José y el guardia discutían. Tomó aire con la intención de decir algo, pero no pudo hacerlo, estaba sorprendida y asustada. Nunca  había visto a José hablar así, mirando a los ojos, con actitud desafiante y eso de alguna manera le gustaba, pero las cosas para él no estaban nada bien.

— ¿Acaso crees que te tengo miedo, negro? ¿Crees que alguien notará tu ausencia si no vuelves?—

El guardia hablaba con desprecio y con ira, tenía un látigo en una mano y un arma en la otra.

—Si nadie notará mi ausencia entonces déjeme ir, no volveré, prefiero que me mate—

La voz de José era firme y no había en ella ni un poco de temor, se podía decir que hasta hablaba con altivez.

—Eres tan despreciable como tu padre—

Gritó el guardia.

— ¿Recuerdas como terminó por querer pasarse de listo? son negros y es todo lo que merecen—

Mary sentía que el calor invadía su cuerpo y con cada palabra que el guardia pronunciaba, estaba más segura de que no tomaría jamás el lugar de su padre, no podía ser cómplice de tanta crueldad.

Ninguno de los dos había notado su presencia, José y el guardia no dejaban de mirarse fijamente, el primero con seguridad y valentía, el segundo con odio.

José repetía una y otra vez que no volvería, prefería morir allí que seguir teniendo esa vida. Se disponía a decir algo más, pero en ese momento el guardia se lanzó sobre él dejando caer el arma que tenía en la mano, y enredando el látigo alrededor de su cuello, lo derrumbó. Mary sintió como la ira se apoderaba de ella, la ira y el miedo, no sabía qué hacer, estaba entre la espada y la pared, ella ni siquiera debería estar allí. José luchaba por quitarse al guardia de encima, pero no era tan fuerte para eso, estaba demasiado débil gracias al trabajo y lo mal que se alimentaban en las plantaciones. ¡Tengo que hacer algo! Pensó Mary casi en voz alta y tomando el arma dejada en el piso segundos antes por el mismo guardia, casi sin pensarlo, haló el gatillo y disparó…

… El tiro retumbó por el bosque con el ruido más aterrador que ella pudiera recordar y la bala quedó incrustada en la cabeza del guardia, quien ahora yacía muerto sobre un enorme charco de sangre. José la miraba perplejo sin comprender aún que había pasado. Mary soltó el arma y cayó de rodillas, con lágrimas en los ojos y el corazón desbocado. En ese momento su gato apareció a su lado, impasible, frotando su cuerpo en su vestido, mirando a José con sus grandes ojos grises, como fiel testigo de  todo lo ocurrido.

 

 

Por, Erika Molina Gallego

Medellín (Colombia)

 

 

Reseña del Autor

Enamorada de las letras y la música, descubriendo mundos a través de los libros, queriendo encontrar el verdadero sentido de la literatura más allá de lo intelectual.

 

Revisó: Andrés Angulo Linares

Línea tras línea el relato es descrito con precisión, con un lenguaje natural el lector es transportado al tiempo en el que el cuento se desenvuelve. Es un viaje en el tiempo, sí. Pero, también, es un recorrido por los laberintos del alma.

Moira

Podría encontrarme tan desolado como Travis Bickle… y podría recurrir a hundirme en el resentimiento de no saber a dónde ir…

Podría sentirme tan desaforadamente exhausto después de una rutinaria lucha con el ayer… y es que el recuerdo se convirtió en algo tan triste, y la incapacidad que tengo para olvidar me produce tanto asco de mi ser.

Pero no, justo ahora la oscuridad y demencia que se observa en el horizonte deja ver algo bello; un recuerdo que sana y purifica almas, ese alguien que no se va de mi mente no porque no pueda irse, sino, porque yo no quiero que se vaya. Éste ser que permanecía con una divinidad característica de lo inexplicable y parecía no tocarla el tiempo.

Un nombre que gritaba destino a su paso, con la hermosura de Elena de Troya, la inteligencia de Atenea y la versatilidad en las palabras de los sofistas; recuerdo su viva imagen como un niño recuerda a su héroe más querido y me reprimo de querer olvidar como sus palabras solían transportarme desde una realidad vacía al ensueño que brindan las letras. La lírica de su voz y las guerras en sus ojos dejaban un sentimiento amargo algunos días, pero sabía que podía contar con ella si me encontraba solo y perdido en Comala y que encontraría seguridad en sus expresiones.

A veces en estos tiempos de profundas soledades, me veo como Teodoro y la recuerdo a ella como el maestro que intentó alejarlo del sufrir que genera entregarse a amar. Pero, ¿qué sentido tiene rememorar al ayer distante con muestras de gratitud si ella no está aquí? tal vez este hilando destinos de otras personas como yo, y tal vez haya borrado de su mente mi nombre, pero no, yo nunca podría olvidarla, porque aunque he estado en la más profunda miseria, ella me brindó el mejor refugio que alguien podría darme…

…ella guio mi camino a las letras.

Muchas madrugadas melancólicas quisieran tener la intromisión de ella, para alegrar un poco los corazones rotos, para hacer que las almas no vaguen fuera de cualquier futuro probable o dirigidas a una perdición excesiva y desamparada donde no te reconoces y crees que el mundo te escupe en el rostro, y te crees basura, y te sientes como Dante, perdido en el infierno del no saber qué hacer; su presencia sería el Virgilio, guía en el camino del sufrimiento para encontrar una salida. ¡Oh Capitán! ¡Mi capitán! Si lee estas letras y sonríe, mi objetivo se habrá cumplido, y si el nombre del joven M. Ludwig resuena en su cabeza con algún sentimiento de cariño, y si las noches que hacen que las personas olviden no han hecho efecto en su ser, y si aún conserva esa mirada desafiante y esa tierna voz… ¡Gracias mi querida Moira!

Por, Brando Cifuentes

 

 

Reseña del Autor

Mi nombre es Brandon Cifuentes, un aspirante a escritor de 15 años, nacido en Bogotá y amante de la historia, al que le encanta escribir historias tristes y le cuesta hablar de amor… que se identifica fácilmente con una canción melancólica y le cuesta superar las cosas, oh sí… yo creo en el ayer.

 

¡Anímate a participar de nuestra Convocatoria Narraciones Transeúntes!

Revisó: Erika Molina Gallego ( Editora Narraciones Transeúntes)

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