¿Libertad?

¿Libertad?

Independencia ¿Libertad? Hoy estás tranquilo, feliz, eres independiente, libre, o al menos, eso crees ¿no?

¿Cómo proclamar que tienes libertad cuando la consciencia de otro es la que determina tu propio actuar?

Si tu placer viene con términos y condiciones, si tu tranquilidad se reduce a momentos cortos en los que te aíslas de tu realidad, si tu pensar no te pertenece , si tu criterio lo generó alguien que  tampoco lo tenía.

¿En qué momento te darás cuenta de que tienes algo más, de que hay un mundo más allá del que te han pintado, de que existen opciones,  de que puedes explotar tu creatividad y de que en tu cabeza hay un mundo por crear aparte del que conoces?

¿Cuándo verás que no va a existir algo más plácido que disfrutar de algo propio y que se te ocurrió a ti, y no algo que te dijeron o hicieron pensar que necesitabas? entiendo que no sepas qué pensar, si otros han pensado por ti, toda tu vida.

Pregúntate ahora ¿Cómo quieres crear?

Por, Alejandro Obando Trejo

Reseña

Mi nombre es Alejandro Obando Trejo, actualmente soy estudiante de Contaduría Pública y curso el quinto semestre. Me gusta mucho escuchar música y pasar tiempo de calidad con mis seres queridos, es lo que más valoro y amo en este mundo.

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Nota de la editora

Una invitación a pensar en qué es lo que realmente mueve nuestras vidas, y a atrevernos  tomar nuestros propios riesgos.

 

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Inclemencia

Inclemencia

(Poema sobre la ablación)

Rituales salvajes
consumados bajo el selvático paisaje.
Impura y condenada
porque el universo te concibió mujer.

Obligada a sacrificar la vida,
el placer, el amor
a cambio de la aceptación
de tus dioses y ancestros.

Virginal e inocente
tu cuerpo doliente
clama piedad
ante la tortura inminente.

La anciana te dice:
abre las piernas,
cierra los ojos,
no grites cobarde.

Y tú, solo puedes oír
tu carne rompiéndose
y junto a ella
tu derecho a huir, a elegir
e incluso a vivir.

Hilos tejidos por la desgracia
junto a las espinas de acacia
zurcen tus pétalos
en aquel sanguinario día
que todo lo cambia.

Y si refutas el rito sagrado
tu etnia invocará fuerzas ocultas
en tu contra, dejado tu cuerpo alienado.

Flor mutilada
flor desgarrada
flor silenciada
levántate conmigo
Y digamos ¡Basta!

Por, Paula Castillo

Reseña del autor

Paula Castillo (Bogotá 1998) Ha sido parte de distintos talleres y colectivos literarios, su producción de escritura se centra en la poesía pero su interés por explorar el lenguaje y la palabra la han llevado a navegar por otros géneros. Actualmente cursa el pregado de Creación Literaria en la Universidad Central.

Regalo de Navidad

Sé lo que piensa, que debo decirle a mi familia, pero quiero que mi pequeña razón de vivir, ellos, tengan una noche buena sin preocupaciones y llena de felicidad

Por, Michel Dávalos

(Ciudad de México, México)

Volteo a ver por última vez dentro de la casa. Ventanas cerradas, electrodomésticos desconectados, gas cerrado, las fotos familiares colgando sobre la pared del pasillo que se dirige a las habitaciones, esas cortinas que tantos quebraderos de cabeza nos costaron a mi esposa y a mí por no poder ponernos de acuerdo…

No puedo evitar sonreír ante el recuerdo, sobre todo, por que como siempre, ella fue quien ganó la batalla, quién puede negarle algo cuando la última palabra es tomada bajo la intimidad de nuestra habitación. Apago las luces y cierro la puerta.

Es 24 de diciembre y nos dirigimos a pasar la navidad al hospital general de nuestra ciudad. Hace siete meses que nuestra hija menor, mi princesa, está internada. Tiene un mal degenerativo en el corazón que de la nada se le desarrolló, necesita un trasplante pero la lista de espera es demasiado larga, eso hace que poco a poco pierda la posibilidad de seguir con nosotros.

—Ok ¿estamos todos listos?— pregunto en cuanto mi hijo mayor cierra la puerta detrás mío.

—Listos mi vida— dice mi esposa mientras toma mi mano que se encuentra sobre la palanca de velocidades.

—llevamos todo para la cena y también los adornos que pondremos en la habitación de Lili.

—Yo llevo el mp4 y los regalos que sus amigos del colegio le mandan de navidad— escucho que dice mi hijo mientras saco el coche de reversa de la entrada de nuestro hogar.

Hemos logrado colocar a mi hija en una pequeña habitación privada dentro del hospital, razón por la cual se nos permitió pasar la navidad a los cuatro juntos. Eso y que el médico se ha apiadado de mí. En cuanto entramos a la habitación puedo notar como la cara de mi pequeña de 17 años se ilumina. Esa sonrisa junto con la de su hermano ha sido mi razón de salir adelante los últimos diecinueve años.

—¡Papá! ¡Mamá! Zopenco, me alegra que por fin estén aquí.

—Pues estuvimos a punto de seguir por la carretera hasta la playa pero aquí a tus padres se les pasó la desviación y pues terminamos aquí.

—Por favor no empiecen.

No importa la edad que tengan, esos dos nunca dejarán de pelear y hacer de repelar a su pobre madre, pero no me preocupo porque sé que en el fondo se aman y no hay nada que no harían el uno por el otro, y de alguna forma, me alegra que a pesar de las circunstancias sigan así, le dan a mi familia un poco más de sentimiento de normalidad.

Llega el doctor con las enfermeras para el último chequeo del día, no puedo evitar notar que me mira en todo momento pero igual con la mirada le digo que espere, que sea paciente y que me entienda. Sé lo que piensa, que debo decirle a mi familia, pero quiero que mi pequeña razón de vivir, ellos, tengan una noche buena sin preocupaciones y llena de felicidad. Por fin mi pequeña será operada, por fin conseguimos quién sea compatible con ella y mañana en navidad será llevada a cabo la operación.

Ya pasan de las cinco de la mañana, la cena ha sido ligera por órdenes del doctor y ahora todos duermen. Veo a mi hijo en el sillón de la habitación y no puedo evitar llenarme de orgullo, es un gran muchacho, tiene grandes aspiraciones y ama mucho a su familia. Mi princesa, esa pequeña me ha llenado de felicidad desde el momento en que nació, siempre fue más apegada a mí que a su mamá y sinceramente, siempre amé eso. Y ahí está ella, mi mujer, mi otra mitad… siempre a mi lado dando lo mejor de ella y sacando lo mejor de mí y quien me dio lo más bello que pude tener en esta vida, mi familia. Pongo a la vista de cada uno de ellos su pequeño regalo y salgo de la habitación.

Se acerca la hora, en unos minutos el hospital entrará en acción para proceder con el trasplante que le dará a mi niña una segunda oportunidad. Mientras subo los escalones repaso todo el procedimiento que se seguirá para la operación, décimo piso, las 5:20 a.m., mi hermano debe estar llegando al hospital en estos momentos para asegurarse de que se sigan mis peticiones, décimo primer piso, abro la puerta de la azotea del edificio y miro el amanecer, ese bello amanecer que mi hija podrá seguir viendo durante muchos, muchos años. Me acerco a la orilla y sonrío, sonrío al recordar los besos de mi amada, sonrío al recordar los abrazos de mi campeón, sonrío al recordar la sonrisa de mi princesa…

Lili:

Mi pequeña princesa, estoy seguro de que, mientras lees esta carta te estarás preguntando dónde se encuentran todos. Bueno, no sé en donde se encuentran los demás mi niña, pero yo, yo… me encuentro en ti.

Desde el momento que tu mamá me dijo de sus embarazos yo me enamoré de ustedes, tú y tu hermano han sido lo mejor de mi vida y no hay nada que no daría por ustedes. Sabes que seré por siempre tu príncipe, y este príncipe dio su vida por lo más preciado que pudo tener, su princesa. Desde el momento en que supimos de tu enfermedad, no pude evitar sentirme morir de dolor, puse toda mi fe en cuanto te inscribimos en la lista de espera para recibir un trasplante, pero conforme pasaron las semanas, tú ibas empeorando y las lista no avanzaba. Mi niña, nunca pienses que te abandoné, mi amor, yo doy todo por ti y este es mi último regalo de navidad. Quiero que vivas, quiero que viajes, quiero que llores, quiero que rías, no importa qué pero quiero que seas feliz. Vive mi amor, vive nuestra vida al máximo que yo siempre estaré contigo.

Atte.: El hombre que más te amó en la vida, tu papá.

 

Reseña del autor

Nacida en la ciudad de México, 29 años, soy amante de las novelas románticas e historias con finales inesperados, de los gatos y de una buena taza de café. Madre de un hermoso niño y una hermosa niña con los cuales me gusta compartir todos los momentos de mi día.

Actualmente trabajo como recepcionista en un hotel, lo que me da un gran material para crear en mi cabeza diferentes historias, claro, que aún no me animo a compartir. De mente traviesa y personalidad alegre disfruto de cada día, cada nueva lectura y cada momento inesperado de la vida.

 

Revisó: Erika Molina Gallego

«Una historia de amor verdadero, sin límites, sin egoísmo. Un amor capaz de dar vida, aún después de la muerte»

El día había llegado

De pronto oyó delante unos pasos y sintió una sombra escurridiza que se ocultaba en algún lugar muy cerca de ella.

Por, Jeniffer Arias

(Puno, Perú)

Faltaban pocos días, las horas se hacían una eternidad. El camino se hacía más estrecho, cada vez más claro y más lejano a la vista tal vez.

Todo empezó un día de repente, cuando la curiosidad llenó su espíritu y decidió entrar. El bosque rojo y verde a su vez la llenaba de intriga, como si fuera a encontrar algo, pero sin saber qué. Siguió paso a paso atravesando árboles con formas extrañas e inexplicables. «¿Cómo podrían haberse formado de tal manera?» pensaba.

El viento empezó a silbar; el sonido era dulce en un comienzo y parecía seguir cada paso que daba. Aceleraba el andar, y el sonido a su vez, más tosco y más cerca. Desesperada volteó, miró, observó a todas partes alrededor suyo, sin encontrar nada ni a nadie. De pronto oyó delante unos pasos y sintió una sombra escurridiza que se ocultaba en algún lugar muy cerca de ella. Empezó a correr, sin saber que cada paso que daba la llevaba a lo profundo de esta selva. Su corazón acelerado se quedaba sin latidos y ella sin aliento, había corrido tanto, que de pronto se sintió caer y perdió el conocimiento…

… Al abrir los ojos se vio rodeada de hermosos árboles decorados a la época navideña y pensó que simplemente era un sueño, que aún faltaban algunos días para navidad, su día favorito, en el que se disponía a encender todas las luces de casa y preparar galletas de hombres de nieve, árboles y  bastones. Se levantó, al mirar a su alrededor todo era muy diferente a como lo vio cuando estuvo acostada. Volvió a escuchar los sonidos cercanos a ella y recordó, eran los sonidos que ella creía un sueño.

De pronto comenzó a visualizar algo que parecía un duende, y otro y otro. Se fueron acercando, parecían ser muy navideños, pero el rostro que tenían, provocaba pánico, terror. Sintió ganas de correr y gritar pero se vio paralizada, no sabía que ocurriría, se sentía muy asustada. Las criaturas empezaron a tocarla, lastimarla, ella sentía que estos no querían dañarla pero aun así lo hacían. Mientras esto sucedía recordó un sueño que constantemente se repetía cuando era niña, donde alguna criatura extraña se le acercaba y le decía al oído que volverían por ella algún día. Pensó que quizás el día había llegado, y su pregunta era  ¿por qué a ella?

Enseguida salió de su recuerdo y se vio rodeada de estas criaturas, intentó escapar y corrió tan rápido como sus piernas se lo permitían, volteando por momentos. De repente cayó en un agujero muy oscuro y grande, lo sintió húmedo. Cuando despertó estaba en su sillón, «solo fue un sueño» pensó aliviada. Se sintió transpirar y se dirigió a su habitación a cambiarse la ropa, cuando escuchó villancicos en su puerta, ¡Era noche buena! Asombrada y temerosa se acercó a su ventana y vio todo mágicamente decorado e iluminado, era su época favorita, pero no lo sentía así ahora. «¿Cómo pude haber dormido tanto? ¿El sueño fue tan profundo?» pensó. Bajó las escaleras y al llegar a la estancia vio su árbol decorado e iluminado, pero este no se veía hermoso ni cálido, era extraño. Se acercó y vio en los adornos un duende  igual a los de su sueño, no sabía si retirarlo y, cuando se decidió, simplemente al tocarlo desapareció. Se sintió por un instante en otro mundo y observando desde este, su hogar, quiso gritar y no le fue posible.

Por, Jeniffer Arias

Reseña del autor

Nacida en la la ciudad de Puno-Perú. 28 años. Soy amante de la naturaleza, me encanta un buen libro acompañado de pureza y silencio al aire libre. Actualmente soy mamá de una hermosa niña de tres años, traviesa y sorprendente, con la cual comparto día a día, su travesuras, programas y mis lecturas favoritas. Trato de transmitirle a ella mi gusto por la lectura.

 

Revisó: Erika Molina Gallego

«Un relato absolutamente abrumador, desolador, sutilmente terrorífico.»

El pesebre

Era la virgen perfecta para mi pesebre, tenía una mirada inocente, un cabello largo y negro, era la ideal.

Por, Brisa Miranda Romero

(Guanajato, México)

La inquietud del sueño que tuve esa noche no me dejaba tranquilo. ¿Sería verdad lo que comentaba la gente, que los ángeles se comunican con nosotros por medio de sueños?

Tenía que cumplir lo que soñé. Había algo en mi interior que me pedía que lo hiciera, que cumpliera con lo que me pedían.

Comencé haciendo una lista de lo más importante para esa gran fecha, ocuparía adornos, veladoras, una virgen, a José, a los tres reyes y, obviamente, al niño.

Debía iniciar ya, tenía el tiempo sobre mí, estábamos a nueve días de lo que yo creía, era una profecía.

Esa misma noche, manejando por la ciudad, algo hermoso captó mi atención; era la virgen perfecta para mi pesebre, tenía una mirada inocente, un cabello largo y negro, era la ideal y la conseguí. Metiéndola en la cajuela, retorné por el camino a casa, para dejarla ahí mientras mi turno en el hospital terminaba.

Esa era la última noche que trabajaba, me habían otorgado mis vacaciones, había muchos camilleros nuevos, y serían ellos los que me cubrirían hasta fin de año.

De regreso a mi casa, encontré al José que haría perfecta pareja con mi virgen y de la misma manera que a ella, lo conseguí.

Ya tenía a dos de las figuras representativas más importantes de mi pesebre, solo me faltaban cinco, pero en el transcurso de la semana los reuní a todos, con excepción del niño, él nacería el día veinticinco, según la profecía y la tradición.

A sólo un par de días para la gran noche, compré todos los adornos, las veladoras y la ropa que vestiría a los miembros de mi misterio. Decoré lo más parecido a lo que había soñado aquella noche, dejando preparado cada lugar que tomarían mis figuras, detallando el sitio donde el niño reposaría a su llegada; para eso coloqué una tina, ocupando el lugar donde descansaría, puse las cinco veladoras formando una estrella (ya que en mi sueño, eso fue lo que más llamó mi atención) para que la luz de las velas lo iluminaran y todas las miradas en el niño se centraran.

Ya era víspera de Navidad, y eso significaba que era momento de continuar y colocar a cada uno en su lugar. Me dirigí al sótano, donde había dejado a mis seis personajes.

«Creo que comenzaré por el ángel» Le colocaría un catéter venoso central, que conectaría posteriormente a una manguera con el suficiente largo para que llegara hasta la tina donde en unas horas estaría el niño.

Después, con la vestimenta correspondiente a su personaje, el catéter se cubriría.

—¡No, te lo suplico!— logró decir en medio de un suspiro cansado, ya que desde que los obtuve a todos los mantuve sedados.

—Pide lo que quieras— continuó diciendo mi ángel, cuyo nombre real era Javier, un joven de 17 años. En las noticias lo habían reportado como desaparecido unos días atrás.

—¡Cállate!— Le dije, aplicándole un pegamento muy fuerte en los labios para que ya no hablara, realmente este chico me desesperaba. Él no entendía lo importante que era su participación, y sin importar cuánto dinero me ofreciera, no había cantidad alguna que impidiera cumplir con mi misión.

Lo vestí y en las alas até sus manos como a Cristo ataron en la cruz, se veía como un verdadero ángel. Colocándole una soga alrededor de la cintura lo suspendí en el aire y sujeté el otro extremo de la manguera a la tina. Vi como poco a poco la sangre abandonaba su cuerpo, vertiéndose  en el recipiente.

Era momento de ir por José, él seguía sedado y creo que no sería capaz de volver a despertar nunca más y si lo hiciera se encontraría atado igual que los demás.

Hice el mismo procedimiento con José y con los tres Reyes; conectando al catéter venoso, una manguera, sellando sus labios, vistiéndolos y atándolos en el lugar que les correspondía.

Entre ellos cinco casi llenaban la tina de sangre.

La última era la virgen, quien llevaba por nombre Esperanza, algo pasaba con ella, no sé si era su inocencia la que no me dejaba continuar, me quedé observándola un rato más, tomándola entre mis brazos, adormilada como estaba, descubrí su pecho, dejando a la vista esos pequeños senos que apenas se estaban desarrollando, era hermosa, pero tenía que colocar el catéter antes de que la media noche llegara, pues tenía que ir al hospital por el niño, me acababan de avisar que una mujer entró en labor de parto, y tenía que ayudar. Pero al pinchar la piel suave de mi virgen, un grito ensordecedor de dolor rompió la tranquilidad con la que estaba trabajando, y supongo que no solo yo la escuché, porque en ese momento el timbre de la puerta sonó, no respondí al llamado pues la furia que su grito me provocó, se apoderó de mí, la abofeteé y por lo fuerte del golpe se desmayó.

Terminando de colocar el catéter, la puerta de mi casa fue derrumbada por varios elementos de policía, quienes con armas de fuego me pedían que soltara a mi rehén (mi virgen).

Esposado, con las manos en la espalda, me metieron a una unidad y al revisar mi casa, reconocieron a cada uno de los personajes de mi pesebre: el ángel, Javier de 17 años; José, Daniel de 18 años; Melchor, Fernando de 16 años; ‘Gaspar’, Manuel, también de 17 años; ‘Baltazar’, Luís de 20 años y a mi virgen, Esperanza, de 15 años. Todos reportados como desaparecidos en la semana. La sirena de una ambulancia se escuchaba llegar, los paramédicos atendieron a Esperanza y la trasladaron a un hospital, y ya no supe más de ellos.

Los agentes al interrogarme no entendían que los ángeles me habían pedido que lo hiciera, que reuniera la sangre de cinco varones y de una mujer en un recipiente, donde el primer niño que naciera el día de Navidad, sería bañado, en él renacería nuevamente nuestro Mesías.

Más de dos mil años después del primer nacimiento, esto volvería a suceder.

Pero nadie me creía, la prensa me nombraba «el camillero del ángel de la muerte», aún queda la duda, ¿quién renacería? ¿Realmente sería el que vendría a salvarnos o sería el que vendría a destruirnos?

Por, Brisa M. Romero

Reseña del autor

Mexicana de 26 años de edad. Enfermera. Actualmente vivo en el Estado de Guanajuato.

Siempre agradecida con aquellos que confían en mí. Una romántica empedernida, amante  de la literatura, el dibujo y la música, me encanta pasar tiempo con los que más amo, mi fuerza para seguir adelante es mi familia y el apoyo de mis amigos.

Revisó: Erika Molina Gallego

«Un texto perfectamente logrado. Un proceso de una belleza macabra.»

Bajo un atardecer rojizo

Ese mismo día, Ta me contó de un viejo bigotón, con cabello largo y blanco, vestido de rojo, que en las noches de navidad se colaba por las chimeneas…

Por, Justo Morales Flores

(Playa del Carmen, México)

Hoy las nubes están rojas nuevamente, parecieran brasas enormes en la lejanía de un fuego ardiente que las enciende en esos tonos increíbles. Me provoca nostalgia, el corazón de un hombre frío como yo no debería conservar recuerdos, pero aquel niño errante  merodea en mis pensamientos a pesar de la lejanía de ese tiempo.

Hoy es noche buena y lo tengo presente en mis recuerdos más que nunca. Creo que no importa cuanto lo intente, jamás podré olvidarme de ese niño maltrecho.

Esta es mi historia, la historia de un pobre diablo, se las cuento desde algún lugar del mundo viviente o el mundo de los no vivientes, qué sé yo. Si estás ahí escuchando quizá lo puedas saber. Bueno, ahora relataré la historia desde aquel día, del cual tengo memoria.

Despierto en un callejón oscuro, mi almohada es una bolsa de basura y unos contenedores rotos y sucios tapan el aire frío. Llevo dos semanas viviendo en estas condiciones, no tengo idea de cómo murió mi padre, hace apenas unos días que mi madre me echó de la casa, como si fuese un animal maloliente, me abandonó a mi suerte, no lo entiendo. Nunca le hice nada, siempre hice todo lo que me pidió, solo aquel día, antes de recibir la noticia de la muerte de mi padre, yo no había querido bañarme y ella estaba molesta. Todavía tengo los moretones en los brazos, me duele el cuerpo, creo que ese día se le pasó un poco la mano, tal vez quiso desquitarse conmigo, pero, pero… Malditas lágrimas no dejan de brotar en mis ojos. Yo no maté a mi padre, no entiendo por qué mi madre se desquitó de esta cruel manera conmigo, tal vez debió considerar que solo soy un niño de seis años, pero la entiendo, ahora yo solo sería una carga para ella.

La comida aquí viene de la basura, pero no importa porque mi Ta siempre decía que debemos ser agradecidos con Dios por lo que nos da, aunque muchas veces pareciera que lo que nos da es malo para nosotros. Quizás el exilio no es tan malo, después de todo puedo ir a donde yo quiero, hacer lo que quiero sin que nadie me diga nada, puedo tomar las decisiones que quiera y bien que mal, nadie va a juzgarme porque no tengo a nadie. No me importa, ya vendrán tiempos mejores, así decía Ta. Además, hoy tengo muchas cosas que hacer, ayer escuché al niño de la calle 23 decirle a sus amiguitos que tiraría sus juguetes viejos, porque Papá Noel le traería nuevos, iré a ver si acaso entre esos juguetes usados encuentro el avión que tanto deseo, así me escapo un poco de la oscuridad de este callejón.

Nochebuena

Un día Ta me preguntó  por qué aún le decía esa palabra, la primera palabra que yo mencioné cuando quise decir Papá. Le respondí que estaba acostumbrado, pero realmente es que me fascinaba ver esos gestos tiernos en sus mejillas curvas cuando me oía, me gustaba cómo me miraba con esos ojos bellos, me hacía sentir tan feliz, como un terrón de azúcar, imaginen la inmensa felicidad de algo tan dulce. Ese mismo día, Ta me contó de un viejo bigotón, con cabello largo y blanco, vestido de rojo, que en las noches de navidad se colaba por las chimeneas de las casas para dejar bajo los arbolitos navideños, regalos para los niños que se portaron bien todo el año, pero para elegir el regalo que deseáramos teníamos que pedírselo en una carta. Yo le conté a Ta que para navidad quería pedirle a Santa un avión de juguete, para hacer que volara hasta las nubes, ahí donde los sueños se hacen realidad, en las nubes rojas que producen los atardeceres que le encantaban a Ta. Ya casi es navidad, mi padre prometió que me ayudaría a escribirle mi carta al viejo bigotón, porque yo aún no puedo escribir bien. Cuanto deseo que Ta esté aquí, que me abrace, que me cuide, que cure las heridas que me duelen. Estos últimos días hace tanto frío, hay copos de nieve por las cornisas de las ventanas y en las hojas de los árboles, las nubes grises forman conos gigantes, hasta parece que van a caer encima de la gente.

Yo no sé en qué estaba pensando Ta cuando murió, ¿habrá pensado en mí en su último momento? ¿Le remorderá la conciencia por haberme dejado solo? ¿Quién lo sabe? Daría todo de mí por tenerlo conmigo solo un momento más. Ojalá todo esto fuese solo un mal sueño, una pesadilla, que al despertar sea mi padre quien esté ahí al lado de la cama. ¡Dios! si esto es una pesadilla permíteme despertar ya, prometo que me portaré bien, haré mi tarea, me bañaré todos los días, tan solo quiero, tan solo anhelo, una vez más volver a ver a mi papá.

Después de caminar tanto y buscar entre los botes de la basura en la calle 23, he logrado encontrar muchos juguetes rotos, mal cuidados, como si el niño que los tenía disfrutara romperlos, pero por fortuna también encontré un pequeño avión de madera y es increíble, esta algo dañado pero intentaré hacerlo volar hasta las nubes, apenas los fuertes aires decaigan subiré a los edificios y le pediré que vuele, mientras tanto estoy fascinado volándolo por encima de mi cabeza, aunque tenga que sostenerlo con mi mano.

Han pasado cuatro días, estamos solos mi avión y yo, la torre de control no responde a mis llamados, no puedo despegarlo si no me es permitido, pero aun así, los aires helados se hicieron más fuertes, me duelen hasta los huesos, mi piel esta dura, áspera, tengo hambre. Ayer el dueño de una pizzería me regaló un pedazo del día anterior, estaba tan duro que apenas pude comerlo, es lo único que he comido en cuatro días. Estoy más flaco y casi no tengo fuerzas, la basura de este callejón lleva días aquí, tiene mal olor, pero no puedo irme a otro lado, porque ese mismo olor es el que aleja a la gente mala de aquí, todas las noches se oyen sirenas de patrullas, yo solo me regocijo entre estos cartones viejos. Anoche escuché que lanzaron piedras a los contenedores, creo que eran los niños del vecindario de enfrente, ellos andan juntos como una pequeña banda de malos, le robaron al señor de la panadería toda su ganancia del día, no me afecta, ese señor no quiso regalarme una sola pieza de pan, ni siquiera porque me ofrecí en limpiar su tonta panadería. No me preocupan esos niños, no tengo nada que puedan quitarme.

«Decenas de aviones enemigos vuelan por toda la ciudad lanzando granadas en las casas, debo derribarlas a todas. —Sargento, prepare los cañones lanza cohetes, destruiremos hasta la última aeronave que se cruce con nosotros—

—Sí, mi capitán—»

Esa banda de niños malos se está riendo de mí, no puedo derribar aviones si ellos están ahí. Están acercándose, tal vez ellos igual quieran jugar, son niños, más grandes que yo, pero igual juegan, ¿no es así?

¿Por qué están golpeándome? ¿Por qué me pegan? Me duele, me duelen los golpes.

—los acusaré con mi padre, los acusaré con mi padre, van a ver, van a ver… No me peguen, No, no te lleves mi avioncito, volaré hasta donde se elevan los sueños con él. No, por favor no—.

He despertado de nuevo, en este mismo callejón, me duele todo mi cuerpo, esos niños vándalos me golpearon hasta desmayarme, ya no sé qué día es hoy, ni me interesa, se llevaron mi avión, las nubes rojas están junto al cielo, quería volar hasta ellas y visitar a mi Ta, pero no podré hacerlo, deseo morir, eso es lo único que deseo. Ta, un día me dijiste que si quería algo, que lo deseara con el alma y entonces se haría realidad, pero yo he deseado tanto volver a verte y creo que eso es un deseo imposible, sin embargo morir sí es posible y sí deseo con alma morir, podre ir a donde tú  estás y quedarme contigo para siempre.

Bajo un atardecer rojizo desperté y ni siquiera me había dado cuenta, franjas rojas danzan en las paredes de los edificios del callejón oscuro, en la lejanía de las montañas puedo ver el enorme sol rojo ocultándose con majestuosidad, recuerdo que es Nochebuena. Las nubes reflejan esa luz pacífica y el callejón se ilumina tenue ante mí. El atardecer ha capturado mi atención, me siento tan lleno de paz, así eran los atardeceres que amaba papá. De repente escucho un ruido a mi lado, estoy hincado. Puedo ver junto a mí un avión de juguete, grande, tiene luces por todos lados y un control remoto para volarlo, en una parte del avión tiene escrito a mano la siguiente frase: “Cuando te encuentre volaremos hasta las nubes” sé en este momento que eso significa una señal. Veo que las franjas rojas se alejan, miro una vez más el sol antes de que se oculte por completo y entonces lo veo, al hombre bigotón. Él va subiendo en unas escaleras invisibles que se dirigen al cielo, está vestido de rojo, su cabello es blanco y es alto, tan alto como mi Ta.  Yo le grito muy fuerte y el voltea a verme, logro ver sus ojos bellos y estoy seguro que bajo esas largas barbas él me sonríe, lo pude sentir. Entonces entiendo que ese es mi padre y que mi padre es Santa Claus, que quizá se ha ido porque tenía que repartir regalos a todos los niños del mundo, por este año y el siguiente a pesar de haberme dejado solo.

No pude dejar de llorar esa tarde, entendí que no podía dejarme morir, que yo tenía que vivir, por mí y por mi padre, viví hasta los doce años en la calle, aprendí a vivir así, conservé mi avión, lo cuidé, lo protegí y lo mantuve intacto, hasta que un día en un parque muy lejano a mi callejón, recuerdo que también era navidad, yo intentaba volar mi avión y una mujer se acercó a mí, ella ni siquiera me dijo nada, solo me abrazó como si me conociera de hace mucho tiempo. Dijo que el avión lo había escogido ella para mí y que ella misma fue quien gravo las letras en él. Esa señora dijo que ella era mi madre, mi verdadera mamá.

NochebuenaDesde aquel entonces y después de indagar y responder a todas mis dudas, mi vida fue diferente, a la edad de 12 años mis pensamientos ya eran de un adulto, mi corazón era frío, pero mis sueños permanecieron intactos, he crecido, recuerdo a mi buen señor de bigotes blancos, lo recuerdo todo el tiempo, porque ese señor es mi Padre.

Hoy es Nochebuena, las nubes están rojas y vengo por las calles de la ciudad para entregar juguetes a todos aquellos niños desamparados y en cada juguete, una razón para vivir,  porque una vez, yo también estuve desamparado.

Creo que nosotros los seres humanos tenemos el poder para cambiar vidas, si es así, debemos hacerlo para bien.

Esta es mi historia, la historia de un pobre diablo.

Por, Justo Morales Flores

Reseña del autor

Originario de Tabasco, México. A la edad de 18 años viajo a la ciudad de Playa del Carmen Quintana Roo. Lugar donde actualmente radico. Comencé la carrera de Tecnologías de la Información y Comunicación, pero un año más tarde decido abandonarla. Comienzo a trabajar para el municipio de mi ciudad actual en diversas áreas. Desde pequeño presento pensamientos filosóficos por naturaleza, materia en la cual destacaba. Inicio en el mundo de la lectura, haciendo de esta uno de mis mejores pasatiempos, los libros que explicaban la creación del universo fueron mis preferidos para apasionarme. Poseo una gran imaginación, la cual plasmo en letras expresivas. Siempre tuve el sueño de escribir un libro, pero carecía de ideas. Un día leí “Ángel Caído” del escritor mexicano Arturo Anaya Treviño, un libro que rompió los esquemas de mis propios límites en la lectura. “Ángel Caído” me inspiró a crear mi propia historia y actualmente escribo un libro titulado “El Ángel Del Abismo” este será el primer libro de una saga, narrando la historia de un ser que ha sido creado para traer consigo el apocalipsis o para evitar el mismo.

Entre mis gustos más apasionados destacan el café y las charlas con amigos sinceros, el cine, observar la puesta del sol y andar sin rumbo por la carretera hasta que mis gustos me pidan volver. Andar en moto y auto. Disfruto de cada lectura  y pienso que todo libro escrito con entusiasmo vale la pena leerlo.

En mi efímero paso por la vida, cargo conmigo una búsqueda del valor de esta misma, una respuesta y una mirada en el cielo. Mi meta es ser escritor y plasmar en mis libros un mensaje que sea capaz de cambiar el mundo. Mis sueños radican en las estrellas, los dejo ahí esperando por aquellos mendigos que aún no tienen uno.

Facebook: Ave fénix

Fanpage: Inspiración

 

Revisó: Erika Molina Gallego

«Conmovedor, logra cautivar al lector a través de los pensamientos de un niño. Un relato que te arruga el corazón.»

Literatura, un salto hacia la aventura

¿Qué sería de nosotros sin el encanto del olor de un libro, sin la emoción de las ferias, sin las historias que por algún tiempo tomamos como propias?

Por, Erika Molina Gallego

La literatura ha sido siempre uno de los grandes regalos que la humanidad se ha hecho a sí misma. Perdidos en un mundo de complicaciones y superficialidad, la literatura se ha convertido en un camino hacía una felicidad íntima, un portal con entrada en la realidad, pero con salidas infinitas, que igual puede llevarnos a los calabozos de un castillo, al comedor de un aristócrata, a un campo cubierto de trigo o de algodón, o a un pequeño cuarto donde minutos antes fue cometido un asesinato.

Una historia descubierta en unas cuantas hojas, puede hacernos llorar de tristeza, como saltar de felicidad, puede hacernos temblar de miedo, rabia o impotencia, como puede también hacernos enamorar. Abrir un libro es conectarse a una pequeña máquina del tiempo, que nos transporta lejos, ya sea al pasado o al futuro de nuestra fría y, a veces, aburrida realidad. Y es que aquí no existen los gigantes, no hay fiestas con vampiros, ni anillos misteriosos, los bailes ya no son ceremoniales, las torres han sido reemplazadas por vidrio y no hay dragones ni varitas mágicas.

¿Qué sería de nosotros sin el encanto del olor de un libro, sin la emoción de las ferias, sin las historias que por algún tiempo tomamos como propias? No seríamos más que autómatas vacíos, sin nada en qué pensar que no fuera el trabajo, las obligaciones, las aburridas reuniones, la economía y la guerra.

Aprender a leer, es pues, el salto hacia un mundo infinito, es aprender a soñar con los ojos abiertos, a vestir la piel de seres extraños y misteriosos. Es llenar nuestros cerebros de palabras desconocidas, descubrir verdades más allá de las que vemos y abrirnos paso por caminos de los cuales ya nunca vamos a querer regresar.

La lectura es tal vez una rareza en vía de extinción, una piedra preciosa que ya muy pocos ven, a causa de las superfluas distracciones que encuentran en el camino. Está entonces en nuestras manos no dejarla morir, seguir haciendo estallar la chispa que propague el fuego de la literatura, hacer que los más jóvenes encuentren su paraíso, abrir la puerta del ropero, llevarlos a la estación y permitirles saltar a la aventura.

Poner un libro en manos de un niño es salvarle la vida, es un laberinto maravilloso del cual ya no saldrá y un hermoso regalo que jamás olvidará.

Por, Erika Molina Gallego

Editora Narraciones Transeúntes

El dios mudo

Es el día cuarenta y tres desde que encontramos la entrada al sepulcro. Quedamos veinte. Estoy muy débil. La carne de rata es asquerosa y vivir bajo el miedo y la oscuridad nos ha minado por dentro.

Por, Jorge Montoya

1

—El silencio no es más que la máscara de los gritos—dijo el profesor. La luz amarilla de los lamparines iluminaba apenas la cámara mortuoria y el aire tenía un olor pesado y oscuro. Todos estaban arrodillados, mirando la inscripción de una puerta sellada—. Es una maldición—prosiguió el profesor—. ¿Ven ese cráneo pintado? Ponían eso como advertencia.

Hubo un silencio que primero fue consternación, luego asombro, después miedo. Después de todo lo que habían visto, ¿aún había algo más? Ninguno se atrevió a contestar. El profesor se levantó trabajosamente, miró a todos con ojos afiebrados y como alucinados.

—Descansemos por hoy— dijo —Abriremos la puerta mañana.

2
SOY EL PROFESOR OCTAVIO MICULICICH. Es el día cuarenta y tres desde que encontramos la entrada al sepulcro. Quedamos veinte. Estoy muy débil. La carne de rata es asquerosa y vivir bajo el miedo y la oscuridad nos ha minado por dentro. He perdido mi diario, no sé cuándo. No escribía en él desde hace varias semanas, así que aquí dejo un resumen de lo ocurrido.

Comenzamos el 20 de enero desde la cueva de Sogdiana, en el valle de Zeravshan, en Tayikistán. Un grupo de cuarenta y cuatro hombres. Mi ayudante, Javier M., la arqueóloga Carolina P., los camarógrafos de la National Geographic, Francis Wallace y George P. Depress, treinta y nueve hombres para la faena, y yo. Trece días después de bajar por la garganta de la cueva—descenso peligroso, estalactitas, mierda de murciélago—nos topamos con un laberinto tallado en la roca, con muros que el medidor láser calcula en cuatrocientos cincuenta metros de altura y pasadizos del ancho de una calle. Los lamparones de pila nuclear resultaron insuficientes, apenas si podíamos ver a un radio de quince metros. Aun así pudimos advertir que los muros estaban tallados con escenas que Carolina calificó de sucesión narrativa no lineal de los mitos yaghnobianos con especial preferencia por la génesis del mundo por Shugnani, el dios mudo[1]. Era sobrecogedor caminar flanqueado por esos altos relieves. Uno los veía y era imposible creer que todo eso había sido hecho por personas, porque todo dejaba un sabor a supra humanidad, de una magnitud tal que intimidaba. La pata de una de las criaturas talladas medía cincuenta metros de largo por veintinueve de alto y los muslos se perdían allá arriba, en la negrura. Nos sentíamos como un grupo de hormigas explorando una habitación, perdiéndonos por días en los pasadizos, caminando entre una oscuridad que nos amortajaba y un silencio vacío y muerto. El aire también estaba muerto, porque nos asfixiábamos y sentíamos ahogos. La comida comenzó a escasear y la racionamos. Comencé a palidecer

A la tercera semana de entrar encontramos un pasadizo que nos llevó a un abismo. Bajamos durante seis horas y al llegar al fondo encontramos que todo era un valle negro y lleno de huesos y armas. A lo lejos se veía el dintel de una puerta gigantesca. Identifiqué escudos con diseños helenísticos, quizá de cuando Alejandro Magno conquistó la zona. Había charcos pestilentes y escuchamos ciertas voces lastimeras que los camarógrafos de la National Geographic consideraron —con temor y poco convencidos—eran el producto de vientos internos en la caverna. Empezamos a enfermarnos. Vimos zancudos del tamaño de un perro que nos atacaron y tuvimos que defendernos con bengalas y humo. Al ver los insectos, Carolina propuso desertar de la misión, pero yo no iba a detenerme por un grupo de Aedes albopictus con esteroides, después de todo lo que había tenido que hacer para conseguir la licencia y los fondos para el proyecto. Perdimos a seis hombres que se alejaron demasiado del campamento y de la luz. Atravesamos el fondo del abismo en cinco días y encontramos la puerta gigantesca, pero era de piedra maciza. Inamovible. Era imposible que algo así frustrase mi proyecto. Había más detrás de esa roca, lo intuía, lo sentía. Llevábamos dos cargas de explosivos y propuse usarlas para abrirnos paso. Carolina y los camarógrafos se rehusaron. Amenazaron con denunciarme ante la sociedad arqueológica si destruía la puerta. No me dejé amedrentar. Yo atravesaría todo con tal de encontrar las ruinas, sacrificaría a mis hombres y a mi equipo, y hasta pactaría con el dios con tal de llegar. Dinamité la puerta. En la caverna el eco de la explosión resonó con tal fuerza que por unos momentos solo oímos un pitido seco y agudo. Algunos se rehusaron a continuar. Les dije que si querían podían desandar el camino, arriesgarse con los insectos y el laberinto y salir de la caverna. No tuvieron más opción que seguirme. Atravesamos el portal y llegamos a una explanada y a una necrópolis. Todo era de un barroquismo sombrío. Mausoleos en forma de fauces. Estatuas de reyes con cabeza de murciélago. La exploración de las tumbas demoró diez días. La comida se hizo más escasa y tuvimos que cazar las ratas que pululaban en el cementerio y que no podíamos ni imaginar cómo hacían para sobrevivir en un lugar así. Antes de llegar al final, uno de los camarógrafos enfermó súbitamente.

3

El calor me disuelve. He caído enfermo después de una pesadilla, luego he comenzado a delirar sin remedio. Vomito la comida y sudo como si me bañase en lava. Siempre es de noche, siempre estamos bajo la luz escasa de los lamparines. El silencio que rompen nuestras pisadas es antiguo. Wallace me cuida y él y Javier me llevan en una hamaca. Hemos explorado todo y llegamos a una tumba que el profesor asegura es la del dios. Era como un zigurat, solo que en vez de subir, se hundía en la tierra. Todo está compuesto por cámaras conectadas por pasadizos. La oscuridad es casi maligna y avanzar es difícil. A través de la fiebre, las pinturas murales de las cámaras se difuminan bajo  el delirio. No veo sino detalles fugaces. Zarpas, fauces, gestos que simulan la sonrisa de un verdugo, la alegría de un monstruo. Sufro de pesadillas con el dios.  Parece un ojo gigantesco que es al mismo tiempo una boca llena de colmillos. Lo veo frente a un festín en el que se comen manjares hechos con muñones y cabezas. En los momentos de mayor desconexión escucho el contrasentido de un silencio que llama hacia lo más recóndito y oscuro de estos pasadizos.

4

—Pasadizos, pasadizos…, silencio en los pasadizos

—Cálmese Depress— dice Javier — le acabo de inyectar un antibiótico y…

—No le escucha—dijo Carolina­—. ¿No lo ve? Está delirando

—Es la fiebre…

—Es este sitio. El aire está viciado; la falta de luz nos afecta psicológicamente. Debimos habernos ido antes. ¿Qué hemos hecho metiéndonos hasta aquí, sin comida, sin auxilio? ¿No es una locura estar aquí? ¿No es insano dejar que nos siga guiando el profesor, cuando es tan evidente que también está afiebrado, que su ambición por estas ruinas nos está perdiendo?

—Su pasión por la arqueología…

—Su locura, porque eso es, locura, nos va a llevar hasta el mismísimo infierno si seguimos bajando por estas ruinas. ¿Has visto la cara que puso cuando encontró la puerta sellada? Unos ojos febriles, ambiciosos. No le basta haber encontrado todo esto. Quiere más.

Javier no respondió. Habían avanzado galería por galería a través de la tumba y descubierto cámaras llenas de ataúdes verticales donde yacían los sacerdotes del dios. Encontraron una sala llena de ofrendas depositadas sobre cráneos volteados, otra sala de torturas saturada de gritos y de sangre seca. Y habían avanzado a la fuerza, acarreados por la energía del profesor, que los hacia sobrellevar el asombro y el espanto de ver cosas así, catalogando huesos o haciendo bosquejos apurados de los relieves y las pinturas. Por último, hallaron la cámara mortuoria principal, con un catafalco gigantesco, y un altar lleno de escombros.

Los pocos hombres que quedaban limpiaron la cámara y encontraron una puerta sellada en una de las esquinas. “El silencio no es más que la muerte de los gritos”, había leído el profesor y ahora estaba entusiasmado, aún quedada más por ver. —Descansemos por hoy —había dicho—, la abriremos mañana—, y durante la noche sintieron cómo el silencio parecía empozarse y concentrarse dentro de cada uno de ellos

Al día siguiente el profesor mandó colocar los explosivos alrededor de la puerta. Todos estaban expectantes. Habían descubierto una magnitud monstruosa a lo largo del camino y ahora debían toparse con algo tan secreto que tenía una maldición como advertencia. Carolina intentó convencer al profesor de que ya era exigirles demasiado a todos el que continuasen con la investigación, pero el profesor no hizo caso y colocó el mismo el cable detonante.

—Señores, la maravilla de todo lo anterior no es nada respecto a lo que encontraremos detrás de esta puerta — sentenció, y detonó la carga de dinamita

El sonido de la explosión fue callado por un grito que reventó cuando el sello de la puerta se rompió, potente, monstruoso. Y nadie vio la tumba del dios ni vio su cadáver aún putrefacto, porque que el grito los sacó de sí mismos. Era como si la montaña gritase, como si con la intromisión del profesor el dios hubiere despertado y su furia era tal que los poseyó. Uno a uno todos cayeron al suelo, gimiendo, tirando de las orejas hasta extirpárselas en chorros rojos; la maldición los convirtió en una sola masa enfurecida que se agredía a sí misma. Los hombres se lanzaron unos contra otros, se arrebataban pedazos de piel y se mordían hasta que la sangre se les mezclaba con la saliva. Bajo el influjo del grito que los torturaba con su intensidad comenzaron a comerse sus propias lenguas, a arrancarse los músculos. Carolina se lanzó sobre uno de los hombres y comenzó a masticarle la nariz mientras este le desgarraba los senos. Uno de los camarógrafos se reía histéricamente en tanto se rompía la mano izquierda con una roca, a cada golpe sus dedos parecían retorcerse y el dolor le intensificaba el delirio. Uno de los hombres tuvo una visión tan espantosa que gritando se vació los ojos con las manos y los estrujó hasta que de su puño brotó un líquido espeso y blancuzco. Se mecieron los cabellos, se arrancaron los párpados, tiraron de sus labios tan fuerte que la piel de los carrillos se les desgarró y la boca se les convirtió en un jirón sangriento.

Antes de sucumbir en un sacrificio dantesco, antes de desaparecer entre la oscuridad y la tristeza de las ruinas, antes de que las luces se apagaran, lo último que vieron fue cómo el profesor gritaba y aullaba mientras estrellaba violentamente su cabeza contra las piedras del altar de ese dios mudo.

[1]¨En un principio, cuando todo era increado, solo había el silencio. El dios mudo originó el primer acorde de la creación a partir su esencia más infame. Shugnani había sido un demonio en otra dimensión y en castigo por revelarse ante su señor, se le condenó a un encierro en este universo. En venganza él creo el mundo y lo habitó de bestias que llamó humanos y eran físicamente idénticas a su señor, y los trató como si ahora él fuese el señor y ellos esclavos, y les enseñó el arte de la guerra y la especulación económica. Contaminado por la muerte, Shugnani falleció y fue enterrado en la necrópolis de Boar, en una zona comprendida dentro del valle de Zeravshan¨. Miculicich, Octavio, Interpretaciones de los mitos de los Yaghnobi, pág. 402

Un poco más de Jorge

Me llamo Jorge Montoya y oficialmente soy un homeless desde hace un día. (05/09/18). Estoy buscando trabajo. He dormido en un portal, junto a un venezolano, y leo una y otra vez el mismo libro de Oswaldo Reynoso. He sido tentado dos veces para recibir dinero a cambio de sexo. Mi mochila tiene una chompa, dos polos negros Killstar, un pantalón negro, dos mudas de ropa interior, una manta, una botella llena de agua de caño, un cuaderno, una pluma estilográfica, una bolsa con la mitad de mi almuerzo, pinceles, un estuche de acuarelas y 16 gramos de marihuana. El momento más feliz de este año fue el concierto de Luca Bocci. No diré el más triste. +51 941717362 para conversas ‘random’ por WhatsApp.

Revisó: Iván René León

Dos deseos y una siesta

Se podían ver dos cuerpos acurrucados en la cama: él abrazaba la espalda de ella, y el silencio hacía lo mismo con los alrededores.

Por, Sofía Betancourt

(Bogotá, Colombia)

Se podían ver dos cuerpos acurrucados en la cama: él abrazaba la espalda de ella, y el silencio hacía lo mismo con los alrededores. El cabello de ella se extendía verticalmente sobre la almohada, como si fuera una línea continua de su cuerpo. Él estaba tan cerca de su cuello, que cualquiera hubiese pensado que le estaba susurrando sus más hondos sentimientos provenientes de una recolección exhaustiva de devaneos pasados.

La alcoba respiraba con ellos: era la formación de un único conjunto de aire; un único pulmón llevando su propio ritmo. A pesar de que no había ninguna luz encendida, y la noche era espesa e impenetrable, la figura de ella era la de un dinosaurio bebé despertando de aquella larga siesta que llamamos gestación. Estirando su cuerpo se abría camino para salir del cascarón imaginario, y toda ella brillaba del color de la luna reflejada en la hoja de una navaja.

Su luz palpitaba de vez en cuando, y él la sostenía más fuerte con sus brazos. También podíamos ver cómo fruncía el ceño y se esforzaba por no despertarse de aquella otra siesta. El brillo de ella florecía con menos trabajo, pero más intenso. Él apretaba sus dientes y la contraía hacia su cuerpo; no era que le molestara la luz, sino porque sabía que ella despertaba.

Sentía el cariño que la envolvía: era el calor de un amor tan cargado, que ella perdía su fuerza física con cada abrazo que él reiniciaba. Él quería decirle que ella era su mundo, y aun cuando ella ya sabía esto, trataba de zafarse de la órbita. Y aunque intentó, el amor fue tan poderoso, que ella se desvaneció en una brisa de arena blanca que lo acompañó hasta el día de su muerte.

¿Qué nos dice Sofía sobre ella?

Nací en Bogotá, tengo 22 años, soy estudiante de economía y literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, y creo en mi obsesión por las matemáticas y el lenguaje. “Dejo pasar un millón de oportunidades para enseñarle a la vida que no es cuando ella quiera sino cuando a mí se me dé la gana” (TetricMachine), en mis ratos libres toco la guitarra, me disfrazo de la novia de Batman y me la paso decorando la Bati-cueva.

 

Revisó: Iván René León

La noche

Sangre, hedores, gritos, voces, lamentos, llantos, rostros dentro de la penumbra, ojos al acecho. El ladrido insistente de un perro; cerca, después lejos, todos al unísono.

Por, Gabriel Cedillo López

La noche era extraña, de aquellas donde cualquier ruido parece provenir de algo amenazante o de alguien que implora por auxilio. La oscuridad. Aquella donde de cualquier rincón sumergido en la negrura pareciera emerger un horror inenarrable, una danza de espectros, criaturas inimaginables, perturbadoras de sueños y realidades concebidas únicamente en las entrañas más perturbadas de la mente.

Sangre, hedores, gritos, voces, lamentos, llantos, rostros dentro de la penumbra, ojos al acecho. El ladrido insistente de un perro; cerca, después lejos, todos al unísono. Un ladrido gutural que se apaga de la nada. Silencio. No se oye nada más, ni a kilómetros. Todo se desvanece. Tranquilidad, sueño. Párpados que pesan, se cierran en la penumbra y entonces ya no existe nada. Pero la mente es traicionera, una vil embustera que ama los juegos. Todo adentro se nubla, se cubre de niebla espesa, el cerebro se desconecta.

Tú.  Un lugar que reconoces en medio de todo lo desconocido. Alguien te sigue. O tú lo sigues a él. Espera, es ella. Se quita la capucha en cuanto hacen contacto visual. Te reconoce, de una vida pasada tal vez. No existe en tu presente, ni en tu realidad. Se acerca a ti y te sonríe, los ojos han desaparecido, no están en su sitio. De los agujeros brota un líquido escarlata. Tú estás de pie observando. Mientras tu cuerpo tiene espasmos (el perteneciente a la realidad), ella golpea tu pecho y caes al vacío. Tu cuerpo se sobresalta.

Ella, la criatura, te espera abajo de nuevo, recostada justo al lado de tu cuerpo. Tranquilidad. Escuchas su respiración pausada un par de segundos. Te giras y tomas su garganta entre tus manos. Fue un micro segundo pero lo escuchas, o al menos crees haberlo escuchado, un gemido de placer o de dolor, no lo sabes pero tampoco le das importancia. Continúas y aprietas con más fuerza y los ojos de ella se inyectan en sangre, no es tan difícil. La polla se te pone dura. El cuerpo se relaja y no vuelve a moverse. Muerte. Caes agotado encima del cuero inerte. Tu mente está relajada, despejada de la neblina y tu cuerpo de nuevo te pertenece. La realidad está distorsionada. ¿Estás aquí? Menos mal que fue todo un sueño. Pero ¿lo fue?

Tu cuerpo está, pero tu mente no. Y ella, ¿sigue allí? Sin embargo, no te atreves a mirar, por si está. Tu mente sigue afuera. Sueño. Realidad. Sueño. Realidad. Pero aun así, duermes.

Por, Gabriel Cedillo López

(México)

 

Reseña del Autor

Gabriel Cedillo López, (19 de Septiembre de 1996) Mexicano. Nacido en la ciudad de Papantla Veracruz. Estudiante de Derecho en la Universidad del Golfo de México…

Conoce más de Gabriel

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Sueños, pesadillas, placer, dolor, muerte… ¿Cuál es la realidad?”