Ese mismo día, Ta me contó de un viejo bigotón, con cabello largo y blanco, vestido de rojo, que en las noches de navidad se colaba por las chimeneas…
Por, Justo Morales Flores
(Playa del Carmen, México)
Hoy las nubes están rojas nuevamente, parecieran brasas enormes en la lejanía de un fuego ardiente que las enciende en esos tonos increíbles. Me provoca nostalgia, el corazón de un hombre frío como yo no debería conservar recuerdos, pero aquel niño errante merodea en mis pensamientos a pesar de la lejanía de ese tiempo.
Hoy es noche buena y lo tengo presente en mis recuerdos más que nunca. Creo que no importa cuanto lo intente, jamás podré olvidarme de ese niño maltrecho.
Esta es mi historia, la historia de un pobre diablo, se las cuento desde algún lugar del mundo viviente o el mundo de los no vivientes, qué sé yo. Si estás ahí escuchando quizá lo puedas saber. Bueno, ahora relataré la historia desde aquel día, del cual tengo memoria.
Despierto en un callejón oscuro, mi almohada es una bolsa de basura y unos contenedores rotos y sucios tapan el aire frío. Llevo dos semanas viviendo en estas condiciones, no tengo idea de cómo murió mi padre, hace apenas unos días que mi madre me echó de la casa, como si fuese un animal maloliente, me abandonó a mi suerte, no lo entiendo. Nunca le hice nada, siempre hice todo lo que me pidió, solo aquel día, antes de recibir la noticia de la muerte de mi padre, yo no había querido bañarme y ella estaba molesta. Todavía tengo los moretones en los brazos, me duele el cuerpo, creo que ese día se le pasó un poco la mano, tal vez quiso desquitarse conmigo, pero, pero… Malditas lágrimas no dejan de brotar en mis ojos. Yo no maté a mi padre, no entiendo por qué mi madre se desquitó de esta cruel manera conmigo, tal vez debió considerar que solo soy un niño de seis años, pero la entiendo, ahora yo solo sería una carga para ella.
La comida aquí viene de la basura, pero no importa porque mi Ta siempre decía que debemos ser agradecidos con Dios por lo que nos da, aunque muchas veces pareciera que lo que nos da es malo para nosotros. Quizás el exilio no es tan malo, después de todo puedo ir a donde yo quiero, hacer lo que quiero sin que nadie me diga nada, puedo tomar las decisiones que quiera y bien que mal, nadie va a juzgarme porque no tengo a nadie. No me importa, ya vendrán tiempos mejores, así decía Ta. Además, hoy tengo muchas cosas que hacer, ayer escuché al niño de la calle 23 decirle a sus amiguitos que tiraría sus juguetes viejos, porque Papá Noel le traería nuevos, iré a ver si acaso entre esos juguetes usados encuentro el avión que tanto deseo, así me escapo un poco de la oscuridad de este callejón.
Un día Ta me preguntó por qué aún le decía esa palabra, la primera palabra que yo mencioné cuando quise decir Papá. Le respondí que estaba acostumbrado, pero realmente es que me fascinaba ver esos gestos tiernos en sus mejillas curvas cuando me oía, me gustaba cómo me miraba con esos ojos bellos, me hacía sentir tan feliz, como un terrón de azúcar, imaginen la inmensa felicidad de algo tan dulce. Ese mismo día, Ta me contó de un viejo bigotón, con cabello largo y blanco, vestido de rojo, que en las noches de navidad se colaba por las chimeneas de las casas para dejar bajo los arbolitos navideños, regalos para los niños que se portaron bien todo el año, pero para elegir el regalo que deseáramos teníamos que pedírselo en una carta. Yo le conté a Ta que para navidad quería pedirle a Santa un avión de juguete, para hacer que volara hasta las nubes, ahí donde los sueños se hacen realidad, en las nubes rojas que producen los atardeceres que le encantaban a Ta. Ya casi es navidad, mi padre prometió que me ayudaría a escribirle mi carta al viejo bigotón, porque yo aún no puedo escribir bien. Cuanto deseo que Ta esté aquí, que me abrace, que me cuide, que cure las heridas que me duelen. Estos últimos días hace tanto frío, hay copos de nieve por las cornisas de las ventanas y en las hojas de los árboles, las nubes grises forman conos gigantes, hasta parece que van a caer encima de la gente.
Yo no sé en qué estaba pensando Ta cuando murió, ¿habrá pensado en mí en su último momento? ¿Le remorderá la conciencia por haberme dejado solo? ¿Quién lo sabe? Daría todo de mí por tenerlo conmigo solo un momento más. Ojalá todo esto fuese solo un mal sueño, una pesadilla, que al despertar sea mi padre quien esté ahí al lado de la cama. ¡Dios! si esto es una pesadilla permíteme despertar ya, prometo que me portaré bien, haré mi tarea, me bañaré todos los días, tan solo quiero, tan solo anhelo, una vez más volver a ver a mi papá.
Después de caminar tanto y buscar entre los botes de la basura en la calle 23, he logrado encontrar muchos juguetes rotos, mal cuidados, como si el niño que los tenía disfrutara romperlos, pero por fortuna también encontré un pequeño avión de madera y es increíble, esta algo dañado pero intentaré hacerlo volar hasta las nubes, apenas los fuertes aires decaigan subiré a los edificios y le pediré que vuele, mientras tanto estoy fascinado volándolo por encima de mi cabeza, aunque tenga que sostenerlo con mi mano.
Han pasado cuatro días, estamos solos mi avión y yo, la torre de control no responde a mis llamados, no puedo despegarlo si no me es permitido, pero aun así, los aires helados se hicieron más fuertes, me duelen hasta los huesos, mi piel esta dura, áspera, tengo hambre. Ayer el dueño de una pizzería me regaló un pedazo del día anterior, estaba tan duro que apenas pude comerlo, es lo único que he comido en cuatro días. Estoy más flaco y casi no tengo fuerzas, la basura de este callejón lleva días aquí, tiene mal olor, pero no puedo irme a otro lado, porque ese mismo olor es el que aleja a la gente mala de aquí, todas las noches se oyen sirenas de patrullas, yo solo me regocijo entre estos cartones viejos. Anoche escuché que lanzaron piedras a los contenedores, creo que eran los niños del vecindario de enfrente, ellos andan juntos como una pequeña banda de malos, le robaron al señor de la panadería toda su ganancia del día, no me afecta, ese señor no quiso regalarme una sola pieza de pan, ni siquiera porque me ofrecí en limpiar su tonta panadería. No me preocupan esos niños, no tengo nada que puedan quitarme.
«Decenas de aviones enemigos vuelan por toda la ciudad lanzando granadas en las casas, debo derribarlas a todas. —Sargento, prepare los cañones lanza cohetes, destruiremos hasta la última aeronave que se cruce con nosotros—
—Sí, mi capitán—»
Esa banda de niños malos se está riendo de mí, no puedo derribar aviones si ellos están ahí. Están acercándose, tal vez ellos igual quieran jugar, son niños, más grandes que yo, pero igual juegan, ¿no es así?
¿Por qué están golpeándome? ¿Por qué me pegan? Me duele, me duelen los golpes.
—los acusaré con mi padre, los acusaré con mi padre, van a ver, van a ver… No me peguen, No, no te lleves mi avioncito, volaré hasta donde se elevan los sueños con él. No, por favor no—.
He despertado de nuevo, en este mismo callejón, me duele todo mi cuerpo, esos niños vándalos me golpearon hasta desmayarme, ya no sé qué día es hoy, ni me interesa, se llevaron mi avión, las nubes rojas están junto al cielo, quería volar hasta ellas y visitar a mi Ta, pero no podré hacerlo, deseo morir, eso es lo único que deseo. Ta, un día me dijiste que si quería algo, que lo deseara con el alma y entonces se haría realidad, pero yo he deseado tanto volver a verte y creo que eso es un deseo imposible, sin embargo morir sí es posible y sí deseo con alma morir, podre ir a donde tú estás y quedarme contigo para siempre.
Bajo un atardecer rojizo desperté y ni siquiera me había dado cuenta, franjas rojas danzan en las paredes de los edificios del callejón oscuro, en la lejanía de las montañas puedo ver el enorme sol rojo ocultándose con majestuosidad, recuerdo que es Nochebuena. Las nubes reflejan esa luz pacífica y el callejón se ilumina tenue ante mí. El atardecer ha capturado mi atención, me siento tan lleno de paz, así eran los atardeceres que amaba papá. De repente escucho un ruido a mi lado, estoy hincado. Puedo ver junto a mí un avión de juguete, grande, tiene luces por todos lados y un control remoto para volarlo, en una parte del avión tiene escrito a mano la siguiente frase: “Cuando te encuentre volaremos hasta las nubes” sé en este momento que eso significa una señal. Veo que las franjas rojas se alejan, miro una vez más el sol antes de que se oculte por completo y entonces lo veo, al hombre bigotón. Él va subiendo en unas escaleras invisibles que se dirigen al cielo, está vestido de rojo, su cabello es blanco y es alto, tan alto como mi Ta. Yo le grito muy fuerte y el voltea a verme, logro ver sus ojos bellos y estoy seguro que bajo esas largas barbas él me sonríe, lo pude sentir. Entonces entiendo que ese es mi padre y que mi padre es Santa Claus, que quizá se ha ido porque tenía que repartir regalos a todos los niños del mundo, por este año y el siguiente a pesar de haberme dejado solo.
No pude dejar de llorar esa tarde, entendí que no podía dejarme morir, que yo tenía que vivir, por mí y por mi padre, viví hasta los doce años en la calle, aprendí a vivir así, conservé mi avión, lo cuidé, lo protegí y lo mantuve intacto, hasta que un día en un parque muy lejano a mi callejón, recuerdo que también era navidad, yo intentaba volar mi avión y una mujer se acercó a mí, ella ni siquiera me dijo nada, solo me abrazó como si me conociera de hace mucho tiempo. Dijo que el avión lo había escogido ella para mí y que ella misma fue quien gravo las letras en él. Esa señora dijo que ella era mi madre, mi verdadera mamá.
Desde aquel entonces y después de indagar y responder a todas mis dudas, mi vida fue diferente, a la edad de 12 años mis pensamientos ya eran de un adulto, mi corazón era frío, pero mis sueños permanecieron intactos, he crecido, recuerdo a mi buen señor de bigotes blancos, lo recuerdo todo el tiempo, porque ese señor es mi Padre.
Hoy es Nochebuena, las nubes están rojas y vengo por las calles de la ciudad para entregar juguetes a todos aquellos niños desamparados y en cada juguete, una razón para vivir, porque una vez, yo también estuve desamparado.
Creo que nosotros los seres humanos tenemos el poder para cambiar vidas, si es así, debemos hacerlo para bien.
Esta es mi historia, la historia de un pobre diablo.
Por, Justo Morales Flores
Reseña del autor
Originario de Tabasco, México. A la edad de 18 años viajo a la ciudad de Playa del Carmen Quintana Roo. Lugar donde actualmente radico. Comencé la carrera de Tecnologías de la Información y Comunicación, pero un año más tarde decido abandonarla. Comienzo a trabajar para el municipio de mi ciudad actual en diversas áreas. Desde pequeño presento pensamientos filosóficos por naturaleza, materia en la cual destacaba. Inicio en el mundo de la lectura, haciendo de esta uno de mis mejores pasatiempos, los libros que explicaban la creación del universo fueron mis preferidos para apasionarme. Poseo una gran imaginación, la cual plasmo en letras expresivas. Siempre tuve el sueño de escribir un libro, pero carecía de ideas. Un día leí “Ángel Caído” del escritor mexicano Arturo Anaya Treviño, un libro que rompió los esquemas de mis propios límites en la lectura. “Ángel Caído” me inspiró a crear mi propia historia y actualmente escribo un libro titulado “El Ángel Del Abismo” este será el primer libro de una saga, narrando la historia de un ser que ha sido creado para traer consigo el apocalipsis o para evitar el mismo.
Entre mis gustos más apasionados destacan el café y las charlas con amigos sinceros, el cine, observar la puesta del sol y andar sin rumbo por la carretera hasta que mis gustos me pidan volver. Andar en moto y auto. Disfruto de cada lectura y pienso que todo libro escrito con entusiasmo vale la pena leerlo.
En mi efímero paso por la vida, cargo conmigo una búsqueda del valor de esta misma, una respuesta y una mirada en el cielo. Mi meta es ser escritor y plasmar en mis libros un mensaje que sea capaz de cambiar el mundo. Mis sueños radican en las estrellas, los dejo ahí esperando por aquellos mendigos que aún no tienen uno.
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Revisó: Erika Molina Gallego
«Conmovedor, logra cautivar al lector a través de los pensamientos de un niño. Un relato que te arruga el corazón.»