«Para el caso de la ciudad de Bogotá, en el sur se concentra buena parte de la tragedia configurada en el mundo occidental»
Contradicciones y arbitrariedades
Somos nefastos al momento de juzgar la vida ajena, tomamos los rumores como ciertos, un instante observado nos resulta suficiente para sentenciar a un individuo.
Por, Andrés Angulo Linares
Juzgamos con profundidad y drasticidad las actuaciones de nuestros semejantes, ante las propias, somos benévolos y comprensivos.
Somos arbitrarios en nuestros conceptos, evaluamos las decisiones ajenas desde nuestra propia escala de valores, aun cuando sabemos que ésta es condicionada por nuestras circunstancias, que por lo tanto no es del todo confiable y, mucho menos, poseedora de toda verdad.
Hablamos de lo correcto y de lo inmoral con la misma propiedad falaz con la que lo hace un líder religioso.
Los ateos niegan la existencia de Dios y maldicen los tratados de la biblia por considerarlos opresores y graves afrentas a la libertad. Sin embargo, sus sentencias son tan jodidamente arbitrarias que parecen tomadas de ese “sagrado” libro.
La incoherencia de los fanáticos religiosos deja al desnudo el odio que por dentro cargan. Son capaces de lamer ―en increíble acto de obediencia y de “amor” a Dios― los tobillos de alguien que ha sido, según ellos, ungidos por la aquella deidad, mientras que al mismo tiempo, escupen en el plato del más necesitado. El amor del que tanto hablan sólo es posible entre aquellos que, como ellos, son borregos, jamás podrá ser para los herejes que rompieron filas o que por circunstancias de la vida y de la sociedad, ocupan un escalón inferior en esa cadena alimenticia que ubica a unos como presas perdedoras y a otros como los depredadores exitosos.
Somos incoherentes y Juzgamos a conveniencia, creemos tener la verdad en nuestros labios y no titubeamos al momento de condenar a otros por actuaciones propias del ser humano. No estoy hablando de delitos, me refiero simplemente a aquellas acciones que nos muestran qué tan frágiles podemos ser ante nuestras pasiones. Creemos que para vivir es necesario consultar ese manual que nadie ha visto, pero que nos dicta paso a paso qué leer, qué escuchar, cómo vestir, cómo amar, para ser eso que llamamos personas de “bien”.
Nos rasgamos nuestras ropas ante las agresiones sexuales sufridas por las mujeres, pero no perdemos chance para invadir el espacio privado de aquella mujer que nos habló con cierta confianza. Creemos que contamos con el derecho de invadirla, sólo porque somos hombres y a esta característica debemos corresponder, porque el que es macho propone y ellas son las que disponen.
Nos indignamos ante la injusticia social, pero queremos gozar de los beneficios que nos otorgan nuestro oficio, profesión o rango en una empresa.
Lloramos a los muertos, en la medida que estos sean mediáticos, para que nuestra compasión pueda ser calificada como humana. A los anónimos no, a ésos pa’ qué, a los pobres tampoco. El compadecerse por ellos, nos dejaría ante esos que queremos impresionar, como unos mamertos comunistas.
Olvidamos fácilmente que somos humanos, que nos regimos por nuestras emociones. Si bien es cierto, hay prácticas detestables como el abuso sexual, el asesinato, el robo, entre otras y que ante éstas no podemos pasar como cómplices silenciosos y que es nuestro deber esforzarnos para que sean erradicadas, también lo es, que debemos cuestionar nuestro comportamiento, pues con él, quizás, sin darnos cuenta, por acción u omisión, con nuestro voto o con nuestra indiferencia, podemos estar contribuyendo a que estos flagelos que nos derrotan como sociedad.
No tenemos la verdad de nada, somos humanos. Simple. Hay cosas que se salen de nuestra comprensión, entre ellas nuestras creencias y el amor. Dentro el ejercicio de respeto, de tolerancia y aceptación que debemos tener como sociedad, la arbitrariedad con la que a veces juzgamos las vidas ajenas debe ser extinta.
La manera más sencilla y efectiva que tenemos para contribuir a la sociedad, es la de mirarnos primero hacia adentro. No se trata de ser complacientes, se trata de guardar el mínimo respeto hacia las decisiones de quienes rodean, pues en últimas somos de la misma especie y no sabemos en qué momento nuestra escala moral nos traicione y seamos nosotros, entonces, quienes estemos bajo el juicio ajeno.
Por, Andrés Angulo Linares
El Día Cero
Más de tres años (41 meses para ser más exactos) suponen para cualquier proyecto una maduración, fruto del trabajo realizado y del aprendizaje acumulado durante sus labores.
Más de tres años (41 meses para ser más exactos) suponen para cualquier proyecto una maduración, fruto del trabajo realizado y del aprendizaje acumulado durante sus labores.
Rugidos Disidentes ha sido la trinchera creativa que nos ha permitido asumir el tema cultural con profesionalismo y categoría –como debe ser– y no como un pretexto para asistir a una cantidad indeterminada de eventos con los “privilegios” que trae consigo una zona de prensa y así ‘goteriarnos’ conciertos, obras de teatro, festivales o ferias.
Al ser un medio alternativo nos asiste también un compromiso social, que es expresado en el constante apoyo a los artistas locales de rock desde Urbania Rock o desde la difusión de cuentos o poesía de aquellos que encuentra en la literatura su mejor arma, sin importar si cuentan o no con un ególatra diploma que lo certifique como escritor. Nuestra trinchera ha estado abierta para los disidentes, para los inconformes, para los delirantes y para los locos que comprenden que en la cultura se encierra la identidad y costumbres de una sociedad.
El cambio en Rugidos Disidentes ha sido constante, nos gusta explorar nuevas atmosferas y buscar con nuestra labor la reivindicación, exaltación y la resignificación de espacios.
No odiamos la política, todo lo contrario, sabemos que todos –ustedes y nosotros– somos sujetos políticos y así asumimos nuestras posturas y las defendemos con orgullo y respeto por las opiniones contrarias, pues sabemos que ese que llamamos “el otro”, es una extensión de nuestra propia existencia. Esa fue nuestra premisa para Ciudad Política, donde el término ciudad debe ser entendido como escenario de debate y diálogo desde la pedagogía. Educación y análisis serán los ejes fundamentales de esta nueva sección.
Somos diversos y esto nos permite construir, lección que nuestros políticos tradicionales y su séquito deberían poner en práctica. Amamos la diferencia. Odiamos la quietud y nos sentimos atraídos por los nuevos caminos.
Este rugido es su trinchera también, están invitados a participar en Tu Rugido, próxima sección, en la cual podrán dejarnos sus opiniones, sus denuncias, sus textos.
Hoy empieza un nuevo camino. Bienvenidos sean ustedes al Día Cero de Rugidos Disidentes.
Por, Rugidos Disidentes
contactenos@rugidosdisidentes.co
Para acabar con Eddy
Uno de los mejores libros que leí en el 2016 fue Para acabar con Eddy Bellegueule de Édouard Louis. Fui a comprarlo después de leer la reseña en El País de España, pero estaba agotado por todas partes. Lo conseguí un viernes en la noche. Salí de la librería y lo destapé como el regalo que me debía.
Uno de los mejores libros que leí en el 2016 fue Para acabar con Eddy Bellegueule de Édouard Louis. Fui a comprarlo después de leer la reseña en El País de España, pero estaba agotado por todas partes. Lo conseguí un viernes en la noche. Salí de la librería y lo destapé como el regalo que me debía.
Empecé a leer sin parar durante toda la semana –en los ratos libres que no tenía– con el dolor de encontrarme en cada página. Resultó siendo un impulso envolvente. La historia es la de Eddy un joven francés de familia campesina, que vive lejos del país que nos ofrecen en la guías turísticas europeas, mucho más allá de la Torre Eiffel, un lugar que es una villa donde pulula la pobreza, el machismo y la violencia intrafamiliar.
Eddy, el protagonista, es el autor del libro, es una narración autobiográfica. Desde muy niño sus ademanes femeninos lo habitan y su familia lo rechaza rotundamente obligándolo a convertirse en un verdadero hombre.
“Lo lógico habría sido que también lo llamasen marica a él. El crimen no es hacerlo, sino serlo. Y sobre todo que se note”
Es un libro brutal. Duele ser Eddy, sentirse Eddy, despertarse como él. Duele su familia y el destino, duele el pueblo, el colegio, los espacios rotos donde solo sucede la desesperanza, la manía de obligarnos a encajar.
“La verdad es que la rebelión contra mis padres, contra la pobreza, contra mi clase social, su racismo, su violencia, sus atavismos fue algo secundario. Porque antes de que me alzara contra el mundo de mi infancia, el mundo de mi infancia se había alzado contra mí para mi familia y los demás me había convertido en una fuente de vergüenza, incluso de repulsión. No tuve otra opción que la huida. Este libro es un intento de comprenderla”
Las revelaciones de Édouard Louis son fuertes. Se desnuda frente al lector de una manera talentosa, pero también desnuda a su familia y a ese niño, que era él mismo, con el que quería acabar de una vez por todas.
Durante la Feria del Libro de Bogotá (2016) Louis visitó el país, la Carpa Arcadia estaba atiborrada para recibirlo. Louis es flaco, alto, serio, aunque despunte una sonrisa de vez en cuando. Durante el evento sostuvo una deliciosa conversación con el editor Nicolás Morales, tuve la oportunidad de preguntarle sobre la opinión de su madre frente a la publicación del libro, contó sobre el impacto para su familia y cómo en medio de la discusión telefónica su padre lo llamó por primera vez Édouard y no Eddy.
Este libro nos habla de cómo acabar con nosotros mismos, por cuenta propia. Algo que nos queda pendiente por el que dirán, por el aguantar, por el miedo de ser uno mismo.
Por, Yulieth Mora
Directora de Todas Mis Declaraciones
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@LaMaquinaCol
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Penúltima parada vista desde un escritorio
Hoy realmente escribo obviedades que rayan en Perogrullo, porque el fútbol de estas eliminatorias así lo permite, realmente nos enorgullecemos en Suramérica de tener el torneo más difícil del mundo y eso se evidencia claramente ad portas de la fecha 15, en la que sólo hay un clasificado
Hoy realmente escribo obviedades que rayan en Perogrullo, porque el fútbol de estas eliminatorias así lo permite, realmente nos enorgullecemos en Suramérica de tener el torneo más difícil del mundo y eso se evidencia claramente ad portas de la fecha 15, en la que sólo hay un clasificado: Brasil. Las selecciones del puesto 2 (Colombia 24 Pts G+3) a la 8 (Paraguay Pts18 G-8) se encuentran a seis puntos de diferencia, así que las 2 plazas más el cupo de repechaje (tres plazas reales) están en disputa por siete selecciones… intensa y apasionante la eliminatoria sin más, ahora miremos algunas situaciones que son interesantes en esta doble jornada:
Colombia, no nos llamemos a engaños, Venezuela va a jugar con todo, pero son los últimos y además tienen pérdidas sensibles, Arango que nos la tenía velada se retiró, Seijas no fue prestado por el club, el Lobo Guerra está recuperándose de una lesión, eso se traduce en que la tricolor debe sí o sí romper la racha de 21 años sin ganar de visitante ante la Vinotinto, no importa si jugamos sin James, que el equipo esté lleno de amarillas (8 en total), que la Selección llegará al estadio en bus después de hora y media (Bueno, no van tan apretados como en Transmilenio de Usme a Suba). Lo importante es que hay material humano para vencer a los de Dudamel y que con ese resultado quedamos a un punto de la ansiada clasificación (algunos dirán que faltan dos puntos), yo opino que la cifra mágica es 28, debido a que en las últimas eliminatorias el quinto se clasificó con 25 y no jugaba Brasil.
Hablemos del partido contra Brasil: Uno de los problemas de los hinchas es que vivimos de entusiasmos, por lo que hay que considerar dos escenarios:
Primero: si no se le gana a Venezuela (sería malo pero no catastrófico), habrá periodistas por doquier pidiendo la cabeza de Pékerman. Aquí tampoco debemos dejarnos sacar el espíritu resultadista y veintejuliero y pensar que quedan 3 partidos y necesitamos entre 3 o 4 puntos y uno de los partidos es de local y el otro es a domicilio en Lima, donde hace muchísimo rato no perdemos y apuesto a que los peruanos llegan eliminados.
El detalle es que este Brasil no es el de Dunga, Tite está preparando motores para Rusia y se vino con toda la banda y no parece que vengan de turismo, vienen por los tres puntos y tienen juego para lograrlo. Realmente, si arañamos el punto me parecería suficiente pero realmente difícil, muy difícil.
Segundo: La tricolor llega a Barranquilla con tres puntos en su visita a la vinotinto y llega a 27 puntos… ¡queda a tiro de as! –dirían en parqués–, por lo que realmente, desde el deseo de clasificar no tendría mucha importancia el partido, algunos dirán que la idea es clasificar de local frente a los históricamente mejores del continente, lo que le añadiría gloria a la eliminatoria, pero francamente creo que no tenemos laterales para hacerles frente, nos hará mucha falta Yerry Mina, Sánchez no podrá sólo con la labor de marca (no hemos podido conseguir en casi 7 años con Pékerman otro volante de marca-marca), así que no me hago muchas ilusiones con este partido.
Para rematar lo de nuestra Selección: si le ganamos a Venezuela ya podemos pensar en Rusia así perdamos con Brasil, porque si a Paraguay de local y luego a visitando a Perú no logramos, entre los dos partidos, un mísero puntico en serio no merecemos ir… El sentido común me dice que después de esta doble jornada no toda la alegría será brasilera.
A la hora que se escribe esta columna el Tribunal Arbitral du Sport – TAS emite el comunicado de prensa del cual sólo extractaré el encabezado: “EL TRIBUNAL ARBITRAL DEL DEPORTE (TAS) RECHAZA LAS DOS APELACIONES PRESENTADAS POR LA FEDERACIÓN BOLIVIANA DE FÚTBOL”. (+)Lo anterior nos pone en el siguiente escenario: la tabla de clasificación no sufre cambios, lo que afecta los intereses nacionales (en caso de que el fallo hubiera sido en sentido contrario nos dejaba a 4 puntos de Chile), seguimos con ese fuerte escolta a un punto.
Pero si aquí nos afecta un poco ese fallo, en Argentina deben estar prendidos de los cabellos, están oficialmente en zona de repechaje, Ecuador los tiene a dos puntos, Paraguay y Perú a 4 y de los tres sólo evitan a Paraguay, en cambio enfrentan a Uruguay este jueves y de visitante.
Sampaoli es un gran técnico no cabe duda, pero si le gana a Uruguay, de una vez que su paisano, su Santidad, lo vaya beatificando y si Argentina pasa la belleza de fixture que le tocó y clasifica sin ayuda (no creo que la FIFA planifique un mundial sin Messi y demás), tendremos un nuevo santo señores… ¿San Paoli?… mientras escribo esto, la prensa ya tiene titulares, de los cuales destaco: “TAS en Repechaje”, tomado de Olé. ¡Hasta el Papa debe estar rezando!
Al que veo más perdido que el hijo de Lindbergh es a Ecuador, tan cerca y tan lejos, va a ser el ‘friendzoneado’ de la eliminatoria, está a dos puntos de Argentina pero visita a Brasil (se sale con una derrota de menos de tres goles que se den por bien servidos), luego recibe a Perú en un desteñido clásico, pero que será intenso porque el que pierda quedará eliminado, posteriormente, en sus dos últimas jornadas visitará a Chile y recibirá a una –quizás necesitada– Argentina, lo que pinta es que verán Rusia 2018 por TV.
Así que, en mi entender, Argentina, Chile, Colombia, (salvo algún descalabro para los libros de historia) y Uruguay serán los que acompañen a los muchachos de Tite en Rusia.
Fútbol visto desde el escritorio por un ‘Burrócrata’ más.
Por, Burrócrata
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Un beso de Dick
Yo apenas respiraba cuando Fernando Molano ganó el primer Concurso de Novela de la Cámara de Comercio de Medellín en 1992 -año en el que nací-. Veintiún años después, en 2013, me crucé con Molano en la biblioteca, lo conocí en forma de libro porque el escritor bogotano murió a los 37 años en 1998 -cuando yo tenía seis-.
Molano se me apareció en la Biblioteca Julio Mario Santo Domingo una tarde mientras buscaba qué carajos leer y encontré la novela póstuma Vista desde una acera, que demoró años en publicarse luego de permanecer imperceptible en los archivos de la Biblioteca Luis Ángel Arango en el Centro de Bogotá.
Me llevé el libro a casa, lo devoré. No solo porque se trataba de una historia que me identificaba, que abordaba el amor homosexual, sino porque en la sencillez de su narración, pude explorar mis intereses a la hora de escribir. El libro permaneció en mi maleta por dos semanas, sentí que no quería devolverlo pero tendría que hacerlo “ya casi tengo que devolverlo”, me decía.
Era un jueves mientras caminaba para llegar a una cita médica y una tormenta cayó de golpe. Diez cuadras para llegar, ni un solo lugar donde escampar a mitad de la Autopista, ese era el panorama; apenas unos minutos para llegar a tiempo, caminé rápido, con fuerza quizá con ritmo, y cuando llegué al destino me atendieron por pura compasión, estaba empapada, la maleta y lo que llevaba dentro también. El libro, Vista desde una acera de Fernando Molano, era papel y agua.
En efecto la biblioteca no quiso recibirlo aunque las hojas estuvieran secas días después. En un trámite normal, tuve que comprar un libro idéntico, llevarlo a la biblioteca y quedarme con el ejemplar que había dañado, que “usted se tiró” dijo el bibliotecario.
Fue el mejor regalo que me hice, me hicieron o me hizo –no sé exactamente a quién me refiero cuando digo: hizo–, conservo ese libro como una muestra de que la casualidad no existe, de que estamos destinados a quedarnos con las búsquedas que hacemos de nosotros mismos.
Entonces empecé a entenderlo todo, a entenderme cuando descubrí a Molano. Recién acabo de releer Un beso de Dick (que pueden descargar en el anterior enlace) y entonces siento que necesito esa lectura en estos momentos y además que: más que nunca se necesita esa lectura en esta sociedad pacata.
Un beso de Dick es la historia de Felipe y Leonardo, dos adolescentes que se enamoran en el colegio, las canchas, las duchas, las camas, los andenes, las montañas, los pupitres. La historia es intimista con un narrador en primera persona que no habla de ser gay, sino que habla del amor, del primer amor.
Yo creo que el valor de esta novela radica en la narración ingenua que revela el profundo deseo, la transparencia de lo verdadero, la belleza de la juventud. No creo; como muchos dicen, que sea una novela de culto, ni que se trate de una novela gay, porque me cuesta entender que las etiquetas completen los significados y nos impongan un mundo maniqueo.
Un beso de Dick es un regalo en el que uno sonríe con la espontaneidad de Felipe, en el que uno se pregunta por qué los papas actúan así, con esa violencia cuando un abrazo soluciona lo más complejo. Uno se pasea por el colegio, donde quiso y donde odio, creo que también se entiende, después de muchos años, por qué uno tomó las decisiones que tomó y para qué.
Un beso de Dick –título inspirado por un episodio de Oliver Twist de Dickens–. Año 92. Que un marica ganara algo debió ser un golpe al establecimiento, sobre todo al establecimiento de la literatura, que nos dice qué leer y cómo –que recién premia la cantidad de lecturas de manera brusca y mercantil-. Por eso que un marica gane, que lo vean por la calle y lo feliciten porque hizo algo con su vida que ya todo el mundo ha sexualizado en sus mentes de santos, debió ser el momento, el momento para llevar el libro debajo del brazo, para hablar de él en los cambios de clase y frente a los profesores que nos pidieron que leyéramos libros, pero que ruegan que nadie sea un marica en clase, ni una loca, ni marimacho; pero yo apenas tenía meses de haber nacido y me tocó años después vivir ese momento, por eso traigo a este espacio –#AlBordeDeLaCalle– esta lectura que merece tiempo y ese orgullo de llevarla bajo el brazo, aunque las cosas hayan cambiado y uno lleve a Molano por las calles, en forma de PDF en el celular.
Por, Yulieth Mora
Directora de Todas Mis Declaraciones
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Los esclavos del Status Quo
Hoy que podríamos poner a la banca y las grandes corporaciones de rodillas, elegimos arrodillarnos ante ellos; agachar la cabeza y lo único que se nos ocurre es seguir programando marchas y protestas indignadas en redes sociales. Hoy que tenemos acceso a una inagotable fuente de libros y documentales de sociedades que nos dan ejemplo de emancipación moderna, seguimos leyendo y escuchando a los mismos que fracasaron décadas atrás.
Sí, probablemente soy un antiacadémico; reconozco que me aburre la estrechez esquemática de quien siempre busca ser aprobado, refrendado, certificado por alguien. En un mundo de software libre, de tantas oportunidades, me aburre tener que escribir bajo el yugo de las normas APA, me aburre estudiar para que me den un título, me harta de sobremanera no expresar lo que me venga en gana sin que me exijan citar una frase que también se me ocurrió a mí.
Todos quieren ser reconocidos, aceptados, aprobados; “oye ven, apruébame, certifícame, dile a mi patrón que ya estoy preparado, que me estoy preparando”. La academia no sólo es aburrida y obsoleta sino anacrónica. En un mundo donde si quieres un micrófono para expresarte al mundo, ahí lo tienes; si quieres escribir, ahí lo tienes; quieres cantar, ahí lo tienes, quieres inventar, crear…. El cielo es el límite. Pero no, vayamos a que nos certifiquen, a que nos den permiso para pensar, para expresarnos. Alimentemos la mafia del sistema “educativo”; Es increíble por ejemplo, que quienes quieran aprender cualquier idioma aún crean genuinamente que necesitan de una institución (quieren ser certificados); que aún crean que para aprender LO QUE SEA necesitan matricularse en algún sitio. La sobreoferta de estos sitios deberían ser un indicador claro pero pues…
Me aburren también esas discusiones informales donde empiezan a citar filósofos, psicólogos, científicos para justificar sus propias creencias. Porque pues, si Sócrates lo dijo, entonces es verdad… Qué autoestima tan famélica, todavía necesitando la aprobación de un profesor, de un cura, de un pastor, de un filósofo para pensar. El sistema escolar ha hecho su tarea: Crear criaturitas llenas de miedo y culpa, condicionadas para consumir, consumir y consumir; consumir ideas y patrones de izquierda y de derecha. La única diferencia en esta programación es… No, de hecho no hay; los unos han sido programados para combatir, agredir y acabar con los otros, sus hermanos.
La mayor virtud de los intelectualoides de salón es su capacidad para memorizar fechas, nombres de libros, frases “profundas”, películas del cine independiente, como todo nerdo del salón. Se comprometen con todo lo que vaya “en contra del sistema” ignorando que son parte exponencial del Status Quo; hablar mal del país, de los políticos es considerado como señal de refinamiento y sofisticación. Enarbolan libros y frases de cajón como banderas de sus postulados pero nunca producen nada por sí mismos, no se arriesgan a equivocarse y a ser disidentes dentro de sus pequeñas y engreídas comunidades de “filósofos rebeldes”. Qué aburrido encontrarse con estos pequeños burgueses-anti-burgueses. También quieren, buscan desesperadamente encajar dentro de sus pequeñas y aburridas colonias de apóstatas de la libertad.
El mundo, todo cambió; vivimos en la era de las más grandes oportunidades de expansión mental, espiritual, tecnológica, económica que se ha conocido jamás en la historia de la humanidad. Pero, elegimos vivir aún bajo el yugo colonizador de nuestros aprobadores. Hoy más que nunca, que tenemos acceso a la hiperbólica carretera de la información privilegiada, donde el límite se diluye entre lo legal y lo ilegal, nos comprometemos con lo más seguro, con lo mismos lugares comunes del pasado. Hoy que podríamos poner a la banca y las grandes corporaciones de rodillas, elegimos arrodillarnos ante ellos; agachar la cabeza y lo único que se nos ocurre es seguir programando marchas y protestas indignadas en redes sociales. Hoy que tenemos acceso a una inagotable fuente de libros y documentales de sociedades que nos dan ejemplo de emancipación moderna, seguimos leyendo y escuchando a los mismos que fracasaron décadas atrás. Hoy que podemos coordinar acciones de cambios verdaderos, elegimos la acción irrelevante y superficial. Es imperdonable porque la élite ya no puede ocultar esa información, pero como los perros de Pavlov, sólo reaccionamos cuando Ellos chasquean sus delicados dedos y reaccionamos como ellos esperan que lo hagamos.
Por eso y por mucho más me aburre la academia y el mal llamado “sistema educativo”, que no es otra cosa que el máximo reconocimiento a los principales defensores del Status Quo, el botón a mostrar: La Clase Intelectual. Miden la inteligencia con diplomas y diplomas, expedidos por las entidades que después los alimentan; porque si de pensar se tratara, no sería ningún reto intelectual particularmente difícil, darse cuenta de que los amos de la industria de la “educación”, son los mismos dueños de los medios masivos de “comunicación”, y los mismos dueños de la Banca en donde inexorablemente van a ir a vender su alma después. Pero están ocupados estudiando y aprendiendo a duplicar el sistema como para pensar por sí mismos.
Amén.
By, Zê Valdo*
Seudónimo: Zê Valdo
Licenciado en Lenguas Modernas, Psicólogo (No graduado, por supuesto)
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Imagen libre de derechos, tomada de https://pixabay.com
La culpa es de los pobres
Los fines de semana caminamos los centros comerciales con la seguridad que ofrece una tarjeta de crédito. Lo debemos todo, qué importa, vivimos «bien». En Creeps, en Beers, en Wok o en Andrés Carnes de Res nadie se siente pobre.
Según cifras del DANE de 2015 había en el país un 27.8% de personas en situación de pobreza, un 8.1% en pobreza extrema; es decir, un 35.9% de la población que subsistía para entonces con un ingreso inferior a 894.522 pesos era considerada pobre, quedando por fuera de esta circunstancia, según la medición oficial, los hogares cuyo ingreso superara esta cifra, aunque en la práctica sus ingresos no fueron suficientes para suplir las necesidades básicas en su totalidad ni con la calidad debida. Así mismo, un estudio realizado por la firma especializada en mediciones de consumo, RADDAR CKG, señala que el 79.2% de la población colombiana se encuentra ubicada entre los estratos 1, 2 y 3 ( un poco más de la tercera parte del país).
Frías estadísticas que reflejan una verdad incontrovertible: Los pobres somos más. El silencio que desde hace mucho tiempo nos ha acompañado, como también las nefastas decisiones que hemos tomado como sociedad, cuando por fin vencemos a la tentación de la pereza y salimos a votar, son los dos factores que nos tienen a los pobres –la inmensa mayoría del país– más pobres. El primero nos hace indiferentes ante la realidad que otros colombianos viven a diario en campos y ciudades, incluso hace que desviemos la mirada de nuestro propio entorno y callemos esa voz interna por diversas razones. Bien reza la sabiduría popular cuando afirma que el silencio otorga y en el caso colombiano, no sólo permite que nuestros derechos nos sean vulnerados, también nos hace pensar que no tenemos opción, que igual todo permanecerá estático y los ricos y poderosos cada vez lo serán más, mientras que los pobres no tenemos más alternativa que la de resignarnos a nuestra desgracia.
El segundo nos pasa factura después de cada elección, cual si fuéramos la novia masoquista que es golpeada todos los días por su pareja, seguimos dándoles una última –eterna– oportunidad a los rufianes que rigen el destino de la nación a su acomodo, mientras que nosotros, los pobres, recibimos los azotes de nuestro voto. La culpa es de nosotros, los pobres. A diario, en las mañanas, rumbo a nuestra labor, en muchos casos remunerada miserablemente, descargamos la furia interna que nos acompaña, con esos otros pobres que, como nosotros, salen a ganarse el pan para sus familias o a buscarse un mejor futuro en un aula universitaria. Los empujamos con tal de ganarles una deseada silla roja en un bus, los insultamos, los maltratamos. Somos la mayoría y aun así somos incapaces de solidarizarnos con ese otro que se parece tanto a nosotros y que vive y sufre circunstancias muy similares a las nuestras.
En las noches distraemos la desgracia de salir todos los días a producir montañas de dinero para otro, al frente de una pantalla plana de 48 pulgadas que pagamos, «sin sentirla», con el recibo de la luz y que nos da un sorbo de alivio al dibujarnos un imaginario en el que ya no somos pobres, sino pertenecientes a una clase media, que no sabemos bien dónde comienza ni de qué forma es clasificada. Los fines de semana caminamos los centros comerciales con la seguridad que ofrece una tarjeta de crédito. Lo debemos todo, qué importa, vivimos «bien». En Creeps, en Beers, en Wok o en Andrés Carnes de Res nadie se siente pobre.
Nosotros, los pobres, somos culpables. Somos honestos, es cierto. También competentes, creativos y luchadores, aun así, permitimos que una gran empresa nos pague limosnas, nos irrespete los tiempos de descanso y nos compre con prebendas ridículas. Somos culpables, también, porque si tenemos un negocio propio, somos desleales al momento de competir con nuestro vecino, regalamos nuestro trabajo con tal de ganar una venta, qué más da, si mañana estamos en quiebra por esa decisión.
… representan una reducida minoría que encontró una forma económica y política de controlarnos: El miedo a morir de hambre, el miedo a seguir hundidos en la pobreza. Somos culpables por vivir arrodillados y resignados a la obediencia.
Somos la inmensa mayoría, es cierto. Sin embargo aprendimos a callar y decidimos dejar nuestro destino en manos de ellos, los de siempre: los Lleras, los Santos, los Santo Domingo, los Ardila Lulle, los López y otros cuantos poderosos, que igual representan una reducida minoría que encontró una forma económica y política de controlarnos: El miedo a morir de hambre, el miedo a seguir hundidos en la pobreza. Somos culpables por vivir arrodillados y resignados a la obediencia. Somos la inmensa mayoría, acostumbrados desde chicos a que la lucha es la base de la esperanza, pero cuando debemos reaccionar masivamente no lo hacemos, preferimos el confort que ofrece un Smart tv que el desespero de una sociedad que sabe y que desea un cambio, pero que es incapaz de movilizarse por un sueño colectivo. Somos culpables cuando permitimos que a causa de nuestra ignorancia, aquellos que se hacen llamar doctores –sin serlo– nos deslumbren con espejos y promesas de ciudades futuristas, cuando estamos anclados en el subdesarrollo, cuando permitimos que ellos –los elegidos– diseñen, desde un escritorio, nuestro destino o saqueen el erario, para que ellos puedan seguir siendo, de esta manera, cada vez más ricos.
Cuando no hacemos una fila, cuando aprovechamos «la papaya» o cuando sacamos beneficio de un subsidio al que no tenemos derecho, somos iguales a esa minoría que por años ha sido ama y señora del país y, si se quiere también, de nuestras vidas. Cuando permitimos que nuestra fe sea usada para servir a otros fines diferentes a los espirituales, cuando le damos licencia a un pastor para que nos diga por quién votar, cuando además, con nuestro dinero, hacemos de ese «mensajero de Dios» otro rico, cuya fortuna construye con dedicación culto tras culto.
Para qué quejarnos, si nosotros mismos, los pobres, hemos sido los tejedores de nuestra derrota en un sistema que devora al más débil. Aún no despertamos y quizás nunca lo hagamos. Lástima, porque Colombia sería un mejor país, si fuera gobernado por nosotros, los pobres, si asumiéramos con seriedad esa mayoría a la que pertenecemos y nos comprometiéramos, de verdad, por un mejor país.
Por, Andrés Angulo Linares
@OlugnaElGato
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Ser del Sur o la imposición de la idea de inferioridad del otro
Columna de Opinión publicada originalmente en http://www.eldiabloviejo.com/content/posts/id/757
Imagen tomada de Internet: UNIMINUTO Radio
Nairo, no te calles
A Mariana Pajón se le olvida lo que reza el refrán popular colombiano: « Entre bomberos no nos pisamos la manguera». Ella es una excelente bicicrosista. A no dudar. Pero, ¿mala colega? Tal parece que sí.
A Mariana Pajón se le olvida lo que reza el refrán popular colombiano: « Entre bomberos no nos pisamos la manguera». Ella es una excelente bicicrosista. A no dudar. Pero, ¿mala colega? Tal parece que sí.
Nairo sí sabe lo que es trabajar de sol a sol. Es un joven acostumbrado a recoger papa en los campos de Boyacá, como campesino puro y duro que es. En cambio, Mariana es una deportista de élite, pero de la élite de Antioquia. Y nada más.
Nairo es un digno representante de Colombia, sobre todo, de la tradición boyacense: son personas tranquilitas, amables y sosegadas, pero son asimismo muy sinceras, y tienen garra.
Yo creo que Mariana Pajón es una maleducada, cuando manda callar a Nairo. Malcriada e irrespetuosa.
Nairo, como pocos deportistas, ha tenido el valor civil de expresarse, de manifestar su inconformidad. Y eso es demasiado. Él está en su total facultad de hacer efectivo su derecho a la libertad de expresión. La mayoría de los deportistas se encuentran presos por el miedo al desempleo, y por eso callan.
Nairo debe seguir pedaleando, por supuesto, pero de igual manera debe seguir reclamando la dignificación del deporte y los deportistas colombianos. Mariana pajón no parece de los nuestros –diría un andrajoso personaje de Oscar Wilde–, su cara es demasiado feliz. Tal vez desconozca el sabor de la aguapanela.
Sin embargo, me gusta pensar que Nairo es un caballero a carta cabal y no se trenzará en una discusión inútil con Mariana Pajón.
De todas maneras, hay que decir: «Nairo, tu voz sí ayuda. Nairo, no te calles. Nairo, te invitamos a que sigas exteriorizando lo que no te gusta».
¡Adelante, campeón!
Por, Fernán Avid Medrano Banquet
@FernanMedranoB
Imagen tomada de Internet: Publimetro
¡Yo y mis impuestos!
La profesora Carolina Sanín compartió con Rugidos Disidentes una pertinente reflexión que realizó en su muro de Facebook
Bueno. Hace un rato me pasó que llegué tarde a una pelea callejera (madrugué, bendito sea Dios) en una calle de por aquí que estaban arreglando. Un joven muy indignado se peleaba con los obreros, porque estaban ahí parados o porque se tropezó o porque la calle estaba cerrada (no sé por qué, ya dije que llegué tarde) y les gritaba: «¡Con plata de mi bolsillo!» «¡Con mis impuestos!». Y pensé en ese grito de guerra que todos hemos lanzado una vez, o más bien muchas, de «Son mis impuestos», y pensé en lo ridículo y vacío que es. Y aquel jovenzuelo no sé yo qué impuestos pagaría, pero me hizo pensar que cuando lanzamos esa exclamación como que se nos llena la boca y la barriga.
Como que en realidad la decimos para sentir que tenemos mucho y damos mucho, y para sentir que de nosotros depende o debería depender algo, y, en últimas, porque no queremos pagar impuestos. Es una exclamación de impotentes, de roñosos y de pelagatos. Y de ella sigue, claro, que la gente evada impuestos con la otra consabida exclamación de: «¿Para qué voy a pagar? ¿Para que se los roben?» Según los indignados contribuyentes, el Estado no debería pagar salarios y nadie debería tener empleos que no fueran creados por la empresa privada y celosamente vigilados por un capataz también privado, me imagino.
Yo pago impuestos (los impuestos, no «mis» impuestos, pues precisamente los impuestos no son de uno, sino comunes) cariacontecida, como todos, pero hoy vi la autocomplacencia y el engaño que se encierran en el grito indignado de «Son mis impuestos». Los impuestos hay que pagarlos, se los roben o no. Si otro es el ladrón, no va a serlo uno. Y si se usa mal el dinero público, es malo que se use mal porque es mala la torpeza y es malo el desperdicio y porque es dinero público, y no porque sea «mío» (además, que ni mis impuestos ni los suyos alcanzan para nada que digamos, señorito). Los obreros de la calle, a los que, por cierto, también de su salario les descuentan impuestos, miraban atónitos al joven aquel. Ellos tenían una calle por arreglar, mal o bien, y un trabajo de mierda por hacer, como son de mierda todos los trabajos del mundo. Por mi parte, no vuelvo a decir eso de «¡Con mis impuestos!», mientras no sea archimultimillonaria y gran contribuyente, o ministra de Hacienda, que ninguna de las dos cosas seré nunca (bendito sea Dios muchas veces), ni diré: «Los congresistas se toman vacaciones en Europa con mis impuestos» (pues, si no me alcanza lo que gano para viajar a Europa, mucho menos alcanzará el 20% para que viaje un congresista, por más que me las dé de que pago mucho), ni diré ninguno de esos lugares comunes. Ya vi que es una gran vulgaridad.
Por, Carolina Sanín
Imagen tomada de Internet: Unipymes