(Bogotá D.C., Colombia)
Por, Leonardo Álvarez Amorocho
Un match… esta frase tan charra que acaban de leer, fue la que dio inicio a este suceso, una aventura que por ratos me sabe a mierda y, por ratos también, me sabe a mierda, pero un poquito más rica. Lo que les puedo asegurar es que ni idea de cómo vaya a acabar. El Covid-19 está logrando que todos sin distinción replanteemos la forma de percibir la vida, nuestras relaciones, además, saber qué nos gusta y qué no. Así, las cosas mi caso no fue la excepción.
No le voy a cargar la culpa de mi aparición en Tinder a alguna amiga caspa que le pareció cómico crearme un perfil sensual y así saliera con algún prototipo. Con la mano en el corazón reconozco que abrí Tinder porque quería tirar con mancitos pilos, tranquilos y que pensarán como yo. No eché cháchara acerca de mi aspecto en la app, llegar a ser la ricurita que suelen pensar muchos de los huevoncitos que me escribían está bastante lejos. Lo admito, soy delgada, de tono blanquito rolo, pelinegra, pecosa y muy risueña; pero rica, cosita deliciosa, no lo soy, además entendí que decirle la verdad a Tinder fue un cabezazo, mi celu sonaba de vez en vez, tuve el privilegio de aprovechar cada oportunidad para cumplir el cometido de comerme algunos especímenes. Eso sí, los que aguantaban.
Gracias a esto, felizmente, no pasé las fiestas decembrinas sola; vivo en un apartaestudio en Chapinero, chiquitico, pero efectivo para cumplir mis pretensiones, está cerca de mi trabajo, cerca de los bares, cerca de la acción bogotana. Verme con estos manes estuvo botado, siempre los citaba al ladito de mi casa, pagué algunos Uber, compartí las cuentas, di segundas oportunidades; sin embargo, de ahí nunca quise pasar. Soy joven, mi espíritu es libre y toda esa basura. La verdad, lo que no quería era quedar embarazada sardinita igual que mis hermanas.
Enero y febrero pasaron a toda, anduve del trabajo al apartamento, al barcito de la esquina, al chispazo del sexting, pipís por acá, nalgas por allá; una época divertida, eso no quiere decir que la actual no lo sea, pero ese es un cuento distinto que les diré más tarde. A finales de mes, un martes, lo recuerdo bien, tipo dos de la madrugada, suena el pitico característico de Tinder, ustedes lo conocen, ahora, imaginen qué clase de desocupado está un martes a esas horas, deslizando a diestra y siniestra en su cama, disponiendo cuál pelada le gusta y cuál no; debo admitir que me ganó la curiosidad y revisé el match con un ojo cerrado y el otro medio abierto, viendo esto pensé:
«Degenerado de mierda, échese a dormir que mañana toca madrugar a trabajar».
La mañana siguiente mientras me tomaba el tintico mañanero, el cual, junto con asomarme a la ventana, son dos de mis pasiones favoritas, abrí el dichoso match. Debo reconocer que el tipejo no era el churrazo, pero el marica este tenía un perfil interesante: un pintor bien plantado, lector acérrimo, ciclista empedernido, viajero incansable. El degeneradito este algo me despertó y acepté que me contactará.
Nombre: Pedro Fermín López, edad: 38 años, trabajo: artista plástico, vive en Bogotá, sus fotos de Instagram del putas; todo esto me lo dijo Tinder. Me tomé ese tinto a toda porque ya iba tardísimo para el trabajo. Así, sin más pereque, cerré el tema Pedro Fermín López por ese momento.
Obvio, llegué tarde al trabajo. Aun así, desordené el puesto y me fui a echar carreta hasta las nueve de la mañana con Pato, tal como manda la rutina en mi oficina. Patricia Eugenia Huertas es mi compañerita de cubículo; Pato no es la vieja más chusca que haya visto, pero su culo y sus tetas son dignas de pasarela, esta carechimba no necesita Tinder, con solo menearlo tiene a diez pelafustanes detrás, porque eso sí, Patico es un amor, solo que tiene esa maña horrible de regenerar gamines, la patada esta mujer.
Pato, cagada de la risa, me contaba sus andanzas del viernes luego que la dejé en el bar de la 51 con un mancito de camisa ajustada y de jean más ajustado aún, por irme con un levante que salió de la nada. En ese momento sonó mi celu, era un mensaje de… adivinen, Pedro Fermín López.
—Mira que Tinder me dice que te hable, y yo muy juicioso le hago caso. ¿Qué opinas?
No fue el mejor mensaje de entrada, pero por lo menos no fue un: ¿A qué te dedicas?, ¿qué buscas por estos lados?, te invito un café… o un guiso, ¿fotico de mi verga?
—Cásquele, le contesté sin miedo a espantarlo por sonar bien ñera o muy grilla.
Esta forma de medir a los manes la he venido perfeccionando con cada tipo que voy conociendo; otra que uso mucho es ir a comer algo y dejar un bocadito, si él man se lo come, tenaz, pero si él man pregunta antes si se lo puede comer, inmediatamente pienso: «dele, cómase eso que luego se puede comer esto». Dos chats bastaron para ponernos una cita, una cita que yo esperaba con ansia. Aunque sabía que el desnucadero era mi siguiente parada, no me importó, porque si este man me mojaba con sus mensajes, no podía llegar a imaginar lo que lograría de frente.
Pedro Fermín López resultó encantador por el chat, su humor era tan negro que si viviera en una tribu africana, su apodo sería el negro. Ese humor me dejaba impactada, su profundo sentido social, su forma peculiar de entender su existencia me gustó y su forma de culiar me encantó; el modo de leer las situaciones me abrumó, su odio a la gente, su fastidio con la vida normal me hacían sentir identificada. El hecho de llevarme más de 10 años le ayudaba mucho; él era un yo con pipí, y yo un él con puchecas, o bueno, un él con culo, porque las puchecas se las saqué a mi papá.
A este huevón le faltaron tres cuadras para ser vecino mío, vivía en Teusaquillo en una casa gigante heredada por su abuelo; semejante morada la compartía con una amiga que a su vez le gustan sus amigas, entre ellas, incluida yo. Nunca rompí mi método y lo cité en la esquina de mi apartamento; miércoles, siete de la noche, estaba haciendo frío en Bogotá, como raro; pero el man llegó y yo me alegré por eso. El chirriado resultó del putas: charlador, siempre en la jugada, se le notaba la cancha, cuestión que me pareció divertida. Fue una velada tranquila, par tragos, par porros, par huevos –en mi cama, eso sí–. A Pedro Fermín López no hubo que decirle nada, se vistió, pidió su Beat y… calabaza, calabaza, se fue para su casota.
«Juemadre, el mancito es calidoso», pensé.
No esperé que me buscara, como yo no lo busqué tampoco. El viernes en la mañana recibo su primer mensaje de WhatsApp, porque sí, le di mi número de celular y esta vez, a comparación de otras veces, fue uno real
—¿En qué andas? —dijo.
—Trabajando— respondí, seguido del emoticón de la carita azul degradada con la gótica de sudor.
—Una empresa tiene destinado el éxito cuando el chisme se cuente como trabajo.
—Basados en esa teoría, esta empresa y yo estamos destinadas a la grandeza.
—No puedo llegar a dudarlo un minuto —respondió Pedro Fermín López—Mañana por la noche en mi casa hay ágape, ¿vas?
—¿Qué debo llevar?
—Vestido.
—Ok —emoticón de manito arriba y finalizada esta charla.
Llego el dichoso día, ese sábado dormí hasta la hora de irme para la fiesta, me levanté con un poco de guayabo de la noche anterior. Me alisté, me puse el vestido solicitado y ya, lista para salir. Le mandé un WhatsApp:
—Envíame tu ubicación.
Ubicación enviada. No saludos, no despedidas, no nada. Este man era de los míos.
Al llegar a su casa me recibió Pamela Amaya, su roomie. La pelada rodea los treinta y cuatro años, linda la desgraciada; pelo negro largo, la vida la bendijo con un cuerpo hermoso y un metabolismo veloz, toma y come desesperadamente, no sé en cuál de las dos tiene más habilidad; lo que si sé, es que no engorda la maldita. En el momento que Pamela Amaya supo que yo venía como levante de Pedro Fermín López, paró de echarme los perros. Lo que no pararon fueron sus vainazos sexuales; sugestivamente sugirió que tres no son multitud; me atrevo a pensar que se han comido a más de una cristiana entre los dos, pero eso no iba a pasar, esa noche el mancito me lo comía yo solita, eso sí lo tenía muy claro.
El sexo, las drogas, el trago y hasta un man con gripa amenizaron el foforro; justo en el momento que salió el sol, la gente sobreviviente cayó dormida. Nunca supe qué se metió Pedro Fermín López, pero el mancito aguantó toda la parranda medio sobrio, o eso parecía cuándo me arrastró a su cuarto, yo sí estaba prendida, así que me supo rico. Pasamos el fin de semana en su casa, cenamos con Pamela Amaya y su levante de la noche anterior. Hablamos de todo, la vida, la familia, el covid-19.
¿Se acuerdan del mancito con gripa de la fiesta? Pues, el domingo en la tarde su mamá llamó por orden del médico que le pidió contactar a las personas con las que su hijo tuvo contacto los últimos diez días. Resulta que este chino salió positivo para covid-19, en ese momento la pandemia era una amenaza que todos veíamos tan lejana, nadie se imaginaba que la teníamos tan cerca y que era tan peligrosa; la recomendación del médico, según la cucha del man, era aislarse por 16 días. No se imaginan el cague de susto que me dio al saber esto, y no solo a mí, los otros quedaron de una pieza, fríos y pálidos.
La amiga ocasional de Pamela Amaya, pegó el brinco.
—ni por el chiras me quedo acá, nos vemos pues.
Cogió sus cosas, se despidió a medias y salió como alma que lleva el covid-19, pensé hacer lo mismo; pero fui más tranquila, me levanté de la mesa, caminé buscando mis zapatos y llamé a Pedro Fermín López a su cuarto.
—Marica me voy, tengo que avisar en mi trabajo que voy a encerrarme los 16 días que dice la cucha esta. Además debo llamar a mi mamá para contarle.
Pedro Fermín López se quedó callado, mirando fijamente por la ventana.
—Quédate, no le vamos a dar el gusto al putas de llevarnos solos y pasando aceite.
Pude haberme ido y efectivamente dejar que el putas me llevara sola y veraneada; pero que hijueputas, solté los zapatos y me tiré en la cama.
—Pues sí, si me muero por falta de aire, que sea asfixiada por tu verga, ¿no?
Ya vamos en el día cuarenta y tres de aislamiento, no sé qué pensar, no sé que vaya a pasar, y no solo por el covid-19, no es fácil encerrarse con alguien que no conoces, pero con el que te tratas ya como pareja.
Hacemos de comer, trabajamos en cuartos diferentes, vemos series, películas, hablamos de todo, tomamos vino, nos pegamos algunos porros, en general han sido unas buenas vacaciones.
Se siente raro haber hecho todo esto sin habernos dicho “te quiero”.
FIN
Sin adornos y sin censura, el autor hace de su narración una crónica que relata un episodio en la vida de una joven mujer que disfruta a su antojo su libertad y su sexualidad.
Equipo Narraciones Transeúntes.
Leonardo Álvarez Amorocho
Escribo desde que tengo uso de mi memoria. Escribo bonito, escribo feo, eso no lo sé, pero afortunadamente he vivido de escribir.
Soy bogotano, mi formato de escritura favorito es el relato corto, la conexión del cuento corto con la vida, su forma de mostrarla y la sencillez, lo hacen único y nos hace únicos a los que tratamos de mantenerlo vivo.