“Celedonio”, un precioso gatito callejero de pelaje negro azabache, ojos profundos y un aura de misterio que le hacía encantador
(Puertollano, Ciudad Real, España)
Por, Francisco J. Barata Bausach
Toribio volvía al piso que compartía con Laura después de impartir unos cursos de “Economía” en Barcelona; la pareja llevaba escasos meses de relación, pero Laura le había congraciado con las féminas después de bastantes desengaños amorosos.
Próximo a los cuarenta, Toribio ya pensaba coquetear con la soltería; en realidad antes de conocerla se veía como un solterón.
Conoció a Laura en una librería especializada en literatura “gore”, género que les encantaba a los dos. Laura estaba ojeando un libro de Brian Keene y Toribio le “entró”. Les encantaba ese tipo de literatura, hablaron de Keene, luego pasaron a Rollo, a W. James White, a S. Clark, de eso surgió un mutuo interés, el cariño, después vino todo lo demás.
Inmerso en esas cavilaciones de peatón apresurado estaba Toribio cuando llegó al portal donde vivían; entró al camarín del ascensor, que como todo el edificio, era una interesante aportación al modernismo de principios del pasado siglo. Laura había heredado de sus padres un precioso ático, allí escribía guías turísticas.
Al llegar a la última planta, Toribio abrió la puerta del apartamento. Encendió la luz del recibidor, esperando que Laura saliera, como solía hacer cuando no viajaba, a recibirlo. Pero no lo hizo, ni su gato “Celedonio”, un precioso gatito callejero de pelaje negro azabache, ojos profundos y un aura de misterio que le hacía encantador. Toribio dio algunas voces llamando a Laura y a “Celedonio”, Laura no contestaba ni el gato tampoco, (lo del gato no le extrañó).
Fue entonces cuando se dio cuenta de que un insoportable olor invadió muy agresivo su pituitaria. El hedor aumentó su extrañeza, no tenía ni idea del origen de ese insufrible perfume. Repitió varias veces la llamada a Laura pero ni tan solo el eco le respondió.
El apartamento era muy grande; esos pisos añejos tenían extensiones desmesuradas y constituía un complicado laberinto que en nada facilitaba su búsqueda. Al pasar frente a la cocina, observó sobre el poyete de la misma un conejo a medio desollar, recubierto de moscas, mientras alguna que otra cucaracha danzaba traviesa sobre el mismo; los gusanos ya estaban apreciando su carne y se giraron al escuchar a Toribio, semejaba que le examinaban interesados. Un putrefacto olor le pasó factura a su olfato, la repulsión que sintió le recordó una escena de cierta película de terror sicológico, de culto, en blanco y negro y dirigida por el realizador franco-polaco, Roman Polansky. El cadáver de ese “Bugs Bunny” debía ser la causa del olor, ¿pero qué hacía el orejudo en la cocina pudriéndose?
Debía encontrar a Laura para preguntarle qué coño pintaba allí ese pútrido conejo.
Siguió deambulando por el largo pasillo; al fondo creyó distinguir a “Celedonio”, pero fue solo una sensación fugaz. En la puerta del estudio donde Laura solía trabajar todos los días advirtió algo extraño en el suelo; se inclinó para ver de qué se trataba, pero en ese instante la luz se apagó. Toribio se encontró sumido en oscuridad y otra vez erguido tanteó a ciegas, porque sin luz no solía ver nada, la pared en busca del interruptor.
No lo encontró, pero sí que resbaló en algo viscoso que le hizo caer al suelo de espaldas; antes de poder quejarse del golpe recibido en los riñones sintió una dentellada que le penetró el brazo traspasando su chaqueta, ambos dolores se confundieron, intentó chillar, pero otro mordisco en la garganta se lo impidió. De un estirón se quitó de encima lo que le causó el daño, era algo peludo, pero no podía ser “Celedonio”; “Celedonio” era un agradable minino, pero lo que le mordió parecía un pequeño demonio. Ahora sí que escuchó un escalofriante maullido, pero no, no podía ser de su “Celedonio”.
Se puso en pie, apretándose con la mano el cuello para evitar que la sangre manara con más empuje pero tuvo que desdeñar la herida del brazo. En ese momento hubiera querido llevar un encendedor, pero no fumaba, “¡maldita salud!”, pensó. Quiso entrar en el estudio de Laura, pero la oscuridad le jugó una mala pasada cambiando la puerta de sitió y estampó su querido rostro contra la pared, más sangre, ahora derramada por su nariz, “aquello era el colmo”, se repetía así mismo maldiciendo tanta mala suerte.
Nunca pensó que tener un gatito negro le trajera mala suerte, pero ahora no sabía que pensar.
Recorrió con la mano tanteando la pared hacia el lado contrario donde se rompió la nariz, con cuidado, no quería romperse más trozos de su cuerpo. Llegó a la esquina del pasillo, aquel “camino de oscuridad” no le “sonaba”; la puerta de Laura debía estar hacia el otro lado. Volvió sobre sus pasos, siguió palpando la pared, el tiempo se le hacía eterno y la pared muy larga, otro resbalón, pero esta vez pudo mantener el equilibrio, ¿qué coño había en el suelo? , el pasillo parecía una pista de patinaje.
Mientras pensaba tales paridas propias de lo delirante de su situación, la mano que palpaba la pared perdió el contacto con la misma y encontró un vacío, era la puerta perdida.
Toribio entró apresurado, pisó algo muy blando y húmedo, volviendo a caer al suelo pero esta vez se dio con algo muy duro, tan duro para que perdiera el sentido.
Al despertar lo que vio no le gustó nada.
La luz había vuelto y estaba desnudo, atado los pies entre si y las manos en forma de cruz al radiador, que por cierto estaba encendido, ya le estaba quemando el torso. En la entrada del estudio estaba la causa de su caída, Laura, mejor su cadáver, con el estómago destrozado, las tripas esparcidas a su alrededor, las cuencas de sus ojos vacías. El agujero que presentaba la tripa es adonde metió el pie antes de caer Toribio. Quiso chillar y pedir auxilio, pero solo salió un manantial de sangre de su boca, únicamente pudo emitir un chasquido y fue cuando se dio cuenta que no tenía lengua.
Entonces entró, era “Celedonio”, ya más rojo que negro, le miró con los ojos teñidos de ira y con unos maullidos espeluznantes se lanzó sobre su pene, arrancándoselo de cuajo. Toribio se había convertido en una fuente sangrante y el dolor se tornó inaguantable; lloraba por no poder gritar, pero “Celedonio” no se detuvo en su furor asesino, comenzó a sajarle el estómago, con la pata le sacaba las tripas, se metió entre un mar de entrañas, escarbando con sus garras, destrozando todas las vísceras que encontraba, pero tuvo cuidado, parecía que lo quería vivo, lo quería ver morir, pero de dolor. El gato le saltó a los ojos y lo cegó; Toribio se retorcía de dolor por tanto sufrir, pudo soltarse un brazo y coger a “Celedonio” del cuello, apretándolo contra su pecho con sus últimas fuerzas, lo que aprovecho su “encantador” gatito para extraerle con las zarpas el corazón. Toribio se estremeció en un espasmo, ya enloquecido de dolor, antes de perder lo poco de vida que le quedaba.
Después llegó el silencio y se adueñó de toda la casa.
Pasaron unos días sin que nadie echara en falta a Laura y Toribio; ambos solían viajar a menudo.
Aunque cuando un intenso olor a putrefacción extrañó a los vecinos, llamaron a la policía.
Los agentes forzaron la puerta y entraron en el apartamento; entonces sintieron en toda su intensidad el pútrido olor que salía del piso. Pasaron a su interior los agentes tapándose la nariz, con las pistolas empuñadas, mientras los demás vecinos se apartaron por tanta fetidez.
Al poco de entrar los agentes, que iban encendiendo los interruptores en su inspección del piso, llegaron hasta donde las manchas de sangre les fueron guiando. Llegaron a la puerta del estudio de Laura, estaba entreabierta, la empujaron y encendieron la luz. Lo que vieron les echó para atrás.
Los cadáveres de Laura y Toribio, despedazados, ya en proceso de descomposición, con un enjambre de cucarachas y una legión de gusanos dándose un festín. Aquel horripile de carnicería hasta a los agentes más curtidos estremeció.
“Obra de un maníaco asesino”, fue la primera conclusión que emitieron a la espera de que llegara la policía científica.
Mientras esperaban la llegada de todo el operativo que aquel dantesco espectáculo requería, una agente, mujer caritativa donde las haya, vio en un rincón a un agradable minino ensangrentado; “pobrecillo”, pensó y pidió permiso a un superior para llevárselo a su casa.
“Celedonio” maulló satisfecho en brazos de la agente. Ya tenía nueva ama y nueva casa; aunque con ello la policía perdió la posibilidad de descubrir quién causó aquel aquelarre terrorífico. (Aunque no creo que se lo hubieran achacado al gato “ni hartos de ron”).
Son cosas que pasan; desde luego no sabemos si los gatos negros traen mala suerte, en el caso de “Celedonio” tuvo muy buena suerte, muy distinta fue la que tuvieron Laura y Toribio y el incierto futuro que le esperaba a la nueva dueña del “agradable minino”.
Pero no siempre llueve a gusto de todos…, no siempre.
Un crudo relato que provoca escalofríos, que nos demuestra qué puede esconderse detrás de la ternura
Equipo de Narraciones Transeúntes
Francisco Juan Barata Bausach

Me llamo Francisco J. Barata Bausach, no soy escritor, solo estoy aprendiendo a escribir. Soy un tipo ya mayor, con 68 años, que nunca antes había hecho literatura.
Bueno, como está feo mentir, os diré que por mi “curro” de Economista, ahora jubilado, estaba acostumbrado a escribir sobre temas profesionales y reconozco que no me costaba nada hacerlo. Resulta que en Mayo del 2014, me da por empezar a escribir, bueno a intentar hacer literatura.
Escribo porque me gusta, lo he descubierto tarde. Pero ahora me apasiona. En esas estoy desde entonces, escribiendo relatos de momento, venero las novelas, pero aún me vienen grandes. Hasta la fecha, y con lo que os mando, he escrito muchos relatos, y concursado en más certámenes. Me parece una buena forma de practicar y aprender. Lo conseguido hasta la fecha, es con mayor o menor importancia lo siguiente:
Desde Mayo de 2014 a fecha de hoy, 73 Primeros Premios (Tres en EEUU, otro en Ecuador, dos en Venezuela, otro en Alemania, dos en Brasil, diecisiete en México, nueve en Colombia, tres en Bolivia, once en Argentina, uno en Perú); 14 Segundo premio (Uno en Uruguay, dos en Argentina y uno en México); 12 Terceros Premios (Uno en USA, uno en Argentina); 18 Cuartos Premios (Dos en USA, uno en Chile, uno en México); 303 Finalista (Cuatro en México, siete en Argentina, uno en Colombia, otro en Ecuador y otro en Costa Rica); 181 Seleccionados para diversas Antologías. (Cinco en Uruguay, uno en Argentina, otro en Costa Rica, otro en Israel y uno en Chile).
Magnífico relato.Muy bien llevado el suspenso hasta el desenlace final