Por, Orión
Mientras caminaba por aquellas calles empedradas y a veces polvorientas, vendiendo la fortuna o mejor dicho la lotería que nunca alguno de sus clientes había ganado, Dioselina Cabezas veía con frecuencia su pasado en cada esquina. Eran aquellas imágenes teñidas de rojo las que la atormentaban por doquier, tanto así que sus sueños eran a medias tintas y en blanco y negro.
Y es que desde aquel incidente del pasado, su vida había cambiado rotundamente y de alguna forma en el consciente de su subconsciente, sabía que algo de ella había muerto para siempre. De este modo, cada día vendiendo su lotería de aquí allá y de allá para acá en aquel pueblo costero, caminaba con sus sandalias desgastadas, tratando de vender esa suerte en la que ni ella misma creía. Había días en las que por momentos una sonrisa se le dibujaba en el rostro, pero la mayoría de ellos eran turbios y la gente la solía mirar como un ánima de carne y hueso que deambulaba sin ninguna explicación por el pueblo.
Y en ese torbellino de la vida que parecía que la arrastraba hacia el centro magnéticamente con una fuerza incontenible, un día de aquellos en los que se cansó de resistir, llegó a pensar en lo peor. Por su mente pasó acabar con su vida, pues para ella era la existencia había perdido sentido y se sentía como una hoja que el viento lleva sin un rumbo definido. Aquel día, se vistió toda de blanco, se soltó su cabello afro y tomó el paquete de billetes de lotería más por costumbre que por necesidad. Nunca se había sentido tan decidida como aquella vez, al tiempo que en su mente se dibujaba una y otra vez la imagen de la túnica blanca dejándose perder en lo infinito del mar pacífico. Quería ahogar su pena, su tristeza infinita en lo más profundo del mar.
Dioselina salió de su casa descalza y puso el seguro en la puerta de madera, aunque sabía que nunca más regresaría. Mientras caminaba se le veía una mirada perdida en el presente pero clara en el horizonte azul marino. Un par de clientes de un negocio cercano, la vieron pasar derecho y se sorprendieron, pues solían comprarle un billete cada semana los lunes, con la esperanza de hacer crecer su restaurante de pescados y mariscos. Y aunque le gritaron con todas las fuerzas de un lunes por la mañana, Dioselina siguió con paso firme hacia su objetivo fatídico. Una señora que andaba perdida buscando el parque central la abordó, pues las vendedoras de lotería tenían fama de conocer muy bien los pueblos y las ciudades, pero Dioselina la ignoró y con su fuerza y decisión casi la tumba un solo empujón. Un joven que iba en su bicicleta en sentido contrario y cruzó miradas con Dioselina, se distrajo y perdió el equilibrio, pero Dioselina ni lo miró, ni tampoco le ayudó a recoger esa docena de tomates que le habían encargado.
Dioselina pasó el parque central y caminó unas dos cuadras cruzando por unos caseríos para llegar al azul profundo y rugiente. Se acercó y lo miró de frente, al tiempo que escuchaba aquel sonido que la llenaba de tranquilidad. Para sus adentros pensaba que si ese sonido la llenaba de paz, lo que quería era formar parte del azul para siempre, buscando aquella armonía que le arrebataron años atrás y que tal vez nunca más recuperaría. Cada paso que daba por la arena gris era como un sonido de tambor que se escuchaba a lo lejos, el sonido de tambor que marcaba el final de todo, el ánima de carne y hueso por fin sería solo un ánima.
Faltaba poco para que tomara contacto con el agua, cuando pudo escuchar el ruido de un grupo de personas que la seguían atónitos a unos metros de distancia. Los dueños del restaurante, los vendedores ambulantes, el muchacho de los tomates, la señora extraviada, los otros vendedores de lotería estaban atentos a lo que pasaría con Dioselina. La habían seguido porque intuyeron que con esa túnica blanca un lunes, no había otro destino que el final de todo. A pesar de esto, Dioselina tan solo volteó a mirar una vez, pero luego siguió avanzando esperando que sus pies hicieran contacto con el agua.
Pero, justo cuando el mar hizo contacto con sus pies, bajó su mirada y empezó a observar el ir y volver del mar en la playa, miró la huella húmeda que dejaba sobre la arena gris y pensó que aunque retrocedía, las olas iban y volvían queriendo alcanzar una porción de arena mayor sin detenerse. Dioselina, vio su vida tan parecida, tanta lucha, tanto sufrimiento, tanto esfuerzo por poder olvidar la muerte de su esposo, tantas ganas de que sus asesinos se llevaran lo merecido, tanta vida perdida y sin sentido buscando respuestas. Así que ese lunes, Dioselina se dio media vuelta y decidió que lo seguiría intentando como el mar a pesar de todo, y que ese día no sería su segunda muerte.
(Cartagena de Indias, Bolívar, Colombia)
Sobre Orión
Mi nombre es Gabriel Elías Chanchí Golondrino, de Popayán-Cauca. Soy Ingeniero Electrónico de profesión y en la actualidad soy profesor de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Cartagena. Me gusta escribir en mis espacios libres cuentos y poesías sobre diferentes temas.
Dioselina, una mujer hermosa, en la que se reflejan las intensas emociones por las que pasamos cuando creemos que no podemos más…
EQUIPO NARRACIONES TRANSEÚNTES
1 Comentario
Que hermosas palabras que nos invitan a la resiliencia, a cuántas Dioselinas has hecho homenaje y a cuántas almas con tu escrito les has dado la fuerza del mar para volver a empezar con más fuerza y mucho más experiencia…gracias por tus letras que se mezclan con la fuerza para enseñarnos a renacer y a reinventarnos cada día…Abrazo gigante de esta hermosa y blanca ciudad que te vio nacer.