Democracia, más allá de la mitad más uno
Democracia, opinión pública y medios de comunicación
De los primeros conceptos que se aprenden sobre política en los primeros años de estudio en el colegio, es la definición de democracia, una muy básica: demos, igual a pueblo, kratos igual a poder, y que se reduce a un ejercicio únicamente cuantitativo de elección, es la voluntad expresada por una mayoría que define una contienda electoral. La mitad más uno es una manera simplista que no abarca todo lo que encierra ese gran saber llamado democracia, termina siendo entonces una premisa útil para toda la vida, su uso permite terminar debates en segundos en cualquier grupo humano, ya sea éste escolar, laboral e incluso familiar.
Es común escuchar en diferentes contextos y en diversos tonos “acá se hace lo que diga la mayoría”, tal es el poder de estas palabras que parece una verdadera desgracia pertenecer a una minoría. Por supuesto, ese ejercicio cuantitativo es influenciado y fácilmente manipulado, por quién, a partir de su derroche de virtudes y carisma, logra ganarse el corazón de esa pequeña masa que se ve representada en ese hombre o en esa mujer, esa misma masa que da brincos de alegría cuando su voluntad sale victoriosa y que, de manera implícita, cree que le es otorgado un derecho macabro de menospreciar o simplemente anular a quienes perdieron en la elección. Situación a fidelidad representada en las urnas elección tras elección.
Una gran masa asiste obediente a depositar su voto para elegir a quien será, en muchas ocasiones, su próximo verdugo. Una muchedumbre que ve sus dudas, miedos, sueños y esperanzas representadas en la imagen de ese ser humano, que en una plaza pública es capaz de pararse frente a todos y gritar “no más”, “ya estamos cansados” y otro tipo de arengas motivadoras que dejan al descubierto su ‘gran riqueza interior’. Esa horda que celebra de júbilo cuando su candidato supera el umbral y que es capaz de embriagarse de alegría, sin importar que la resaca se extienda hasta las próximas elecciones y le impida mirar detenidamente y evaluar con juicio crítico a su elegido.
Quisiéramos pensar que esa gran masa no es conformada por la mayoría de ciudadanos, no obstante, los últimos veinte años, por no hacer un viaje aún mucho más largo en nuestra historia política, comprueban todo lo contrario. La victoria ha sido otorgada, en algunos casos con resultados arrasadores, a personajes sobre quienes pesan serios señalamientos y que a los cuestionamientos responden con evasivas, con cinismo o con negaciones infames. Las respuestas no son claras y, tristemente, desde los grandes medios de comunicación, se cruzan intereses políticos que impiden un ejercicio del periodismo confiable.
La inyección de ‘información’ que nos es aplicada religiosamente en dosis diarias a través de diversos medios, contiene en algunas ocasiones veneno, en otras, vacunas que nos hacen inmunes ante nuestra propia desagracia. A través de una pantalla vemos las consecuencias de un conflicto que parece eterno, experimentamos mediáticamente el dolor que muchos otros colombianos sufren en carne propia y de quienes solo nos acordamos cuando se vuelven titulares de prensa. Detrás de un micrófono un narrador nos cuenta lo mal que va Bogotá, nos describe una ciudad desbarajustada (según él) por culpa de 12 años de ser gobernados por la izquierda. En nuestros teléfonos inteligentes nos acercamos a los acontecimientos más ‘viralizados’ en las redes sociales, pasamos de la indignación por la deportación de colombianos desde Venezuela a agredirnos con otros compatriotas porque sencillamente piensan diferente.
Somos esa mitad más uno que definitivamente sí tiene memoria, pero que carece de vergüenza. La compasión por nuestros muertos –de izquierda o derecha– es mínima, nos conformamos y nos satisfacemos con una broma de algún candidato a algún puesto de elección popular. Fácilmente nos distraemos con el circo de país que a diario hace gala de su mejor espectáculo en las pantallas de televisión. Somos esa mitad más uno que aprendió eficazmente nuevas formas de señalar y ridiculizar a esa minoría que disiente o que expresa su inconformidad.
En las regiones estamos igual que hace cuatro años, de frente a una nueva oportunidad de elegir el mejor candidato que dirigirá por otros cuatro años el futuro de nuestros territorios. De él y sus funcionarios dependerá un correcto uso del erario, en él, temas como la salud y la educación tendrán la esperanza de llegar a los menos favorecidos. En sus manos entregaremos nuevamente nuestros pueblos y ciudades, con la fe de que después de sus 48 meses de gobierno estemos más cerca de esos conceptos esquivos y, hasta el momento indescifrables para nosotros, de desarrollo y progreso.
Esos hombres y mujeres elegidos por la mitad más uno en los comicios de octubre próximo tendrán una gran responsabilidad. Nosotros, ya sea que formemos parte de esa mitad más uno o de la otra mitad menos uno, tenemos también una gran responsabilidad, si se quiere mayor, y es la de atender con mirada crítica nuestro entorno y la de no dejar de exigir cumplimiento de las promesas de campaña y de velar por la ejecución honesta de los recursos públicos, como de las políticas que permitan pensar en un mejor futuro.
Nuestro compromiso, si formamos parte de esa mitad más uno, es la de no permitir que los derechos de las minorías sean desconocidos y/o irrespetados, por lo contrario, debemos reconocernos en el otro, en sus diferencias. Procuremos ver detrás de ese opositor, a un ser humano que cohabita nuestro mismo suelo y que, para el caso de Bogotá –con algo de suerte– se sentará a nuestro lado en la primera línea de metro.
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Rugidos Disidentes
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