Que su imagen milagrosamente empezó a aparecer en los cuadros del Sagrado Corazón, murmuraron algunos. Otros afirmaron que durante las elecciones multiplicó los tamales en los pueblos, el agua la convirtió en cerveza y que ya cuando el estado de ebriedad se apoderó del pueblo, logró multiplicar también sus votos.
Que su imagen milagrosamente empezó a aparecer en los cuadros del Sagrado Corazón, murmuraron algunos. Otros afirmaron que durante las elecciones multiplicó los tamales en los pueblos, el agua la convirtió en cerveza y que ya cuando el estado de ebriedad se apoderó del pueblo, logró multiplicar también sus votos. Los milagros del mesías del nuevo siglo empezaron a notarse; las tierras empezaron a multiplicarse y le fueron entregadas a los elegidos. La muerte también se multiplicó, se propagó aún más, ¡Qué sujeto tan milagroso!, Gritaban algunos en las plazas, otros, sin pudor lo hacían desde los pulpitos. Su séquito de seguidores también se hizo más fuerte. La ignorancia y la pobreza crecieron casi que de la mano, sin embargo sus milagros ya habían hecho su gloriosa aparición mucho tiempo atrás y la amnesia colectiva, que este nuevo mesías instauró, como pólvora se propagó y permitió que muchas de sus obras quedaran en el olvido.
El pueblo se enfrentó sin saberlo a una nueva fe, una mucho más ciega que la profesada hacia ese Jesús hereje que en el camino un mensaje de paz inmortalizó. Una mucho más violenta que se alimenta de la venganza, que con el odio se hace más fuerte y que celebra con algarabía cada muerto adversario, que goza de la guerra en cuerpo ajeno. Cual si fueran películas de acción, los noticieros han mostrado en ráfagas de imágenes los cadáveres, el desplazamiento y el desarraigo. Muertos por aquí, muertos por allá. Héroes y villanos, los hemos visto caer día tras día con mayor fuerza que años atrás. Han caído muchos inocentes, lo han hecho de muchas maneras, muchos de ellos han sido muertos en vida cuando han tenido que huir y dejar su tierra atrás o lo han hecho cuando ante sus ojos el horror les obligó a decir adiós a sus seres queridos.
La obra del Mesías no pudo extenderse 4 años más, pues en el camino el Judas traidor daría la espalda a esa tabla de mandamientos impuesta desde el 2002: Seguridad Democrática, Confianza Inversionista y Cohesión social, con su principal alfil dándole la espalda, no tuvo otra opción que la de la resistencia y tomar la bandera de la oposición, no una fundamentada en la diferencia de idearios políticos, sino una celosa y sedienta de poder.
¡Traidor! Gritó por las plazas. Su enemigo ya no era un ejército rebelde, era su pupilo, el mismo que había sido vasallo suyo y comandante del ejército y que ese día le dio la espalda, el mismo que propuso sentarse con el enemigo y virar hacia a un rumbo diferente al trazado por una guerra desatada 5 décadas atrás y recrudecida en la última, la misma que no dio frutos y cuyos costos fueron demasiados altos. ¡Entregará el país a las FARC o Farrr! –Ese error intencional en su discurso que lo hizo ver más cercano al pueblo y más alejado de la oligarquía– se escuchó por todo el país y fue ganando adeptos. Uribe, el mesías amo y señor de la guerra, aún está en pie de lucha y de su violenta consigna no desiste. Sabe que tiene mucha más fuerza que antes, pues no olvida que sus votos subieron a Santos –el Judas traidor– al poder.
Los dos enemigos más grandes de Uribe se sentaron e hicieron un pacto que obligará a pensar un país distinto, una Colombia que a partir de una firma busque opciones de gobernar diferentes a las tradicionales que por años la han tenido sumisa y a merced de la guerra. El acuerdo no significa la paz, es sólo un primer paso hacia nuevo camino, eso lo sabemos todos, el expresidente también y eso es lo que más lo asusta, que con ese paso, su legado dejará de serlo y pasará a ser un triste pasaje en nuestra convulsionada historia. Un paso que, con el tiempo, puede dar fin a su mesianismo.
Uribe no quiere a Santos, no quiere la paz, no quiere un acuerdo. Tampoco quiere a sus fieles servidores, pero sí los cuida alimentándolos con su hostia de odio diaria, así los mantiene atentos a pasar por encima de cualquiera que intente negar su legado. Con argumentos o no, con información real o amañada, qué importa, el enemigo, según ellos, quiere hacer de Colombia una Venezuela y su abnegada misión es impedir que un Sí se imponga, o mejor aún, impedir por todos los medios que se lleve a cabo el plebiscito.
Con los días la discusión entre el Sí y el No es más acalorada. No hay que negarlo, es un debate de verdades absolutas y entre un extremo y otro no hay una posición intermedia, pues se decide a favor o en contra. Se escuchan insultos de un lado y del otro, pero en verdad, la contundencia de los argumentos de quienes votarán por el Sí, son enfrentados por la violenta respuesta de quienes votarán por el No. Es cierto, mitos y exageraciones se escuchan de ambos bandos, pero las mentiras más absurdas son pronunciadas del lado de quienes rechazan los acuerdos.
La paz emociona y es una causa que es obligación del Estado garantizar, esta vez tenemos la oportunidad de buscarla sin tener que llevar a tanto cadáver sobre nuestras espaldas. Los acuerdos firmados, suponen para nosotros un viaje mucho más ligero hacia la tan anhelada paz, nos dan la esperanza de acercarnos a ella, mientras nos alejamos del horror.
También nos dan cierta esperanza de que el nuevo mesías deje de aparecerse en los cuadros de ciertas palomas y que al menos, sino quiere contribuir a un nuevo país, se mantenga a un lado. Sé que es utópico, pero espero que esta nueva fe, al verse derrotada, deje de extenderse y de contagiarse como la infección que ya parece ser.