El Puñeta

Esta ha sido una noche fría de invierno un tanto inusual, sentía que se me congelaba la médula de los huesos a pesar de la cantidad de ropa que llevaba encima. Cansado de caminar todo el día, paré un momento para buscar un sitio donde acampar, hacer una fogata y comer unos frijoles enlatados.

Esta ha sido una noche fría de invierno un tanto inusual, sentía que se me congelaba la médula de los huesos a pesar de la cantidad de ropa que llevaba encima. Cansado de caminar todo el día, paré un momento para buscar un sitio donde acampar, hacer una fogata y comer unos frijoles enlatados. Desde aquel lugar alcancé a ver una luz a la distancia, parecía ser una pequeña casa, una oportunidad para reabastecerme de comida, así que con paso firme me dirigí hacia allá.

Cada paso me llevaba más cerca, pudiendo apreciar que no era una simple casa sino una gran hacienda. Era una construcción un poco anticuada, sin dejar de ser imponente, con una muralla exterior de piedra y una gran puerta de madera con un cartel en el que se leía: “sin salida”. Curiosamente la puerta estaba abierta y pude ver desde afuera la hermosa fuente que se encontraba en el patio.

Caminé hasta la puerta de la casa, toqué la puerta y grité, tratando de llamar a sus habitantes, pero no obtuve respuesta. Moví el perno de la puerta, para mi sorpresa, estaba abierta. Adentro era muy acogedor, un poco cálida y muy iluminada. Llegué donde creo sería el comedor, había un pequeño banquete servido en la mesa: sopa caliente, frutas, pan y carne asada. Al parecer alguien estaba por cenar, volví a buscar indicios de alguien sin ningún resultado. Los últimos días únicamente había comido cosas enlatadas, así que no lo pensé dos veces y comí algo de la cena.

Recorrí la casa, en el segundo piso encontré una habitación abierta, con la chimenea encendida, una cama hecha, una copa y una botella de vino. A cada paso que daba me resultaba extraño, era como si alguien hubiera preparado todo para darme una bienvenida, conociendo muy bien mis gustos. Un aire frío recorrió mi espalda y sentí un pequeño escalofrió, una parte de mí quería irse pero yo no desaprovecharía la oportunidad de descansar en una cama caliente. Me quité la ropa, dejé mi machete cerca a la cama, apagué la luz y me decidí a dormir.

Creo que habían pasado unas cuantas horas hasta que desperté, la chimenea se había apagado y un poco de frio se colaba por la ventana. Fue entonces cuando empecé a sentir unos pequeños golpes en el techo y  una voz ronca que preguntó:

–          ¿Caeré?

–          ¡Cae!

Justo en ese momento, del techo se desprendió algo, me levanté de la cama y con un poco de incredulidad miré una pierna negra en el suelo. Volví a sentir aquel frío que penetraba hasta la médula de mis huesos y como cada vello de mi cuerpo se erizaba, una vez más aquella voz ronca preguntaba:

–          ¿Caeré?

–          ¡Cae!

Esta vez era un brazo, nervudo y negro. Traté de salir pero la puerta se encontraba cerrada y atrancada desde afuera, por lo que  mis intentos de abrirla resultaron ser inútiles.

–          ¿Caeré?

–          ¡Cae!

Otra pierna, mientras mi respiración se agitaba, no pensaba en nada más que en salir de esa habitación, corrí a la ventana para darme cuenta que sería imposible pasar a través de ella.

–          ¿Caeré?

–          ¡Cae!

Aparece otro brazo, y con ello, sentía en cada musculo la adrenalina y mi corazón latir a mil.

–          ¿Caeré?

–          ¡Cae!

Cayó un torso negro, al ver que la figura de un hombre, o al menos de algo que se le pareciese, el pánico se apoderó de mí, sin pensarlo dos veces cogí mi machete y, me preparé a combatir.

–          ¿Caeré?

–          ¡Cae puñeta, con todos los diablos!

Justo en ese momento aparece la pieza faltante, una cabeza, el cuerpo empieza a unirse, tomando forma de lo que fuese alguna vez un hombre, una mirada gélida y con toda la intención de llevarme a donde quiera que eso venga, se me acerca y blando el machete. Cada golpe que acierto hace que cambie su color de piel, se vuelve blanco. No sé cuánto tiempo estuve esquivando sus embestidas, cuantas veces lo golpee con el machete, pero en totalidad se estaba volviendo blanco, en ese preciso momento me empieza a hablar.

–          Bendito seas, hombre valiente, porque a pesar de tu miedo tuviste la osadía de enfrentar lo desconocido. Me has librado de mi pena y, tu recompensa serán mis cosas terrenales. Ahora podré descansar en paz.

Después de aquellas palabras el cuerpo se desvaneció, la puerta se abrió sola justo cuando empezaban a aparecer los primeros rayos de luz del amanecer. Tomé de la casa lo que consideré necesario y continúe mi viaje.

 “Aunque perezca que no haya salida, enfrentarse a las adversidades y en especial a uno mismo, siempre traerá alguna recompensa”.

En memoria de Sofonías Revelo, quien alimentó mi imaginación.

 

Por, Gabriel Villareal

 

 

Sobre el autor…

 

Yo soy Gabriel Villarreal, Ing. electrónico residente en Ipiales (Nariño). Una de mis mayores aficiones es la lectura, épica y fantástica, por ese motivo me decidí a escribir un pequeño cuento de terror, como los que contaba mi abuelito. Entre mis sueños está escribir, a pesar de los fracasos que me pueda llevar, creo que lo más importante es empezar, dar el primer paso para recorrer mil millas más.

 

 

 

Cuento evaluado por Andrés Angulo Linares

                                       @OlugnaElGato

 

 

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Imagen tomada de internet: search.prodigy.msn.com

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