(Bogotá D.C., Colombia)
Por, Olugna
Es el hijo bravucón de un papá que para muchos es el rey. Es más chico, pero la fuerza no se centra en su tamaño, sino en la intensidad que es capaz de demostrar. Su suelo favorito, durante muchos años, fue el cemento; su balón, otrora, galvanizado, solía dejar huella en quien se atravesaba en su camino. A diferencia de su padre, este heredero, prefería de la gente del barrio: niños, adolescentes, adultos y ―desde hace más de una década― también mujeres. Su nombre es microfútbol, su esencia conserva el espíritu del fútbol; su identidad se convirtió en otro símbolo de la barriada.
El microfútbol llegaría al país de la mano de Jaime ‘El Loco’ Arroyave. Lo trajo desde Brasil. «Pedí un reglamento, que luego el profesor Albano Ariza tradujo del portugués al español y así empezamos», señaló el profe Arroyave para Radio Nacional. Han pasado un poco más de cinco décadas desde el primer torneo en el que participaron más de 500 equipos de diferentes barrios de Bogotá. Desde allí, sobre el cemento, comenzaría a dibujarse una huella que tiene 55 años y ha dejado consigo, a diferencia de su sofisticado padre, grandes satisfacciones para Colombia.
Tres, tres. El cronometro marca 45 minutos de juego, fue un partido reñido. Ocho jugadoras de blanco se enfrentaron a siete vestidas de azul. Todas son amigas; pero, desde las nueve de la noche fueron rivales que se enfrentaron para conmemorar dos años de un colectivo que encontró en el balón una excusa para coincidir; en el barrio ―cualquier barrio de Bogotá― un lazo de identidad y en la amistad ―esa que se fortalece a través de las vivencias comunes― una razón para demostrar que detrás de una pelota, hay un sentimiento que trasciende más allá de un resultado, que atraviesa otros ámbitos de la vida y que deja huella.
Las 15 mujeres forman parte de un mismo equipo al que bautizaron el 3 de marzo de 2021 como Fusion, con un único y sencillo objetivo: reunirse en las noches a jugar microfútbol en una cancha del barrio Santa Isabel, al sur de Bogotá. La iniciativa, que en un comienzo no tenía una identidad definida, no tardaría en convertirse en un espacio comunitario al que fueron llegando jugadoras aficionadas de diferentes edades, provenientes de distintos sectores de la ciudad.
Minutos antes del encuentro, las jugadoras y sus acompañantes ―hijos, amigos o novios―, se reunieron para celebrar lo que es una fecha simbólica. Alrededor de 25 personas que se tomaron el segundo piso de las Canchas Sintéticas Santiago Bernabéu, ubicadas en el San Façon. En casa se quedaron los demás integrantes del equipo que no pudieron acudir a la celebración.
María Fernanda, la más chica, está en Fusion desde su fundación: «Ha sido chévere, porque he tenido una nueva etapa en mi vida. No me gustaba el fútbol. Me empecé a integrar más a las personas». En dos años, gracias al colectivo, la joven jugadora ha logrado vencer su timidez y se ha despertado en ella un gusto por el balompié. Tiene 14 años y desde hace poco es hincha de Millonarios.
Juliana Gómez, a sus 49 años, es la jugadora con mayor experiencia del equipo. De ella y sus hijas, Leidy y Rudy, en compañía de Rocío, otra jugadora del equipo, salió la idea de conformar un club deportivo aficionado en el que todas ―y todos― pudiesen formar parte sin importar sus cualidades futbolísticas. Su posición está en el arco. Manifiesta que el fútbol ha estado con ella desde que se encontraba en el vientre de su mamá.
―En mi hogar todos somos futboleros. A mis hijas les fascina el fútbol y acá soy como la mamá de todas, ‘La mamá de los pollitos’―. Explica Juliana.
Convencida de que el fútbol no es exclusivo de los hombres, Juliana, deja al descubierto ese empoderamiento femenino que no solo reivindica la figura de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad; sino que, además, reconoce a todo individuo como sujeto de derechos en igualdad de condiciones. En el dorso de su camiseta está impreso el número uno, se refiere a Millonarios como el equipo de su alma, «el mejor equipo del mundo».
―Emoción, amor por la camiseta; la adrenalina que se vive. ―Agrega y continúa―. Tú vas al estadio y no conoces a nadie; pero, en la emoción del gol, terminas conociéndolos a todos.
El balón es el punto de partida, el centro que une a las mujeres y hombres que forman parte de Fusion. No obstante, más allá de la excusa de un ‘picadito’, se ha formado una fraternidad unida por la solidaridad, el acompañamiento y la calidez con la que cada nuevo integrante es recibido.
El nombre del colectivo recoge, precisamente, la premisa de lo comunitario como uno de sus ejes fundamentales. Es fútbol del barrio para el barrio. «Más que un equipo de fútbol es una familia», expresa Juliana. También, es la representación del contraste ―esa otra característica que define la identidad de equipo―, el cual se refleja en edades, profesiones y ocupaciones; lugares de proveniencia y gustos particulares.
Jugadoras aficionadas de Bosa, Venecia, Ricaurte, Centro de la ciudad, entre otros barrios de Bogotá, han llegado a Fusion de diversas maneras: las vieron en un parque entrenando, las llevó un miembro del equipo o son compañeras de estudio o trabajo de alguna de las jugadoras. No importa la razón por la cual llegaron allí, sino la motivación que las animó a continuar y a participar de las demás actividades que a lo largo del mes se realizan, con el objetivo de estrechar los lazos que sostienen el espíritu fraterno que envuelve a sus integrantes.
Yuliana es la jugadora más reciente. Ha jugado dos partidos en el campeonato que Fusion está participando en la actualidad. Llegó por Angie ‘Pam’, quien ha estado desde el comienzo. «Son niñas muy chéveres. No son egoístas, no son envidiosas», afirma.
A su cargo está la responsabilidad de defender: «O pasa la persona o pasa el balón», bromea sobre su función dentro del equipo.
Risas y diálogos abren la posibilidad de comprender el valor que tiene lo comunitario en una ciudad ―gigante, desafiante y compleja― como lo es Bogotá; también, es una oportunidad para apreciar la importancia de los innumerables procesos que se dan en los diferentes territorios de la capital y cómo logran convertirse en un factor que identifica, fortalece y empodera a sus pobladores.
La labor de Brayan es la de entrenar, acompañar, observar y “regañar” a las jugadoras. Se toma su papel en serio, incluso en los partidos amistosos.
Como todo proceso de aprendizaje, el equipo, ha tenido que adaptarse a una etapa de formación, dirigida en este caso por Bairon Barriga, Brayan Rodríguez y el profe Ricardo Pirajan, uno de los jueces de fútbol de salón más representativos de Colombia. Ellos, junto a Nicolás, Marcos, Jesús y Estiven ―las barras bravas― acompañan la actividad de Fusion. Afuera de la cancha sufren, celebran y se enojan.
El día de hoy no hubo espacio para el tercer tiempo, mañana Fusion tiene su tercer partido de campeonato y sus jugadoras deben estar frescas para darlo todo en la cancha. Dos horas han sido suficientes para entender por qué el microfútbol en otra insignia inequívoca de lo popular; tres páginas son escasas para recoger, expresar e interpretar todo que representa para el barrio.