(Medellín, Antioquia, Colombia)
Hoy hace un año que me quedé sin empleo. Y hasta hace 8 días tuve con que comer. Solo me quedan 5.000 pesos para comprarle una última libra de cuido a Octavio. Mi viejo gato. Mi compañero y amigo que ha estado conmigo en las buenas y en las actuales. Acabo de llegar de la Placita de Flores. Ya tengo todo listo. Sin embargo, le cuento por última vez mi plan a Octavio. Él, solo ladea un poco la cabeza. Pero es mejor así. Nunca me ha censurado, ni juzgado; solo me mira y ladea un poco su cabeza. Mientras contento come su ración, yo ultimo detalles.
La cuerda, el banquito y la viga del techo. Así va a ser. Son las 8 de la noche. Me despido de Octavio, diciéndole que se vaya y que me perdone por haberlo dejado solo. Pues él nunca ni en mis peores crisis lo hizo. Sé que soy egoísta. Pero en esta sociedad ya no vale la pena estar y mucho menos si se es pobre. Abandono esta ciudad amante de la plata, oligarca y grosera, que te escupe cuando no tienes dinero para darte como a una prostituta.
Me voy porque me cansé de rogarle al sistema para que me incluyera. Aceptándome como soy y no metiéndome en sus moldes de mercadeo y centro comercial. Me voy porque ya no soporto la falsa indulgencia de la gente que te da una palmadita en la espalda y te dice: siga intentando, ya encontrará algo.
Porque los desempleados somos los parias de la sociedad. Una sociedad que poco a poco nos va quitando la ciudadanía. Porque en esta urbe no se es ciudadano si no se tiene la pasta que lo sustente.
Durante este año pude vivir de mis ahorros. Pagar arriendo, mercar, pagar servicios, pagar, pagar y pagar. Ese es el verbo preferido de aquí. Y si ya no tienes, pues no eres nadie. Por eso me voy, antes de verme forzado a vivir en la calle y de la caridad de una sociedad hipócrita. Además como no uso drogas, para mí sería mil veces más inclemente la calle de lo que ya es.
Pero ya está. Así que mí querido Octavio. Si no te quieres ir, te dejo mi cuerpo muerto para que te alimentes por un tiempo. Prefiero dejártelo, a que sea tajada de los mercaderes de la muerte. El mercado. Que pandemia.
Aquí voy. La cuerda es fina, la viga también y aunque he adelgazado un poco, creo que mi peso apretará lo suficiente. Ya estoy en el banquito y ahora, me dejo caer así…
Pero algo pasó. Ni esto me salió bien. Cuando ya estaba a punto de quedarme sin respiración, alcancé a ver a Octavio que saltó hacia la cuerda. No puedo decir con certeza que él la rompió, porque era bastante gruesa y los dientes y uñas de un gato no son tan fuertes. Lo cierto es que caí al piso con media cuerda enredada en mi cuello. Creo que estuve inconsciente algunos minutos. Pero creí escuchar una pequeña voz como de un niño adulto que me dijo un par de veces: “no me dejes solo. No me dejes solo”.
Algo me despertó. Una pequeña lija muy cerca de mi cuello. Me fui recuperando despacio y lo vi. Octavio me pasaba su lengua por las marcas dejadas por la cuerda. Ahí estaba nuevamente mi amigo, mi compañero. Lloré mucho rato a su lado pidiéndole perdón y diciéndole que nunca lo iba a dejar solo.
2 Comentario
Cualquiera puede tener una compañía, sea la que sea. Es peor aún no sentirse bien donde ni como se está y saber que el suicidio tampoco es la solución.
«el mercado, que pandemia»
Lo felicito excelente retrato de lo que la sociedad nos reserva a muchos . A los que no terminamos de encajar en ese sistema perverso