Colombia: el país del gato y la linterna

Somos el país del gato y la linterna. Hace unos días jugué con cósmica, mi gata, en un cuarto oscuro. Tomé la linterna y proyecté la luz en distintos rincones de la habitación, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, sin importar la dirección que ésta tomara, allí llegaba la gorda cósmica con sus garras tratando de atraparla.

 

 

Somos el país del gato y la linterna. Hace unos días jugué con cósmica, mi gata, en un cuarto oscuro. Tomé la linterna y proyecté la luz en distintos rincones de la habitación, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, sin importar la dirección que ésta tomara, allí llegaba la gorda cósmica con sus garras tratando de atraparla. Me divertí, ella también. En un juego de 7 minutos Comprendí que la habitación oscura es Colombia; los medios de comunicación, la linterna; la luz, su agenda noticiosa; Cósmica somos todos nosotros, tratando de acaparar, día a día, esa luz.

 

Esta semana el foco se centró en la supuesta –o no tan supuesta– reunión de un tridente demoníaco: Trump, Uribe y Pastrana, trío trágico-cómico que amenaza con arrasar a medio planeta o a media Colombia, según el personaje que se mire. Hace unas semanas estábamos –no era para menos– con la tragedia de Mocoa y ya hoy poco hablamos de ella. Ese domingo mientras un pueblo desaparecía, hablábamos de la marcha anti-corrupción. Días antes, del llamado a la Selección del presunto maltratador de mujeres Armero. Una semana antes, del aumento en las tarifas de Transmilenio. Mucho más atrás, del caso Colmenares. En diciembre, moríamos de indignación con la tragedia de Yuliana Samboní.

 

Sólo acudimos la cabeza de arriba a abajo en señal de aprobación, o de un costado al otro con los brazos cruzados, si aquello que vemos nos causa algún tipo de indignación o de rechazo. Nos movilizamos virtualmente en redes sociales cuando un tema se vuelve tendencia. Al final de cada día, al mejor estilo de Hombres de Negro, un rayo borra la caché de nuestra memoria y de igual manera que hacemos cuando el teléfono se nos llena de pendejadas, nos preparamos para reiniciarnos mentalmente y descubrir un nuevo amanecer en el que, seguramente, el foco nos lleve en otra dirección.

 

Ese vaivén noticioso permite que recibamos ráfagas de información que rara vez interiorizamos y que, simplemente, se aloja en nuestra memoria de manera temporal sin que tan siquiera reflexionemos al respecto y, mucho menos, que cuestionemos si es verdadera o no. Quizás por eso cada 4 años elegimos los mismos rufianes para que nos sigan robando, porque si en los grandes medios hubo una denuncia, ésta pasó desapercibida o fue tan fugaz que ni cuenta nos dimos, o fue opacada por otra luz en esa habitación oscura.

 

Al igual que el gato, no tenemos rastro del trayecto de la luz, tampoco idea alguna del rumbo que habrá de tomar. En ocasiones somos un país sin memoria, en otras tantas tenemos una selectiva y conveniente y, en el peor de los casos, sí contamos con ésta, pero nos falta vergüenza.

 

Por andar detrás de esas luces proyectadas no vemos toda la habitación, no somos conscientes de nuestra historia y dejamos que los medios de comunicación nos la cuenten como ellos quieren, ojalá sea televisada y en formato telenovela para evitarnos la fatiga de leer.

 

Colombia ha perdido el foco, desde hace mucho, por culpa nuestra. ¡Sí, nuestra! Conjugamos el verbo «olvidar» en todas las personas del singular y del plural: Yo, usted, nosotros, ellos. Todos olvidamos las noticias con la misma facilidad con la que las absorbemos. Parecemos informados, así logramos sostener conversaciones en el almuerzo y, a veces, podemos posar de intelectuales cuando dejamos ver nuestra indignación en redes sociales por algún tema en particular.

 

Acá hay un gato encerrado que sólo espera que la linterna apunte hacia su nuevo destino. Gran problema que tiende a empeorar cuando muchos piensan que esa luz está en manos de tipejos, que encontraron en la religión un hipnotizador colectivo y un lucrativo proyecto de emprendimiento que, además, les da poder. Un problema que más parece enfermedad cuando una muchedumbre de gran tamaño profesa la convicción ciega de que Álvaro Uribe, Alejandro Ordóñez, Germán Vargas Lleras, entre otros, son los portadores de luz que Colombia tanto necesita.

 

Como Cósmica, dejamos que sean otros, los poderosos, los hijos de los mismos, los grandes empresarios, propietarios además de las cadenas de información más influyentes del país, los que dirijan nuestra atención a su antojo. Nos hipnotizan y, de la misma manera que mi gorda gata, actuamos con pereza y con ingenuidad, lo cual no nos exime de la responsabilidad de permanecer a lo largo de nuestra historia atrapados en esa habitación oscura de la que no saldremos hasta que no encendamos, de una vez por todas, la luz.

 

Por, Andrés Angulo Linares

@OlugnaElGato

Instrumental

Aunque diga que estaba al borde de la calle buscando cómo darle sentido a toda mi existencia, un martes en la mañana cuando no tengo absolutamente nada que hacer sino respirar. Lo que está leyendo no se trata de mí.No soy yo desde que terminé de leer Instrumental de James Rhodes pero no se trata de mí. 

 

Aunque diga que estaba al borde de la calle buscando cómo darle sentido a toda mi existencia, un martes en la mañana cuando no tengo absolutamente nada que hacer sino respirar. Lo que está leyendo no se trata de mí.

 

Aunque diga que, ese día vacío, recordé que quería comprar un libro desde hace tiempo, un ejemplar de tapa dura que había visto en el mostrador con un deseo brusco de leerlo cuando llegara la hora. No creo que todavía tenga algo que ver especialmente conmigo.

El protagonista de Instrumental era un pianista [James Rhodes] que narraba su propia historia sobre el dolor y su redención a través de la música. Eso escuché en una Feria del Libro en Bogotá. Sabía que quería leer ese libro pero lo evitaba porque siempre alcanzo a calcular el excesivo interés de autodestrucción que me caracteriza.

Me decidí esa mañana. Tardé tres días en leerlo. Podrían haber sido menos sino hubiese tenido que salir a trabajar. Me desanimé cuando tuve que dejar de lado el libro y vivir. Durante tres días, mi vida se concentró en leer un libro que inicialmente hacía daño.

Rhodes es mi puto héroe. Sobrevivió cinco años a un pedófilo que se ensañó con él en su temprana vida escolar pero en su narración sobre los hechos no se concentra en los detalles sino en la brutalidad de lo no dicho.

Cuando pudo escapar de ese colegio en el que nadie oyó su voz infantil agonizando, se convirtió en el rey de la promiscuidad, las drogas y el piano de un colegio de élite en Londres. A su modo sobrevivió a enfermedades físicas y mentales ocasionadas por la salvajada de abusar de un niño de cinco años.

Fue a la Universidad, tiró todo al traste, volvió a recogerlo, dejó de tocar el piano diez años, se casó, tuvo un hijo, trabajó en el Burger King y la City londinense, en una oficina de 8 a 5 p.m, hasta que terminó volviéndose loco.

Fue recluido en clínicas de reposo mental en Londres y Estados Unidos; solo la música, la excitación, solidez, irrealidad y admiración  que le producían las obras de Bach, Beethoven, Chopin y Rachmaninov (del que tiene tatuado su nombre en el brazo derecho, quizá el mismo brazo en donde se rajó con cuchillas la piel y puso la palabra ‘tóxico’), entre otros, le ayudó a destapar la mierda que tenía en su cabeza. Toda la mierda que puede almacenarse después de treinta años callando su secreto como un bomba atómica en el pecho.

Cada capítulo del libro, (en total son veinte), tiene el nombre de una pieza musical que acompaña la lectura y nadie puede imaginarse (hasta que lo haga) cómo es descubrir una narración que hace juego con piezas como Bach y Busoni, Chacona, Prokófiev, Concierto para piano n.° 2 final  o Mozart, Sinfonía n.° 41 (Júpiter). Es una experiencia indecible. Con mucho cuidado, Rhodes hizo su playlist al que se puede acceder de manera gratuita mientras uno se devora el libro. El tipo llegó a convertirse en el concertista que soñó.

El libro no solo es el testimonio de un superviviente que cada mañana intenta reconciliarse consigo, es un critica a la música que bajo adjetivo de clásica se cree tan exclusiva como ya poco lo es en la actualidad, se trata de un grito insolente en la recuperación, la narración y hasta en la forma de conceder un libro al lector.

No soy yo desde que terminé de leer Instrumental de James Rhodes; cuando llegué a la última pieza, -capítulo- me lancé a la calle a organizar mi propia mierda y tomé la decisión de no guardarme algo tan revelador exclusivamente para mí. No voy a salvar el mundo con esto, ni haré la obra de arte que alguien admire pero si en algún lugar del mundo un hombre pudo salvarse gracias a la música, como yo por años lo hecho con la literatura, habrá valido.

 

Por, Yulieth Mora

Directora de Todas Mis Declaraciones

https://todasmisdeclaraciones.wordpress.com/

@LaMaquinaCol

Publicado originalmente en Todas mis declaraciones: https://todasmisdeclaraciones.wordpress.com/2016/11/15/instrumental-james-rhodes-blackie-books/

La fábrica de agua de Bogotá: la sabia manera de crear de la naturaleza

Cuando era niña, en las épocas de invierno en el Quindío, veía como mi abuela Hilda recogía el agua de la lluvia por medio de canales hechas con guadua que rodeaban la casa y la vertían, desde cada esquina, a unos baldes grandes.

“Lo que uno no sueña es lo que no logra”

 

Cuando era niña, en las épocas de invierno en el Quindío, veía como mi abuela Hilda recogía el agua de la lluvia por medio de canales hechas con guadua que rodeaban la casa y la vertían, desde cada esquina, a unos baldes grandes. Ella tiene ritos para ahorrar agua en actos cotidianos como lavar los platos o ducharse, pues los considera como  una importante fuente que permite preservar este líquido vital. Ahora veo la riqueza finita de Chingaza y pienso que si tuviéramos la conciencia de mi abuelita, la realidad del agua sería distinta.

 

El Parque Nacional Natural Chingaza está ubicado en la Cordillera Oriental de los Andes, al noreste de Bogotá; conformado por 11 municipios, 7 de Cundinamarca: Fómeque, Choachí, La Calera, Guasca, Junín, Gachalá y Medina; y 4 municipios del Meta: San Juanito, El Calvario, Restrepo y Cumaral.Sus ecosistemas predominantes son los bosques altos andinos, subandinos y páramos,  refugio de fauna y flora fundamentales para el ciclo del agua. Se estima que la flora total del Parque sobrepasa las 1.000 especies, muchas de ellas endémicas –es decir que sólo existen en esa región–. Una de estas especies es el  frailejón llamado Espeletia uribei, que  crece en la franja de vegetación entre el páramo y el bosque alto andino. En el Parque se encuentran algunas especies reportadas para Colombia en peligro de extinción, como el oso andino (Tremarctos ornatus), el venado cola blanca (Odocoileus virginianus goudotii), el venado colorado (Mazama Rufina ó virginianus apurensis), la danta de páramo (Tapirus pinchaque), el cóndor de los Andes (Vultur gryphus), el borugo de páramo (Cuniculus taczanowskii), el gallito de roca (Rupicola peruvianus) y el puma (Puma concolor), información vista en su página Web.

La neblina de este lugar abraza al visitante con ese frío único que hace sentir la vida que vibra en la fábrica de agua de los bogotanos. Chingaza abastece a los capitalinos con cerca del 80% de agua que ellos consumen. A lo largo de la historia hídrica de la ciudad se han construido diferentes embalses y  plantas de tratamiento, sin embargo se necesitan obras grandes pensadas a futuro, ya que el agua del parque es tan finita como la del resto del planeta.

Laguna del Medio

Debemos ser conscientes del consumo de agua por medio de campañas educativas y darnos la oportunidad de visitar el Parque Nacional Natural Chingaza, además de pedagógico,  es una forma que a la vez es recreativa. Para visitar este lugar se debe hacer una solicitud de ingreso a través de reservas.ecoturismo@parquesnacionales.gov.coo comunicarse al teléfono (031)3532400 ext. 3011 y 3012 o personalmente a la calle 74 No 11-81 en Bogotá. También existe la posibilidad de dormir en esta reserva. Se puede llegar en carro y es imprescindible llevar la indumentaria adecuada para resistir el agua y el barro y caminar por sus senderos. Se recomienda, también, llevar agua y comida.

Uno ama lo que conoce y al observar todo este despliegue de frailejones y lagos que desprenden arterias de agua por doquier, se siente toda la fuerza y riqueza de la sabia naturaleza que produce líquido vital para vivir. La conciencia que permite ver este panorama ligado a entender que el agua es un recurso finito, merece la atención. Visite lo más pronto posible a Chingaza.

Laguna Chingaza

Pero para “salvar el mundo” no sólo se necesita ahorrar agua, se necesita una unión para crear la nueva gestión alrededor de ella, debe ser un tema de planeación participativa entre la comunidad, lo público y lo privado, con observatorios regionales ambientales. El doctor Ernesto Guhl Nannetti describe este planteamiento en el conversatorio:Agua, eje de ordenamiento territorial, en el queademás ofrece un contexto histórico del agua en la capital colombiana. Nannetti ha trabajado en la Propuesta de la Delimitación Territorial de la Región Hídrica Cundinamarca-Bogotá.

Este conversatorio genera varias preguntas: ¿Qué estamos haciendo con las aguas residuales? ¿Existe conciencia sobre la huella del agua en el río Bogotá? ¿Somos una región sostenible? ¿Adónde va a parar el agua lluvia? ¿Si en otros países se reutiliza hasta siete veces, cuánta de esta se aprovecha con el tratamiento de aguas residuales en Colombia? Es en estos puntos claves en los que hay que actuar como mi abuela, de forma consciente y compasiva.

Otro aspecto clave de esta conferencia es el llamado de alerta a hacer las cosas de una manera más sostenible, estamos acabando con los mejores suelos agrícolas de Colombia para construir casas. Dependemos del agua de los páramos y estos están en peligro. Factores como el Cambio Climático y el uso inadecuado del suelo hacen que el terreno presente una crisis. A la ciudad hay que verla de manera compleja dando prioridad a los ecosistemas y no a los megaproyectos urbanísticos que necesitan tener límites. Hay que despertar el interés para recuperar el río Bogotá, apreciar el valor del líquido vital con una cultura del cuidado, donde las fuerzas de todos se unan para tener agua segura y de calidad por más tiempo.

 

¡El derecho al agua define el futuro de la humanidad¡ 

Exposición: Simplicidad del ser y la inquietud del ángel

El jueves 20 de abril a las 7:00 p.m. se realizará la inauguración de la exposición Simplicidad del ser y la inquietud del ángel, de María Fernanda Cuartas en la Sala de Exposiciones Débora Arango del Centro Cultural Gabriel García Márquez.

Inauguración

jueves 20 de abril, de 7:00 p.m. en la Sala de Exposiciones Débora Arango, del Centro Cultural Gabriel García Márquez.

  • ·           La exposición estará abierta al público del 11 de abril de 2017 al 14 de mayo de 2017
  • ·           Arte para venta
  • ·           Entrada libre

 

El jueves 20 de abril a las 7:00 p.m. se realizará la inauguración de la exposición Simplicidad del ser y la inquietud del ángel, de María Fernanda Cuartas en la Sala de Exposiciones Débora Arango del Centro Cultural Gabriel García Márquez.El jueves 20 de abril a las 7 p.m. se realizará la inauguración de la exposición Simplicidad del ser y la inquietud del ángel, de María Fernanda Cuartas en la Sala de Exposiciones Débora Arango del Centro Cultural Gabriel García Márquez. Esta muestra está compuesta por dos series, Simplicidad del ser y La inquietud del ángel, y presenta un conjunto de 31 pinturas.

Según la artista, la primera colección llamada Simplicidad del ser surgió como consecuencia de un proceso de meditación y contemplación en torno a la sensación de vacío existencial y los cuestionamientos metafísicos que de ella se derivan: “nace después de una cantidad de interrogantes acerca del porqué de las cosas y si tenían o no cada una razón de ser; me cuestionaba sobre el término soledad creyendo que solo está en nuestras mentes la nada como un concepto negado del ser. La simplicidad de las imágenes y la austeridad del color nos introducen en el vacío, en la ausencia, en la nada”. Esta serie está conformada por 16 obras, en las que se usó la técnica del óleo sobre lienzo.

La segunda serie denominada La inquietud del ángel surgió por la necesidad de un cambio en la manera de ver la vida. Según Cuartas, en el momento en el que concibió esta colección se encontraba en un proceso de cambio: “fue un momento decisivo, quería soltar, quería depurar las emociones, liberarme de equipaje, cerrar capítulos, emprender un viaje hacia el futuro, buscar lo que mejor consideraba para mi interior. Necesitaba algo de limpieza, dejar todo atrás en una vieja maleta y escuchar la voz interior”. Esta serie se conforma por 15 obras en las la artista usó el óleo sobre lienzo.

Sobre la artista

María Fernanda Cuartas es una artista colombiana nacida en Bogotá, con una formación en pintura en los talleres de los maestros Bernardino Labrada, Guillermo Ruiz y  Fernando Polo. Actualmente vive y trabaja en Cali.  Ha participado en numerosas exposiciones colectivas e individuales de distintos países del mundo como Estados Unidos, España, Emiratos Árabes, México, Argentina Austria y Colombia. Su obra ha recibido varios reconocimientos entre los que se destacan el Premio de Honor: Show Art International d´ Estiu a Catalunya Barcelona, España, 2010; y la Mención Honorífica y Reconocimiento a su labor artística, Base Naval de Infantería de Marina de Colombia, 2014.

En su desarrollo artístico ha explorado y afianzado su lenguaje gráfico a través de la construcción de metáforas visuales que reflejan su inquietud sobre problemas relacionados con la imagen y la sociedad contemporánea.La artista ha depurado sus ideas y ofrece un discurso pictórico elíptico, liberado de todo condicionamiento técnico y óptico de la tradición para erigir en sus propuestas visuales formas visibles simples que evoca con sutileza a través de líneas, contornos, uso eficaz de la gama cromática y capacidad de contención para pintar lo preciso, por tanto, plantea un espacio de interacción importante hacia el espectador para que sea este quien continúe con la creación plástica.

Arte para venta.

 

Mayor Información

 

Diana Marcela Becerra

Profesional Comunicaciones

Letras sin fronteras

Calle 11 No. 5-60, Bogotá

Teléfono: (571) 2832200, Ext. 221

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El resonar del teléfono

La tormenta cesó; a cántaros, el agua se deslizaba por las calles, cual riada desbocada. A través de la ventana, desdesu casa, Antonio observaba fijamente la calle principal. Un frío aterrador penetró sus huesos

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La tormenta cesó; a cántaros, el agua se deslizaba por las calles, cual riada desbocada. A través de la ventana, desdesu casa, Antonio observaba fijamente la calle principal. Un frío aterrador penetró sus huesos; aun así, su delgado cuerpo permaneció quieto. Por unos instantes, presenció aquel fúnebre cielo gris: «¡Mierda de clima!… ¿Cuándo será que todo esto acaba?», pensó, no sin algo de nostalgia. En su rostro, adornando aquellas cuencas profundas, donde yacían sus ojos melancólicos, un par de ojeras negras, destellaban opacas… De pie, a su lado, Hermes lo miraba con lástima, aunque para Antonio se sintió inquisidora e intrusiva; algo nervioso, comenzó a sudar frío, lo miró de reojo y percibió su desnudez saboreando el olor de su piel, amarga como sábila.

—¡Rin, rin, rin! — aquel sonido le heló hasta la médula. Miró hacia la mesa, en el centro de aquella habitación grande y sombría: alta, antigua, de tres patas, de color negro; encima, se apenas se lograba distinguir un viejo teléfono, que hacía eco en toda la estancia, con su sonido tan fuerte.

-¡RIN…RIN…RIN…RIN…RIN!

El teléfono resonó una y otra vez; Antonio tembló… tembló… tembló; con sus manos huesudasserecubrió las orejas, intentando acallar aquel sonido: lo asaltó el temor. Caminó lento, hasta la mesa, con manos temblorosas tomó el teléfono y, con la voz entrecortada y algunas gotas de agua que se deslizaron por su frente, balbuceó:

—¡ Aló, Aló…!

Silencio. Nadie arguyó nada. Únicamente escuchó una leve respiración del otro lado. Intentó hablar, pero no pudo, sintió las ideas desorganizadas, mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para pronunciar palabra.

—¡Aló!… ¿Quién… llama? —Nadie, nadie, nadie al otro lado. Colgó.

Permaneció un instante de pie, junto aquella mesa; giró su cabeza lentamente, como si temiera encontrar algo o alguien frente a la ventana. Hermes seguía ahí con su esquelético, blanco y frío cuerpo desnudo; de pie, mirándolo, extendió sus largos brazos invitándolo a acercarse. Más calmado, obedeció; ahora tomó con sus manos el cuello de Hermes, aproximaron los labios, Antonio pudo sentir cómo aquel frío penetrante proveniente de Hermes le heló la saliva; sin embargo, eso no lo detuvo para besarlo… se acariciaron… Hermes acercó su frágil cuerpo, cada vez más al de Antonio, hasta lograr sentir su varonil y duro sexo. No obstante, se detuvo al percibir una lágrima que bajaba por aquella pálida mejilla.

—No hay porqué llorar, mi querido amor, siempre estaré aquí —le dijo.

—Siempre, Hermes, siempre. ¡Sabandija Mentirosa! Si ya te estás pudriendo, y yo aquí temblando de frío junto a tu cuerpo muerto.

—No… no me grites. ¿Acaso yo tengo la culpa de estar así? desde hace dos noches no he logrado ser el mismo, estoy congelado, inerte, seco. Me duele aquí, justo aquí, en el pecho. ¡Arde! como si me quemara completamente por dentro. ¡Ayúdame, por favor, Ayúdame! —Antonio no responde; ante aquellas palabras, lo soltó bruscamente.

2

Antonio se hallaba de pie, al lado de la puerta principal; era una casa de aspecto abandonado, heredada de sus abuelos paternos. Fumaba un cigarro, inhalando el humo cruelmente. Un hombre de aspecto misterioso llevaba puesto un sombrero que cubría parte de su cara y un gabán que le tapaba el cuerpo. En la mano izquierda,sostenía un puñal manchado de sangre yobservaba a Antonio, oculto en la oscuridad que daba la atmosfera grisácea que la tormenta había dejado. Antonio advirtió, instantes después, la presencia de aquel hombre, que parecía un espectro. Lanzó el cigarro con fuerza al otro lado del andén sin dejar de mirar aquella figura desdibujada, que, en vano, se esforzó por identificar. Llamó su atención cómo aquella mezcla de agua sucia con sangre, empezó a transformarse mientras bajaba por la calle; abrió sus ojos como si fueran a salirse de su órbita; en el centro de su pecho los latidos se hicieron más fuertes; desesperado, buscó de dónde provenía la sangre, hasta que sus ojos chocaron con la mano izquierda de aquel hombre, en la cual sostenía un cuchillo: de este objeto afilado y largo resbalaban gotas de sangre con tanta autoridad,como si brotaran del cuello de una cabra recién degollada.

RIN…RIN…RIN…RIN…RIN

El teléfono nuevamente; Antonio escucha la voz de Hermes desde el otro lado de la casa.

—¿No vas a contestar, Antonio?… ¡Maldito cobarde!

Antonio no responde; no pudo hablar. Con aquel sonido infernal, su cuerpo quedó inmóvil y sintió como sus cuerdas vocales perdieron su función. El tiempo se detuvo por un instante; cual huracán, una ventisca pasó arrasando con todo lo que halló en su camino y, deprisa, el hombre se movió hacia Antonio con tal velocidad, que lo único que sintió fue el puñal penetrando en sus costillas…

Su grito retumbó en toda la casa: despertó angustiado, con el cuerpo y rostro cubierto de sudor, la respiración agitada, el corazón latiendo rápidamente como si tuviese taquicardia. Toc, toc; escuchó que alguien llamó a la puerta. Levantó con dificultad de la cama su cuerpo, sin casi aliento alguno, caminó hacia la sala, como sonámbulo sin rumbo; miró a su alrededor, una luz tenue entraba por la ventana de la habitación. Transitó por un pasillo largo y estrecho, llegó hasta la puerta principal de la casa, y prendió la lámpara.

—¿Quién es? —Preguntó.

—Soy yo, querido… —Era Carmen, la hermana de Hermes; una mujer extremadamente flaca, desaliñada, igual de alta que su hermano

En un tono poco audible, pregunta:

—¿Estás listo?

Antonio hace un esfuerzo para escucharla. Por unos segundos, intentó discernir  el motivo de su presencia.

RIN… RIN… RIN… RIN… RIN

Miró el teléfono; la escena le era familiar, como viviendo un déjà vu. Nuevamente, sintió cómo temblaba su cuerpo; después de unos segundos, se decidió a contestar, y caminó despacio hacia una de las esquinas de la sala, hasta la mesa.

—Aló.

—¡Hola, Antonio! —Lo saludó una voz exhausta.

—¡Hola… Hermes!, ¿cómo estás?, ¿Por qué no has venido a casa? Te he esperado estos últimos días.

—¿Cómo?… Hace dos días te llamé, con el último aliento que me quedaba… ¿Te acuerdas?… ¿Te acuerdas que te dije que estaba muriendo? Me apuñalaron en el pecho varias veces, para robarme… Antonio… Antonio, ¿sigues allí? Ayúdame…—Antonio no respondió; un nudo en la garganta ahogaba su voz. Sujetó con ambas manos el teléfono y, con toda la fuerza que le quedaba, lo arrojó contra la pared.

Toc, toc, toc… De nuevo, Carmen llamó a la puerta; Antonio se encontraba tendido en el suelo, meciendo su cuerpo de adelante hacia atrás, de adelante hacia atrás, de adelante hacia atrás, con la mirada perdida, sin reaccionar a su llamado. Una mano le tocó el hombro: «¡Amor, levántate!», le dijo Hermes, dando su mejor sonrisa. Antonio lo miró, secó con la manga de la camisa las lágrimas que bajaban por sus mejillas. Aferrándose al desnudo y congelado cuerpo de Hermes, se incorporó:«Ponte algo, no quiero verte más desnudo»… «Mi bata está por aquí, en algún lugar del cuarto», le dijo Antonio, apretando fuertemente sus manos. Hermes vuelve a mirarlo con aquella mirada de lástima: «Vamos, Carmen te espera… Se hace tarde para el entierro», le dijo, mientras lo sostenía con su cuerpo.

—¿Cuál entierro? —respondió Antonio, con los ojos abiertos; la sorpresa en su rostro era evidente. Carmen volvió a llamar a la puerta; Antonio abrió, la ve frente a él vestida de luto.

—¿Cómo estás? —preguntó ella, en tono compasivo.

—Bien, normal —sonrió.

—No parece, te ves igual o peor que yo…

Sin atenderla, Antonio tomó su chaqueta, para salir; permaneció un momento de pie mirando hacia la sala, mientras Carmen, algo preocupada, lo contempló calladamente. Vio a Hermes con su bata puesta, acostado en el sofá, sosteniendo una copa de vino —¡Amor, aquí te espero hasta que llegues! —Antonio cerró la puerta.

─ ¿Qué quieres hacer? ─Le dijo Antonio a Carmen, mientras la agarraba del brazo.

 

Reseña del Autor

 

Mi nombre es Débora Isabel Galindo, tengo 35 años de edad, nací en Buga Valle, y fui criada en Bogotá a partir de los 4 años. Soltera, independiente, y, amante de los gatos.

Soy Magistra en Psicología clínica con énfasis Psicoanalítico, de la Universidad Javeriana, actualmente docente de la Universidad Cooperativa de Colombia. Especialista en Creación Narrativa de la Universidad Central. Dirijo un proyecto en las cárceles Picota y Modelo titulado: “La Poesía como herramienta terapéutica” Me desempeñó como co-investigadora en la Línea de Investigación titulada: “Iniciativas Sociales de Paz en Colombia” en la Universidad Cooperativa. En el 2015, fueron publicados dos artículos científicos, el primero en la revista de Psicoanálisis titulado: “La Psicología y los grupos de trabajo, alternativa de organización de los sujetos para la paz” y en la revista de Los Libertadores, Tesis Psicológica: “Grupalidad: un camino al lado de los otros como potencial de sanación psíquica” Participé en el taller de poesía en el Fondo de Cultura Gabriel García Márquez, dirigido por el poeta Federico Diaz-Granados. Gané el tercer premio en el concurso de poesía: Nidia Erika Bautista, con el poema: “El Aroma de las Mujeres Desaparecidas” 2016.

 

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Revisó: Roger A. Sanguino (Equipo Editor Narraciones Transeúntes)

El banquete

La noche del desastre, el señor Strauss se sentía indispuesto. Difícilmente pudo llegar al pequeño espacio que aún quedaba libre en el baño donde un espejo amarillento le proyectó la imagen de alguien en extremo pálido y delgado, con la piel manchada y poblada de caminitos prematuros.  

La noche del desastre, el señor Strauss se sentía indispuesto. Difícilmente pudo llegar al pequeño espacio que aún quedaba libre en el baño donde un espejo amarillento le proyectó la imagen de alguien en extremo pálido y delgado, con la piel manchada y poblada de caminitos prematuros.

Era viudo desde hacía más de diez años y a raíz de aquella pérdida, su único hijo se había radicado en el exterior, no sin antes suplicarle que se marchara con él, a lo que el obstinado señor se había negado de forma contundente. El abatido joven no tuvo otra alternativa que dejarlo allí y depositar religiosamente el dinero para sus gastos mensuales.

Desde entonces, y como sucedáneo inconsciente de la felicidad perdida, el señor Strauss había comenzado a traer a su casa artículos que encontraba por la calle y que habían sido catalogados por sus antiguos dueños como inservibles.  Inicialmente, trajo un antiguo sillón con la convicción de que era posible repararlo. Luego fueron llegando otras sillas y sillones con la tapicería hecha trizas, porcelanas y jarrones rotos, muñecas descabezadas y toda suerte de juguetes inútiles, todo ello considerado por él como “recuperable”.

En seguida llegó el turno a los periódicos, revistas y cajas de cartón. Por esos días, las campañas en pro del reciclaje abundaban en los medios, así que el señor Strauss sintió que estaba contribuyendo a salvar el planeta peligrosamente amenazado. Obviamente no se le escaparon los recipientes y empaques plásticos.

Durante los primeros años de su aventura ecológica, el señor Strauss mantuvo de alguna manera el control de la situación, pero con el tiempo, la obsesión por almacenar más y más cosas se convirtió en un problema para los vecinos. Por fuera, su casa parecía una más, pero al no tener la precaución de limpiar ciertos recipientes, los roedores y moscas merodeaban a su antojo el vecindario. Esta situación le valió no pocos enfrentamientos que incluso lo llevaron ante las autoridades. No obstante, logró salir siempre bien librado, argumentando que dentro de los límites de su casa podía hacer lo que mejor le viniera.

Los años transcurrieron en ese estado de tensión. El señor Strauss iba una vez al mes a retirar su dinero y comprar víveres, sin darse cuenta que compraba mucho más de lo que consumía. A estas alturas la casa había sido ocupada por completo por una absurda profusión de artículos de toda índole, haciendo casi imposible el acceso a espacios vitales como el baño o la cocina.

Sin embargo, él parecía no caer en cuenta de la grave situación. Todo, absolutamente todo había sido literalmente invadido por montañas y montañas de basura o, como él prefería llamarlo, sus recuperaciones. Apenas si quedaban algunas pequeñas cavidades a manera de ventanas para deslizarse de una estancia a otra. El antiguo sillón, primer testigo de la debacle, servía a su vez de cama, sala y comedor y como la ducha había sido ocupada por columnas de diarios viejos, el señor Strauss había olvidado la costumbre del agua y el jabón.

Esa noche, cuando pudo regresar por fin a la somera comodidad del sillón, luego de haber sorteado toda clase de obstáculos para servirse un poco de leche y de haber ahuyentado las ratas que convivían con él a sus anchas, sintió como si la casa hubiese sido arrancada de sus cimientos por una fuerza inconcebible: una brecha de casi un metro de ancho por cinco de profundidad dividió lo que antes fueron las áreas comunes, de las habitaciones. Hipnotizado, entreveía a través de la polvareda el correr de las ratas desorientadas que chocaban entre sí. Un segundo estruendo lo sumió en una oscuridad compacta. Desde fuera llegaban voces plañideras mezcladas con llanto de infantes y aullidos caninos. Se sintió mareado. Se aferró fuertemente al sillón tratando de sobreponerse al aturdimiento. Entonces permaneció allí, estremecido de frío e impotencia.

Pero si la noche había sido trágica, la mañana que no esconde nada dejo ver el desastre en toda su magnitud. El señor Strauss lanzó un grito de angustia al ver que parte de su casa había desaparecido por entre la grieta que creció asombrosamente al amparo de la oscuridad. Se incorporó como pudo y se dirigió a la calle abarrotada de escombros.  Para qué describir un paisaje tan escabroso. Basta con decir que el terremoto había arrasado la población a la que el sueño había hecho aún más vulnerable, y que los pocos sobrevivientes volcaban ahora toda sus esperanzas en los rescatistas y sabuesos.

Pese a la desgracia, el señor Strauss ostentaba una felicidad insultante para quienes lo vieron escavar con uñas y dientes aquí y allá con tanta  insistencia y tenacidad. Lo vieron apartar, sin ningún asomo de vergüenza o respeto, extremidades humanas que se interponían entre él y algún objeto material de su agrado. Lo vieron llevar hasta su casa derruida, que irónicamente resultó menos afectada que las demás, muchas de las pertenencias de los difuntos. Lo oyeron decir, ya en el colmo del paroxismo, que aquello era un verdadero banquete.

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Días después, el hijo del señor Strauss llegó al lugar casi desierto y se encontró con dos versiones sobre la muerte de su padre: una, que había fallecido sepultado por la basura acumulada en su casa y otra, que había salido ileso del terremoto, más no así del linchamiento.

 

Por, Marisella Zamora

Reseña del Autor

 

Marisella Zamora. Bogotá, 1977. Escritora en formación empírica y constante. Amante de la lluvia, los árboles, el verde y el gris. Atesoro la soledad que muchos rehúyen, aunque traiga consigo su espantoso silencio.

 

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Revisó: Roger A. (Equipo Editor Narraciones Transeúntes)

 

El texto muestra una escritora ahí detrás, ¡la calidad es innegable!

El texto cautiva, invita a leer más de la obra de la mujer, es un cuento construido con simplicidad y no hay nada más complicado que escribir así, denota un excelente manejo del lenguaje y de los recursos literarios.

La historia del señor Strauss además de ser escrita con elegancia tiene el tamaño adecuado para contarla (pero en lo personal hubiera querido leer más), sin duda no sólo intenta contar una historia, efectivamente lo hace.

Creo que este es el tipo de literatura que siempre deleita leer y claro que la invitaría a que siga enviando textos, en lo personal será un placer leerlos.

 

 

La alegría de verte

Luego, al menor descuido contempló sus pies, los que serían su fijación y delirio esos y los futuros días y todos los que él podría compartir con ella y que ella, mostrara y con inocencia involuntaria, ocultaría al azar.

Introducción

Era un día normal, soleado, en un país minúsculo, atorado en polarización, ataviado de esperanza, y esclavo del consumo. Eduardo recibió el correo electrónico que le hacía referencia a una capacitación, esas de las empresas que sólo son un retraso en el día a día y la excusa para que un espléndido consultor sobreviva.

Lo abrió, leyó, validó las fechas, revisó el contenido de la capacitación… era sobre Liderazgo, calculó el tiempo y pensó: Una pérdida más de tiempo. Él había participado en tantos entrenamientos similares, pero éste hacía referencia a que valdría la pena, sin embargo, su incredulidad prevalecía.

Siempre creía que las empresas pierden el dinero en capacitaciones sin sentido… sin embargo, el correo planteaba que era obligatorio y que sería un programa de 4 módulos. Marcó la fecha en su calendario y continuó con sus tareas que, obviamente, valían mucho más la pena que la invitación recibida. Él, como un obediente plebeyo asintió con su cabeza en señal de obediencia.

Pasó el tiempo y se acercaba la fecha del famoso entrenamiento, mientras que en su compañía reinaba la incertidumbre, la desinformación y la zozobra por los muchos cambios organizativos que se estaban dando. Él pensaba: Cómo pueden llamarse líderes estos incircuncisos si ni siquiera pueden ser transparentes con sus colaboradores. Pero eso es el sistema. Pensaba él.  Las empresas pregonan que la gente es el capital más valioso, pero no puede haber cosa más falsa como que la luna es de queso, se decía a sí mismo.

En medio de esta falta de consistencia Eduardo se dirigía al fatal día de su entrenamiento.

El Primer día

Eduardo se despertó como todos los días, se dirigió a la habitación de su hijo y le despertó, le ayudó a organizarse mientras su esposa se preparaba en medio de su mundo de rituales.

Él les vio irse a la escuela, quedó solo y se preguntaba por qué debía haber este tipo de entrenamientos, ¿predispuesto? Sí, él lo estaba y con justa razón, sería una pérdida de tiempo, pensaba

Se preparó, fiel a su rutina y con sus impulsos obsesivos compulsivos, logró con hidalguía vestirse y bajó a tomar el desayuno.

Condujo y llegó a su trabajo de manera mecánica y por inercia, pasó de largo su oficina y se dirigió a su cita con el hastío.

Llegó, se ubicó en la periferia fiel a su inclinación marginal y sus hábitos de vida. Pasaron los minutos y como un evento épico en su historia, entró ella.  Y el mundo de Eduardo se transformó. La vio, la contempló. La alegría era el sentimiento que mejor describía su sensación, no importaba nada.  Sin embargo, Eduardo jamás imaginó que ella caminaría hacia él para sentarse a su lado

Eduardo quiso suspender el tiempo esos días, no importaba el desperdicio de tiempo en ese entrenamiento, el disfrutaría de la compañía de ella y quería que no fueran dos días sino semanas enteras

Él le saludó, y disimuló su éxtasis. Vio sus manos con sus dedos largos y delgados, exquisitos y moldeados, sin pintura sus uñas, sin estar adulteradas de químicos. Tal cual, ver su naturaleza era una victoria, era un plus a su presencia

Luego, al menor descuido contempló sus pies, los que serían su fijación y delirio esos y los futuros días y todos los que él podría compartir con ella y que ella, mostrara y con inocencia involuntaria, ocultaría al azar.

Eduardo recuerda los pies de ella, con su talón libre, y sus dedos delgados, ella los cubría de color verde, y él pensaba cualquier color estaría bien para ella. Sólo deseaba que en su vida los zapatos cerrados no existieran para esa mujer.

Otro día

Eduardo llegó ese día, con latidos de un niño por su regalo. Él pensaba ya vendrá, hace mucho tiempo que no la veo. Él se había saltado la fecha de un entrenamiento por un viaje de vacaciones. Luego apareció ella.

Era ese abanico que refresca el rostro en pleno verano, ella se acercó a él y le saludo. Él no podía ocultar su sentimiento y una fuerza subversiva le obligaba a hacer una declaración, él le confesó: Me gusta verte.

Tres palabras que denotaban mil abecedarios en él, esas tres palabras que se multiplicaban para decir: eres una luz que enciende mi día, eres esa sal que sazona mi alimento diario, eres esa vela que disipa la noche, guardaré en mis ojos tu última mirada, y finalmente fuiste un cuento breve que leeré mil veces

 

Uno de los últimos días

Eduardo estará en esa cita a las 4:00 p.m., él iría donde le dijeran, así fuera el otro lado del mundo, pero era en la cafetería.

Puntual y fiel a su rutina, llegó antes. Ansioso, la esperó, la divisó a lo lejos y se dijo: Ahí viene, no hay duda que ella es mi alegría.

Su vestido azul largo, sus pies elevados por sus zapatos, sus uñas en color naranja, sus manos blancas, sus dedos largos, sus uñas grises, toda ella era una verdad estallando en su rostro. Un crisol de colores alegres…

Se despidieron y se dijo a sí mismo: la mejor forma de acariciarte es escribirte.

Por, Alex Bonilla

FIN

 

Reseña del Autor

 

Alex Bonilla, es realmente Mario Fernández, amante de la literatura e imperfecto escritor de poesía.

 

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Revisó: Andrés Angulo Linares (Equipo Editor Narraciones Transeúntes)

Los contrastes del Caribe

En cuarenta minutos en carro desde Cartagena se llega a Barú para deleitarse con un mar azul turquesa y una arena blanca llena de turistas de muchas nacionalidades; algunos se han convertido en dueños residentes del lugar con restaurantes, hoteles y hostales. 

«El Caribe me enseñó a ver la realidad de otra manera, a aceptar los elementos sobrenaturales que forman parte de nuestra vida cotidiana. Es un mundo distinto… La síntesis humana y los contrastes que hay en el Caribe no se ven en otro lugar del mundo… Y no solo fue el Caribe. El me enseñó a escribir pero también es la única región del mundo donde no me siento extranjero»– Gabriel García Márquez

En las playas del Caribe todos están descalzos, con sus cuerpos expuestos al sol, dando una sensación de igualdad y tranquilidad que va al compás con el sonido del mar. Mi pequeño recorrido caribeño empezó en Cartagena, en la parte histórica, caminando sus calles y enamorándome sin querer de su belleza antigua y de sus sonidos de tambores de los grupos callejeros.

En cuarenta minutos en carro desde Cartagena se llega a Barú para deleitarse con un mar azul turquesa y una arena blanca llena de turistas de muchas nacionalidades; algunos se han convertido en dueños residentes del lugar con restaurantes, hoteles y hostales. Vi a Playa Blanca, su belleza y sus problemas ambientales preocupantes, la mala disposición de basuras, la falta de agua potable y la falta de energía eléctrica.

Evidentemente es un sector con una demanda turística muy alta, que con una adecuada administración podría ser un sitio inteligente con turismo sostenible. Existe en ese sector el Aviario Nacional que cumple con un turismo que educa sobre las diferentes especies de aves, uno de los tantos sitios de contemplación de fauna y flora que tiene el Caribe

¿Qué responsabilidad ambiental tiene el turista extranjero? ¿Cuánta agua potable tiene el Caribe Colombiano?  ¿Por qué no usan paneles de energía solar y a quién le corresponde este emprendimiento?. Según un reciente artículo en el periódico el Heraldo, el Atlántico está incluido en el Corredor Turístico del Caribe con Bolívar, Magdalena, Cesar y La Guajira, en este participan Barranquilla, Puerto Colombia, Galapa, Baranoa, Juan de Acosta, Tubará y Usiacurí. Este artículo también resalta información por parte del  ministerio de Comercio, Industria y Turismo sobre el repunte que ha tenido el territorio atlanticense en los últimos años en  turismo, consolidándose como un destino de interés para los viajeros de América Latina y el Caribe.

«El Caribe me enseñó a ver la realidad de otra manera, a aceptar los elementos sobrenaturales que forman parte de nuestra vida cotidiana. Es un mundo distinto… La síntesis humana y los contrastes que hay en el Caribe no se ven en otro lugar del mundo… Y no solo fue el Caribe. El me enseñó a escribir pero también es la única región del mundo donde no me siento extranjero»Gabriel García Márquez

Un turismo sostenible es una herramienta para abrir el camino para consolidar la paz y debe ser así, porque el agua es un recurso limitado y esta escasez se siente con más peso en el Caribe. Un departamento con mucho para ofrecer al turista que le urge re-pensar como preservar su oferta hídrica a través de miles de modelos ya existentes en el mundo. Por ejemplo, la basura que se encuentra en las playas caribeñas, que a mi juicio, es el peor problema es fruto del desconocimiento y la falta de educación para saber que la basura es energía y que por tanto se transforma. En esta era, la tecnología de punta está al alcance de todos y con esto la evolución y una mejor forma de cuidar los ecosistemas.

Visitar el Caribe siempre es un placer y tal como lo describe García Márquez, sus contrastes son alucinantes, mágicos y en ocasiones desgarradores ¿Hasta cuándo podemos apreciar éste y otros paraísos colombianos con el ritmo de consumo e insuficiencia energética que llevamos?

En las payas de Barú se puede nadar en la noche en un rincón del mar para ver los colores fluorescentes del plancton, un conjunto de organismos de pequeño tamaño que tienen como característica principal habitar la columna de agua con limitada capacidad de contrarrestar las corrientes de la misma.

El término ‘plancton’ proviene de un vocablo griego que significa ‘errante’, el cual fue acuñado en 1887 por el alemán Victor Hensen para describir a los organismos que derivan con las corrientes marinas y dulceacuícolas. Los organismos del plancton pueden ser útiles indicadores de los cambios ocurridos en los ecosistemas por su rápida respuesta a las condiciones ambientales dictadas por sus, relativamente, cortos ciclos de vida y sensibilidad a la contaminación. Antes de sumergirse en este mundo marino, los guías locales ofrecen información básica del plancton con estas cifras: “… del 100% de plancton del planeta queda el 40%…”. Ellos, por lo general, suelen ser personas de la región o extranjeros que  llegan de paseo y terminan enamorados como muchos de este paraíso.

Mi recorrido terminó en el XI Carnaval de las Artes en Barranquilla, un evento de entrada libre de tres días, cargado de música y literatura en una ciudad seductora, limpia, verde, con una arquitectura magnifica e impecable y sobretodo con la peculiar amabilidad de su gente.

Por, Yuliana Saavedra

@Yulsx

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Madison y Bogotá: analogía entre lo mágico y lo real

Pocas veces pensé en el anhelado para muchos– “sueño americano”. En mi cabeza siempre rondó la idea de debutar como extranjera en lugares más conflictivos y golpeados social, política y económicamente, para analizar qué tan quedados o desarrollados estamos los colombianos, en comparación con los países de la región.

Pocas veces pensé en el anhelado para muchos– “sueño americano”. En mi cabeza siempre rondó la idea de debutar como extranjera en lugares más conflictivos y golpeados social, política y económicamente, para analizar qué tan quedados o desarrollados estamos los colombianos, en comparación con los países de la región. Ningún país de Suramérica me parecía  una idea descabellada; otros de Centroamérica también entraron en la lista de alternativas. Pero, la vida te da sorpresas, dijo el cantante panameño Rubén Blades y hace, un poco más de, ocho meses estoy en la tierra del Tío Sam. Al salir del País el chip comparativo se enciende, es inevitable someter casi todo –por no decir que todo– en una balanza. Al principio, deslumbrada por el orden y la educación que se evidencia en esta zona en la que asiáticos, mexicanos, colombianos, brasileros, americanos, venezolanos, argentinos, entre otros caminan rápidamente por las calles del centro de la ciudad con sus maletas a la espalda, en una de sus manos llevan una copa de café o de un smoothy (dependiendo el clima). Buena energía y tranquilidad es lo que se respira en este punto del mundo. Sin embargo, en Bogotá, lamentablemente las cosas no son tan color de rosa como se vive a este ‘lado del charco’, allá conservamos la cultura del vivo, a diario se percibe la  intolerancia y el irrespeto. Nacimos y crecimos contemplando la desgracia ajena como parte de nuestra vida cotidiana. Señales que indican que estamos lejos de nuestra tierrita son fáciles de percibir cuando el pan de cada día no son las noticias de corrupción y barbarie, sino las meteorológicas. Aquí, en este lejano  punto del norte de América, detallitos como que personas de la tercera edad o universitarios abran su computador al sentarse en cualquier silla azul de los articulados del transporte público; o que palabras como: gracias o discúlpeme por favor, sean las más utilizadas en el transcurso del día, son indicadores que somos dos mundos distintos. Pero, este no es un artículo para dar ‘garrote’, pues sería injusto desconocer la situación política, social e histórica por la que ha tenido que cruzar Bogotá, frente a la realidad de  Madison, la capital de Wisconsin, ubicada al noroeste de Chicago,la segunda ciudad más poblada después de Milwaukee, la región minera del suroeste. Los principales atractivos turísticos en la también conocida como la capital del queso y la cerveza son los lagos Mendota, Monona, Waubesa y Kengosa. Estos cuatro lugares son perfectos en cualquier estación del año para compartir con la pareja a solas, con un grupo de amigos, para meditar, o si gusta del cigarrillo, también para fumar o beber. También si necesita llorar. Cada uno llega con un propósito a cualquiera de esos puntos de esta encantadora ciudad y, sin duda alguna, logra su cometido. El aroma que se percibe todas las mañanas en cualquier  panadería de barrio, en la capital colombiana, ha sido una de las cosas que más he extrañado acá, estos espectaculares lugares con pan francés, rollo, croissant de bocadillo y queso, almojábanas, y vitrinas gigantes con de Todito, papas Margarita, Manimoto, cualquier producto Yupi o Chefrito sería una verdadera gema por estos lares; por eso, cuando la primavera va llegando a su fin en Madison y los días de incesante calor empiezan a darle la bienvenida al verano, hay un plan imperdible en pleno Downtown, aparte de ver piernas pálidas de las americanas que lucen con sus pantaloncitos calientes. El plan es darle la vuelta a la manzana al Capitolio y disfrutar del Farmer Market. Con la llegada de esta temporada todo cambia; las flores son más bonitas, las calles más coloridas, la gente se ve con más energía, los vendedores llegan los fines de semana a este punto de la ciudad  desde sus granjas con huevos, animales, verduras, comida orgánica y pan calientico, no estoy hablando de cualquier masa de harina insípida, ¡No! Esta pequeña pieza caliente de gluten logra transpórtame a millas de distancia a la panadería de la esquina de ‘la vecina’ en cualquier barrio de Bogotá. Y así voy caminando, pendiente de no estrellarme con nadie, conservando mi derecha, viendo a los hombres fofos y sudados, pero contentos. Cata de quesos por un lado, filas de veganos intentando comprar su almuerzo del otro día, frutos secos por otro parte, un carrito donde venden empanadas venezolanas ¡Bendito!  Quiero comprar de todo,  sin embargo hago caso omiso. Los costosos tulipanes que aparecen en las macetas ubicadas alrededor del imponente State Capitol y en algunos capítulos de los Simpson, son imposibles de ignorar, sin embargo la sensación que  generan no es la misma que se siente al estar en la Plaza de Bolívar  mirando el Palacio de Justicia, La  casa del florero, la Catedral Primada de Colombia, La  Alcaldía Mayor y el Congreso de la República. Acá no hay bellas flores ni  huele a pan caliente, acá huele a Patria, a historia, a guerra, a libertad, a condena, a gritos de independencia y a voces de rebeldía. Pasar por el camino de piedra del Chorro de Quevedo y mirar aquellos habitantes silenciosos o estatuas humanas ubicadas en los techos de las casonas viejas, inevitablemente, reviven la época de la violencia en la memoria de los más viejos o tele transporta a los más jóvenes a un mundo que conocen a través de libros de historia y documentales. Este sector colonial es una muestra que rememora la valentía y tesón, características no solo del ‘rolo’, sino del colombiano promedio. No obstante,  no sé si es porque tenía ciertas dificultades con el idioma y no alcancé a traspasar más barreras, o porque era la primera ciudad  americana que conocía y tenía acumulada mucha información, pero no logré olfatear esos rastros de historia, eso que uno siente cada vez que llega a cualquier parte del centro histórico de la capital colombiana, no sé… Si usted camina por la State Street, la calle principal de Madison probablemente  podrá sentirse como si estuviera dándose un ‘septimazo’.Algunos intentan darse a conocer y ganarse uno que otro dólar interpretando canciones con saxofones y guitarras; otros pintan cuadros y venden sus obras artísticas y muchos, vagabundos, con carteles que dicen “help me please” piden monedas. Sin embargo, si se antoja de un pollo frito, un ajiaco, una sopa de menudencias o un mondongo con mucho callo y libro es muy posible que se quede con las ganas. No siempre siento que voy cruzando por el centro capitalino, por la octava con Jiménez donde venden los vestidos de paño y sombreros gardelianos que usaban nuestros abuelos. A veces, las tardes veraniegas desplazan mi imaginación un poco más al norte hasta llegar a la zona T, Los bares abiertos con mesas repletas de frías y burbujeantes Hopalicious, Spotted cow oWisconsin Amber, con las clásicas sombrillas ubicadas en los andenes, me hace pensar en la incansable tendencia de copiar el estilo americano que tenemos en Bogotá (o Colombia), pero con Águila, poker o Club Colombia. Transportarse desde hasta cualquier punto de la ciudad de Madison en bus es un plan que resulta muy divertido, confortable y placentero. El viaje debe programarse minutos antes a través de Google Maps para conocer rutas, horarios y puntos de paradas. Puede llevar la popular copa de café e iniciar o continuar con la lectura de su libro preferido. Una utopía si pretende hacer esto en cualquiera de los sistemas de transporte de la capital colombiana. Largas filas para pagar un tiquete, estaciones atiborradas de gente en busca de un espacio en un articulado para poder llegar a su casa después de un arduo día laboral, las manos cuidando las carteras y los ojos al acecho de cualquier movimiento  sospechoso de otra persona son el pan de cada día. Y así podría seguir contando y comparando cosas que serían mundos desconocidos, perfectos para muchos e imposibles para otros. Sólo queda  por decir, que es cierto, el  corazón de Bogotá huele a  historia y a sangre; también a esperanza y perseverancia. En la capital rige la cultura de la prevención, nos enseñaron desde pequeños (no fue en la iglesia)  el onceavo mandamiento: no dar papaya. Nos enseñaron a ser luchadores y guerreros. La cultura y la vida en la capital de la cerveza y el queso es una fantasía. Pero la cultura bogotana es mi cultura, allá nací, crecí, estudié, trabajé, amé, reí y tengo todo por lo que estoy en Madison. Bacatá es una aventura, es un desafío  constante. Es un trampolín de oportunidades. El rolo es amable, pero desconfiado (tiene sus razones), es generoso aunque parezca parco. Le duele su tierra que acoge por igual al extranjero, al desplazado, al indígena, al que la usa y la bota, al que la ultraja y al que la odia. El enfoque panorámico que capturo desde acá, no solo hasta Bogotá,  sino en toda Colombia es que somos un país de ‘berracos’, absolutamente ricos,  ingeniosos, creativos y  recursivos. Allá curamos la gripa con aguapanela, la pena de amor con aguardiente, el frio con chocolate, los guayabos con caldo de costilla, el hambre con empanada  pero poseemos un grave defecto: carecemos de confianza en nosotros mismos.

 

Por, Angy Barrero

@TatianaBarrero

 

Que te vaya bonito hijo, que te vaya bonito

No se quería ir. Su cuerpo permanecía inmóvil ante la idea de no volver a abrazar a su hijo, se aferraba a cualquier objeto que la ayudara a mantenerse en el piso, su vestido estaba envuelto en arena.

No se quería ir. Su cuerpo permanecía inmóvil ante la idea de no volver a abrazar a su hijo, se aferraba a cualquier objeto que la ayudara a mantenerse en el piso, su vestido estaba envuelto en arena, lágrimas y sudor por el calor inclemente que se levantaba en la sabana. Había olvidado cuántas horas llevaba en esa posición y cada vez sentía más apagada la voz de su esposo. Su alma se mostraba guerrera. Ana no quería dejar sola la tumba de su único amor.

En su mente retumbaban los primeros llantos de Juan José, las primeras travesuras que la llenaban de alegría al oír sus risas y sus piernitas saltando de un lado a otro por los pasillos y escaleras de su lujosa casa, recordaba la primera camisa rota que le llevó  después de un partido de fútbol con sus amiguitos del barrio, los sonidos de sus caricias, de sus besos en la frente y su frase favorita: -Mamá, por ti lo doy todo-.

Que te vaya bonito hijo mío, que te vaya bonito, así le decía siempre que se despedían y hoy quería dejarle esa frase plasmada para siempre. Pero se  quedó ahogada en un grito  de desconsuelo.

Deseaba devolver el tiempo; no entendía por qué aquel 29 de abril Juan José no llegó a almorzar el arroz con coco y bocachico frito que tanto le gustaba y que le había mandado a preparar especialmente para celebrar su cumpleaños número 26, ese día en vez de Juan José, la puerta fue atravesada por una extraña mujer que entre sollozos y con voz temblorosa irrumpió la lectura del medio día que Ana acostumbraba hacer sentada en su kiosco de palma diciendo: – Está muerto, está muerto- Ana le lanzó una mirada de extrañeza, al tiempo que la taza de café se resbalaba de sus manos y el libro se cerraba por inercia, no entendía quién era esa mujer y no entendía a quién se refería, aunque su corazón le estaba diciendo desde hacía más de dos horas que Juan José ya no estaba en este mundo.

No se movió por más de 20 minutos de su mecedora, no le importaba el llanto desconsolado de la desconocida, sus ojos no se humedecieron, el habla había desaparecido y sus manos estaban tan frías como si las hubiese metido en hielo un día entero. El plato de comida de Juan José estaba igual de frío, las bombas comenzaban a explotar y el vaso de guarapo dejaba caer por sus paredes pequeñas gotas sobre el mantel.

Como pudo recobró fuerzas y con furia estremeció a la mujer- Explícame qué locura es la que dices, ¿a quién te refieres?,  ¿quién te crees para entrar a mi casa y hacerme este escándalo? ¿estás loca acaso?- Ana hacía mil preguntas con la esperanza de que alguna tuviera respuesta y no fuera la que su alma le dictaba.

-Señora, soy la mujer que acaba de ver el cuerpo sin vida de su hijo Juan José, yo lo amaba de verdad y siento mucho lo que pasó,  ahora está en la morgue y vine hasta aquí porque a mí no me lo entregan, a duras penas pude ver su desfigurado rostro, no quiero ir a casa de la esposa de Juan José porque desde hace años no soy bienvenida ahí-. Ana no lograba asimilar que quien tenía al frente era la causa de tantos desengaños de su querida nuera, no entendía nada, lo único que hizo fue salir corriendo hasta el hospital del pueblo para que la dejaran corroborar que esa historia era falsa, salió aún con las sandalias de baño y el pelo desordenado, nunca antes se había visto de esa forma  a Ana Castaño, siempre fue respetada y admirada por los habitantes de ese pequeño lugar sabanero.

Todos lo sabían, y al verla pasar con dirección al hospital los hombres se quitaban los sombreros y las mujeres cuchicheaban entre ellas, mientras que otras le decían  -lo siento mucho-. Juan José era uno de los jóvenes más apuestos y queridos del pueblo, la consternación era grande porque la calma que imperaba en ese lugar hacía más de 20 años  no la irrumpía una muerte violenta.

Los encargados de la morgue la vieron llegar y abrieron paso como haciendo una calle de honor hasta donde estaba el cadáver, Ana apresuró el paso para ver que el cuerpo era el mismo  de quien hacía 26 años había tenido entre sus brazos, sus ojos aún no se llenaban de lágrimas, parecía fuerte, imponente como siempre, ordenó que arreglaran todo lo que se necesitaba para dar sepultura a su hijo.

Asombrados corrieron a cumplir su petición, y en menos de 2 horas Ana salía de la morgue en un carro de funeraria, rumbo a su casa para cumplir con el protocolo necesario y típico de la sabana, la casa de Ana estaba a reventar de la multitud, había gente de pueblos vecinos que alcanzaron a conocer al difunto y le querían dar un  último adiós, nadie entendía qué había pasado,  y Ana tenía una dolorosa obligación; llamar a su esposo para que viniera de la capital hasta el pueblo a ver partir al único hijo que Dios les permitió tener.

Al otro lado del teléfono estaba Ernesto Arizona, un paisa enamorado de la sabana pero que amaba por sobre todas las cosas a su familia, trabajaba en la capital en una prestante entidad que había construido su padre y siempre iba cada tres días al pueblo para compartir con su esposa y con su tesoro, como le decía a Juan José. Esta vez el camino se le hizo más largo a Ernesto, necesitaba llegar pronto porque sentía que su hijo lo esperaba con los brazos abiertos como siempre lo hacía y que su esposa estaba organizando su cabello para lucirlo como a él le agradaba, su chofer no entendía por qué la prisa de don Ernesto aumentó después de colgar el teléfono, sus ojos se llenaron de lágrimas y solo le decía: – apúrese por favor David, apúrese-.

Cuando llegó a su casa apenas podía pasar entre los que acompañaban el velorio, todos querían extender la mano para consolarlo, pues todos estos años había sido una persona buena con el pueblo, había movido influencias para ayudar a generar trabajo a los campesinos, había construido una escuelita a los niños que llevaba el nombre de su hijo, eran muchas las cosas por las que admiraban y respetaban a la familia ahora envuelta en una tragedia eterna.

Ana lo alcanzó a ver entre muchos y se desplomó por primera vez, dejó que sus lágrimas bajaran por sus mejillas, un abrazo que parecía infinito y un grito de los dos retumbó en toda la región, estaban deshechos al lado de quien representaba la máxima expresión del amor que Ana y Ernesto habían vivido por años, estaba ahí, pálido, inmóvil guardado en una caja de madera y rodeado de velas que alumbraban su rostro desfigurado. Alguien con mucho odio había acabado la dicha de los Arizona para siempre.

Irma, la esposa de Juan José también estaba destrozada y estupefacta, pues aunque los últimos dos años no habían sido los mejores para su relación, Juan José era el hombre que desde hacía más de 5 años la acompañaba con historias hasta dormirse a su lado y la despertaba siempre con un: -buenos días mi consentida-, jamás pensó que Juan José no llegaría a casa después de almorzar donde se su madre como lo había acordado. La sorpresa que le tenía quedó deshecha igual que las ganas de volverlo a abrazar y cantarle el cumpleaños, ese vallenato que tanto lo entusiasmaba.

Ana trataba de comprender quién había tenido tan mal corazón, quién había acabado con sevicia los últimos suspiros agonizantes de Juan José, el entierro se dio al día siguiente y desde entonces Ana siente que si se para del lado de la tumba, Juan José quedará solo sin nadie que lo acompañe a su viaje a la eternidad.

Ernesto ha tratado de convencerla para que se levante, la multitud se ha retirado para respetar el dolor de unos padres que han perdido la razón de sus días, en el cementerio reinaba el silencio, porque Ana ya no gritaba, y Ernesto a su lado le suplicaba que mantuviera la fuerza que lo enamoró, trataba de explicarle con palabras débiles que Juan José estaba viéndolos desde algún lugar y su alma siempre estaría atada a la de ellos, Ernesto también quería creer las palabras que estaba diciendo pero le resultaba difícil sabiendo que su hijo descansaba 3 metros debajo de ellos.

Comenzó  a caer la noche cuando una sombra se acercaba entre los arboles hasta la tumba de Juan José, era aquella extraña mujer que no se ha percatado que los padres del difunto  siguen ahí, ella sentía que en la soledad podía dar el último adiós a quien siempre amó en silencio y logró tener en sus brazos después de las parrandas, a escondidas y en la oscuridad, así era siempre pero ella se conformaba con eso, con las migajas que le podía ofrecer ese amor prohibido, hasta que no pudo soportar más y decidió acabar con aquella pasión desenfrenada para siempre.

Ernesto  alzó la mirada y vio cómo esa mujer huía, Ana le dijo: – Ella, ella fue la que llegó a mi casa a darme la mala noticia, alcánzala y averigua quién es, la mujer al ver que Ernesto se levantó del suelo empezó a correr pero fue inútil, la policía ya estaba frente a ella para llevarla a prisión y condenarla  por el asesinato de Juan José Arizona Castaño.

 

Por, Taty Ricardo

Tatiana.ricardo@outlook.es

Sobre el autor…

Soy una Planetaricense enamorada de Colombia,  de sus historias y de su gente, amo los momentos de inspiración que llegan para convertirse en historias, la comunicación es magia.

 

Revisó: Iván René Leín (Equipo Editor Narraciones Transeúntes)

 

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Imagen tomada de internet: El Nuevo Herald