Crónica Ad
(Bogotá D.C., Colombia)
Por, Olugna
El recorrido de la camioneta que las transportaba todos los días al colegio finalizaba a las seis y cuarenta y cinco. En la ventana, durante tres años, vio la oscuridad de la madrugada transformarse en la luz del día; en la radio, los sonidos foráneos del rock se convirtieron en sus compañeros de viaje, en unos amigos entrañables que supieron ponerle música a las historias que escuchaba de las jovencitas de grados superiores que viajaban a su lado y a esa rutina matutina que al cabo del tiempo se haría tradición.
Me encuentro conversando con ella en el segundo piso de Bonggo House. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, ahora tiene 43 años. Con un poco de nostalgia y una gran dosis de emoción, Paola Moreno, bogotana de nacimiento, continua con ese relato que me permite entender que detrás de la empresaria, ante todo, se encuentra una mujer que encontró en el rock en español ese primer contacto con la música, en el diseño gráfico una pasión definitiva y en la gestión cultural, un camino que en el que lleva más de dos décadas y al que le falta aún mucho trecho por recorrer.
Su infancia y adolescencia, además de las actividades escolares propias de la vida en el colegio, se la pasaba escarbando en el dial cuanto sonido encontraba de bandas internacionales. Era la época en la que el rock y otros sonidos vanguardistas se abrían espacio a través de las casetas de la Calle 19 con Carrera Séptima, visitaban con frecuencia los bares ubicados en el centro comercial Los Nutabes y se propagaban gracias al voz a voz. Eran los años en los que debíamos devolver con un esfero las cintas de los casetes y rogar que el locutor no pisara las canciones para así grabarlas.
Los últimos tres años de colegio Paola los cursaría en La Enseñanza, colegio ubicado en la localidad de Engativá y dirigido por monjas. Ella vivía en Villa Claudia, a hora y media de recorrido. La postura conservadora de las religiosas impuso sobre los sonidos más pesados del rock una etiqueta infernal, misma que alimentó el rechazo de cierto sector de la sociedad hacia la música, estética y forma de vida que supuestamente proponía una vida entregada a los excesos, a la rebeldía, al sexo, a las drogas y al rock n ‘ roll.
Sin embargo, el rock encontraría la forma de regarse a través de las grietas de ese muro que la censura intentaría alzar. Poco a poco, esa cultura se apropiaba de más espacios –para algunos impensables– y profanaba escenarios en los que antes fuera rechazado. Fue así como La Enseñanza abriría las puertas de su emisora escolar a los sonidos duros. Lastimosamente, el metal aún no era bienvenido, pero esa es otra historia.
Además de la emisora, el colegio permitiría la creación de La Pluma, periódico escolar que le ofrecía a las estudiantes la posibilidad de informarse, entretenerse y expresarse. Allí Paola descubriría una pasión y también –sin que ella lo supiera– un horizonte: el diseño gráfico.
―Además teníamos un negocio con unas amigas del salón: ¡escribíamos y vendíamos cartas de amor! María José (Joche), tenía un Tuffy, un cuaderno de pasta dura, ahí las hacíamos con letra de Timoteo―. Describe Paola.
Ese pequeño emprendimiento y la experiencia adquirida en la diagramación de La Pluma dejaría en Paola la inquietud de estudiar diseño gráfico en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Estando allí, se despertaría en ella una conexión especial con los sonidos que, aún hoy, continúan moviéndose en un reducido nicho de la escena musical: el ska, el rocksteady, el reggae y demás expresiones derivadas.
La casa donde se encuentra ubicada Bonggo House es bastante amplia: cuenta con un escenario ubicado en la primera planta capaz de albergar más de 200 personas, una tarima adaptable de acuerdo con las necesidades particulares de los artistas que cada ocho días se presentan en los eventos que organiza el colectivo que la acompaña en este ambicioso reto. Nosotros estamos en la sala de juntas, al lado funciona su oficina.
A través de su narración recorro con ella la Bogotá de los finales de los 90’s, época que escribiría el preludio de la transformación de lo análogo a lo digital; su historia, definitivamente, es una extensa caminata por las calles que nos permitieron a muchos acercarnos a otras visiones del mundo.
El centro de la ciudad fue el epicentro de la cultura en Bogotá. Paola recuerda que muy cerca de la universidad, había un sitio que, sin ser un bar, se convertiría en un escenario de tertulias en el que alrededor de unas polas, se sentaba en compañía de sus compañeros a escuchar los vinilos que don Jaime, el propietario, reproducía en un tocadiscos.
―¡Era una tienda de líchigo! Tú llegabas y el man tenía una vitrina viejita. Detrás había una puerta y allí estaba la sala. Nos dejaba entrar, nos prestaba la nevera y durábamos toda la tarde―. Explica.
Así, entre sitio y sitio, Paola llegaría a los bares de reggae. También, fue la época que le permitiría coincidir con un odontólogo músico de la escena del reggae y del ska, Alejandro Casallas, quien más adelante se convertiría en su pareja y en su socio en un proyecto que trazaría una historia definitiva en la industria musical de Colombia: Casa Babylon, bar que diera origen al Jamming Festival.
―Nos imaginábamos con mis compañeros de la universidad, un espacio que en el primer piso fuera un tomadero y en el segundo una agencia de publicidad, una revista de cultura. Muy al estilo de Rob Zombie―. Agrega.
Esa proyección se convertiría en una epifanía de lo que sería un futuro que habría de extenderse hasta 2016, cuando se retirara de manera definitiva de la sociedad que había formado con Alejandro, de quien, además, se había separado sentimentalmente cuatro años atrás.
Al igual que un drama llevado al cine, el Jamming Festival alcanzaría la cumbre del éxito, para luego decaer de manera precipitosa. La salida de Paola de la sociedad, sería, precisamente, la respuesta a esa transfiguración de la idea original con la que fuera concebido. Un relato que quizás, a futuro pueda ser escrito con mayores detalles.
Con esa actitud férrea y soñadora con la que ha construido su propia historia, en compañía del colectivo que actualmente la acompaña, Paola dibujaría en 2017 un nuevo sueño que plantearía convertirse en un gran escenario para la cultura en sus múltiples expresiones en la ciudad de Bogotá y en Colombia, un hogar en que los artistas serán siempre bienvenidos: Bonggo House.
Han pasado más de dos horas de conversación y más de ocho páginas con apuntes de su extensa historia. Son más de las seis de la tarde, el sol que atravesó la ventana durante la tarde ha sido reemplazado por las luces de la noche. La tarima de Bonggo House espera a su próximo artista.
―Solo me resta por expresar lo agradecida que estoy con el cielo, mi familia (el parche), mi hijo, mi MonkeyTeam y con mi Juan―. Finaliza.
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