(Tauramena, Casanare, Colombia)
Por, Edward Alejandro Vargas Perilla
Tengo una colección de llantos fríos y añejos, aquí guardados en un cajón de mi escritorio. ¿Quieres verlos? Es posible que no, y no importa, no estás en la obligación de hacerlo. Ya haces mucho con el simple hecho de quedarte de pie a mi lado, mientras fumas en silencio un cigarrillo y apuras los últimos sorbos de café frío, que son lo único que tengo para ofrecerte.
Tengo una colección de llantos fríos, recolectados noche tras noche en la trastienda de mi alma rota y vagabunda, recolectados mientras mi cordura se revolcaba agónicamente en los miasmas de mis pensamientos mas oscuros. Una colección, que, si bien no evoca lo más bello de mi mente erudita y mi corazón ingenuo, representa lo poco que me hacía humano y mantenía con vida una miserable y débil esperanza de redención.
Tengo una colección de llantos y de amargura contenida en una copa opaca, hecha de a pocos con las angustias fugaces que me visitan cada noche, que el insomnio decide visitar mi habitación y dar golpecitos traviesos en la ventana, con sus dedos muertos de recuerdos ahogados en el desespero de una locura latente y viva, como el cáncer que consume lentamente cada célula inmunda de mi cuerpo enfermo y grisáceo.
He cultivado agotamiento y hastío en mi ventana, y sus flores azules e inmundas despiden el aroma del aburrimiento y el cansino encierro de un hombre abandonado, perdido en los delirios de sus fiebres mientras camina en círculos por las destartaladas habitaciones de una casa derruida y triste; flores que ven morir a un sol anaranjado y perverso sobre un bosque gris y sin alma de edificios de hierro y cemento, donde la redundancia, la incoherencia y la vileza de el rutinario vivir humano, inundan cada rincón.
Tengo una silla vieja y desvencijada, desde donde puedo observar con serena indiferencia el pasar del tiempo y desde donde la brisa incauta que entra a través del cristal roto, acaricia mi cabello ralo y desvaído.
Tengo todo y nada, una guitarra sin cuerdas, de la que salen de cuando en cuando los ecos difusos de viejas canciones, de música nacida en un tiempo en el que unas manos fuertes y jóvenes dedicaran el vigor de sus días a componer odas a la belleza y el amor, a la esperanza y los sueños; una guitarra vieja y podrida que es ahora templo del polvo y las alimañas de la rabia y la frustración.
Tengo también arrumbada en un rincón, una colección de relatos y poemas borrosos en hojas amarillentas que ahora sirven si acaso de cama para mi única compañía, una vieja gata vagabunda que llegó a mi casa hace varias lunas y decidió quedarse a tratar de devorar mi soledad, a esperar, quizás, a que la muerte amante y sincera, venga un día a visitarnos… y con el desinterés de quien da un regalo, pose su beso en nuestras frentes para otorgarnos el descanso de la obliteración silenciosa.
¿Ves? Si lo ves, todo cuanto me rodea, no es más que una colección inmunda de sensaciones y recuerdos, haciendo efigie de lo que fuera una vida, no es más que un reflejo distorsionado en un espejo roto y sucio. Es y fue la vida de un ser solitario y vacío, es y fue la catedral y baluarte de secretos y pensamientos de una mente brillante y ahora enferma; es y fue, lo que ahora habré de dejarte.
¿Lo ves? No lo creo, no puedes ver nada, así como no puedes saborear el café frío y asqueroso; como no puedes fumar ese cigarro viejo y mohoso, como no puedes hacer nada, porque no eres más que un eco, un recuerdo difuso de quien fuera yo mismo hace tantos años, porque no eres más que una diáfana parte de aquella colección de llantos fríos y añejos que guardo en un cajón de mi escritorio, junto a la carta que tal vez lea alguien, cuando encuentren mi cadáver olvidado y seco en un rincón de la estancia, recostado sobre el escritorio y el tintero seco y telarañoso, que a un costado del candelabro salpicado y polvoriento sirvan de cuna y consuelo para las almas perdidas de los depresivos y repugnantes seres que viven más allá de la banqueta de mi casa, más allá de mis dolores… y más allá de mis anhelos de vivir por siempre en las líneas de los libros que jamás llegué a publicar.
Tengo, tuve y tal vez tendré en una próxima vida, una suerte tan desgraciada y triste como la de esta existencia infeliz, que habré de abrazar con estoicismo y expectante desespero.